domingo, marzo 27, 2016

LA LEGIÓN DE LA BUENA MUERTE

Por motivos ajenos a mi voluntad me habrá sido imposible completar esta entrada hasta ahora
La Legión le arrebata a la iglesia catalana -léase al cardenal arzobispo de Barcelona (y el obispo de Gerona)- la imagen del Cristo de la Buena Muerte en Palafox y en Hospitalet (de Llobregat) a gritos de ¡Viva España, Viva el Rey Viva la Muerte! Una manifestación emblemática de esa Cultura de la Muerte de la que algunos tanto abominan por cuenta del derecho a la Vida (léase del feto no/nacido desde el primer instante etcétera, etcétera) y que habrá hecho que se les habrán las carnes -estremecidos de pavor- a algunos devotos, dentro o fuera de las sacristías. ¿Superstición? El culto a las imágenes es inseparable de los orígenes y del destino de la civilización europea. De antes como después del cristianismo. ¡Viva la Legión española!
¡Viva la Muerte! Ese es el grito que hizo famoso Millan Astray fundador de la Legión, con el que tantos y tantos murieron heroicamente en los labios durante la guerra civil y después, y que los antiguos legionarios por lo que se ve hicieron suyo hasta hoy. ¿Buena muerte, confesados y comulgados (cristianamente) la de los legionarios que hicieron de aquella su novia su mas leal compañera ya fuera mala o buena?

La polémica esta servida desde el grito aquél, y la trae de vuelta ahora el gesto de la Hermandad de antiguos legionarios que habrán arrancado literalmente de las fauces de la iglesia jerárquica -léase del poder (de jurisdicción-) del arzobispo de Barcelona ty de los osbipos catalanes)- al Cristo de la Buena Muerte, su santo/patrón (o patrono) según unos, según otros, su fetiche o su mascota.

El barroco español católico y romano (¡ay dolor!) forma parte -como la Semana Santa- de nuestro ser histórico, de nuestra idiosincrasia, como lo es el culto de las imágenes de la civilización europea que fue desde sus orígenes una civilización escultórica, que rindió tributo a la Belleza y por ende a las artes plásticas pese a sus episodios efímeros, fugaces, de un siglo a otro, de explosiones iconoclastas
Bandera de la Legión Cóndor (en la foto) Los alemanes de la Legión Cóndor fueron compañeros de armas de nuestra Legión durante la guerra civil española. Y sin querer entrar de lleno en la polémica en la que se ve envuelta ahora la memoria (insigne) del Tercio, forzoso es el reconocer las antologías y comunes denominadores entre la mística de los caballeros legionarios españoles plasmada en el grito de ¡Viva la Muerte!, y la ideología militarista -de culto a la Muerte (heroica-)- que fueron patrimonio común a los movimientos nazis y fascistas europeos. Legionarios de Fiume (y de D'Annunzio), Legión Cóndor, Legión (rumana) de San Miguel Arcángel, Legión de Voluntarios Franceses (LVF) contra el bolchevismo. A buen entendedor pocas palabras bastan
Había una imagen de Cristo de cuerpo entero -no recuerdo ya si en cruz-en la capilla del Hospital madrileño del Niño Jesús encaramada en lo alto de una tarima que me llegaba hasta la altura del pecho, hace mil años y diluvios -de los tiempos del tardo franquismo y del ya entonces muy mayor (y venerable) cura párroco Don José Aragonés- a la que tenia yo particular devoción y a la que yo contaba mis cuitas y mis dudas y mis secretos y mis penas de joven universitario de chaqueta y corbata (como mandaban los cánones de la TFP en cuya órbita yo estaban entonces, aunque ellos en el fondo me rechazaban) -a principios de los setenta, que no sé si aquí algunos se hacen completamente cargo del retrato (expresionista, como los de Goya o del Durero alemán) que era el mío de frente como de perfil, en la perspectiva de la época aquella y del estado de las mentalidades entre los universitarios madrileños de entonces- solo yo ya en la capilla desierta al final de las misas aquellas a la que asistíamos cuatro gatos (y beatas) -en latín y conforme al rito de San Pío V (que eran ya las únicas que quedaban ya en todo Madrid por aquel entonces) donde me quedaba yo platicando con la imagen aquella todavía un buen rato ante las miradas furtivas del bueno de Don José por el quicio de la puerta de la sacristía al pasar, curioso y sorprendido de aquella (insólita) estampa.

O del sacristán que parecía saber mucho más que aquél del mundo, el demonio y la carne (y sus sortilegios) por la expresión guasona y divertida e irónica y desengañada que de él recuerdo todavía. ¿Autismo a destiempo del último de los mohicanos, de Filipinas, léase del catolicismo aquel pre conciliar -y en estado de resistencia (por motivos litúgicos o politicos e ideológicos)- que agonizaba entonces ya a marchas forzadas (en España más visible aún que en otros sitios), lo que era por aquel entonces el autor de estas líneas?

No digo que no, que se dé a las palabras el sentido que se quiera,  pero aquello me da hoy fuerza moral de más a la hora de defender unas imágenes y una Semana Santa que en si (per se) no hicieron nunca mal a nadie, al contrario, ayudaron a morir heroicamente y a ganar así guerras a muchos, y a sanar o a aliviar (terapeúticamente) y a seguir siendo los mismos -semper ídem- a jóvenes indefensos en tiempos de tumulto (e indignación) como lo fueron aquellos, tan aciagos y tan  convulsos

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