miércoles, enero 31, 2018

PUIGDEMONT ¿QUÉ OPINAN EN LUXEMBURGO?

Jean-Claude Juncker, actual presidente de la Comisión Europea y figura política del mayor relieve en la actualidad del Gran Ducado de Luxemburgo: chivo expiatorio privilegiado de separatistas catalanes que vocearon eslóganes y consignas en contra suya en su reciente manifestación en Bruselas. Por decir –en público- verdades del barquero, como por ejemplo el que el independentismo no goza de unanimidad de manera ninguna dentro de Cataluña y concita en cambio la unanimidad en su contra (entre españoles) fuera de ella. ¿Pura posición personal e individual, o eco fiel más bien de una memoria más antigua que la de Puigdemont, la del Luxemburgo hispánico (y de la "Spanish Road)?
Señoras y señores, va de Luxemburgo o más exactamente -para no prestar a confusión entre españoles-, del Gran Ducado de Luxemburgo, a no confundir pues con la provincia belga del mismo nombre, que formó parte indisoluble del todo común, tiempo a través durante siglos y milenios, hasta la ruptura de la unidad o separación que trajo la independencia de Bélgica y la insurrección (semi fallida) anti-holandesa que precedería a aquella. “En Las Ardenas –y por ahí quería él dar sin duda a entender tierras del actual Gran Ducado- fueron enterradas las ultimas alabardas" (de nuestro Imperio) escribió –en unas líneas inspiradas- el falangista Eugenio Montes, en su memorable articulo "La Vuelta del Duque de Alba” Y con aquella -se nos antoja a algunos- quedaron enterrados –e irresueltos- también en la memoria colectiva hondos secretos y enigmas de nuestra historia reciente que la reciente actualidad vuelve en extremo cadentes y de extrema urgencia el descifrar o desvelar, y es en clave de la crisis en Cataluña, que se está tornando incandescente al hilo de la últimas noticias, de la acampada delante del “Parlament” de manifestantes separatistas, mientras escribo estas líneas.


Y se nos antoja también que su importancia histórica de este enclave la oculta y disimula a la vez su situación geográfica recóndita y apartada -y centrica y estratégica a la v ez- de confín o confluencia de la Europa del Norte y la del Sur en paralelo a su rol de limes o frontera cultural de lo germano y de lo latino, y en definitiva, de ultimo bastión o traza de hispanidad o de lo hispano por cima de los Pirineos. Luxemburgo hispánico. Por paradójico que parezca y aunque parezcan desmentirlo su realidad actual y los hitos más recientes de su historia.
Ruta Ho Chi Minh (de la España imperial) en tiempos de las guerras de religión (así se la oí calificar a un joven universitario belga –de izquierdas- que parecía apasionadamente interesado en el tema). ¿Especie de Via Appia Antigua (tan misteriosa)-que llevaba y no llevaba a Roma-, como la que evocaba un joven Umbral en sus charlas radiofónicas desde la Voz de León (años cincuenta) semi abandonada y semi enterrada -por la amnesia colectiva y por la maleza de la Historia- y no obstante (misteriosamente) conservada hasta hoy, en pos de nuestra memoria europea y de nuestro orígenes, el Camino español de Flandes (the Spanish Road”)? El que llevaba a nuestros Tercios –a poner una pica en Flandes- a través del continente europeo de España a los países Bajo del Sur, y que desembocaba precisamente en tierras del actual Gran Ducado de Luxemburgo, donde se enterraron las últimas alabardas (Eugenio Montes díxit)
Y convoco aquí y al respecto con gusto al fallecido (y recordado) profesor Elías de Tejada -, muy aficionado al rastreo de todo lo hispano por cima de los Pirineos, y que dedicó algún escrito o incluso un libro (quiero recordar) a este u otros temas adyacentes. Luxemburgo olvidado. Como un cuarto trastero del Benelux –no obstante en los planos económico y financiero, floreciente en extremo- esa fue la impresión que me dio en la visita fugaz que le hice hace dos veranos, por tren -y al cabo y a lo largo de unas vías en apariencia semi abandonadas (…)-, después de llevar ya muchos años por estas tierras. ¿Por culpa, ese olvido, tanto retraso, de ese lado hispano mal asumido y peor camuflado hasta el punto que el patriotismo de generaciones y generaciones de españoles –entre ellas la de mi difunto padre- confundidos u obnubilados por la diplomacia (tan sectaria) antiespañola de sus políticos (en tiempos del Mercado Común) no lo supo ver? Más que una simple hipótesis lo que aquí decir pretendo. Y nos baste un somero repaso al pasado reciente (de hace dos siglos apenas). A esa independencia belga lograda y malograda a la vez, porque se dejó fuera un pedazo esencial del país, el (actual) Luxemburgo, formando parte indeleble de su propia integridad histórica y territorial colectiva, lo que la historiografía oficial belga silencia y rodea a la vez de espesos tabúes. Y se diría que el poder holandés puso tanto interés y encarnizamiento en conservarlo en su seno -en los instantes de la insurrección independentista (1830)- amén de por su importancia estratégica, por razón precisamente de ese sello o ese plus –comparado a otras componentes geográficas de estos países bajos- de hispano o de hispanidad tan indeleble que le había dejado como legado el desenlace de las guerra de religión y –mera continuación de aquella- los de los Treinta Años. ¿Figuraciones mías, ensoñaciones de una mente calenturienta y de las fibras o neuronas de su memoria (a flor de piel) cuando se tocan temas históricos? No lo excluyo, pero es cierto que paseándome por el Gran Ducado –hace unos meses tan sólo- explorándolo más bien en lo hondo de sus grutas y refugios naturales –poblados de tascas y de mesones (oh sorpresa!)- desde lo alto de sus precipicios de vértigo o desde sus impresionantes hoces o acantilados, de la mayor fortaleza natural de Europa -sólo comparable –¿puro azar?- al enclave gibraltareño (como ello mismos en mención obligada al turista recién llegado no dejan de recordarlo) - me sentí más en casa, a salvo por cierto y a buen recaudo, y sentí su historia mas familiar y mas cercana que cuando hago iguales o parecidas evocaciones en análogos itinerarios de iniciación, paseándome por alguna ciudad o comarca o regiones de la Península. Hay no obstante un motivo o un razon de más, otra vez la historia o la memoria histórica: y es el dato irrefragable que el “Camino español” de Flandes el que recorrieron nuestro Tercios tenia su meta (natural) de llegada en los Países Bajos del Sur, sí, como siempre se dijo o se dio a entender sin precisar, pero dentro de ellos desembocaba más precisamente en tierras del actual gran ducado de Luxemburgo. Y sólo ahora, por culpa o gracias a la crisis de Cataluña habré caído cabal en la cuenta que en los treinta años trascurridos desde que llegué aquí, mis caminos, idas y venidas, se entrecruzaron a menudo con las ruta o senderos de ese “camino español” (“the Spanish Road”) , como en una invitación silenciosa, callada, pacífica y solícita a que me decidiese de una vez a caminar por sus senderos, en busca sin duda del eslabón perdido de nuestros orígenes y al hilo de un itinerario iniciático que desemboca en el Benelux y en Luxemburgo en particular después de pasar (nota bene) por Cataluña. Lo que el pobre Puig sin duda que ni siquiera se imaginaba, perdido sin remedio –y por su propia culpa- en sus laberintos. La (triste) aventura secesionista trajo a Puigdemont a Bélgica empeñado (con razón o sin ella) en una internacionalización, o mejor, europeización del conflicto. ¿Es de extrañar pues que la defensa de la unidad nos lleve a algunos fatalmente –por las rutas y los cielos de la Memoria- hasta tierras del Gran Ducado de Luxemburgo?

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