sábado, febrero 14, 2015

PODEMOS Y LA EXCEPCIÓN ANDALUZA

Prisioneros asturianos conducidos por la Guardia Civil durante la revolución de Octubre. En Andalucía aún más que en Asturias la agitación minera, la agitación campesina alcanzó unos niveles de paroxismo, de violencia y de salvajismo sin precedentes en el resto de España. ¿En respuesta al paro patronal del “bienio negro”? Una leyenda de izquierdas que hizo suya la iglesia andaluza tras el concilio. Mi difunto padre que vivió todo aquello y que no pertenecía –ni él ni los suyos- a la clase terrateniente no se hizo nunca ecos de esas acusaciones ni tiro la piedra contra nadie en la materia. Y su memoria es un poco mía, por la vía de la herencia o de la ascendencia biológica aunque solo sea
Según un sondeo acabado de publicar, no se presentan las cosas tan en rosa –o en rojo- para los de Podemos en las próximas elecciones andaluzas. Se iban a comer el mundo y es posible que para desgracia de todos acaben cumpliéndose sus pronósticos pero de momento, en Andalucía parece que tengan que conformarse con (una modesta) tercera posición detrás de los dos grandes a los que quieren destronar (icen) aunque las malas lenguas digan que lo que en el fondo quieren es sustituir un bipartidismo por otro, el suyo por supuesto.

En Andalucía reina de antiguo un micro clima –ideológico- que configura un paisaje político y electoral un tanto atípico diferente al de las demás regiones españolas por la razón sobre todo que el factor lucha de clases tuvo allí de antiguo mucho más protagonismo que en resto de las regiones españolas, como se demostraría en al guerra civil que si fue por todas partes una guerra ideológica doblada de un conflicto social, de lucha de clases, en Andalucía fue mucho más lo segundo que lo primero.

“Andaluces de Jaén, aceituneros altivos, decidme en el alma ¿de quien son vuestros olivos?" Cantaba un exponente emblemático –de cuyo nombre como Cervantes, prefiero no acordarme- de la canción social en los años del tardofranqusimo, y los olivos desde entonces tal vez que no haya cambiado mucho de manos, pero las cosas cuarenta años trascurridos desde la muerte de Franco cambiaron no poco por debajo de Despeñaperros y sin embargo, si el que esto escribe puede decir aquello que Andalucía no es mi Andalucía que me la han cambiado, en ciertos aspectos se puede decir también que las cosas no cambiaron más que para que todo siguiese igual allí, para bien o para mal.

¡Eterna Andalucía! La conquistaron y la abandonaron los vándalos después de bautizarla, la poseyeron os musulmanes la reconquistaron los españoles de entonces y los españoles de hoy en una gran mayoría la consideramos y sentimos nuestra por nacimiento en algunos casos o en otros por un derecho de reconquista o por las dos cosas a la vez, como le ocurre al autor de estas líneas, de ascendencia andaluza –inmediata- por la vía materna (e incluso materna aunque un poco más remota)

Hay una versión del problema social en Andalucía y por vía de consecuencia de la guerra civil y de sus causas remotas e inmediatas tal como allí estalló y tal y como allí se vivió que ronda de antiguo las mentes de algunos y que reza más o menos como sigue: las desamortizaciones de Mendizábal liberando o dando acceso al mercado a las llamadas "manos muertas" privaban “pari passu” a un amplio sector de población campesina andaluza del manto protector de la iglesia y de las instituciones eclesiásticas a la sombra de las cuales –de conventos y campanarios- habían vivido de generación en generación desde el final de la reconquista, un pasado inmemorial del que aún se conservan un sinfín de trazas en la propia configuración y trazado de los pueblos, de sus plazas, de sus calles y de sus cañadas (…) De unas iglesias y de conventos rodeados de aquellas" manos muertas" –fuente principal de los llamados diezmos y primicias- a la sombra de un pasado (muerto) como sus detractores así las estigmatizaban.

De resultas, surgiría una nueva clase de propietarios -los terratenientes-mercados por la mancha indeleble de un pecado original colectivo por llamarlo así, el de la compra “sacrílega” –por la que incurrían en excomunión latae sententiae- de bienes desamortizados. Con el tiempo y una caña sin embargo, durante el (largo) reinado de Isabel II –que por uno de sus espadones ilustres, el general Narváez (“el espadón” de Loja como le llamó Valle Inclán) fue descrito como un “carlismo sin sotanas”-, los excomulgados acabarían volviéndose los más santos y beatos de Andalucía, los más devotos de todos los devotos, presidentes de cofradías y hermandades, depositarios de imágenes sacras –por privilegio eclesiástico-, siempre en cabeza de las procesiones, con capillas “en propiedad” y capellanes a domicilio -como fue la regla en un sinfín de pueblos y aldeas-, que fueron los que más pagaron –en tributo de sangre- durante la guerra en zona roja.

“Merecidamente”, “los más odiados” –“ellos sabrían por qué”-, vienen dejando sentir y oír voces agoreras desde hace décadas en una versión revisionista (de la versión primera, la de la inmediata posguerra) –y a la vez con “nihil obstat”- de la historia de la guerra civil y de la iglesia en Andalucía que la iglesia andaluza –tras el concilio y la transición- bendijo e hizo suya de una manera u otra. Es una visión de consenso o de compromiso entre las dos memorias antagonistas del 36 –la de los vencedores y los vencidos-, que presidio el compromiso histórico que reina –a la sombra de la Junta (socialista)- desde hace ya cuarenta años en en aquella región española, pero no es justa ni tiene (mínimamente) cuenta de la verdad histórica.

La verdad es que en Andalucía, en zona roja se dio en una versión incomparablemente atroz, comparada con la de otras zonas o regiones españolas una tentativa de genocidio de clase como lo denunció el historiador norteamericano Stanley Payne en uno de sus libros, en la que iglesia del Orden –que dejaría de serlo décadas más tarde- funcionó de chivo expiatorio privilegiado. Salvo excepciones que no harían más que confirmar la regla.

Y aquellas mismas voces agoreras propalaron también de antiguo rumores –o infundios- en guisa de testimonios históricos verídicos que los propietarios en ciertas regiones de Andalucía habrían practicado el paro patronal durante el bienio negro (derechista) -bajo el grito de revancha y de desdén “¿Queríais república? ¡Ahí tenéis república!”- en venganza y represalia por todo lo sufrido en el bienio anterior, lo que Pio Moa desmiente en una de sus obras fundamentales sobre la génesis de la guerra civil.

¿Excepción andaluza no obstante, que confirma la regla? Es posible. Pero tan vano e ilusorio es el querer reescribir la historia como el pretender con todo el lapso de tiempo transcurrido –ochenta años- querer sentar responsabilidades históricas y lanzar la piedra contra presuntos culpables en los volcanes de violencia mayormente en ambientes rurales que surgieron en Andalucía aquellos años trágicos como en ninguna otra región española.

La paz social que respiró –a bocanadas- el autor de estas líneas en sus veraneos andaluces de niño y adolescente –finales de los cincuenta primera mitad de los sesenta- recibió duros golpes tras la transición sin duda alguna –aunque hablo un poco de oídas porque no seguí de cerca los acontecimientos allí entonces- pero no se puede decir que despareciera del todo y de hecho Andalucía habrá sido una de las regiones mas apaciguadas –y reconciliadas- de toda España durante décadas. Y la clave de aquella paz social lograda por imperfecta o inacaba que se viera lo fueron los pactos y compromisos de la transición en los que los dos principales partidos el PSOE mayoritario y el PP minoritario ejercieron –hasta hoy- un poco de albaceas.

En la conferencia que di en el pueblo jiennense de Mancha Real ante un escaso púbico -pero no menos significativo y representativo- en octubre del 2011 sobre memoria histórica, confesé mis lazos sentimentales –y no otros- por razón de procedencia familiar y sociológica aunque solo fuera con el partido hasta entonces en la oposición, el PP. Y ahora que parece –conforme a los sondeos- llamada al fracaso la operación Podemos en Andalucía –destinada a desbancar al PP de segunda fuerza política en la región-, me parece oportuno y procedente el revindicar aquí esa excepción/andaluza con raíces históricas en nuestro pasado relativamente reciente, remontándose a la república y a la guerra civil-que es también la del PP andaluz, heredero en gran medida -por los lazos de la ascendencia bilógica y también por los caminos (y vericuetos) de la memoria, de una de las dos memorias antagonistas entonces- de los vencedores del 36 y de las vctimas de la tentativa del genocidio de clase en zona roja.

Piensen lo que piense algunos y rez lo que rece la retórica (no poco histérica) anti-PP de algunos a los que habría que aconsejar lo que aconsejaba un periodista siciliano al arzobispo de Palermo en tiempos del papa Juan Pablo II que imitando a aquel pontífice se veía enfrascando en filípicas y diatribas incendiaras desde el pupito contra la Mafia.

“Vuestra Eminencia –decía socarrón el periodista - debería ser un poco más circunspecto y ponerse a mirar a su alrededor quienes son sus amigos y los amigos de sus amigos" (…) A buen entendedor pocas palabras sobran (…)

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