Imagen triste -y desgarradora a la vez- de la España vaciada. ¿Boton de muestra -hipótesis que me permito aquí- del divorcio latente ya de antiguo y a punto de consumarse hoy entre el mundo rural y el resto de la sociedad española?
España vacía -semi-vacía- , vaciada, España en llamas. Y a un español no le dejan indiferente. Español como hubiera dicho UMBRAL hasta las cachas. Ya sea de camisa azul o camisa blanca (...) Y no le dejan pues indiferente todas las noticias mas recientes de la crónica de actualidad que con ese tema se relacionan. Como esa manifestación convocada para mañana domingo en León, bajo la consigna del respeto. Sobreentendido el respeto a las tierras de esa provincia, en los recientes incendios calcinadas. Y nos duelen -lo dije y lo repito- tanto una España como la otra: la que se ve victima de la despoblación como la que se vio pasto de las llamas. Y no entro de propósito -dicho así de entrada- en la polémica polarizante y partidista que fatalmente rodea a esa convocatoria, pero sí que retengo uno de los extremos en el análisis planteado por los convocantes, y es que el fuego que se habrá cebado precisamente con la España vacía, es algo que no les habrá parecido en absoluto trivial o puramente aleatorio. Y llevan toda la razón, se me antoja.
Fuego en la España vacía, en un medio o ámbito- no se olvide- agrario, rural. España rural ¡aparte de mí ese cáliz! De la que provengo por la vía paterna y de la que sólo hoy caigo en la cuenta del foso abisal que de ella (¿a mí sólo?) me separa -sin haberme dado cuenta, insisto hasta ahora- por mi condición de madrileño, flor de asfalto -como (cariñosamente) a mí y a mis hermanos, nuestro difunto padre se refería-, de nacido y criado en la gran ciudad. Foso pues -de diferencias- en la manera de ser, en el lenguaje -en lo que tiene a veces de jerga, sobre todo por sus regionalismos y localismos y last but not least, por lo innumerable -al limite a veces de lo malsonante- de los vulgarismos. De los que no nos vemos libres, dicho sea de paso, ni pueblerinos ni ciudadanos (y el que esté libre de pecado que tire la primera piedra) (...)
Y diferentes sobre todo -y ahí confieso mi reciente descubrimiento (lleno de estupor confiteor)- en la manera de pensar, un fenómeno que me intriga y me da vueltas a la cabeza (confiteor) desde que lo descubrí, rindiéndome (a regañadientes) a la evidencia. Un tema inédito e inexplorado -salvo meliore judicio- que someto con gusto a la apreciación y examen de sociólogos y lingüistas. Pensamiento rural, campesino, de la España incógnita, y hablo todos aquí lo ven y lo sienten en primera persona. Léase, la forma de abordar y de explicar -y recordar- la realidad. Lo que implica una memoria. Que, lo que sería una petición de principio, no puede desmentir ni contradecir la otra/memoria, del pensamiento no rural (urbano o ciudadano) Un pensamiento a imagen y semejanza de su lenguaje, De un lenguaje -como lo leo en un análisis lingüístico ante mis ojos-, en medio rural (mayormente, las más de las veces) minoritario como tal, en minoría (...)
Un pensamiento y un lenguaje en retraso a su época (de nacimiento) a imagen y semejanza de su falta de protagonismo -débil o por la vía pasiva- en la Edad Moderna y sobre todo, a partir del ascenso de las clases burguesas, a partir de la Revolución Francesa que tuvo su antecedente inmediato en un fenómeno cuasi inédito poco estudiado y comentado -en ls universidades al menos por donde yo pasé-, del llamado Gran Miedo (la Grande Peur), léase la ola de pánico (sic) -estudiado por el historiador francés (marxista) de moda en los círculos universitarios españoles, años sesenta, Georges LEFEBVRE-, que asoló el campo francés al acercarse la Revolución, de la que fue -al lado de la convocatoria de los Estados Generales, en las mismas vísperas del asalto a la Bastilla- su gran catalizador. Falta de protagonismo (rural) también, en uno y otro bando -con excepciones que confirman la regla- en la guerra civil española.
Y abordando este asunto me embarga la impresión de estar como SISIFO, intentando (en vano) llevar una gran piedra hasta lo alto de la montaña. Y es la de todo el pensamiento político contemporáneo -a partir de los Fisiócratas, con la Ilustración- que idealizan y divinizan realzándola, de un punto de vista económico -como fuente principal o única de riqueza- a la Tierra, la madre Naturaleza o sea. Y en esta (imprevista) vuelta (mía) al campo o a la tierra de donde venimos -y de donde nunca debimos salir o no del todo- , me acompaña -como me lo crucé ayer navegando en la Red- la figura de un nombre familiar, viejo conocido mío, el de José María GABRIEL Y GALAN -victima de ostracismo y de cancelación (con años de adelanto al poner(se) de moda ese fenómeno, de la cancel culture) y de apagón (black-out) o de silencio en la actualidad literaria de la lengua española y en sus estudios universitarios e incluso en el Bachillerato-, que practicó una poética muy original y al mismo tiempo muy de su época, marcada -además de por su versificación propiamente virtuosa-por un fuerte apego a su tierra (extremeña) y a su lenguaje rural, sin obviar o excluir variantes dialectales del mismo, como lo era el extremeño -o castúo-, y no obstante silenciado en las generaciones que se seguirían . Entre otras razones evidentes por su encasillamiento ideológico -carlista (sic), lo que no supe hasta hoy- y por el fuerte acento y aliento de religiosidad (tradicional) en sus versos.
No pido perdón pues -como un vulgar "ecolo"- a la Tierra ofendida o maltratada, pero sí que le ofrezco estas modestas líneas -como hijo pródigo- en espíritu de reparación de mi olvido y desvío, y extrañamiento y desvarío hacia el mundo rural, hacia la Tierra/madre, mal/amada. OMNIA VINCIT VERITAS
Busto en Plasencia del poeta olvidado, José María GABRIEL Y GALAN, hoy objeto (y sujeto) de reparación, ante el fenómeno de la España vaciada. Poeta de la tierra -la de su patria chica-, fiel a su lenguaje, a su variante dialectal -el extremeño o castúo- incluso, y versificador virtuoso -en formas poéticas poco frecuentes para su época y mucho más al día de hoy- adolece no obstante de un problema fundamental en su poética. Y es que como diría Octavio PAZ, la creación poética debe permitir al poeta recordar su identidad perdida y conectar con su Otredad. Lo que HEIDEGGER llamó la brutal alteridad del SER. Y todo eso se ve impedido o lastrado en la poesía de GABRIEL Y GALAN por su fuerte acento religioso tradicional, que le dispensa de ese esfuerzo de abordaje, de iniciación -y revelación (sic)- al darle -como diría Francisco UMBRAL- todas las cuestiones e interrogantes ya de antemano resueltos. Y evacuando así el aura del misterio (a la vez religioso y poético)

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