miércoles, marzo 09, 2016

EJÉRCITO ESPAÑOL ¿DE VUELTA DE LA AMNESIA?

Este clásico de la historia de la Falange (publicado en Francia, en 1965) era una especie de biblia (histórica) de bolsillo en los medios falangistas joseantonianos (puros) por los que yo transité en mis años universitarios, y tiene gracia -en visión retrospectiva- que el subtítulo de la obra ("historia del fascismo español") no pareciera indisponer en lo que fuera a mis camaradas entonces, que parecían propugnar en su conjunto una falangismo antifascista (e histórica y políticamente correcto en consecuencia, y la vez perfectamente surrealista) Lo de antifascistas sin duda por lo de anti-franquistas (como lo era la editora Ruedo Ibérico donde apareció dicha obra por vez primera en lengua española) Su autor, que no precisa de presentación y que se habrá repetidamente pronunciado sin ambages en contra de la ley de la Memoria Histórica, participaba ayer martes en un acto convocado por el ministerio de Defensa y presentado por el ministro en persona. ¿Señal potente e inequívoca de un cambio de rumbo en la materia, léase camino de un posicionamiento claro en centra de la ley funesta por parte del PP y de su actual líder? Vendría a ofrecer desde luego un mentís rotundo a los sectores -mayormente patriotas (o de "extrema derecha")- en la artillería dialéctica de los cuales (como en fuego concentrado, o en plan de aliados objetivos de la izquierda si se prefiere, y del PSOE) y en su cuaderno de agravios anti-Rajoy figura el no haber sido capaces abrogar la ley funesta. ¿Les hubiera costado acaso menos a estos que el levantar la voz o un dedo tan siquiera en el tema a la jerarquía eclesiástica española en la orbita de la cual -Opus Dei o no interpuesto- gravitan de antiguo -sin ex-cep-ción- todos esos grupos o grupúsculos llamados “patriotas”?
La señor Colau -que me diga Nicolau-, actual alcaldesa de la Ciudad Condal, acaba de permitirse un desplante verbal y gestual con la institucion castrense en el salón de la Enseñaza de Barcelona al que suponemos -sin necesidad de tener que hacer allí acto de presencia- ideado y programado ad majorem gloriam del habla catalana y de la inmersión lingüística (forzosa y obligatoria) y en detrimento y a costa de la lengua de todos los españoles condenada a muerte -por asfixia- por parte de la Generalitat de Cataluña.

Coincidencia o no, ayer martes había tenido ya lugar un acto todo menos trivial en la sede del CESEDEN -centro de estudios de la Defensa Nacional- que conserva su titulo y no sé si también su ubicación dentro del organigrama castrense de antes de la democracia, cuando era centro de estudios del Alto Estado Mayor, que mandó -antes de su cese (en vísperas de la muerte de Franco)- el general Manuel Díez Alegría (hermano del jesuita progre pro marxista, José María Díez-Alegria), tras su su encuentro (jaleado entonces por los medios españoles y extranjeros) en Bucartst -riendo aún en Rumanía el Conducator comunista (Ceausescu)- con el entonces secretario general del PC (español) Santiago Carrillo, justo a seguir a la Revolucion portuguesa de los claveles (...) Los tiempos y los vientos cambian.

Y el acto de ayer en el CESEDEN comtemplaba la celebración de una conferencia por la que habra venido el escándalo en ciertos medios, del historiador nortemaericano Stanley Payne, bajo el título (elocuente en extremo) de “el Camino (sic) hacia el 18 de Julio”, en el que el célebre historiador habra protagnizado (nada nuevo en él) una justificación y defensa cerrado del Alzamiento y una revidicacion de la trayectoria militar de Francisco Franco ¿De vuelta de la amnesia?

A eso es a lo que parecen apuntar ese y otros indicios convergentes desde hace algún tiempo entre observadores avizor de la vida castrense o si se prefiere receptores de las más mínimas señales que puedan venirnos del ejército español en la actualidad que Francisco Umbral calificó (con acierto) de “Coloso Triste” y que no dejaría de mostrarse sordo y mudo en las útimas décadas y en particular tras el desenlace del 23-F. Es cierto que las declaraciones o posicionamientos de uniformados en la reserva o en situación de retiro no habran dejado de sucederse estos últimos años en relación sobre todo con el agravamiento de la situación -desde el prisma de la amenaza (rampante) separatista- en Cataluña.

Ni tampoco por parte de civiles ajenos a la institucion castrense interviniendo en actos de índole militar como sucedió no hace no mucho en intalaciones el Ejército del Aire en Cuatro Vientos cuando uno de los oradores se permitió -con el revuelo y alboroto (grandes) subisguientes en los medios- reivindicar la memoria de José Antonio Primo de Rivera. Lo de ayer se reviste no obstante de un cariz completamente diferente, en la medida que se trataba de la convocatoria, oficialmente caucionada por el ministerio de Defensa, y el propio ministro, de una conferencia que por el titulo tanto como por el nombre y la personalidad y trayectoria del conferenciante no deja lugar a dudas de la significación histórica e incluso ideológica que cabía atribuirle.

Stanley Payne, historiador y profesor por la Universidad de Wisconsin -un estado enmarcado (nota bene), como el de Illinois, en la zona de influencia de la Norteamérica germana (léase el área geográfica dentro del conjunto del territorio de los Estados Unidos que concentra el mayor número de personas de ascendencia alemana, fruto de una de las principales correntes inmigratorias -junto con la irlandesa y anglosajona (y holandesa)- que confluyeron en la formación de la nación estadounidese.

Y diciendo esto confieso ignorar si ese dato concierne personalmente, de una manera u otra, al historiador citado -de notorio apellido anglosajón (que deja a entender que aparentemente no)- ni si le guste o le parezca a él procedente el mencionarlo, como sea no nos parece en modo alguno un dato irrelevante a la hora de trazar el perfil completo de un historiador e hispanista tan emblemático que en la conferencia conferencia de ayer se veía presentado como el hispanista más relevante de nuestros días.

Payne se hizo cono ido entre muchos de mi generación (como fue mi caso) por una obra de juventud -publicada a finales de los sesenta en Ruedo Ibérico- “La Falange. Historia del fascismo español” en la que por vez primera en la historiografía contemporánea -me refiero desde una perspectiva no sectaria o propagandística se abordaban en detalle y con gran precisión y exactitud los llamados sucesos de Salamanca (que precedieron al decreto de unificación), de abril del 37 durante la guerra civil.

Respeto y admiro -como ya lo habré dejado sobradamente registrado en este blog- al célebre historiador norteamericano aunque solo sea por las campañas de denigración que le habrá dedicado de antiguo la izquierda española, no es óbice que no comparto todo lo que dice (continúa)

Stanley Payne sostiene por ejemplo que la guerra civil española y la Segunda Guerra Mundial fueron conflictos que pueden ser vistos y abordados como compartimentos estancos sin ninguna relación -a parte de la inmediatez cronológica entre uno y otro.

Y no es difícil concluir que estemos ahí ante lo que los filósofos llamaron petición de de principio (o circulo cartesiano), porque si Stanley Payne admitiera -aunque sólo fuera a modo de hipótesis la tesis contraria tendría que acabar asumiendo fatalmente a modo de consecuencia esa otra tesis políticamente tan incorrecta de la derrota española en la Segunda Guerra Mundial y el coralario inevitable de la misma a modo de postulado indispensable, a saber la rendición del régimen de Franco en el 45 de la única forma imaginable en las circunstancias que eran las de entonces, a saber la mediación vaticana, léase de un Vaticano y de un pontificado, el de Pio XII, a merced de los vientos de la guerra -que había tenido en Italia uno de sus principales campos de batalla-, en plena restructuración y sujeto por entonces a una abrupta por no decir brutal reorientación, tras la caída del fascismo, y en el que sobresaldría el protagonismo -de figura clave de la curia a partir de entonces, del sustituto a la secretaría de estado en aquellos momentos cruciales, Monseñor Montini, futuro papa bajo el nombre de Pablo VI en años coincidentes con la fase final del régimen de Franco.

Una tesis de la que estoy pleamente convencido y que vengo defendiendo en mi blog lo mismo que en mis reciente libros. La insinué (no más que eso) en un simposio histórico al que asistí en el 2009 en Madrid, en presencia de Pio Moa, uno de los intervinientes en el certamen, que me la negó en rotundo (en uno de los turnos de preguntas y respuestas) Sin duda que era pedir demasiado al historiador revisionista que habrá venido sosteniendo la tesis -un tanto surrealista- contraria a la que yo defiendo, a saber que España figuró entre los vecedores del 45 (aunque en Nuremberg, quepa de inmediato apostillar hubiera parecido más bien lo contrario)

Como sin duda sea mucho pedir también el exigir una revisión de tamaño calibre en sus posturas al célebre historiador norteamericano. No importa, el acto de ayer se merece mi aplauso total y me parece de la mayor transcendencia y significación en la medida que viene a testimoniar -de forma oficial- el despertar que parece estar produciéndose las horas que corren en los ámbitos castrenses de reacción (y repulsa) a la ley de la memoria histórica y al clima de crispación y de enfrentamiento que aquella habrá venido sembrando y propagando los últimos años en la la sociedad española.

Tanto más significativo si se tiene en cuenta que ello viene a producirse cuando se cumplen ochenta años del estallido de la guerra civil y llevamos ya otros tantos (casi) en simultáneo, de un proceso de desnazificación o de desfascistización (o desfalangistización) que fue sin duda la imposición principal de los aliados a Franco y a su régimen, en las clausulas (secretas o discretas) del acta de de rendición que se produjo entonces (con su calendario y hojas de ruta correspondientes por supuesto) y que se tradujo sustancialmente en la des-mi-li-ta-ri-za-cion del régimen (como lo tengo ya apuntada en estas entradas) léase de neutralización rampante de una institución castrense en la que los aliados no dejaban sin duda de ver un enemigo potencial, en la medida que no dejaría de ser (hasta hoy) heredera del Ejército de la Victoria (y de la Cruzada)

Memoria histórica de la guerra civil del 36 (léase del lado de los vencedores) Una memoria sustancialmente castrense conservada y salvaguardada en una institución, el ejército español, guardián y custodio único de la Memoria en la hora presente frente a la dimisión de la Iglesia que selló un pacto de olvido -de su pasado y del de los pueblos católicos y de sus tradiciones- con las grandes potencias vencedoras de Yalta, en el concilio vaticano segundo

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