sábado, noviembre 21, 2015

TIC TAC PARA EL CALLEJERO FRANQUISTA

No era la vía del mestizaje (sic) o de la hibridación (sic) como ciertos críticos actuales –y políticamente correctos- de la célebre pieza de Eduardo Marquina (1910) asi lo califican, la que escogía el capitán de Flandes decidiendo quedarse –y no volverse- tras la paz de Westfalia. Por fidelidad a la voz de la sangre que nos liga a los destinos de Europa, y a nuestras raíces europeas. Y asumiendo así heroicamente el peso de una derrota, como la que nos sigue oprimiendo a los españoles setenta años después sin darnos siquiera cuenta
Tic tac para el callejero franquista: en Chamartín, en Ciudad Lineal y en la Latina –barrio de Aluche-, a través de plenos consistoriales donde se impone fatalmente la (exigua) mayoría PSOE- podemistas, conseguida en las elecciones del pasado mes de mayo, lo que habrá sido dirimente en el caso de Chamartín, un distrito –del Madrid Norte, del Madrid de barrios/altos (los madriles de derechas)- donde la derecha anti-PSOE y anti-Podemos obtuvo más del cincuenta por ciento de los votos, pero a pesar de eso va a ser el tragalá (tan hispánico, y tan nuestro)

En algún foro digital, en uno en concreto de significación ideológica carlista tradicionalista me echaban en cara ya hace algún tiempo el haberme ido de España, como una deserción o algo así, parecía verlo mi (joven) acusador. Emigra pero no te exiles, decía Ridruejo en cambio a uno de sus amigos (y camaradas)

Y en un artículo difundido por el centro virtual del Instituto Cervantes sobre la pieza teatral “En Flandes se ha puesto el sol” (1910) de Eduardo Marquina -que me habrá servido a la preparación de mi libro (acabado de terminar) sobre Cataluña de próxima aparición- se debatía la antinomia siempre irresuelta de la patria heredada versus la patria creada o (libremente) escogida, entre las que Marquina no se atrevía o no podía o no quería zanjar, su personaje interpuestodel capitán de Flandes entre él y el público asistente a la representación de la obra.

Y me siento un poco retratado en aquel dramaturgo español hoy tan olvidado tras llevar ya casi treinta años en Bélgica. Siempre dije en privado –y con escasa beligerancia no obstante o muy leve- que prefería Bélgica a sus habitantes. Hoy ya no me atrevo a decirlo. ¿Un punto crítico el que estoy alcanzando de empatía y de compenetración (espiritual) con un país, una población que me dieron acogida nolens volens y no me expulsaron manu militar o cerrándome puertas como me sucedió en otros sitios (aunque tampoco me abrieran muchas, eso es cierto)?

Recuerdo que estando en Madrid en los meses que viví en el domicilio de mis padres tras mi salida de la cárcel portuguesa, entre junio del 86 y el mes de marzo -el 11 de marzo precisamente (…)- del 87 cuando di el salto hasta hoy de España a Bélgica, me llego una resumen de revista de prensa (francófona) que el editor suizo de Lausanne, de mi libro “le Fou de Deu” (el loco de Dios) –un título que hoy me confunde un poco lo confieso (ma non tropo) y que no obstante asumo-, me mandó de comentarios periodísticos a aquél, en la que me vi agradablemente sorprendido por los juicios clementes e incluso benévolos de los periódicos belgas (francófonos) comparativamente al tono generalizado –resueltamente hostil y denigrante- del conjunto de los ecos periodísticos sobre mi libro en los demás países de francofonía.

¿Simple coincidencia? ¿Eso , como el hecho de haber acabado fijando mi destino durante casi treinta años- en un país en el que nada me llamaba a fijarme, donde nunca antes había puesto el pie, donde no conocía nadie, donde podía esperarme una recepción tan fría u hostil como otros países por donde transité el tiempo aquel? Hoy acabo rindiéndome a la evidencia que era todo menos una simple casualidad aquella.

La voz de la sangre que nos liga a los destinos de Europa (José Antonio Primo de Rivera), a su presente como a su pasado, y que nos une en particular a Bélgica y a los españoles, más allá de leyendas negras (tipo kermés heroica)

¿O acaso la convicción en la que habré acabado instalándome, que dejéde una vez –de pronto, de golpe como de la noche a la mañana, sin verlo venir, sin esperármelo, por ciertos sucesos de los que habré sido (inopinadamente a la vez) testigo y parte estos últimos tiempos- de ser un extranjero para las gentes que me vienen rodeando en mi país de adopción (durante ya veintinueve años)?

Lo uno con lo otro, no me lo quita nadie de la cabeza. Y me siento más unido si cabe a mi país de adopción, ante noticias como las que comento en cabeza de este artículo que no hacen más que ahondar la fosa agravar y acentuar la sensación de extrañamiento de mi propio país de origen, de la ciudad donde nací y crecí, viendo cambiar irreversiblemente su fisonomía urbana en mis regresos fugaces e intermitentes desde hace ya tanto, en el callejero y también en el estatuario monumental de la Villa y Corte. ¿Hasta donde irán?

El que esto escribe nació y creció en la madrileña calle de Donoso Cortés (barrio de Argüelles), cuánto irá a durar ese rótulo callejero de un político y escritor tan redomadamente reaccionario y anti-liberal –a sus últimos años me refiero- antes de verse sustituido o remplazado o suplantado por otros de la corriente políticamente correcta, léase los doceañistas, los republicanos del XIX, y los vencidos del 36 en el siglo XX. Habas contadas, como se verá.

O si no, acabando por suprimir la historia de un plumazo –que es lo que viene a hacer en definitiva la ley de la memoria histórica- y convirtiendo los callejeros de nuestras ciudades en paisajes lunares o marcianos, o como en ciertos barrios de las grandes megápolis numeradas y deshumanizada.

Desde luego, que nadie se lo tome a mal, pero me siento mucho más cerca de no pocos belgas con los que convivo hace ya tanto, que de esos compatriotas –de allí o de aquí (de España o de los de la emigración de los sesenta en Bélgica me refiero)- de los que no puedo verme libre de la sensación a fe mía inhóspita e inconfortable que siguen empeñados en tirarme los muertos a la cara, ellos y sus descendientes, como lo hacían anteayer con Bertín Osborne en el programa donde le acorralaron. ¿O tal vez que todo sea una impresión mía apenas fruto de las lejanías? Lo dudo.

La calle del general Goded del barrio de Chamberí –que me viene de pronto a la mente no sé por qué-, se vio rebautizada en los os tiempos del viejo/profesor o de su sucesor, no recuerdo- por el nombre del general Arrando, sin duda un republicano decimonónico (arrepentido), no menos homónimo (¿y familiar del anterior también?) de un militar destacado -comandante e la Guardia de Asalto en Barcelona en julio del 36- del bando de los vencidos. No creo en las meigas pero hay las. Aquí en Bélgica como sea tengo la ventaja de sentirme más libre a la hora de llevar la crónica de la guerra civil española interminable.

Un acto de patriotismo se me reconocerá, no menor que si hubiera consentido vivir en España tragando con carros y carretas y teniendo que esconder ideas y principios y valores e ideales debajo de la cama o bajo tierra. ¡Ah! y una cosa muy importante, la lengua, el idioma, que es la patria de los expatriados, algo en lo que no transigí ni nadie mese me obligó tampoco a hacerlo en los años que aquí llevo. ¿Más españoles que yo –pese a mi bilingüismo en la vida cotidiana -todos los castellano parlantes (de origen)  -o bilingües, carlistas muchos de ellos nota bene- que vienen soportando sin rechistar el trance de la normalización lingüística en Cataluña (desde hace décadas)?

Escribo y pienso (mayormente) en mi lengua materna, que es sin duda el cordón umbilical que me liga a mis orígenes. El monologo interior –en mí, mayormente en castellano- es el espacio interior de identificación como dirían los filósofos y lingüistas, o en otro términos, la patria interior de un expatriado, léase de un trasterrado, una palabra que voló hace siglos de mi universo mental- y que habré recuperado no hace mucho al cabo de mi odisea.

Trasterrado, sí -como lo fue por ejemplo el general Cabrera-, haciendo patria fuera y enriqueciendo mi lengua materna al contacto de otras lenguas (señeras) Ni traidor ni descastado pues -ni desterrado tampoco-, ni renegado , ni primo o pagano de una derrota mundial que no viví ni acepté. Semper idem. Ni degradado ni desclasado

1 comentario:

Anónimo dijo...

la prensa en general no ha publicado los rostros de las cien personas asesinadas en la discoteca de propiedad judea en la que cantaba música satanista de Hard Rock "KISS THE DEVIL"
www.klypeus89.blogspot.com