martes, noviembre 10, 2015

¿Y EL REY?

Sátira catalanista de principios del siglo XX. La sátira mordaz -y cobarde y alevosa- fue arma predilecta del separatismo catalán, como lo fue de los protestantes de los Países Bajos del tiempo de las guerras de Flandes. A unos y otros acabó atragantándoseles la risa. “Con la llegada de los españoles –reza la divisa de Leyenda Negra- en Flandes se dejo de reír” Mutatis mutandis, lo mismo iría a ocurrir –siglos después- en Cataluña. ¿La historia se repite?
¿Y el Rey? La pregunta que está empezando a convertirse en una obsesión en algunos (entre los que me encuentro) Me he estado viendo o visionado el video de la ultima entrega de Federico Jiménez Losantos, en su programa habitual, donde con el gracejo y talento mediático que le caracteriza brinda a sus oyentes y lectores un análisis de la situación que falla o peca (gravemente) por omisión, como suelen pecan los análisis de esa derecha critica, desde Jiménez Losantos pasando por José María Aznar hasta Cayetana Álvarez de Toledo.

La pasividad y la inacción (aparente al menos) de don Tancredo tiene algo de desesperante para el español medio –como una sesión de tortura interminable-, eso es cierto, pero hay un silencio más obsesionante todavía. Cataluña puede que no sea tal vez –como no lo era España- un “problema” pero la situación por la que atraviesa y que arrostramos todos los españoles, catalanes y no catalanes las horas que corren, no deja de ser el problema número uno de la sociedad española y del estado español y de sus representantes las horas que corren, y todos –digo bien todos- tenemos perfecto derecho sin incurrir en actitud sediciosa de ninguna clase a un mensaje, a una señal, a un guiño aunque solo sea del titular de la magistratura suprema de la Nación en estas horas graves marcadas por la incertidumbre.

Y ese silencio –a medida que se iría prolongando- nos reafirma en el derecho a pensar mal, a saber, que nos encontremos ante una política de hechos consumados con la finalidad exclusiva de ganar tiempo (una vez mas), léase con el propósito de ir acostumbrando a la opinión pública y al conjunto de la sociedad española a lo irremediable, lo que vendría a confirmar las peores previsiones de los agoreros, que nos ven condenados –como no dejan de proclamarlo- a unas perspectivas angustiosas, desesperantes de futuro, impuestas desde lo alto -y sin duda también desde fuera de España- y que contemplarían una especie de commonwealth a la española –¡tremendo ultraje!- en donde Cataluña vendría a ser algo así como el Canadá y para más inri como el Quebec también –que está ya evocando (lagarto, lagarto!) la alcaldesa Carmena-, me explico, donde los autonomistas vendrían a serlo los españoles (o españolistas) de Cataluña frente a un estado/soberano o una nación independiente dentro de la nación o Commonwealth de naciones (léase la UE) –que me diga, de las Españas- en manos de los catalanistas, y viceversa.

La votación de hoy en el parlamento catalán puede que no sea tal vez -en la opinión al menos de algunos politólogos o comentaristas-, una afrenta a la Corona, no deja de serlo (y grave) a España y al conjunto de los españoles. Cabe (tal vez) no obstante una interpretación o análisis alternativo al que se permite Losantos, y es el que el jefe de gobierno este preparando (maquiavélicamente) “su” jugada maestra, el golpe de tuerca o de manivela providencial que le permiten sus atribuciones, ahora que los secesionistas han cumplido (empezado a cumplir que me diga) sus amenazas, confiado plenamente –lo uno conlleva lo otro y viceversa- en que goza del beneplácito y del apoyo incondicional del soberano.

Un acto de fe –como un sentimiento de fe religiosa (se me reconocerá)- que tal vez se le pueda pedir al jefe de gobierno y a su inmediatos subordinados los señores ministros, pero al que a lo que no nos sentimos obligados los ciudadanos de a pie, ni debe sentírselo el mas humilde tampoco de los súbditos del monarca reinante.

Esperamos y deseamos que esta farsa se acabe cuanto antes por el bien de todos. Antes de que desemboque en otra tragedia, como lo ocurrido en Barcelona, en diciembre del 35 –a pocos meses de estallido de la guerra civil- cuando se estrenó (con éxito apoteósico, surcado de los más negros presagios) la pieza de Lorca “Don Rosita la soltera” que el público barcelonés aplaudió a rabiar.. ¡Cuánto se reiría los catalanistas con esa farsa anti-andaluza y en fondo anti-española! El que ríe el ultimo ríe dos veces dice el refrán, y aquí todos ya saben cómo terminó la película.

Que los secesionistas respondan pues por su actos, colectivamente léase por las vías que permite la constitución (a saber la aplicación (¡ya!) del articulo 155), e individualmente también con supuesta a disposición de los tribunales, de sus principales responsables, a comenzar por el presidente felón y Forcadell Luis, la pasionaria charnega (a medias, aunque lo disimule)

Y que el gobierno español por una vez, de la impresión de adoptar una política de firmeza de cara a los traidores fautores de secesión, y de cara igualmente al areópago de la política internacional –de la UE y no sólo-, y de contar para ello con el ap6yo incondicional del monarca reinante.

Y si el milagro no se produce, entonces empezar a razonar –y a actuar- todos en consonancia

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