viernes, septiembre 05, 2014

IGLESIA CATALANA Y LOS FALANGISTAS

El cardenal Tarancon fue muchos años durante el franquismo feliz precedesor en Solsona del obispo que acaba de tirarse ahora al monte apoyando públicamente el referendum separatista. ¡Lagarto, lagarto!
El obispo de Solsona –de visita (nota bene) no hace mucho en el santuario de Torreciudad (del Opus Dei)- dice ahora digo donde dijo Diego y apoya abiertamente el referéndum secesionista en Cataluña. Con la iglesia nos topamos de nuevo querido Sancho. Aquí hice público hace dos días mi alejamiento de la España en Marcha, lo que se llama el adelantarse con el portazo antes de que no me lo den ellos (…) Un veto de raíz (última) eclesiástica –¿marca Opus?- a no dudar en el origen del boicot del que me sentí de pronto objeto de parte de esa plataforma con la que viajé a Montjuich el pasado mes de octubre y con la que me había solidarizado anteriormente sin reservas con ocasión del acto de protesta en la librería Blanquerna –va a hacer ahora un año- y que me costó que se me diera de baja en la blogosfera de Periodista Digital (sin explicación alguna aparente)? No creo en las meigas pero hay las. Es de extrañar desde luego que esa plataforma tan activa y tan sensibilizada en el tema del desafío y de la amenaza separatista no haya denunciado nunca hasta hoy ni en términos velados tan siquiera la responsabilidad enorme que la iglesia catalana y por extensión la iglesia española y sobre todo el vaticano arrastran en el reproducirse las últimas décadas del tumor secesionígena catalanista. Tales aguas tales lodos.

Aquí ya mencioné el caso del cardenal Vidal Barraquer primado (oficioso) del Vaticano en España durante los años de la Republica, que había hecho casus belli de la predicación en catalán desde los púlpitos contra la Dictadura del general Primo de Rivera y bajo los auspicios del cual inició su carrera eclesiástica –en puestos directivos desde el inicio de la iglesia española- el (funesto) cardenal Tarancón, predecesor –los años del franquismo feliz- del obispo que se tira ahora al monte en la diócesis de Solsona.
Los de la TFP (versión española) se insurgieron moderadamente (y dentro de un orden) frente a la conmoción inegable que produjo entre la opinion pública y en la actualidad política o político/religiosa de la España de entonces la Asamblea Conjunta de Obispos y Sacerdotes patrocinada por el cardenal Tarancón (septiembre del 71)  Hoy pienso que la frase aquella que tanto nos escandalizó e indignó a algunos de "pedir perdón porque la iglesia no habia sabido ser ministro de reconciliacion en el seno de un pueblo dividio por una guerra entre hermanos" (y cito de memoria, desde entonces) escondía un fondo de verdad, pero no dejaba de ser menos hipócrita y capciosa, en la medida que el efecto de las palabras aquellas en el contexto de entonces era el venir a echar leña al fuego , no a reconciliar, si no a encizañar y a encismar más que a otra cosa. Como ocurriría décadas después con la ley (funesta) de la Memoria que la iglesia española también patrocinaría, a su manera
¿Me equivoqué, vi fantasmas donde no los había, arremetiendo contra la política de la iglesia española en aquellos años del tardofranquismo tardío ya tan lejano en el tiempo? Errare humanum est, pero cuarenta años después sigo (grosso modo) en mis trece. La política religiosa del Vaticano en España o la fatalidad judeocristiana en nuestra historia. Algo así atisbó y denunció Rafael Sánchez Mazas en su libro prohibido (de 1932) y más de ochenta años después la historia se diría que le da la razón, o en otros términos, que se repite.

Tarancón, Vicente (Cardenal) Enrique y Taracon como él firmaba –muy eclesiástico, y muy coqueto- sus pastorales incendiarias y sus cartas abiertas a los medios en los últimos tiempos del régimen de Franco fue para mí una verdadera obsesión a mi paso por la Universidad –sobre todo en su fase final-, hasta el punto que no se comprende nada de mi trayectoria posterior si no se tiene en cuenta esa pasión anti-clerical tan incandescente (de raíz ideológica) que germino entonces en mi por cuenta sobre todo del que algunos –muchos, pocos- empezaron a llamar a raíz sobre todo del asesinato del almirante Carrero, el Cardenal rojo, mano derecha del papa Montini en aquella fase crucial del largo proceso de la desnazificación española (iniciada tras la terminación de la II Guerra Mundial en el 45)

Y a fe mía que sigo pensando tantos años después que el cardenal Tarancon fue el verdadero artífice del barrenado del régimen anterior mucho más que la oposición democrática o la de extrema izquierda (comunista, en las coordenadas y parámetros de entonces) Y en las historias o análisis históricos de la Transicion ese factor tan crucial brilla por su ausencia en la medida sobre todo que en ellos se hace -como por una petición de principio o postulado inamovible- crasa abstracción del factor eclesiástico (de orden, confesional o político) Lo que Rafael Sánchez Mazas a las ancas de Maurras llamó la “política religiosa”, en la historia de España contemporánea, léase la burda injerencia del Vaticano en nuestros asuntos internos por pura y exclusivamente política que fuera la índole de los mismos.

Como lo ilustra flagrante un sesudo –e interesante- y documentado- estudio al que aquí hice alusión en uno de mis artículos recientes. En realidad, el cardenal rojo no era más que el brazo derecho del Nuncio de su Santidad y del papa reinante entonces, Pablo VI –que le nombró Cardenal arzobispo de Madrid (venciendo muchas presiones de orden político sin duda alguna) Mis berrinches político eclesiásticos de entonces tenían pues doble destinatario, no es óbice que el cardenal primado se llevaba la palma de mi inquina frente al papa Montini por una razón de simple distancia, geográfica y a la vez psicológica. Tarancón había sido además un obispo del régimen. Y había sido antes de eso un hombre de confianza del Vaticano y de sus correas de transmisión de la Iglesia española durante los años de la República cuando tanto el pontífice entonces reinante como los obispos españoles habían intentado un compromiso histórico con el régimen republicano –a imagen y semejanza del que regía en Francia y en otros países católicos de idéntico régimen político- que acabaría saltando en pedazos al estallar la guerra civil.
Visita del papa Wojtyla a Nicaragua -escenario desde hacía unos años de una revolución cristiano/marxista (y mestiza) de gran carga incongrafica a escala planetaria- en marzo del 83. Del consenso unánime de observadores y comentaristas (y vaticanistas) aquella visita marcó un antes y un después en aquel pontificado y en sus (grandes) orientaciones politicas. A los ojos de muchos -fuera verdadero o cierto- el papa polaco dejó de "coquetear" (abiertamente) con el rojerio internacional precisamente entonces ¿Nada que ver con mi gesto de Fátima diez meses antes? Una pregunta que les hago a bocajarro a mis antiguos amigos (y camaradas) falangistas
Tarancón fue un hombre de confianza de Vidal y Barraquer que le ordeno a él sacerdote –tras su paso nota bene por la diócesis (catalana) de Tortosa dependiente de la archidiócesis de Tarragona durante el mandato de aquél- que acabara convirtiéndose en uno de los enemigos principales (y más influyentes y poderosos) del nuevo régimen. Un valenciano –de Burriana (Castellón)- por razón de sus procedencia geográfica, el cardenal Vicente Enrique y un catalán (de pura cepa) en cambio en el plano eclesiástico lo que explica todo o casi todo de su (brillantísima) carrera eclesiástica antes y después de estallar la guerra. En Madrid, durante los años de la República, Tarancón fue un emisario obediente en el seno de la Acción Católica –y de la tribuna periodística de esta, “El Debate”- de Vidal y Barraquer que reivndicaba por su cuenta y un poco a espldas del Vaticano eltitulo de sede primada de España para su arhcidióceis de Tarragona. Y después de la guerra ese pasado de Trancón, amén de su paso (longevo) por una diócesis catalana, la de Solsona, tras verse nombrado obispo- influyeron grandemente sin duda en una carrera que se vería coronada con los más altos cargos y dignidades eclesiásticas con pocos paragones –por no decir ninguno- en toda la historia de la iglesia española contemporánea.

Tres momentos (tres) en la trayectoria del cardenal Tarancón quedarían graba das de forma polémica y bajo el signo de la discordia en la memoria colectiva de los españoles, católicos (de nacimiento) den su inmensa mayoría. El primero, que viví de cerca por encontrarme entre la pequeña muchedumbre que asistía al acto en las inmediaciones- lo fue el funeral por Carrero a la salida del cual el Cardenal –tras de que uno de los asistentes, el ministro de Educación de entonces, Julio Rodríguez –“bestia negra de los indignados (universitarios) de mi época- le señalase a cierta distancia con el dedo a la salida del templo, al grito de “¡este es el culpable!”- fue abucheado a gritos de “¡Tarancón el paredón!” que se oyeron por primera vez entonces –y que a fe mía que no proferí yo mismo pero que tampoco condenaba en mi fuero interno, eso también es cierto- y que se convertirían en eslogan habitual en ciertos medios los años que se siguieron.

El segundo, dos años después, lo fue su envolvimiento (más o menos directo) en el escándalo protagonizado (en 1975) por el obispo de Bilbao ante lo que el régimen quiso expulsar de España y que el Vaticano y su fiel correa de transmisión amenazaron con excomulgar a Franco en persona. El tercero –que a mí ya me pillo lejos de España en todos los sentidos- lo fue su homilía durante la ceremonia de consagración (y no coronación) del nuevo monarca en noviembre del 755) que me releo ahora y en la que afirmaba que “la iglesia no era una ideología política”, lo que ni entonces ni ahora se entiende bien, o acaso esa profesiones de fe democrática tan proverbiales en eclesiásticos –hasta en la misma cúpula vaticana- desde los tiempos de concilio no tienen nada de ideológico (…) El cardenal Tarancón no hacia así no obstante así mas que justificar “a posteriori” su desenganche –el de la iglesia española y el suyo personal también- del régimen anterior, en un paso obligado y de la mayor trascendencia dentro del proceso de desnazificación del régimen que se seguía con aval eclesiástico y bajos los auspicios y la vigilancia directa del Vaticano y de la Nunciatura y de la cúpula de la Iglesia española desde el final de la Segunda Guerra mundial como ya tengo dicho.

Otro momento en la trayectoria del cardenal Tarancón de mayor importancia para mi si cabe en la medida que lo protagonicé no cabe más directamente lo fue un “acto de afirmación de la fe católica” celebrado en la madrileña Chopera del Retiro (en octubre del 71) que un grupo de amigos junto con el que esto escribe y por iniciativa mía (para ser exactos) reventamos desplegando en el momento que el cardenal rojo tomaba la palabra –antes de que nos la echaran abajo sin contemplaciones policías de paisano dispersados entre los asistentes (…)- una enorme pancarta atrás del todo entre la multitud congregada pero lo suficientemente cerca para que no se le escapase en modo alguno al interesado, con la siguiente letrero (en rojo) en letras bien grandes y visibles “¡Por la Unida y la Fidelidad a Roma! ¡No a la Asamblea Conjunta! ¡No a los falsos pastores!

Lo que en cierto modo y prácticamente sin tardanza vendría a desmentir esa misma Roma (pontificia) de la que tan fogosos (y tan ingenuos) yo y mis amigos nos proclamamos fieles devotos, y fue por la audiencia que concedería el papa Montini al cardenal español puesto en la picota por ciertos sectores políticos españolas, en primera pagina –el cardenal abrazado al papa entonces reinante- justo al día siguiente de la audiencia, en todos los medios españoles.

Lo que le explicará a algunos que cuando la homilía celebre de consagración del nuevo monarca me pillara a mí ya a años luz. Para entonces había yo dejado de ”odiar” Y era porque en mi fuero interno había tornado ya definitivamente la espalda a todo lo que aquel cardenal y aquella iglesia tan política –aunque no lo reconociesen- representaba. ¿Cayo (realmente) Tarancón en desgracia al final de sus días, bajo el nuevo pontífice Juan Pablo II? La leyenda (tenaz) perduraría, como fuera, hasta nuestros días.

Y a fe mía que no me parece descabellado el conjeturar que en ello de una forma u otra jugase un papel de factor operante –fuese cual fuese el orden de su importancia- mi gesto de Fátima –que alcanzó (nadie me lo negara) tanta repercusión en los medios- un año y pocos meses antes de la renuncia forzosa del cardenal y un año día por día antes de la visita del papa polaco a España que me pillaba ya preso en Portugal.

Justo a seguir, en marzo del 83, el papa polaco visitó la Nicaragua sandinista. Aquella visita papal marcó, como fuera, un antes y un después en la historia del pontificado anterior y en sus relaciones con el poder político. Y el impacto que mi gesto de Fátima tuvo en los medios y sin duda en la opinión colectiva y en sentir al interior de la iglesia española no fue ajeno a aquello, así lo pienso desde luego y que se piense de mi lo que se quiera. Por entonces nacería la leyenda del papa “facha” –por contraposición al papa anterior, un papa un poco/rojo para algunos- en algunos sectores, en particular (nota/bene) entre falangistas.

Como si el gesto (de protesta anti/pontificia) de tanto impacto en los medios de alguien que les había sido (política e ideológicamente) tan próximo –por más que se pusieran de perfil a mi respecto casi todos ellos (…)- les hubiese servido de un modo u otro de revulsivo. O les hubiera escandalizado o chocado en lo más hondo –sino a los reclutas de base si a los mandos o dirigentes (…)- para decirlo en claro y crudo. Pero a mí ya me pillaban lejos ya digo, tanto la leyenda como sus devotos. Papólatras y devotos/joseantonianos tan fervorosos ellos (…) Lo uno con lo otro, estaría bueno

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