miércoles, agosto 29, 2018

LLARENA EN LA TRAMPA BELGA

El Palacio de Justicia, edificio el más emblemático de Bruselas, y del estado belga independiente: Estuvo a punto (doy fe de ello) de ser tomado por asalto -octubre del 96 (affaire Dutroux)- por parte de la muchedumbre enfurecida. Y fue en lo que el sistema judicial belga mostró su fuerza y su poder de desafío –e intimidación- de su opinión pública que no comprendió un fallo (escandalosamente incomprensible) –¿y calculado?- del Supremo belga entonces, que hoy amenaza con venírsele encima al juez Llarena y con él al conjunto de los españoles. Por cuenta de Cataluña
“Castilla mi natura, Italia mi ventura, Flandes mi sepultura” Hoy como ayer, como en los tiempos de la guerra en Flandes (léase países/bajos) Sepultura de cuerpos entonces, de los bravos y aguerridos soldados y capitanes de los Tercios –de los cuales era aquel lema famoso- , y tumba o sepultura hoy del honor colectivo y de la integridad territorial de la Nación, por culpa de la crisis de Cataluña y del eco y apoyo (escandalosos) que están encontrando las pretensiones separatistas de allí aquí en Bélgica. Y es (primo) por el escandaloso asilo político concedido al renegado Puigdemont y (secundo) por la no menos escandalosa citación ante la justicia belga del juez Llarena, del que no se puede honestamente obviar –como aquí lo vienen haciendo por sistema- el considerable apoyo del que goza en el conjunto la opinión publica española. A la medida (inversamente proporcional) –dirán tal vez algunos- que sufre en cambio entre catalanes y en Cataluña (….) Poco importa. Y en tan dudosa fortuna (que diría Lope de Vega), las cosas no obstante parecen venir mal dadas para España y los españoles.. Y me explico. 

Es proverbial el desconocimiento por desinterés y apatía –que no desidia- de los asuntos y cuitas que se dirimen por cima de los Pirineos entre españoles. De lo cual –y no se me tome a mal, ni a presunción o pedantería- me siento en cierto modo indemne o curado o vacunado por cuenta de los treinta años que llevo (ya) viviendo por estas tierras, y de haberlos vivido además al día a día y su actualidad mas candente pues, como si en ello me fuera la vida. Como fue con el caso de los niño abusados, secuestrados y desaparecidos (affaire Dutroux) que acaparó es cierto los titulares y cabeceras de los diarios españoles, pero de lo que nos está permitido el dudar si el lector español medio y el conjunto de la sociedad española y en particular el estamento de jueces y magistrados extrajo –por falta de toda la información debida- todas sus lecciones o moralejas. Y es sin duda por no haberlo vivido (como si fue mi caso) más de cerca, y por habérseles posiblemente escapado (por vía de consecuencia) ciertos detalles o episodios de aquel asunto, claves y de fatal aplicación al caso (que ni pintado) del juez Llarena que nos ocupa (….) Y me estoy refiriendo al llamado “fallo (arrêt) spaghetti” que produjo una conmoción aun mayor en la opinión publica aquí que el escándalo de los niños abusados y desaparecidos por el que empezó la conmoción aquella (…) Y fue el llamarlo así por la comida –a base de spaguettis- organizada por una de las asociaciones de defensa de las victimas (sexualmente abusadas o desparecidas) y tras la liberación –de las garras de Dutroux- de dos de aquellas, chicas adolescentes (Sabine y Leticia) A la que fue invitado el juez instructor del caso aquel (Jean Marc Connerote) en quien hoy se sigue viendo artífice principal de aquel feliz desenlace y que (fatalmente) aceptó la invitación –que él mismo hoy ve como un ardid o celada- lo que trajo consigo su apartamiento (désaisissement) fulminante de aquella instrucción y de aquel proceso por causa de sospecha/legítima (de falta de imparcialidad o neutralidad) Como suena (...)

Y fue también que la decisión aquella del Supremo belga-Cour de Cassation- tuvo un efecto como el de una bomba en la opinión aquí hasta el punto que estuvo de un tris si la muchedumbre espontáneamente congregada ante el edificio (en extremo emblemático) del Palacio de Justicia de Bruselas -para quien era un héroe el juez estrella- no procedió al asalto de aquellas dependencias, lo que fue evitado in extremis –y doy fe de ello de testigo presencial en primer fila de los acontecimientos- por una de las familiares de las víctimas, una de tantas o o digamos no del todo como las otras (…), que embutida en su velo islámico de rigor –de musulmana marroquí (...)- hizo un llamamiento a la desesperada –asesorada por miembros de la policía, en uniforme, apostados discretamente detrás suyo- para disuadir los asaltantes en los últimos segundos. Con éxito. Lo que da idea no obstante de la profunda factura que produjo aquello en la sociedad belga y también del tamaño desafío que aquello supuso aquello para su sistema judicial y para su estado de derecho, y también del enorme poder e independencia del que hizo gala entonces el poder judicial aquí aún a riesgo de contradecir o pisotear sus propios principios, -y concretamente aquel de la apariencia de imparcialidad de los jueces y magistrados(…)- que entonces se invocaba. O por expresarlo en derecho anglosajón, de tanto prestigio e influencia aquí, you must not only be fair, but you must also seem to be fair -debes no solamente ser justo o (equitable) sino también aparentarlo o parecerlo- que vi pisoteado –e incluso a mis propias expensas (ay dolor)- día a día (…) No importa: la realidad -¿o simple ficción?- de la imparcialidad y de la independencia de sus jueces –y con ello la doctrina (mito intocable en democracia) de la división de poderes salió (cuasi milagrosamente) intacta de aquel trance –como por arte de birlibirloque- y notablemente reforzada (nota bene) y amenaza hoy con venírsele encima -con el aplauso y visto bueno de los medios y de la opinión publica belga-(o de parte sustancial de la misma)- al juez Llarena a costa de la integridad nacional y de la perdida de Cataluña (….)

Y es por cuenta de unas declaraciones –erróneamente traducidas al francés a lo que parece- del juez Llarena sobre la actuación de Puigdemont y su papel y protagonismo en el referéndum secesionista. Que es lo que `permite hoy a los jueces belgas –y con ello al conjunto de los medios aquí, y tras ellos al grueso (hoy) de la opinión- de estampillar al juez Llarena emplazándole una vez mas –en lo alto de la picota- y de poner su imparcialidad de magistrado en duda o en entredicho: átame esa mosca por el rabo, se podría glosar el asunto en román paladino. Como si los principios generales que rigen el derecho español –de antes y después del advenimiento de la democracia- entre ellos la unidad e inviolabilidad del ordenamiento jurídico –y de su jurisdicción- de lo cual la integridad territorial de la Nación forma un corolario de rigor o parte indisoluble, fueran materia opinable y terreno abonado de posturas partidistas –o no menos partidista- de lo que lo fue la (discutible y por tantos conceptos justificable) conducta del juez instructor belga mostrándose en publico en señal de solidaridad con las victimas- e impropias pues de las altas funciones y prerrogativas de un magistrado (español o belga) Y esa es la trampa –sinuosa e insidiosa, y mortal- belga que le están tendiendo al juez Llarena y por encima de él al gobierno español y a la defensa de España y de la unidad nacional en Cataluña.
Octubre de 1996. La comida (de spaghettis) –en una foto de la prensa belga de entonces- por la que vino el escándalo, en el fallo (arrêt) del Supremo belga (Cour de Cassation) que lleva ese nombre. En primer plano, Jean-Marc Connerote, juez instructor del caso Dutroux –niños abusados y desaparecidos- e ídolo de la opinión (como el juez Llarena fuera de Cataluña), que se vería apartado de la instrucción de aquel caso, bajo la acusación de presunción legitima (sic) de falta de imparcialidad, por su asistencia a aquella fiesta en solidaridad de las víctimas de Dutroux y tras la liberación (de las garras de aquel) de dos de aquellas (Sabine y Lettitia) Un fallo que la opinión belga no comprendió y que salio (casi milagrosamente) indemne del escándalo –y como tal poderosamente reforzado- y amenaza (peligrosamente) hoy al juez Llarena, citado a comparecer por la justicia belga, por una acusación análoga a la de entonces (sospecha legitima de falta de imparcialidad o de ecuanimidad) Ante la incomprensión de la opinión publica española. Y de una no menor sospecha/legitima. Y es del delito de prevaricación –abus de pouvoir- de los magistrados belgas. ¿Se darán cuenta –reaccionando a tiempo- su opinión publica?
Y lo peor de la tesitura es que parece que nos encontremos en un callejón sin salida, así a primera vista (…) Porque no vemos que sea solución la propuesta ( a base de presiones) por Pedro Sánchez de contratar un abogado belga (lagarto, lagarto) lo que es meterse en la trampa o celada atados de pie y manos (y me conozco el percal, se me concederá, expresándome de esta forma) Y de donde no saldremos más que puestos (una vez mas en ridículo y con el honor patrio e individual mancillado y por los suelos, como siempre lo estuvimos desde las guerras de religión por estas tierras. La única alternativa pues, en el dilema o disyuntiva tan dramático y tan crucial que se nos presenta a los españoles, es rechazar de plano –por injerencia y usurpación o apropiación indebida (y escandalosa) de jurisdicción competente- las alegaciones belgas y demandar por nuestra parte, ante nuestra jurisdicción, la conducta –de reos de un delito de prevaricación- de sus magistrados. Y por supuesto, el suspender la colaboración judicial entre los dos países, como se hizo hace mas de veinte años en el contencioso de dos miembros presuntos de la ETA aquí refugiados y reclamados por la justicia española que llevó al borde de la ruptura de relaciones diplomáticas a los dos países. Eso, y sin los errores –que condenaron al fracaso entonces a la postura española- como los que se cometieron por el gobierno de entonces (socialista, como el de ahora) Los pueblos que no aprenden de la Historia están condenados a repetirla (…) El juez Llarena en la trampa belga. Y con él, todos los españoles (…)

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