lunes, febrero 16, 2015

KRASNY BOR Y LA DEMONIZACIÓN DEL FUHRER

Acuarela célebre de la batalla de Krasny Bor, donde la División Azul (250 Wehrmacht Division) hizo fracasar -al precio de más de cuatro mil bajas, los dos tercios de sus efectivos (y el triple de bajas enemigas)- la operación “Estrella Polar” del Ejército Rojo que pretendía una repetición justo a seguir –en el sector Norte del frente ruso- de la batalla de Stalingrado, lo que permitió el mantener el cerco de Leningrado (San Petersburgo) todavía un año. Y lo que valió a la División Azul –y por extensión a España y a los españoles- un elogio memorable en público (radiofónico) de Adolfo Hitler en persona, sobre el coraje físico y la resistencia a las privaciones de los divisionarios españoles. De bien nacidos es ser agradecidos. Sin que debamos sentirnos culpables y obligados a reparar (verbalmente) de una forma u otra. Como decía Umbral, nadie nos pide tanto
Krasny Bor fue una (gran) gesta de la División Azul en Rusia. Es bueno el recordarla, con ocasión de su aniversario. Confieso que el nombre me acompaño siempre pero de la significación exacta de la batalla y del verdadero alcance de su desenlace solo supe no hace demasiado, lo confieso humildemente, y de paso recojo así el guante del desafío de los historiadores –de profesión o aficionados- que se sonrojan (y con razón) ante el más leve atisbo de laguna en materia histórica y sin duda en muchas otras en sus interlocutores, y en ese punto me viene a la mente el ejemplo de Francisco Umbral al que le reprocharon lagunas o ignorancias crasas en ciertos temas y materias –sesudos profesores y catedráticos incluso- lo que tenía una explicación en el carácter autodidacta del personaje, de resultas de la interrupción de su escolaridad por dictado familiar cuando era muy joven.

No soy historiador profesional –aunque poseo no obstante mis credenciales académicas en la materia- y si me permito incursiones frecuentes en ese terreno, particularmente en todo lo que se relaciona con la guerra civil española, lo es en nombre o por cuenta de una memoria propia al respecto. Memoria personal y familiar al mismo tiempo. En una traducción francesa de una de las obras de Stanley Payne sobre nuestra guerra civil –un verdadero primor para un autor que sufrió de antiguo de un verdadero boicot en esa lengua- escribe el historiador norteamericano, hacia el final de la obra en unas alusiones críticas a la ley de la Memoria que la memoria es personal individual e intransferible.

No estoy del todo de acuerdo. La memoria, en una primera fase de la formación de la personalidad y de la maduración de nuestro intelecto nos viene por conducto de la herencia, o si se me apura de la ascendencia biológica, y mayormente por la vía paterna, por ley de vida, el hombre da para transmitir y la mujer, antes de transmitir a su vez, recibe (y que me perdonen si hiero susceptibilidades a ese respecto) Ocurre que Stanley Payne se erige lógicamente en historiador –lo que es- y razona en ese plano, el de la Historia.
Aspecto que ofrecía la tumba de Agustín Muñoz Grandes primer jefe de la División Azul en el cementerio de Carabanchel tras los destrozos ocasionados por vándalos “antifascistas” con ocasión de celebrarse estos días el aniversario de la batalla de Krasny Bor, en la que perecieron heroicamente miles de divisionarios españoles. El acto de vandalismo, y también de profanación, es el último en la lista casi infinita de botones de muestra de la guerra civil (del 36) interminable, como un volcán no apagado (en modo alguno) que pudiera entrar de nuevo en erupción en cualquier momento. Con ocasión por ejemplo, de un triunfo electoral de Podemos en ls elecciones que se avecinan
El de la Memoria en cambio es otro plano distinto, como creo haberlo explicado y defendido en mi libro sobre Francisco Umbral, con ayuda del ejemplo tan diáfano de su vida y de su obra. Y si las tensiones entre una y otra son inevitables, el diálogo es también posible, a condición que no acabe enredándose –como tan a menudo ocurre- en una lucha de memorias antagónicas (e irreconciliables) Me he releído últimamente los libros fundamentales de Pio Moa sobre la Republica y la guerra civil y debo confesar que admiro el trabajo de historiador –de archivo- tan intente que en asas obras lleva a cabo, y desconociendo –y respetando a la vez- el hilo conductor que guía y orienta a su autor hay que reconocer que los resultados son bastante deslumbrantes.

Me permito aquí no obstante el sugerir una hipótesis y es -en él como en Umbral- la presencia, si no en conflicto abierto sino en tensión dialéctica (por decirlo de alguna manera) de dos memorias antagónicas de la guerra civil, la de cada uno de los dos bandos en ella enfrentados. Un conflicto, una fractura verosímilmente de raíz familiar, como fue el caso de tantos españoles entre las generaciones que vivieron la guerra civil y sus descendientes, en la misma medida sin duda alguna de lo que aquel conflicto tuvo de guerra fratricida (un apelativo que parece no gustar mucho a autores de izquierda)

Esa es la impresión que me dio desde luego la lectura de su novela histórica, “Sonaron gritos y golpes a la puerta”, –creo que era la primera de las suyas (e ignoro si ha escrito más después de esa)-, un obra relevante en extremo, con el telón de fondo de la guerra civil y de la inmediata posguerra, que me leí de un tirón, lo que en alguien tan reacio a la lectura de novelas como el que esto escribe es ya más elocuente que todos los elogios. Fue a Pio Moa precisamente a quien le leí un testimonio personal del comentario elogioso y admirativo que oyó de un alemán –en un viaje (creo que fue) por cima de los Pirineos- sobre la gesta española en Krasny Bor, “Spaniers –exclamó el otro-, gute kameraden!”

Y cae ante mi vista también un comentario reciente sobre el tema de Arturo Pérez Reverte, que me parece ilustrativo (o sintomático de esa doble memoria –de raíz familiar (como el propio interesado lo confiesa además- de la guerra civil y también por extensión, de la División Azul, y los comentarios al respecto en una página web de los medios azules. Y creo que una observación se impone (irresistiblemente) de mi parte. Y es la de que no veo el por qué se nos deba exigir más corrección (política) a los españoles que a otros pueblos de Europa, a los mismos alemanes por ejemplo. En los años que precedieron a la caída del Muro tuvo lugar un amplio debate en Alemania entre historiadores –Historiker streit- que tuvo su punto de partida en un artículo de gran repercusión de Ernst Nolte publicado en el diario Frankfurter Allgemeine Zeitung (6 de junio de 1986) bajo el título tan poco trivial “El pasado que no pasa”
Emilio Esteban-Infantes. Una figura olvidada. Él estuvo al mando en Krasni-Bor tras suceder a Muñoz Grandes dos meses antes (12 de diciembre de 1942) Era de extracción monárquica, no falangista como tampoco Muñoz Grandes, de extracción republicana en cambio. Y ese detalle todo menos trivial explique tal vez la desigualdad de trato a uno y otro en la memoria colectiva. Botón de muestra sin duda también de lo que algunos llaman memoria acomodada (sic) de la División Azul (al mundo de la posguerra) Conforme a la cual se presenta a los divisionarios españoles como hermanitas de la caridad –o de los pobres- que fueron a Rusia poco más que a dejar el asiento en los transportes públicos en retaguardia a personas de raza judía, y a evitar que los alemanes les afrentasen y humillasen en su presencia. Tampoco se nos pide tanto
Y cuando parecían estar a punto de perder la partida los llamados “revisionistas” por la intervención descarada del entonces presidente de la Republica federal a favor de uno de los bandos contenientes, cambiaron espectacularmente de repente las tornas con la caía del  Muro y el principal rival de los revisionistas, el filósofo Jurgen Habermas –figura emblemática de la escuela de Frankfurt- acabo dando su brazo a torcer en una intervención en público de lo más sonada.

A partir de entonces, una gran libertad reinaría en el área cultural alemana en materia de investigación y de crítica histórica sobre la segunda guerra mundial y sus principales figuras, incluso del propi Hitler, lo que tantos años después parece no haber llegado todavía entre españoles como parece atestiguarlo el hecho (flagrante) que algunos parezcan sentirse obligados a rendir tributo de pleitesía a los dogmas o verdades oficiales de lo políticamente correcto cada vez que se adentran en terreno minado, o si se prefiere en la encrucijada de todos los peligros, a saber la historia del nacionalsocialismo y todo lo que con él se relaciona, y se sienten sobre todo en el deber ineludible de demonizar una vez más la figura del Fuhrer, algo de lo que los propios alemanes se ven dispensados hace ya tiempo como digo.

Así, para ensalzar, como es debido –¿como irían hacer si no?- la gesta de los divisionarios españoles en Krasy Bor, se ven en la tesitura ineludible de tener que acompañarlo de una enésima execración –haciéndola acompañar de los dicterios más descalificadores (e infamantes)- de aquel bajo cuyo mando supremo aquellos divisionarios españoles combatieron en aquel terrible trance. Como diría Umbral, nadie nos pide tanto.

Y reconocer y apreciar en su justo valor la verdad histórica y biográfica de la admiración y del gesto público de homenaje, de reconocimiento y admiración, que tuvo Adolfo Hitler para el valor y la bravura de aquellos divisionarios españoles y del pueblo español en general, es de bien nacidos, y lo contrario, ya se sabe

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