Ernesto Giménez Caballero es una de las figuras más desacreditadas de la España de la guerra y de la posguerra. No fue ni un histrión ni un loco, sino un de los hombres más sensatos -como él decía de los poetas- de la España de su tiempo. En el tema de Cataluña por lo menos. Mucho más clarividente que Ridruejo. Porque el uno fue combatiente en el frente catalán y el otro un figurante en Cataluña, de primera fila, pero no menos comparsa desde luegoLa última (del todo) de mis crónicas de Periodista Digital me habrá costado cara, o tal vez no, pero no retiro ni una jota de lo que escribí en ella ni de lo que pensé y no escribí (aunque di a entender) no obstante, mientras la redactaba. En algunos foros digitales ruge una polémica las horas que corren sobre el acto de sabotaje de la delegación de la Generalitat de Madrid, ocurrido anteayer que habrá hecho rasgarse a algunos bien/pensantes las vestiduras, y me refiero a bien/pensantes de lo que se puede llamar lo prátióticamente/correcto (por mucho que sean "incorrectos" en otras vertientes y facetas).
Fue un acto rechazable -vienen en sustancia a decir- por lo violento y también por lo simbólico, por ese gesto que se permitió uno de los "asaltantes" de echar por tierra (sin más) la señera, bandera catalana (o catalano/aragonesa) pero no separatista, insisten (y machacan) En mi crónica de ayer confesaba haber evolucionado -¿y quién no lo hace?- en el tema catalán a partir de las posturas que habré mantenido en mi (difunto) blog de Periodista Digital hasta no hace todavía mucho. Nada aprendieron y nada olvidaron, decía el muy oportunista Talleyrand de los nobles emigrados durante la Revolución Francesa. Y el tiempo y la historia le darían la razón en cierto modo (pese a su oportunismo)
El acto anti-separatista de la Plaza de Cataluña del pasado año fue un éxito (relativo) de público por lo menos- pero por lo que se ve o estamos viendo y presenciando ahora se quedaría no obstante poco más que en agua de borrajas. Algo les faltaba. Y era sin duda el echar por la borda toda una rémora de complejos en relación con lo catalán, con la cultura y la historia catalana. Siempre me insurgí contra lo que me parecían exaqeraciones o desatinos de la parte de los que preconizan lo "de que mejor que se vayan" Que se vayan, sí, de Cataluña y de España si quieren, porque Cataluña no les pertenece.
En la obra que cité en alguna ocasión y que me leí y releí más de una vez, de Andrés Trapiello sobre literatura y guerra civil española -"Las armas y las letras"- se recogía con intención burlesca la frase que se atribuyó a Ernesto Giménez Caballero en la inmediata posguerra, "¡Cataluña, la maté porque era mía!" (en la que parece que volvió a reiterarse muchos años después sin el menor complejo) Y lo mas trágico y terrible de esa frase -que el autor citado trataba sin duda de exorcizar de una forma u otra- se lo daba su fondo de verdad histórica. La guerra civil fue en Cataluña una guerra étnica -se le de al término el sentido que dársele quiera- entre catalanistas y renegados castellanohablantes por un lado y por el otro españoles de Cataluña que aunque hablaran o se expresaran en catalán -como lo voluntarios del tercio de Monstserrat- pensaban en castellano (...)
Así lo pienso y que se piense de mí lo que se quiera desde luego. Y era eso en el fondo lo que ese gran excéntrico (genial) de Ernesto Giménez Caballero que no era ningún loco ni ningún histrión tampoco en el fondo -y que había combatido durante la guerra en el frente de Cataluña- decir quería. Decía Cataluña y quería decir catalanismo o catalano/parlantes anti-españoles en el fondo. Y decía Cataluña y quería decir un tierra española por derecho de conquista y de reconquista. Lo que Dionisio Ridruejo, él que no fue en cambio combatiente sino figurante (de primera) durante la guerra civil no vio o no quiso ver por lo que fuera (...) ¡Síndrome de Alicante proyectando la sombra negra del mito (hasta hoy) en décadas y décadas de posguerra!
Sobre generaciones y generaciones de españoles y a comenzar -como no podía ser más lógico- sobre el artífice principal del mito. Y es en la medida que el mito o el síndrome (lo mismo me da que me da lo mismo) les cubría de su sombra y oscurecía en sus mentes todas las grandes cuestiones y también los mas acuciantes de los problemas. Como el problema de Cataluña (o Cataluña como problema) Era en Cataluña y no en España donde radicaba el problema dijese lo que dijese otro de los devotos del Mito. ¡Cuánto ha tenido que llover en Flandes para acabar cayendo en la cuenta.
Ana Caballé -escritora y profesora universitaria, de Barcelona, catalana de raíces y de cultura- rompió conmigo sin darme explicación ninguna después de meses de colaboración estrecha (a distancia) por cuenta de Francisco Umbral y de sus memoria y siempre pensé que fue por culpa de mi pasado (que acabaría llegando a sus oídos), no no lo fue, fue porque yo no era un catalano/parlante en el fondo como ella. Si lo hubiera sido me hubiera perdonado mi pasado por muy negro e inconfesable que fuera.
O puesto por pasiva, si ella hubiera sido castellano/parlante en Cataluña o de raíces españolas (no catalanas) me hubiera juzgado con menos distancia y (mucha) más empatía. Y con los catalanes que frecuentaban mi foro y que a partir de un momento dado dejaran de hacerlo cabe decir tres cuartos de lo mismo. O si no era eso, era porque se trataba de renegados -como los de la FAI del 36-, lo que simplifica en cierto modo el problema.
El acto de afirmación española, anti-separatista del pasado mes de octubre no tuvo futuro tangible (hasta hoy) por culpa del bilingüismo de una lengua catalana que se quiera o no es el receptáculo de una memoria o anti-memoria beligerante y guerra-civilista en su esencia-y anti-castellana y anti-española.
Y si no lo fuera no la esconderían en lenguajes cifrado a los no/catalanes (cuando se expresan en castellano) como lo denunció María Victoria Fernandez Cubas, escritora en castellano de Barcelona en una conferencia que dio a principios de los años dos mil en el Cervantes de Bruselas, y si no era eso lo que decir quería, no se entendía en modo alguno su conferencia, o tal vez era algo que no se atrevía a asumir del todo -por lo amendrentante e intimidante- aunque ella misma no se diera cuenta
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