miércoles, diciembre 16, 2020

ENTRE ANTISEMITISMO Y "SOCIALISMO NACIONAL" BÉLGICA (DE LA "BELLE ÉPOQUE")


Busto de Edmond Picard, defenestrado en 1994 del hall de entrada del palacio de Justicia de Bruselas y (discretamente) rehabilitado en el mismo lugar cuatro años más tarde. Una figura brillante e igualmente contradictoria de abogado –en extremo fogoso y vehemente (y desinteresado)- de los pobres y de la causa obrera y (nota bene) el sufragio universal, y de posiciones “racialistas”, y antisemitas, y de un "socialismo nacional", que cubrieron (no se olvide) de un tupido velo sus más próximos correligionarios, entre ellos Emile Vandevelde, figura emblemática del socialismo belga por su postura –belicista, intervencionista y beligerante- en la guerra civil española (fuera pues de toda sospecha) Picard fue también, además de fundador de las más prestigiosas revistas jurídicas belgas, decano, escritor, dramaturgo, senador y no menos brillante mecenas y "empresario" (en trascripción directa en francés, "a la española"), con notable adelanto a su tiempo, entre otros del centro artístico de Ostende ("Centre d’Art"), de la mayor irradiación dentro y fuera de Bélgica en su época, y en donde -doy fe, de mis años de estancia allí- se registran aún sus huellas. Una figura pues –pese a su antisemitismo y a su “socialismo nacional”- del primer  plano de Bélgica en la “Belle Époque” en su fase temprana (“Fin de siècle”) Lo que no le protege a lo que se ve de la furia iconoclasta que sopla imprevista de un tiempo a otro –ahora como hace más de cuatro siglos (…)- por estas tierras (…)

En el tiempo que llevo en Bélgica –treinta y un años ya tal y como la acaban (oportunamente) de recordar y subrayar varios medios españoles a través de la entrevista recién publicada que me hicieron (hace ya meses) en el País- habré sido espectador y testigo (impávido) de muchas noticias de la crónica de actualidad o de la pagina de sucesos de las que mas habrán marcado la vida (tranquila y apacible) de este pequeño (y pacífico) país, de las que cabe decir que aunque no las haya yo registrado públicamente –en este u otros sitios- no las habré menos hondamente anotado en mi memoria. Como fue la noticia intempestiva –como un rayo en el cielo azul que así es como me llego a mí- de la defenestración de la estatua dedicada en la entrada del palacio de Justicia de Bruselas a una gran figura belga, de mucha mayor transcendencia e importancia de la que en un principio le atribuí. Y es tratándose de Edmond Picard, jurista de gran brillo y relieve en Bélgica a finales del (ante) pasado sigo XIX, tanto en el ámbito del Derecho como en el de la Política partisana dentro de las filas del Partido Obrero Belga (POB), la formación matriz del que seria mas tarde, tras la Segunda Guerra Mundial, el partido socialista (belga) Y la estatua fue derribada –al precio de serios destrozos (…)- a manos de un abogado de gran lustre igualmente –al menos cuando yo llegue aquí (finales de los ochenta)- y de no menor protagonismo político (en la extrema izquierda) Y el acto iconoclasta aquel tan cargado de siniestros antecedentes y presagios precisamente aquí –en estas tierras de los (antiguos) Países Bajos-, tuvo lugar justo a seguir a la publicación de un opúsculo de denuncia –como una tea incendiaria a decir verdad- en la que se emplazaba aquel por sus posturas y sus escritos públicos y notorios –y por los que se había corrido hasta entonces entupido velo es cierto- de contenido racial o “racialista”, léase para dejarnos de eufemismos, de signo racista y antisemita. 

Y era de la pluma de una no menos notable figura de la magistratura belga, en el desempeño –justo en el momento de la publicación de aquel escrito- del cargo de Presidente (s’il vous plait) del Tribunal de Comercio, Foulek Ringelheim de su nombre (un respeto), del que por no sé qué misteriosas razones cabe decir que no se sentía obligado al (estricto) deber de reserva –que se impone al abogado o magistrado en ejercicio, y más aún en Bélgica, de tanta devoción, a todos los niveles, al principio de la separación de poderes-, en materia política e ideológica o lo que viene a ser lo mismo, histórica. Y es que el mencionado señor zanja en su folleto de denuncia una y otra vez, sin distingos ni matices, hasta en las cuestiones más ínfimas, de detalle, de la historia contemporánea –de la Segunda Guerra Mundial en particular-, por cuenta del pensamiento único y siempre de lo mas correcto (inútil de precisar)(continúa)

De detonante de mi articulo (polémico) sobre Edmond Picard habrá servido esta obra (en la foto), faraónica, como se la puede calificar –en todo rigor y en honor de sus autores- a imagen de esa otra obra –arquitectónica (y descomunal)- del Palacio de Justicia de Bruselas a la sombra del cual discurrió en su mayor parte la trayectoria del brillante y polémico e ilustre jurista o jurisconsulto belga (antisemita) y que gravita de su peso abrumador y de su omnipresencia imponente en esta monumental obra biográfica (y académica): de un inconfundible sello universitario y “acompañamiento” –o (en lenguaje académico) “aparato critico”-, y en el que se diría no falta de nada, fotos, grabados impresos, medallas y cuadros, dibujos y caricaturas y carteles de anuncio (de exposiciones y conferencias) en homenaje y recuerdo de Picard o de telón de fondo o marco ambiental o decorado de su figura y de SU trayectoria a las cuales todo aquello –debidamente catalogado y y en medio de abundante repertorio- se ve retrospectivamente asociado, a titulo de coleccionista o de mecenas o de “empresario” –pronunciado a la francesa con acento en la o, em-pre-sa-rió- adelantado a su tiempo, en todas casi o casi todas las ramas del saber, del arte y de la literatura, el arte escénico, la oratoria, la escultura, el grabado, la pintura etcétera, etcétera. Edmond Picard o el arte (belga) de vivir (...) ¿Y cómo interpretar esa operación (de urgencia) rehabilitadora, de salvamento o de rescate de Edmond Picard en la memoria colectiva de los belgas y en los principales lugares conmemorativos de aquella, y a base de una obra de presentación cuidada e incluso lujosa? ¿Como una respuesta directa a la agresión iconoclasta de la que se vería objeto (entre los suyos) no hace mucho, justo antes de la aparición de esa biografía e igualmente grabada en las memorias, por cuenta de su antisemitismo? ¿o como un homenaje en desagravio –del sentimiento patrio mancillado y herido- de la Bélgica de “la Belle Epoque” (según algunos, “de papa”), brillante y rutilante (es cierto), tal vez como nunca antes ni después en su (corta) historia, y que él marcó –y a las pruebas (las de esa obra monumental) me remito-, como sólo tal vez Jacques Brel marcó -mucho mas tarde- la vida y la memoria de Bruselas? ¿O acaso –que dirán las malas lenguas- como una tentativa con todos los imprimatur, plácemes y parabienes y níhil óbstat (librepensadores, laicos, que conste) de “banalizar” el antisemitismo –en Picard como en tantos otros-, como “un aire de su tiempo”, léase de lo que se respiraba libremente en las universidades y otros centros (estatales) de pensamiento la época aquella ¿o (más en serio aún), como una tradición intelectual (sic) con todas las credenciales de legitimidad (como otra cualquiera), lo que desató el gran miedo (sic) de los “bien/pensantes”, que describió en obra célebre -"ad majorem gloriam" de otro no menos celebre antisemita (francés) Edouard Drummond-, Georges Bernanos?, autor igualmente fuera de sospecha en la materia (como la mujer del César)   (CONTINÚA)

 

¡Si el señor Foulek Ringelheim ("monsieur le président") levantara la cabeza! Seria para ver el blanco de su vindicta y obsesion rehabilitado en toda discrecion y con todos los honores y en el mismo lugar donde su furia (verbal) iconoclasta lo desalojó: no hay mal que por bien no venga, y la defenestracion escandalosa habra servido de detonante de una obra biografica oprtuna y reveladora que habra hecho tambalearse -y a punto de rodar por el santo suelo- uno de los más sacrosantos dogmas o "a priori(s)" del pensamiento único (politicamente correcto) en vigor hoy por hoy aqui en Bélgica. O en otros terminos: el antisemitismo (intelectual de palabra o por escrito), redimido o rehabilitado con todos los honores en el país tal vez donde su égida o hegemonia se sentia -a tantos años ya del final de la Segunda Guerra Mundial (en el 45)- de forma más ahogadiza y sofocante que en ningún otro sitio. 

Pero la noticia de página de sucesos admite aqui otra moraleja sabrosa (o picante, como los franceses dicen, de las de picar o escocer, sgun las sensibilidades y los gustos) (...) Y es que lo que Edmond Picard, ilustre jurista belga e hijo (fiel) de la Belle Epoque, dejaba traspirar como un aire de su tiempo (sic), no era tanto el antisemitismo -el mismo que el de la Luces, y del pensamiento postivista del (ante) pasado siglo, el de Spencer y el de Darwin (y del social/darwinismo)-, sino el prejuicio racial anti-latino o anti-mediterráneo, o anti-español para dejarnos de eufemismos y en resumidas cuentas: que la tesis puesta ahora en España de moda de una ilustre profesora ( e historiadora) -que aquella, la hispanofobia, no es más que un puro producto (o subproducto) de lo que ella llama "la imperiofobia" (americana y europea)- no resiste un etrecomillado o puesta entre paréntesis, y es por la omision -¿o censura (eclesiástica, escandalosa)?- en la mencionada obra de ese racismo subliminal de tipo historico que el español mas confiado e inadvertido siente latir desde que pone el pie -¡pobre ingenuo!- por cima de los Pirineos (por cuenta suya, o nuestra), y digamos que más tal vez que en ningún otro sitio aquí en Bélgica. Y asi, en uno de los capitulos del panfleto anti-Picard del que aqui nos ocupamos, donde se relata el periplo de aquél por los  paises del Magreb -esmaltado de reflexiones del tipo racial (y anti-semita) ante el escandalo de la bien pensancia (la de su debelador y contrincante)-, se diria que no podia faltar una alusion española, que me diga anti-española de esas de dar un bote en el asiento (a lo que aqui me tiene tan acostumbrado) Y es evocando el papel histórico -y "providencial"- que le cupo a España de parar la expansion musulmana en el continente europeo, no sin dejar al final de aquel párrafo de añadirlo, como una apostilla o como una especie de lamentación biblica (y correcta), y es del sello (racial) que los invasores dejaron en los invadidos que acabarían por expulsarlos (de su tierra) "El estancamiento (stagnation) semita corre por sus venas " (óp. cit. p.60) Que no es más que un eco (si bien se mira) de lo que yace como un poso indesarraigable hondo anclado en la memoria y la conciencia colectiva de los belgas -pueblo hispano si los haya por tierras de Europa-, de lo que se hacen eco sus autores mas caracteristicos y emblemáticos del (ante) pasado siglo, coetáneos de Picard y que (fatalmente) deambulan por su biografía. Así, Georges Rodenbach -francófono de ascendencia flamenca- en "Brujas la Muerta" destapa la obsesion que le produce uno de los personajes femeninos de su novela de un sello y fisonomia hispana inconfundibles. Y eso -entre otros rasgos- por la tez de la piel "ambarina" (en francés, ambrée) de aquella (...) Fruto de una violacion (sic), añade (aún) en otro párrafo no cabe más explicito. Y otro de los autores -amén de Paul Colin (horresco referens!) ejecutado (de noche, de un tiro por la espalda) en Bruselas por delito de "colaboración intelectual" al final de la II Guerra Mundial- que sobrevuelan tanto en la trayectoria de Edmond Picard como en la obra biográfica a él dedicada y que aquí nos ocupa, Charles de Coster, francófono de Bruselas (y de ascendencia flamenca) como por casualidad también, autor de la Leyenda de (Tijl) Uilenspiegel, que muchos califican como la Biblia de los Belgas, está tan surcada, que me diga abarrotada de relexiones (raciales) del mismo tenor y cariz que las que preceden, que hicieron que se me cayera literalmente de las manos a poco de comenzar su lectura tratando esmeradamente -¡ingenuo de mi!- de empaparme de esa "biblia" tan politica e históricamente correcta: como un cuento de buenos y malos -de las guerras de Flandes (o "de las guerras civiles que a havido por estas tierras", tal y como escriben historiadores españoles de aquella época- como las que circulan (¡ay dolor!) por cuenta de la guerra civil española. Y (nota bene) como si la (dificil) reconciliación -especialmente lingüística- entre valones y flamencos forzosamente pasase por el (sistemático) denigramiento, si no de España y de los españoles, sí al menos del pasado o del "régimen español" en Belgica: a imagen (y semejanza) del compromiso ("typical") "a lo belga" en tantas otras cuestiones de historia -p.ej. de la Segunda Guerra Mundial- o de la más candente actualidad aquí (en resumidas cuentas)            

 

 

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