domingo, febrero 25, 2018

MEMORIAS DE UN FORD T (1)

"Fue un camarada de la misma escuadra que Cuéllar el que pudo observar, mientras permanecía inmóvil entre las jaras después de haber sido también agredido, como los chibirís socialistas profanaban el cadáver de Juan, asestándole golpes y vergajazos, acuchillándole y cortándole una oreja, para terminar golpeándole la cabeza con una cántara de vino y colocándose una de aquellas golfas en cuclillas sobre su cara ensangrentada y ya desfigurada haciendo sobre ella sus necesidades. José Antonio, que acudió inmediatamente al lugar quedó totalmente impresionado por el estado en que había quedado el camarada Cuéllar y, con su aprobación, Ansaldo y Arredondo toman la decisión de que se debe dar una respuesta inmediata y contundente a la vez a la repugnante acción marxista.", "Juan Cuéllar Campos, o cuando la paciencia se acabó", (memoria/azul, de "Abanderado falangista")
“Memorias de un Ford T, o los nietos de Dios” era el titulo de una de las novelas de Antonio Fraguas Saavedra, escritor y periodista, director general de Cinematografía y Teatro en la inmediata posguerra (a la sombra de Dionisio Ridruejo), y no otro que el padre de Antonio Fraguas De Pablo, “Forges”, que habrá sido plebiscitado ahora con ocasión de su muerte (prematura) por haber hecho reír a tantos y tantos españoles a izquierdas y a derechas colaborando en gran medida así –en apariencia al menos- al derrumbe y desmantelamiento de las trincheras heredadas de la guerra civil. Y el autor de estas líneas que le apreció (sinceramente) en vida y venera post mortem (no menos sinceramente) su memoria, la suya y de su familia, y al que nunca hizo (propiamente) reír, ni él –por tratarse (todos estarán aquí de acuerdo, los que le conocieron) de una persona a la que no se pueda calificar de cómica, sino al contrario de alguien perfectamente digno (y de semblante mayormente serio, de lo que recuerdo)-, ni sus chistes ni el conjunto de su obra-, cree honestamente –y a riesgo de desentonar (o dar la nota) del coro ditirámbico en su honor de las últimas horas- el tener algo que decir. Y es que viendo la coronación del hijo no puedo por menos de recordar y de compararla con el ostracismo y olvido (injustos), en vida o post mortem de la figura de su padre. Por culpa mayormente -se me antoja- no de un supuesta escasez o baja/calidad de su obra escrita –prolífica y brillante, bien al contrario- sino de una memoria la suya propia, de ese viejo “Ford T” que viene a querer rememorar y a simbolizar una memoria histórica bien incomoda –e inoportuna en estas horas-, la de la Falange heroica de las luchas callejeras en los años y meses que precedieron a la guerra civil. Y conjuro a cualquiera de los suyos (seguro que no habrá tal) a que me desmienta. Y es que ante el anuncio –como un desenterrar (entre tambores sioux) del hacha de guerra (civil) –o “incivil" como Forges tan demagógicamente decía- que viene ser la nueva ley (en gestación) de Memoria histórica, la mejor respuesta, por el momento al menos, nos parece situarse en el plano (estricto) de la memoria. Ponernos pues a recordar y a evocar sin tapujos ni complejos heredados de un poso de “moralina” –léase de moral judeo/cristiana- que todos los españoles (¡ay dolor!) llevamos a rastras, individualmente o en familia. Por eso, inicio aquí esta nueva serie que quiere desenterrar o aliviar lo más pesado o difícil de portar –y de recordar- de esa memoria/azul o falangista, léase de sus episodios –de violencia- más discutidos y polémicos, incluso de aquellos como el que sigue a continuación (a modo de inauguración de la serie) no solamente violentos, o si se prefiere, violentos en grado arquetípico, por ser precisamente los que dieron arranque o inicio a la espiral –mortífera- que desembocó en la guerra civil. Como sucedió con la muerte –en represalia (por el asesinato y ultraje de sus restos) del falangista Juan Cuellar- de la verdulera (en el antiguo mercado de Olavide, en Chamberí) Juanita Rico -meona además de verdulera, -y a todas luces (o el vulgo la tuvo como tal en el momento de su muerte) pariente cercana, y protegida, del entonces omnipresente y todopoderoso alcalde socialista de Madrid, el orondo Pedro (o Pedrito) Rico-, por culpa de la cual, la paciencia se acabó, y se acabó encendiendo la guerra civil. Un aviso a tiempo –reza el refrán castellano (que recordaba Umbral)- evita un ciento” Y esto es un aviso más que otra cosa. A los aprendices de brujo (de la izquierda española)





MEMORIAS DE UN FORD T (I)
(La meona que encendió la guerra civil)

Lo que sigue a continuación más que anales de historia son el testimonio (verídico) de una memoria heredada (mayormente) por la vía familiar, no se busque pues en ello enfoque crítico/histórico alguno sino el rigor (absoluto en cambio) de una memoria fiel tanto personal y visual como oral o transmitida, que habrá sobrevivido hasta hoy, al precio de mil maniobras de intimidación y de censuras. La Casa de Campo cercana al Pardo –por donde está situada la “Playa de Madrid”- donde sucedieron los “autos” objeto de este relato, era un sitio de moda, de recreo y esparcimiento de la juventud madrileña (o de una parte representativa de ella), en aquellos meses (abrasadores) que presidieron el estallido de la guerra civil- “Pasados sesenta años, la Historia se convierte en literatura", declaró Umbral al publicar su “Leyenda del César Visionario”, y no nos podría él impedir o censurar el que nuestras memorias como las suyas resulten algo noveladas a estas alturas, sin el menor menoscabo no obstante a la verdad histórica. 

Hacia calor en aquella primavera del 36, señal fehaciente de lo cual lo es el que uno de los pocos testimonios orales de aquella época que a mí me llegaron por la vía de mi progenitor se vea asociado a aquella “playa” madrileña. Los "chíbirís" -con b o con uve- eran excursionistas de una especie un poco aparte, excursionistas/de/combate (que se preparaban abiertamente para “la lucha final”) Todos hemos leído -y mil veces- el relato de los hechos, de forma pormenorizada en cambio y en detalle  como aquí lo acabo de reproducir, mucho menos. Porque fue eso a todas luces –lo macabro de la muerte, el ultraje del cadáver del joven falangista- lo que llevó a la decisión fatídica –por sus consecuencias- de la represalia, a una reacción –de legítima defensa- de la Falange cuyos mandos de golpe se cayeron del burro como quien dice. “Los nuestro no cayeron por odio sino por Amor”, repetía (sin parar) la Oración por los muertos de la Falange (con la que nos adoctrinaban de muy jóvenes) –de Sánchez Mazas, brazo derecho de José Antonio-, y el asesinato brutal y macabro -y de odio de clase- aquel les ponía de golpe ante la tesitura o el dilema tremendo de tener que responder a la violencia con la violencia -sin "delitos" ni "asesinatos por la espalda"- infringiendo no obstante asÍ el mandato evangélico y desoyendo sus amenazas (“quien a hierro mata a hierro muere”-que el evangelio (para esta ocasión) toma prestado a un aforismo del paganismo antiguo- “O Félix culpa!” 

Y lo es porque fue una reacción o respuesta providencial que dejó abiertas las puertas a la esperanza (sic) –como lo leí alguna vez de las declaraciones de uno de los miembros de la escuadra que llevó a cabo la represalia contra Juanita Rico ( a bordo nota bene de un Ford T como el del padre de Forges, como los que pusieron de moda los señoritos/falangistas de entonces)- y sin la cual sería impensable la guerra civil, que me diga la Victoria: a partir de aquello, “el miedo (Pablo Iglesias Turrión díxit) cambió de bando”, en las calles de Madrid y alrededores (y en la Casa de Campo) Como cambió de bando en los cielos de la Península –teatro hasta entonces (como un deporte o como un juego) del terrorismo aéreo (e impune) de los rojos-, tras el bombardeo de Guernica. (Y no creo que Pío Moa me desmienta). Los pueblos que no aprenden de la historia están condenados a repetirla. Sin trampa ni cartón. Ni tapujos ni complejos tampoco

ADDENDA (12/07/2020) No me retracto ni una jota de lo que aquí precede. Una glosa -se me ocurre de pronto- se echa en falta aquí, urgente. Y es de lo que acabé leyendo después de escribir este articulo, que el infortunado Cuéllar se encontraba allí  en situación y en “zona pues, de alto riesgo”, no de casualidad o por celos (de su pareja), sino siguiendo instrucciones del mando (supremo)  Y era con el cometido de espionaje y seguimiento de los chíbiris de enfrente, observando así una táctica militar o paramilitar (sic) que era –por decisión del Jefe- en la que se veía embarcada (sin retorno) la Falange. Y lo que no mereció comprensión o eco ninguno entre sus visibles destinatarios -altos mandos militares- ni entre sus potenciales aliados tampoco (de la derecha de entonces). Y ante el resultado –y el espectáculo aquél-, se presentaba la disyuntiva o dilema trágico o insoslayable: el persistir en la vía o espiral de las represalias, o el replanteamiento drástico de estrategias. “Si quieren jugar a soldados, que se metan (como yo) a militares”, hace decir Umbral a Franco en su “Leyenda del Cesar Visionario”. Los pueblos que no aprenden de la Historia están condenados a repetirla. Sin comentarios

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