General zarista Ievgueni Miller, jefe de los ejércitos blancos en el Norte de Rusia durante la guerra civil (1917-21) Exiliado en Paris, mandó voluntarios a España del lado de los nacionales en el 36, y al año siguiente fue secuestrado por agentes sovéticos y trasladado a la Lubianka en Moscú donde fue asesinado dos años después (el 11 de mayo de 1939)El efecto innegable de catarsis de las exploraciones de memoria histórica que me permito en estos artículos no me deja menos un rastro mayor o menor de devastación por dentro, por lo extenuante y derrengante del esfuerzo de introspección y de análisis (y de memorización) que exigen de mi por veces. Como ahora me ocurre en el tema en ascuas de la crisis en Ucrania desgarrada entre el Este y el Occidente, entre la Federación rusa y la Unión Europea.
Pensaba dejar ya la fiesta en paz y cambiar de tema (mi palabra) pero veo que sigue dando (me) de sí y que hasta que no lo apure del todo seguiré (mentalmente) dándole que te pego, qué le vamos a hacer, que ya me conozco (un poco) en la materia.
Y el que yo me interrogue o interpele sin duda más que a muchos otros la situación por la que atraviesa aquel país -o región- de Europa del Este viene en mí de antiguo sin duda alguna, de la pasión/polaca que fue la mía y de la que, pese a todo, me curé (creo) hace ya muchos años. Pensé entonces -con poco más de treinta años de edad (¡ingenuo de mi!)- que Polonia era el país en aquellos inicios de los ochenta por donde nos vendría la salvación o la nueva era (lo uno con lo otro) y tanto lo pensé que viajé hasta allí como aquí algunos ya saben durante la llamada primavera de Solidarnosc, el mes de julio del 81, unos meses antes de la proclamación del estado de sitio que me pareció entonces una gran catástrofe por lo que tenía de refuerzo del poder soviético en aquel país de Europa occidental (que lo era y lo sigue siendo, a su manera)
El nombre y la efigie -omnipresente en los medios franceses entonces- de Mieczyslaw Rakowski, director del influyente semanario "Polityka", brazo derecho del general Jaruzelski y portavoz del régimen comunista polaco tras la declaracion del estado de sitio en Polonia (diciembre del 81), me hicieron fiel compañía en mi seguimiento febril de la actualidad polaca los tiempos que precedieron a mi gesto de Fatima. Fue exponente arquetípico de un comunismo polaco de la posguerra (cualquier parecido con el español de los tiempos de la guerra civil pura coincidencia) y de esa otra Polonia que se sintió siempre pro/rusa y eslava más que otra cosa. Recuerdo también de entonces un articulo del Abbé de Nantes (fuera de toda sospecha) que le mencionaba y prestaba gran valor biográfico e histórico a testimonios suyos de la aventura (heroica y romántica a la vez) que habian sido para él los años que pasó en Moscú de muy joven en la posguerra (...)Y no solo eso, hice mis pinitos en lengua polaca por entonces y me zambullí un poco también en su historia, sobre todo en sus capítulos de la era contemporánea un tanto variopinta y con muy pocos parangones o puntos de comparación sin duda con la española. No saqué tal vez excesivamente en claro pero por poco que fuera, fue algo que me permite hoy más capacidad de penetración que a otros en el análisis del problema que nos plantea a todos la situación en Ucrania las horas que corren que algunos consideran de antiguo la parte occidental de Polonia y viceversa. Este y Oeste. Ortodoxia oriental y latinidad occidental, unas nociones que hacen referencia a la más vieja falla o factura de la civilización europea.
Y mi experiencia "polaca", el viaje que hice allí y todo lo que hasta allí me llevó y todo lo que traería consigo, me puso sin duda en situación de palpar de cerca el problema histórico aquél y de calibrar su alcance y significado un poco aunque solo fuera, a efectos de divulgación y de comprensión entre nuestros contemporáneos. Iba yo circulando ufano por la calles de Varsovia -por aquella avenida de Jerusalén (no sé si se seguirá llamando así, apuesto que no), que recorría el centro de la capital extrañamente silenciosa y semivacía-, yo solo, protegido (invisiblemente) por la sotana de la fraternidad de Monseñor Lefebvre que vestía entonces sin darme sin duda cuenta que en un país aún entonces en la órbita soviética, mi presencia allí, tan insólita, y pese a los vientos de libertad (o de liberalización) que soplaban por todo el país entonces, no podía pasar desapercibida y está claro hoy para mí que no lo fue en modo alguno.
Y así, en una de aquellas andanzas, en un bar o restaurante donde entré -para tomar un té si a aquello se le podía llamar así (que era lo único que te podían ofrecer)- hice un encuentro curioso y no menos insólito con alguien que me acabó confesando ser miembro de la asociación patriótica "Grunwald", el coco o poco menos en aquel entonces, en los ambientes de Solidarnosc y para los medios extranjeros en particular en lengua francesa, por la imagen que arrastraban de (neo) estalinianos nacionalistas y anti-semitas.
No se me fue su fisonomía del recuerdo ni la impresión que me hizo a fe mía hasta hoy y fue sin duda por lo extrañamente familiar que me pareció, incluso en lo anodino por así decir de su fisonomía. Hablaba un castellano correcto y me contó (y sin duda que no mentía) haber trabajado como ingeniero en instalaciones de la CAMPSA en 1967, en una capital española, no recuerdo exactamente cual, de la zona de Castilla la Vieja.
Quien nos agradecido no es bien nacido y está claro hoy para mí que el individuo aquél en las circunstancias aquellas -yo sólo, perdido en un país que no era el mío y que yo no conocía y por la situación de conflicto potencial aunque fuera por la que atravesaban- podia haberme hecho mucho daño si hubiera querido. En su lugar -y antes de separarnos y de continuar todavía mis andanzas como así lo hice durante varios días, en espera de mi viaje de vuelta, a mi aire y sin el menor problema- se permitió conmigo un análisis de la situación polaca entonces, en las antípodas de la que yo entonces compartía pero que no tenia menos la ventaja de la claridad, sin tapujos ni recovecos. Habas contadas lo que exponía.
Mariscal Pilsudski, héroe de la batalla del río Vístula (1920) contra el Ejército Rojo (de Trotsky y de Toukhatchevski) De pasado socialista militante en su juventud, simbolizó la Polonia anti-rusa y pro-alemana e implantó un régimen fascitizante los años de entreguerras. Los militantes de Solidarnosc que eran -de lo que me fue dado comprobar "in situ"- aún mas anti-nazis y anti-alemanes (a fuer de "demócratas") que anti-rusos o anti-comunistas, veneraban su memoria. Contradicciones polacas
Polonia era víctima de un complot extranjero que se había aprovechado de una coyuntura difícil en los planos socio/económicos (por las malas cosechas sin duda alguna), y la culpa la tenían en gran parte los judíos, los rusos en cambio eran hermanos (eslavos) de sangre de los polacos, mejor o peor avenidos en el trascurso de los siglos, pero con los que no se podía dejar de contar en modo alguno. Y el agente secreto aquél o miembro de la policía política (o lo que fuera) no encarnaba menos "una" Polonia tan polaca como la que decían representar Lech Walesa (al que también alcancé a conocer personalmente) y sus partidarios)
Y es sin duda lo que me permite hoy mayores dosis de empatía y de comprensión proporcionalmente a aquellas de las que son capaces muchos de mi entorno hacia la posición o postura pro/rusa en la crisis por la que atraviesa Ucrania. Una postura que no deja de ser un apuesta a la vez, aquí todos ya lo saben. Por una Europa de los pueblos y de las naciones. ¡Viva Rusia! Una apuesta la mía, y también una fe...ciega en la Victoria
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