Bombardeo (o "masacre") de la Plaza de Mayo, en el principio del fin del régimen del general Perón (primera época) El balance particularmente sangriento, fue de más de trescientos muertos y setecientos heridos. Perón caería tres meses más tarde, y sería interesante averiguar qué tipo de cobertura prestó la prensa española de la época a esos sucesos en los que desempeñó un papel y un protagonismo innegable la jerarquía de la iglesia católica argentina¿Tengo yo acaso un "problema argentino" como estarían tal vez tentados de hacérmelo observar algunos de mis lectores? A la medida o no menor -como quiera que fuese- del problema/español, con España su pasado y su presente que arrastran algunos -pocos, muchos- en Argentina. Y se me ha ocurrido deber plantearlo aquí ahora en público antes de ponerme a disertar del motivo directo o de lo que me habrá servido de acicate a la hora de ponerme a escribir de esta crónica, a saber, el acuerdo en Nueva York, entre los ministros argentino y español de exteriores por el que ambos países vendrían a aunar esfuerzos en sus respectivos contenciosos -con la Gran Bretaña de antagonista común a unos y otros- en el tema de Gibraltar y en el de las Malvinas.
Me fui de Argentina dos años y medio antes de que estallara el conflicto con la Gran Bretaña aunque ya se mascaba en el ambiente que las cosas podrían acabar degenerando de la forma en que lo hicieron entre los dos países, como estuvieron a punto de acabar, estando yo aún allí, en el tema del canal de Beagle, el contencioso histórico que enfrentaba a Argentina y Chile en el que los dos países acabaron aceptando la mediación papal del enviado de Juan Pablo II, el nuncio en Argentina Pío Laghi, de memoria discutida y controvertida en la medida que se ve estrechamente asociada en el recuerdo a las Juntas Militares y a la (llamada) "guerra sucia" (anti-terrorista) No conocí (bien) la Argentina, el tiempo que allí estuve tengo que acabar reconociéndolo (humildemente) O digamos que todo lo que viví y palpé y percibí allí lo sería bien de cerca, pero solo a través del balcón o del mirador que me brindaron (y permitieron) los amigos y bienhechores de la obra de Monseñor Lefebvre allí. Y por supuesto a través de los clisés o prismas ideológicos que eran los suyos y que sin duda me condicionaron en mi visión de lo que vi y viví allí aunque en mi fuero interno disentía no poco como lo prueba el que acabé dejando el país en señal de disentimiento precisamente con aquellos.
No me identificaba con ellos y con sus puntos de vista pero es obvio que influenciaron no poco los míos en relación con un país que no era el mío propio y que antes de llegar allí (hasta año y medio antes de decidirme a partir tras mi llegada) desconocía casi por completo. Y era en relación con la historia contemporánea argentina para comenzar que solo me sabía en retazos y de oídas también por los argentinos que conocí y traté estando allí o antes, viviendo en España aún. Y me refiero en particular a amigos argentinos o más exactamente españoles de origen, uno en concreto que había vivido y crecido allí, en Buenos Aires (en el céntrico barrio de San Telmo) - antes de regresar a España, que conocí ya en mis primeros tiempos de estancia en la facultad de Económicas, y al que conocíamos por "el Tacuara", por no hacer secreto ninguno desde el instante mismo que le conocí (y conocimos, yo y mis amigos) de haber militado en aquel movimiento nacionalista (argentino), de métodos de acción violentos no poco célebres y en torno al cual sigue gravitando un espeso tabú dentro y fuera de la Argentina.
Alberto Ezcurra, o el síndrome de la cárcel de Alicante transplantado del otro lado del charco. Primero (o segundo) jefe de Tacuara y discípulo del padre Meinvielle. Quien le había visto antes y quien le vería después. Cuando yo viví en Argentina -donde no le llegué a conocer (la verdad que porque no quise)- era ya un cura como dios/manda y en perfecta comunión con su obispo diocesano (estaría bueno) "Donde hubo nidos antaño no hay pájaros hogaño", debía decirse citando a Cervantes y evocando sus pecados (o locuras) de juventud, de cuando era jefe de Tacuara (...)La historia de Tacuara es más o menos conocida del gran público -sobre todo (lógico) en Argentina-, su prehistoria e infra/historia (como hubiera dicho don Miguel de Unamuno) lo son mucho menos sin duda alguna. Sobre todo por la ubicación forzosa que se merece en el contexto de la historia contemporánea argentina en el siglo XX y de algunos de sus principales capítulos relacionados con la figura del General Perón y de su régimen justicialista, de los que se destaca uno particularmente cruento y doloroso -y escasamente conocido nota bene de españoles- y es el de los sucesos y acontecimiento que inmediatamente precedieron a su caída. Y a titulo de botón de muestra apenas, que brindo aquí a mis lectores, cabe mencionar el bombardeo de la Plaza de Mayo (junio del 56) -con mas de trescientos cincuenta muertos (civiles)- del que solo había oído hablar vagamente en mi vida y que no retuve desde luego, hasta hoy que lo habré vuelto a recordar por las razones o motivos que sean. Perón y su régimen acabaron cayendo tres meses después de aquella carnicería, y es un hecho aceptado por el común de los historiadores el papel decisivo de la iglesia (jerárquica) argentina en su caída.
Y entre peronistas descamisados y anti-peronistas (gorilas), entre la versión histórica de unos y otros de la historia del régimen y de su caída, surcaría hasta hoy las aguas de la memoria colectiva la corriente del llamado nacionalismo/argentino de la que Tacuara puede ser visto como una criatura (la más díscolas de todas) Y un dato innegable y todo menos trivial no obstante y cargado de significado -que confieso que desconocía- lo es el anti-peronismo inicial (furibundo por lo que cuentan) del fundador de Tacuara, el padre Julio Meinvielle, permanentemente en la boca de mi amigo hispano/argentino en los tiempos que le traté y al que reservaba una veneración sin límites a él como al padre Leonardo Castellani (a quien tanta devoción literaria parece guardar Juan Manuel de Prada) Obviando cuidadosamente siempre delante mía por cierto esa faceta innegable de su icono (anti-peronista), por las razones que fueran, familiares sin duda en parte, de lo que de él sabía. Sintomático en extremo desde luego, porque se puede afirmar sin caer en juicio temerario que la figura del célebre (y controvertido) presbítero -ejemplar arquetípico del cura/político si los haya habido- condicionó innegablemente la visión que mi amigo tenía de la historia argentina y de la que él mismo me comunicó a mí en consecuencia. Mi amigo hispano/argentino respiraba igualmente una admiración sin límites hacia Alberto Ezcurra (padre Ezcurra más tarde) jefe mítico de Tacuara, joseantoniano (puro) y a la vez y discípulo del padre Meinvielle, su protector eclesiástico tras ordenarse sacerdote (...)
Profesor Disandro o la Otra Argentina que no alcancé a conocer (sólo ahora caigo en la cuenta) Le acusaron de ser mentor ideológico de la Triple A, nunca pudieron probarle nadaY ahora, el recuerdo de la figura (eminentemente eclesiástica) del fundador de Tacuara habrá venido a mi mente de nuevo, gravitando de cerca sobre las reflexiones que me he permitido en este blog días pasados por cuenta del profesor Carlos Alberto Disandro, y era sin duda en la medida que ambos, el profesor sedevacantista y el presbítero nacionalista -como el ego y el alter/ego- figurarían uno (justo) frente a otro en la línea de ruptura que trajo consigo el conflicto Iglesia y Estado en la fase final del régimen justicialista (segunda presidencia de Perón), de resultas de la profunda y dolorosa crisis de conciencia que aquello crearía entre muchos católicos argentinos (católicos y al mismo tiempo peronistas) En claro y en crudo: Meinvielle cayó del lado de la obediencia (clericatura obliga, se diría), Disandro en cambio, del de la ruptura (por motivos de conciencia y de convicciones ideológicas) Del lado del peronismo vencido este último y aquél en cambio, del de una Revolución Libertadora -como la que rompió nota bene con España- liberal, radical/socialista y nacionalista y católica (y no sé cuantas otras cosas)
Y es significativo en extremo para mí al menos como detalle nada nimio, el que de todas las corrientes políticas o ideológicas que se veían representadas entre los seglares (y presbíteros) que frecuentaban la obra de Monseñor Lefebvre en Buenos Aires -en sus inicios al menos, cuando yo me encontraba allí presente- la del profesor Disandro brillara por su ausencia, a comenzar por él mismo al que no alcancé a conocer más que de oídas. Y en una ocasión visitando a una familia que arrastraba aquella etiqueta (de sedevacantista y de partidarios suyos) no pude menos de sentir un fuerte impacto psicológico y era de la impresión de aislamiento y del aferramiento incondicional hasta el patetismo -que me dieron- a las posturas ideológicas y a la persona del profesor sedevacantista. Y era en parte sin duda por la presión anímica, emocional sobre todo que debía exigirles la situación no poco trágica aquella de desgarramiento interno del movimiento justicialista que trajo consigo, de corolario fatal, la vuelta del General Perón a la Argentina (¿por culpa en parte suya?) y que se vería agravada durante la llamada guerra (sucia) anti-terrorista, declarada bajo la presidencia de Isabel Perón y acabada bajo la primera junta.
Un puro, semper idem, fiel a sí mismo y a la idea que se había forjado del general Perón, Carlos Alberto Disandro, el profesor sedevacantista (peronista y anti-monotonero y anti-marxista y anti-comunista) Así es como se parece a mis ojos -y a mi gran sorpresa- en visión retrospectiva a partir de ahora. Y a través de él habré acabado abriéndome un mirador o agujero visual desde donde revisar mi visión global de la historia contemporánea argentina -y también la de su independencia (que entiendo seguir enfocando bajo el prisma de una rebelión criollo/mestiza)-, y desde donde poder volver la vista hacia aquellos sectores sociales que me permanecieron inéditos -o vedados- durante mi estancia allí a finales de los setenta
No hay comentarios:
Publicar un comentario