miércoles, febrero 01, 2017

QUEBEC EN LA ENCRUCIJADA

El ataque a una mezquita de Quebec -un hecho violento y sangriento, más de páginas de sucesos que noticia de la actualidad política- habrá sacado fatalmente a la luz lo atípico y excepcional del fenómeno emigratorio en el Canadá -como lo ilustran los artículos que dedica al tema del diario francés le Figaro en su edición de hoy- y habrá traído a la primera plana de los medios un país al que treinta años (y más) de residir y transitar por países de francofonía me lo habrán hecho más familiar aún aunque no haya dado nunca el salto para conocerlo in situ y no precisamente por falta de ganas.

Y recuerdo por vuelta del dos mil -¡que invierno duro aquél para mí y surcado de malos presagios! como se confirmarían sólo unos meses después (en el mes de mayo de aquel año cuando fui detenido delante del Palacio Real de Bruselas)- cuando me vi acometido de una ensoñación que tenia algo de melancólico por demás por cuenta del Gran Norte (sic) del Canada -que se evocaba en una canción que sonaba mucho en Bélgica por aquel entonces- donde me ponía yo a soñar de golpe el ir a acabar mis días (¡flor de melancolía!) A años luz como me sentí por entonces -tras largos años de ausencia- de España y de los españoles.

De hecho no ofrece mucho secreto ese atractivo que guarda para mi y sin duda para otros españoles el Canadá, y en particular su zona francófona del Quebec, vestigio emblemático del antiguo imperio francés de América del Norte. Un imperio que abarcaba y se extendía -hacia el Sur- mucho mas de la idea vaga y aproximativa que de aquella pagina de historia -y de geografía- arrastramos los españoles. El Illinois por ejemplo -un nombre de clara resonancia francesa- en la zona de los Grandes Lagos,donde residió -en una base aérea donde estuvo destinado (de oficial de aviación)- todo un año (escolar) mi difunto padre al que nunca oí la menor alusión al pasado (francés) de aquella región de los Estados Unidos. Y que en su fase de expansión cenital digamos que coexistió sin mayores problemas con el imperio español por tierras del Sur (y del centro) de lo que hoy son los Estados Unidos.

Me tira el Quebec, aquí ya todos lo adivinan, lo mismo que me deja frío o un tanto indiferente todo lo que se sitúa al Sur del Río Grande. Y ahí confieso que me siento un tanto desmarcado de la opinión mayoritaria anti-Trump que se habrá hecho sentir en ciertas encuestas de la opinión publica españolas en las últimas semanas, un sentimiento agudizado por el contencioso que opone México por causa del muro en cernes entre los dos países- al nuevo mandatario de los Estados Unidos. De “pasión americana” -léase hacia todo lo que se encuentra al sur del Río Grande- se habrá hablado a menudo en relación con los españoles. Algo de lo que el autor de estas lineas se curó in situ hace ya bastantes años como aquí todos lo saben.

Nunca mas volví a sentir la llamada de la América ex-hispana, aquí ya lo tengo confesado repetidamente, y tal vez eso me haga mas apto que otros a la hora de enjuiciar y enfocar con la frialdad y objetividad indispensables los problemas de aquellos países y también a relacionarme sin mayores problemas con sus habitantes, de lo que creo que habré dado sobradas muestras en mis contactos con la comunidad “latina” -bastante numerosa- presente en Bélgica y en particular en su capital Bruselas. Como parientes (más o menos) cercanos con los que tuvimos en un pasado relativamente reciente nuestros más y nuestros menos sin entrar tampoco en mayores profundidades (ni intimidades) Y paz donde hubo guerra y aquí no paso nada.

De pasión por el Quebec se puede hablar a su vez entre franceses y en menor medida también entre belgas (me refiero a los de la zona francófona) Y de esa pasión por el Quebec -que pasó de manos francesas a inglesas en la guerra de los Siete Años (de mediados del siglo XVIII (ilustre desconocida para una mayoría de españoles, pese a lo cruenta y sangrienta que se mostraría)- ofrecería un botón de muestra de lo más ruidoso y llamativo el grito del general De Gaulle en su visita al Canadá (julio del 67) -desde el balcón del ayuntamiento de Montreal- de ¡Viva el Quebec libre! que haría nacer un año mas tarde el movimiento independentista en el Quebec. Una de esas provocaciones tan caras al que fue supremo mandatario francés de las que le pasaría puntualmente factura a penas nuevos meses tarde Mayo del 68 (...)

Quebec y Cataluña comparaciones odiosas. Y ni el general De Gaulle mostró jamas la menor veleidad -en el plano de la memoria histórica ni en ningún otro- en relación con Cataluña, ni el independentismo del Quebec tiene gran cosa -por no decir nada en absoluto- que ver con el separatismo catalán de nuestros días (ni del de hace un siglo) Como lo ilustra el fenómeno de la inmigración en masa (de confesión mayoritariamente musulmana) y las actitudes radicalmente opuestas de unos y otros en el abordaje del problema. En el Canadá, el fenómeno alcanza unas dimensiones que hace que se pueda hablar de un país en fase (avanzada) de desagregación (sic), sobre todo en algunas de sus grandes ciudades como Toronto o Vancouver (anglófonas), literalmente “empezadas” (en grado ya muy avanzado) por el fenómeno inmigratorio.

Algo que habré sacado de golpe a la luz el suceso trágico de actualidad al que aludí al principio de mi entrada Y ese es precisamente uno de los acicates mayores del independentismo del Quebec, uno de cuyos exponentes lo es el Frente Nacional (de reciente creación) filial de su homónimo francés. En Cataluña la corriente inmigratoria no europea alienta y da alas en cambio los sueños de independencia de los separatistas. Lo que explica que allí se haya dado un fenómeno de anti-separatismo del genero identitario sin parangón en ninguna región española (hasta la fecha) El Quebec en la encruciada. Como Cataluña

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