miércoles, noviembre 18, 2015

ALBERT RIVERA SE DESTAPA (DE NUEVO)

La primera impresión es la que cuenta, reza un viejo proverbio que muchos llevamos anclado en lo más hondo. Y a mí desde el principio Albert Rivera, su persona como su partido, me parecieron fatalmente asociados de una manera u otra al clima y al espíritu de indignación -y de trangresión, pública como privada- que (como una epidemia invisible) propagaron por España entera los indignados del 15-M. Y reforzaba mi impresión el detalle –todo menos anodino o anecdótico- que acompaño su irrupción fulgurante en los medios y en la palestra de la política española, semi desnudo –tapándose a penas los genitales con las palmas de la mano- en la portada de una publicación impresa, en lo que curiosamente fue una de las formas de protesta privilegiadas por los indignados, o si se prefiere, por una ristra de iniciativas o movimientos o asociaciones que surgieron a la sombra y al socaire del 15-M, de desnudarse en señal de protesta en la via publica delante de edificios o de organismos estatales, o asomados a balcones o a terrazas a la vista del publico transeúnte o circundante (en unos comportamientos rayanos en el más descarado exhibicionismo) Un indignado más o menos entrado en razón (o en vereda), que no sabe muy bien a donde va, ni a donde nos lleva, Albert Rivera. Como lo prueban sus tergiversaciones –y sus renuncios- en el tema de la Memoria Histórica, y de la guerra civil española
¡Acaba por arreglarlo Albert Rivera! Si no me asaltaban las dudas lo bastante en su partido e incluso en su propia persona, ahora me veo ya sumergido en un mar de ellas tras las declaraciones que acaba de hacer comprometiéndose a reanudar las exhumaciones –de la guerra civil- si es elegido presidente (horresco referens)

“Un país se mide por la dignidad con la que trata a sus muertos", es la glosa que le haba merecido al dirigente de Ciudadanos el tema, permitiéndose a continuación una comparación (odiosa) –y a la vez exquisitamente “correcta”- con los Estados Unidos y el cementerio de Arlington construido durante la guerra civil americana.

Un sofisma de guerra de propaganda, como tantos otros, lo primero, y una comparación (odiosa) no/pertinente en modo alguno, lo segundo. La guerra civil americana pertenece al pasado, como lo recordaba Stanley Payne (fuera de toda sospecha) en uno de sus estudios sobre la guerra civil española.

 En España en cambio –como el insigne historiador norteamericano parecía admitirlo en aquel estudio- seguimos con la guerra civil a cuesta desde hace setenta, setenta y cinco u ochenta (y tantos) años, como ya lo dejé sentado en mi libro “Guerra del 36 e indignación callejera”, y como lo ilustra el caso que le pilla a Albert Rivera no cabe más de cerca de la situación por la que atraviesa las horas que corren Cataluña, que en el libro que acabo de terminar, de próxima aparición, analizo –pruebas al canto de todo tipo- como un nuevo episodio de la guerra civil interminable de los ochenta y tantos años.

Y mientras esa situación dure, las exhumaciones no pueden ser vistas más que como lo que fatalmente están llamadas a ser, meros actos de revanchismo y de guerra civilismo –rayanos en lo sedicioso- y tentativas de crear conmoción social, como se puso de manifiesto los años de la era Zapatero, cuando a diario nos tiraba a la cara –en primeras páginas de los medios y en la vía pública si se presentaba- tibias, perones, calaveras y esqueletos, a la otra España, léase a esa media España –o mitad mas uno (y dos)- que los herederos de la memoria de los vencidos seguían tratando –igual que lo hicieron sus antepasados- en plan beligerante, como enemigos.

Mariano Rajoy declaró hace unos días que no hay un debate social importante en la sociedad española sobre memora histórica, a una interpelación en público de por qué su partido no había abrogado al ley funesta. Y cabe a fe mía retorcer perfectamente su argumento, en contra de las exhumaciones que reivindica –y promete- ahora Alberto Rivera.

¿Donde está ese clamor popular para que se dé de nuevo arrancada a campañas de exhumaciones y desenterramiento? Que eso es lo que parece dar a entender Albert Rivera que sin embargo no sabe más que echar mano de un video polémico y guerra civilista en extremo de unos pedidos de exhumación del Valle de los Caídos que llevaban haciendo la ronda de los medios –y de los tribunales- desde los tiempos de José Luis Zapatero, buscando sacar de la basílica, donde se encuentran (bien) enterrados, los restos de dos combatientes (dos) del bando de los vencidos que lo fueron allí sin el consentimiento (¡ay por dios!) de sus familiares.

En lo que cabe ver un acto de beligerancia, de guerra civilismo, y de pretender seguir marcando distancias entre los unos y los otros, entre buenos malos y entre vencedores y vencidos –que me diga entre vencidos/ganadores y vencedores/perdedores por cuenta de la democracia, en resumidas cuentas.

Como se podrá observar pues, las bombas de relojería del la ley funesta siguen con sus tic tac, que esa es la auténtica significación –de amenaza guerra civilista- que hay que dar a ese eslogan tan manido y tan mimado por los de Podemos (y asimilados) Y en esas circunstancias me voy a permitir aquí, rompiendo el mutismo (relativo) que observé hsta ahora sobre el personaje, echar mi cuarto a espadas y dar mi opinión franca y sin tapujos sobre Albert Rivera.

Albert (o) Rivera es en la política español los tiempos que corren, el “tapado” (o lo parece), que se diría en lenguaje electoral mejicano, de los tiempos del PRI, en alusión a uno de los candidatos presidenciales del que ya se sabía desde la noche de los tiempos que iba a ganar unas elecciones determinadas –a la presidencia de la >Nación- aunque su identidad solo se hiciera pública a última hora, al inicio de la campaña. ¿Tapado de quien, Albert Rivera? ¿De la Iglesia (santa/madre), de la prensa global, de los sabios que dirigen o controlan el planeta?

No creo en las meigas pero hay las, y a riesgo de verme acusado (otra vez) de conspiracionista me haré eco aquí de una informaciones que dan cuenta que el líder de Ciudadanos se vio invitado el pasado mes de junio a las reuniones del grupo Bilderberg –que se celebran periódicamente en la localidad balneario suiza de Davos, cantón (oriental) de los Grisones, en alemán Graübunden. Tampoco fui nunca aficionado a relatos de suspense –o de política ficción- como los que inspira de antiguo a tantos ese foro o club tan emblemático de las altas finanzas y de las altas esferas de la política internacional en el que algunos ven un embrión o un tentáculo apenas del gobierno/mundial (que nos gobierna)

Y eso explique tal vez sin necesidad de mayores abundamientos la postura vacilante, lo menos que se puede decir, de Albert Rivera y de su partido en el tema en ascuas de la memoria y de las exhumaciones, que ahora parece, en un giro visible en sus posturas- querer reforzar o endurecer después de haberle visto tergiversar no poco hasta ahora en la materia, haciendo últimamente el juego al mismo tiempo a las nuevas candidaturas emergentes desde las últimas elecciones municipales o a mayorías opositoras en temas de guerra civilismo, como aquí ya lo dejé sentado en una reciente entrada.

Pero voy aquí permitirme una hipótesis más atrevida, a título suplementario y al hilo de las reflexiones que me habrá inspirado la redacción de mi último libro (sobre Cataluña) Y es que esa revancha de los oriundos (sic) a la que asistimos en el actual proceso secesionista en curso en Cataluña, que denuncio en mi obra de ubicación inminente –léase de los descendientes de inmigrantes instalados en la región catalana en la década de los cincuenta y de los sesenta- es difícil no ver en la emergencia (tan fulgurante) del partido de Albert Rivera un fenómeno colateral o una mera secuela del mismo.

Hablan (y escriben) castellano –ma non tropo cuando no hay más remedio (casi)- pero no hay razones, o nos dan motivos ninguno en cambio para que no veamos en su castellano parlancia y en su bilingüismo sin reproche más que una supervivencia a penas de una memoria -en castellano- de los vencidos de la guerra civil (del 36) que es lo que arrastraban mayoritariamente los protagonistas de la corriente de éxodo rural aquella (de los cincuenta y de los sesenta) mayormente procedentes de Andalucía en unas proporciones abrumadoras, y que son ahora –a sus descendientes me refiero- los que estén ejerciendo el mayor protagonismo en la dinámica secesionista a la que asistimos en Cataluña.

Lo que explicaría de suyo la actitud vacilante y contradictoria de Ciudadanos y de su líder en memoria histórica y en otras muchas cosas. ¿Una Cataluña antigua, auténtica y señera acaso la que reivindica el movimiento independista, o más bien “la novena provincia de Andalucía” –como se decía en los años setenta- de todos los vencidos (en el Sur de España) de la guerra civil interminable y sus descendientes?

Eso explica muchas cosas, como el que hayan acabado dejado caer como un chivo expiatorio más, al antiguo “president” Pujol, símbolo inmarcesible de una Cataluña anti-inmigrante y anti-charnega (y con perdón) Como un nuevo Kosovo –¿la soga en casa del ahorcado?- en versión ibérica, esa Cataluña de intrusos –catalanes (payeses) o no catalanes- lampando por la “independencia”

Y esa es la baza desde luego que a todas luces está jugando ahora el presidente felón, en una tesitura análogo a la de su predecesor Companys que se echó en brazos del anarquismo en los inicios de la guerra civil española. Piense lo que piense la secesionista charnega, que le reivindica ahora de forma tan fanática y sin consenso alguno.

Y en esa dinámica guerra civilista y secesionista, el partido de Albert Rivera -en el que coexisten (en cohabitación forzosa) blufs mediáticos o publicitarios y autenticas promesas- se ve fatalmente condenado a nadar y a guardar la ropa, y a tergiversar como regla de conducta. Tal y como lo vienen haciendo en el tema de la memoria.

La Unión Europea no permitirá el surgimiento de un partido anti-mundialista (sic) en España, habría declarado el PSOE Javier Solana, antiguo secretario general de la OTAN, conforme a las informaciones recogidas mas arriba, e invitado (de rigor) a las reuniones del célebre foro mundialista. Quien avisa no es traidor.

Y está claro que la guerra civil española –léase la memoria de los vencidos del 36- que, parafraseando lo leí no hace mucho en el País, es para los cerebros que gravitan en esas reuniones mundialistas en la cumbre, una especie de marca/España a escala del planeta, es pues por víaa de consecuencia, algo fuera de discusión o de compromiso, por mínimo que fuera.

Y parece que Albert Rivera tras su llegada (estruendosa) al Olimpo de los dioses se habrá aplicado el cuento a toda prisa

2 comentarios:

Anónimo dijo...

http://uraniaenberlin.com/category/gladio-falsas-banderas-en-europa/

Anónimo dijo...

http://www.felipebotaya.com/