sábado, septiembre 07, 2019
ITALIA Y "LA GUERRA CIVIL EUROPEA"
Arturo Michelíni, fundador del MSI. Ex - combatiente –en el seno del CTV- en nuestra guerra civil. Nostálgico del Ventennio (29 de octubre 1922-25 de julio 1943), la larga era de paz y de prosperidad –antes de la Segunda Guerra Mundial- de la Italia fascista. Su neofascismo constitucional –o “constitucionalista” (“burgués” para los radicales)- se saldó con el fracaso (poco antes de su muerte) -tras los incidentes callejeros y la crisis política de junio de 1960, en Genova en su origen y con un congreso del MSI como pretexto-, pero supo con ello poner de relieve lo que el conflicto fascismo anti-fascismo en Italia tuvo –y con él la Segunda Guerra Mundial- de “guerra civil europea”
MSI, unas siglas que me cautivaban (de forma obsesionante) en mi época universitaria. Y de forma un tanto vergonzante -¿para qué lo debería negar?- porque el aceptar y el asumir que de una manera u otra los admiraba (y me fascinaban) me obligaba a admitir muchas cosas que aquellas siglas, y aquel partido o movimiento (de perdedores y vencidos o descendientes de vencidos) como un tótem o tabú o como un sarcófago escondían, como enterradas o semi-enterradas. “¡Los misinos!”, exclamaba con tonos de sinceridad y grande intriga un buen amigo buscando (como yo) la raíz del misterio o la clave del enigma de la fuerza o del atractivo mágico –de talismán- que él sentía en mí, que aquellas siglas y la simbología en torno a aquel movimiento –de perdedores y vencidos- encerraba.
“¡No haces mas que hablar de ellos, como si no hubiese otra cosa en Italia y en el mundo!” Y a fe mía que (casi) que no la había. Como un vestigio del mundo que murió en el 45, así se me presentan hoy los misinos (italianos) aquellos, como lo simbolizaba su insignia –hoy lo llamaríamos logo- de la llama tricolor, de una esperanza que se obstinaba en llamear y seguir ardiendo –en vida- en el panorama (desierto) que ofrecía el mundo de la posguerra inmediata a los vencidos en el 45. Lo que los españoles no veíamos o no queríamos ver por razones o motivos quizás complicados y un poco largos de explicar – a algunos- y que hoy en cambio, y desde hace ya algún tiempo, se nos revela de una claridad meridiana. Fue "la derrota mundial" -Salvador Borrego dixit- que los españoles nos negamos a ver y a reconocer, o negamos a secas -como lo dejó escrito Francisco Umbral (“Madrid, 1940)-, optando en cambio –todos, casi sin excepción- por meter la cabeza debajo del ala (o de las faldas y faldones de la Santa/Madre Iglesia, lo mismo me da que me da lo mismo) Corrían años azarosos y aciagos, aquella década de finales de los sesenta y principios de los setenta –los de mi época universitaria-, que empezaron en la expectativa y en la espera de todo lo que nos podía ofrecer -a mi y a los jóvenes de mi generación- el mundo que se abría ante nuestros ojos desprevenidos y esperanzados, y se terminaron para mí y para algunos otros quizás (pocos) –diecisiete como quien dice, como quien no quiere la cosa-, por un brusco y radical enroque –y apartamiento de todos o de casi todos- que tenia (en mí) mucho de social y de psicológico, más que de político e ideológico y que en mi caso concreto se acabaría plasmando y extendiendo al plano religioso, y fue bajo el signo –como un sol negro de la guerra o un sol blanco (y calcinante) de los vencidos- más o menos invisible o arduo y difícil a reconocer de la derrota: en una Segunda Guerra Mundial que no venia a ser más que una guerra civil europea (Nolte díxit) a saber, la prolongación o el epilogo interminable de una guerra civil –española, - no menos interminable, la nuestra. La Historia es la que es, y no hay mas vuelta de hoja, aunque –dicho sea en mención obligada- hoy se vea convertida en un campo de batalla donde algunos quieren seguir riñendo –para ganarla esta vez- la guerra civil (española y europea) interminable a base de la violencia (sic) y de la sinrazón (sic), como lo decía o le hacían decir al autor del articulo (se me antoja), el editor o los duendes de la imprenta, al autor de sobre memoria histórica un articulo aparecido en la edición del “finde” del País (fuera de toda sospecha)
Y los misinos reconocían –¡qué remedio!- su derrota, y se empeñaban no obstante, como el capitán de los Tercios de Flandes en la celebre pieza (“En Flandes se ha puesto el sol”) de encontrar a toda costa “el camino que viene de aquella”, con la antorcha de aquella llama (tricolor) en la política italiana de entonces –años setenta- y en el mundo de su época. “Caminante no hay camino se hace camino al andar”, mejor glosa imposible –y fuera de toda sospecha, esos versos del `poeta rojo/republicano- y lo es de la tesitura y de las andadas de los neofascistas italianos en décadas de posguerra. Y a fe mía que caminaron en la política de su tiempo, entre errores y entre aciertos y con las armas que les daba –o que les dejaba usar- el sistema político en vigor en la Italia de entonces, y que no eran más (en suma) que las del mundo de su tiempo. Hijos de aquel tiempo (turbio y feo y aciago), los misinos como lo fui yo, y supervivientes al mismo tiempo ellos y yo, de unos cambios (cataclísmicos) que no quería -ni podía- aceptar yo, y de una derrota que ellos vivieron, y que sufrimos y vivimos –por pasiva- tanto yo como ellos. Esa es mi patente de europeo. La Falange no fue, no es un movimiento fascista, ya estoy oyendo las mismas voces que oi entonces y las dejo aquí ahora consignar sin más, sin ánimo ni voluntad alguna de entrar (de nuevo) en polémicas, Alumbrar el camino (nuevo), esa es mi besana o mi divisa como decían los labriegos antiguos. El camino que viene de la derrota (Eduardo Marquina díxit) Sin polémicas inútiles (y estériles, y fastidiosa) Y así es como hay que ver e interpretar –mi deseo ardiente al menos, de verdad- este articulo y todos los que vengo vertiendo (hace tanto ya) en este blog y todo lo que vengo escribiendo en Internet, por mi cuenta o en las redes sociales.
Giorgio Almirante. Sucedió a Michelini a la cabeza del MSI- Su referente histórico no era –como en Michelini- el Ventenio fascista sino la RSI –República Social Italiana, “de Saló” (Norte de Italia) al final de la Segunda Guerra Mundial –con sol de poniente ya para la Alemania nazi y para la Italia fascista-, en la cual aquel tuvo destacado protagonismo –y fue en su puesto (muy joven) de jefe de gabinete del Ministro de Propaganda de la RSI, Fernando Mezzasoma (“el ultimo recluta capaz que produjo el fascismo”) Y no reconocía –al contrario de Michelini- más constitución que “la Carta (o Manifiesto) de Verona” (14-16 noviembre 1943) que sentó –después de la vuelta del Duce al poder tras su destitución por el Gran Consejo (24 de julio 1943) y su liberación del Gran Sasso (12 septiembre 1943)- las bases o líneas programáticas de un nuevo fascismo republicano, “de izquierdas”, anticapitalista y autogestionario (de “Revolución pendiente”), y bajo supervisión nazi/alemana. Almirante, en el estado de guerra civil larvada en que se encontraba la Universidad española en el tardo franquismo –y doy fe de ello-, nos hizo soñar a muchos, dentro y fuera (como era mi caso) de Fuerza Nueva –amigo y aliado que aquel fue de Blas Piñar (si él supiera donde se había metido) (…)-, y nos hizo en suma creer que “si se podía” aún, que ciertos sueños aun eran posible, pese a la derrota en el 45
Y esa búsqueda de caminos en los vencidos del 45, hijos de la derrota, a través de décadas de política italiana de la posguerra, es la clave indispensable a la hora de descifrar la crisis en la que el país cisalpino se ve presentemente envuelta a tenor de lo que nos ofrece su crónicas de actualidad palpitante en los últimos días y semanas) Tal y como traté de explicarlo en mi último articulo sobre política italiana que era o se quería dos cosas a la vez, diagnóstico y apuesta. En la segunda erré (estrepitosamente) como todos lo saben, aunque no venia en ella más que a confirmar la pertinencia de mi diagnóstico o análisis y si dudas cupieran no viene más que a corroborarlo o a confirmarlo la crónica de las últimas horas. Y eso aunque, si bien se mira, me haya visto obligado a corregir no mi análisis per se, sino el prisma de observación que habrá sido el mio más bien. Los comentaristas o analistas de la prensa global prefieren –y es su derecho- ver la política como un juego, y así analizan los últimos desenlaces de la crisis italiana como una partida de póker (“menteur”) en la que nos vemos tentados (confíteor) –y esa sea sin duda el interés o el aliciente (máximo) del juego- los simples espectadores (o mirones) a tomar parte o a meter baza. El derecho nos cabe a nosotros en cambio de ver la política como lo que (en realidad) es. Como una cosa seria y no como un juego. Tan seria que Clausewitz –maestro y fuente de inspiración de Lenín (y como tal fuera de toda sospecha)- veía a las claras su relación intima y estrecha con la guerra (“continuación de la política por otros medios”)
Y así es como vemos nosotros la crisis italiana por detrás del juego del baile de disfraces (de Carnaval) que aparenta. Como una prolongación o secuela –trágica o tragicómica- de la guerra aquella, léase de la guerra civil europea. Y Salvini, en el que ahora todos se empeñan en dar coces –como reza el refrán español- y presentan a toda costa (sólo ahora) como un bufón típicamente italiano (o un histrión), se nos aparece a nosotros como lo que en realidad es -él lo mismo que su compañero de viaje y de fatigas, Di Maio, hasta hace poco. Un vencido o un hijo de la derrota. Lo que explica los ataques de los que es víctima así como los principales trazos de su trayectoria, como sus derrotas y sus triunfos (igualmente clamorosas y restallantes unas que otras) De los que ven en el un nuevo Mussolini o el último de la serie de sus epígonos o imitadores, si bien se mira. Un vencido y como tal les merece ser tratado, sin derecho a espacio alguno en la política italiana de hoy (me refiero dentro del sistema) Ley de bronce de la historia política de aquel país latino (y hermano), tal y como la historia de los misinos, del neofascismo italiano de la posguerra, lo ilustra y lo demuestra. Y tal y como lo viví yo –de precoz lector de periódicos- desde los años de mi adolescencia. Aún sin darme cuenta.
Porque si los misinos despuntaban tanto en las crónicas de actualidad (internacional) de aquellos años la razón era esa y no ninguna otra. Su voluntad en abrirse camino en encontrar –o labrarse- un puesto al sol (y no al que más calienta) Y eso es lo que nos enseñan los episodios a cual más turbulento y tumultuoso de las crisis en las que se vieron envueltos como tanbien las tensiones que desgarraban –entre adaptación y ruptura, léase entre revolucionarios y burgueses, constitucionalistas (moderados) y mini republicanos (republiccini) y escuadristas- el movimiento misino por dentro. Tal y como lo ilustra la crisis mayor aquella de la política italiana (en el sesenta), que tuvo al MIS de principal causante y detonante y a su anterior secretario y fundador –Arturo Michelini- de principal protagonista justo al final de su vida. No me acordaba del nombre de él, como rodado de un lapso –de los que tanto gustaba de especular (Sigmund) Freud- y lo habré tenido ahora en la punta de la lengua tanto y tantas veces como entonces en aquellos años mozos lo tenía en la boca, hasta que me ha vuelto (al fin!) otra vez a la memoria, como queriendo simbolizar que con la recuperación de su nombre salen a flote a la vez tantas otras cosas.
Junio Valerio Borghese, el Príncipe Negro, de una familia italiana del más rancio abolengo y de la más alta alcurnia aristocrática. En su activo durante la Segunda Guerra Mundial, un asalto al puerto de Alejandría (entonces bajo dominio británico) y cuatro ataques –al mando de un submarino- contra el peñón de Gibraltar en el que varios navíos ingleses fueron hundidos. Estuvo al mando de una unidad de élite submarina de la RSI –la Décima MAS (unos cuatro mil hombres)-, al final de la Segunda Guerra Mundial. y fue acusado –en los medios sobre todo- de una tentativa de putsch en el tardo franquismo (años setenta), que le hizo entrar en la leyenda (de la posguerra): una operación teledirigida (según ciertas versiones creíbles y autorizadas) por la CIA y por el (entonces) presidente) Richard Nixon en persona (que se echó atrás en el último segundo) Figura emblemática, Junio Valerio Borghese, del neofascismo radical (“republicano”), como Giorgio Almirante, como Pino Rauti, como Stefano Delle Chiaie. El 7 de junio del 68 hizo un llamamiento a la unidad de todos los italianos “frente a la ola de subversión en trance de invadir Europa" (¡ni el menor eco en la prensa española!) (…) Fallecido en Cádiz, el 27 de agosto de 1974, a los 68 años de edad. Donde, tras la tentativa de putsch, se había refugiado (…)
Michelini, fundador del MSI, representaba igualmente en el seno del movimiento neofascista su tendencia parlamentaria –burguesa al decir de sus rivales de la tendencia rupturista- y en la historia reciente de la Italia fascista) de Mussolini, Michelini (y la dirección del MSI bajo su égida) encarnaba el Ventenio –la era (en paz) del régimen fascista- frente a los nostálgicos del ultimo fascismo, de los últimos irreductibles de la Republica Social envuelta ya (trágicamente) en la guerra civil, en la represión sangrienta y en el desgarro fratricida. Y el fracaso de la vía –hoy la llamaríamos constitucionalista- que el primer secretario y fundador simbolizaba se vio sellado en los incidentes –callejeros- que los italianos llaman la crisis de 1960- en Génova, ciudad emblemática, es verdad de la Resistencia, de fuerte raigambre de izquierdas (comunista), que tuvieron como pretexto el anuncio de la celebración en la ciudad de un congreso del MSI, lo que provocó una protesta indignada (y beligerante) de toda la clase política, extendiéndose como un reguero de pólvora o una mancha de aceite -pese al anuncio de la cancelación del congreso- a pueblos y ciudades de la península italiana y llevó al país al borde de la guerra civil, y era solo por un congreso tan siquiera. A Michelini sucedió Almirante, el amigo de Blas Piñar –a mí que me registren- pero yo ya, a principios de los setenta estaba (metido) –todos aquí lo saben- en otra cosa, como dicen en Argentina. Almirante era la vía casi insurreccional, o filo revolucionaria, acorde con la temperatura y el ambiente que en Italia en aquellos años (“del plomo”) se empezaban a vivir. Con él se fue el sueño, pero no desapareció ni se extinguió del todo, y la prueba o argumento “a contrario” lo son los múltiples esfuerzos de adaptación y de ruptura con el propio pasado que hicieron acuñar el término pos/fascismo –en los tiempos de Gianfranco Fini y de Alleanza Nazionale”- y el balance –desalentador- que acabarían ofreciendo en una visión mínimamente retrospectiva. Salvini no es fascista ni neofascista –y si cupieran dudas el propio interesado se encarga de disiparlas en cuanto que la ocasión se presenta-, el fantasma soliviantador del fascismo y de la Italia de Mussolini no le quita menos no obstante, ni a sol ni a sombra.
Y gravita o preside los puntos mas importantes y emblemáticos de su programa y las líneas o directrices dominantes de su actuación publica. Como lo ilustra “su” guerra de los puertos en nombre de los italianos (o de “los italianos primero”) y “su” problema –o mas bien el de la Liga- con el Sur, el Mezzogiorno, que no era menos el del fascismo primero, y quien dice el Sur, dice la Maffia (como lo ilustra su enfrentamiento verbal con el alcalde de Palermo, amigo de mafiosos) Hasta el punto que cabe ver en la radicalización de la actuación del líder de la Liga desde las dependencias (palacio del Viminale) del Ministerio (italiano) del Interior, no otra cosa que un recoger el guante del desafío que “los tíos de Sicilia” –los del “pulpo”, en francés “pieuvre”- planteaban al líder de la Liga, como se lo plantearon al Duce que trató a la organización mafiosa con firmeza, el prefecto de Palermo (Cesare Mori) –que él nombró- siempre interpuesto (hasta que lo eliminaron)(forzando su destitución, me refiero)
Y no solo ese, sino el otro desafío que bajo el aflujo de inmigrantes –de "la emigración ilegal" (no europea) como él la llama, y de parte –UE interpuesta- de Francia y de Alemania –y los Estados Unidos (…)- se escurre y se agazapa. Desafío del mas alto nivel –y chantaje magno, a saber, o inmigración ilegal -y Gran Remplazo ("remplacement")- o crisis e inestabilidad política en el concierto internacional. Tal y como el que hicieron a De Gaulle en mayo del 68) (…) , y como los que llevaron a la guerra a la Alemania nazi y a la Italia fascista. Los pueblos (y naciones) que no aprenden de la Historia, están condenados a repetirla.
MSI, unas siglas que me cautivaban (de forma obsesionante) en mi época universitaria. Y de forma un tanto vergonzante -¿para qué lo debería negar?- porque el aceptar y el asumir que de una manera u otra los admiraba (y me fascinaban) me obligaba a admitir muchas cosas que aquellas siglas, y aquel partido o movimiento (de perdedores y vencidos o descendientes de vencidos) como un tótem o tabú o como un sarcófago escondían, como enterradas o semi-enterradas. “¡Los misinos!”, exclamaba con tonos de sinceridad y grande intriga un buen amigo buscando (como yo) la raíz del misterio o la clave del enigma de la fuerza o del atractivo mágico –de talismán- que él sentía en mí, que aquellas siglas y la simbología en torno a aquel movimiento –de perdedores y vencidos- encerraba.
“¡No haces mas que hablar de ellos, como si no hubiese otra cosa en Italia y en el mundo!” Y a fe mía que (casi) que no la había. Como un vestigio del mundo que murió en el 45, así se me presentan hoy los misinos (italianos) aquellos, como lo simbolizaba su insignia –hoy lo llamaríamos logo- de la llama tricolor, de una esperanza que se obstinaba en llamear y seguir ardiendo –en vida- en el panorama (desierto) que ofrecía el mundo de la posguerra inmediata a los vencidos en el 45. Lo que los españoles no veíamos o no queríamos ver por razones o motivos quizás complicados y un poco largos de explicar – a algunos- y que hoy en cambio, y desde hace ya algún tiempo, se nos revela de una claridad meridiana. Fue "la derrota mundial" -Salvador Borrego dixit- que los españoles nos negamos a ver y a reconocer, o negamos a secas -como lo dejó escrito Francisco Umbral (“Madrid, 1940)-, optando en cambio –todos, casi sin excepción- por meter la cabeza debajo del ala (o de las faldas y faldones de la Santa/Madre Iglesia, lo mismo me da que me da lo mismo) Corrían años azarosos y aciagos, aquella década de finales de los sesenta y principios de los setenta –los de mi época universitaria-, que empezaron en la expectativa y en la espera de todo lo que nos podía ofrecer -a mi y a los jóvenes de mi generación- el mundo que se abría ante nuestros ojos desprevenidos y esperanzados, y se terminaron para mí y para algunos otros quizás (pocos) –diecisiete como quien dice, como quien no quiere la cosa-, por un brusco y radical enroque –y apartamiento de todos o de casi todos- que tenia (en mí) mucho de social y de psicológico, más que de político e ideológico y que en mi caso concreto se acabaría plasmando y extendiendo al plano religioso, y fue bajo el signo –como un sol negro de la guerra o un sol blanco (y calcinante) de los vencidos- más o menos invisible o arduo y difícil a reconocer de la derrota: en una Segunda Guerra Mundial que no venia a ser más que una guerra civil europea (Nolte díxit) a saber, la prolongación o el epilogo interminable de una guerra civil –española, - no menos interminable, la nuestra. La Historia es la que es, y no hay mas vuelta de hoja, aunque –dicho sea en mención obligada- hoy se vea convertida en un campo de batalla donde algunos quieren seguir riñendo –para ganarla esta vez- la guerra civil (española y europea) interminable a base de la violencia (sic) y de la sinrazón (sic), como lo decía o le hacían decir al autor del articulo (se me antoja), el editor o los duendes de la imprenta, al autor de sobre memoria histórica un articulo aparecido en la edición del “finde” del País (fuera de toda sospecha)
Y los misinos reconocían –¡qué remedio!- su derrota, y se empeñaban no obstante, como el capitán de los Tercios de Flandes en la celebre pieza (“En Flandes se ha puesto el sol”) de encontrar a toda costa “el camino que viene de aquella”, con la antorcha de aquella llama (tricolor) en la política italiana de entonces –años setenta- y en el mundo de su época. “Caminante no hay camino se hace camino al andar”, mejor glosa imposible –y fuera de toda sospecha, esos versos del `poeta rojo/republicano- y lo es de la tesitura y de las andadas de los neofascistas italianos en décadas de posguerra. Y a fe mía que caminaron en la política de su tiempo, entre errores y entre aciertos y con las armas que les daba –o que les dejaba usar- el sistema político en vigor en la Italia de entonces, y que no eran más (en suma) que las del mundo de su tiempo. Hijos de aquel tiempo (turbio y feo y aciago), los misinos como lo fui yo, y supervivientes al mismo tiempo ellos y yo, de unos cambios (cataclísmicos) que no quería -ni podía- aceptar yo, y de una derrota que ellos vivieron, y que sufrimos y vivimos –por pasiva- tanto yo como ellos. Esa es mi patente de europeo. La Falange no fue, no es un movimiento fascista, ya estoy oyendo las mismas voces que oi entonces y las dejo aquí ahora consignar sin más, sin ánimo ni voluntad alguna de entrar (de nuevo) en polémicas, Alumbrar el camino (nuevo), esa es mi besana o mi divisa como decían los labriegos antiguos. El camino que viene de la derrota (Eduardo Marquina díxit) Sin polémicas inútiles (y estériles, y fastidiosa) Y así es como hay que ver e interpretar –mi deseo ardiente al menos, de verdad- este articulo y todos los que vengo vertiendo (hace tanto ya) en este blog y todo lo que vengo escribiendo en Internet, por mi cuenta o en las redes sociales.
Giorgio Almirante. Sucedió a Michelini a la cabeza del MSI- Su referente histórico no era –como en Michelini- el Ventenio fascista sino la RSI –República Social Italiana, “de Saló” (Norte de Italia) al final de la Segunda Guerra Mundial –con sol de poniente ya para la Alemania nazi y para la Italia fascista-, en la cual aquel tuvo destacado protagonismo –y fue en su puesto (muy joven) de jefe de gabinete del Ministro de Propaganda de la RSI, Fernando Mezzasoma (“el ultimo recluta capaz que produjo el fascismo”) Y no reconocía –al contrario de Michelini- más constitución que “la Carta (o Manifiesto) de Verona” (14-16 noviembre 1943) que sentó –después de la vuelta del Duce al poder tras su destitución por el Gran Consejo (24 de julio 1943) y su liberación del Gran Sasso (12 septiembre 1943)- las bases o líneas programáticas de un nuevo fascismo republicano, “de izquierdas”, anticapitalista y autogestionario (de “Revolución pendiente”), y bajo supervisión nazi/alemana. Almirante, en el estado de guerra civil larvada en que se encontraba la Universidad española en el tardo franquismo –y doy fe de ello-, nos hizo soñar a muchos, dentro y fuera (como era mi caso) de Fuerza Nueva –amigo y aliado que aquel fue de Blas Piñar (si él supiera donde se había metido) (…)-, y nos hizo en suma creer que “si se podía” aún, que ciertos sueños aun eran posible, pese a la derrota en el 45
Y esa búsqueda de caminos en los vencidos del 45, hijos de la derrota, a través de décadas de política italiana de la posguerra, es la clave indispensable a la hora de descifrar la crisis en la que el país cisalpino se ve presentemente envuelta a tenor de lo que nos ofrece su crónicas de actualidad palpitante en los últimos días y semanas) Tal y como traté de explicarlo en mi último articulo sobre política italiana que era o se quería dos cosas a la vez, diagnóstico y apuesta. En la segunda erré (estrepitosamente) como todos lo saben, aunque no venia en ella más que a confirmar la pertinencia de mi diagnóstico o análisis y si dudas cupieran no viene más que a corroborarlo o a confirmarlo la crónica de las últimas horas. Y eso aunque, si bien se mira, me haya visto obligado a corregir no mi análisis per se, sino el prisma de observación que habrá sido el mio más bien. Los comentaristas o analistas de la prensa global prefieren –y es su derecho- ver la política como un juego, y así analizan los últimos desenlaces de la crisis italiana como una partida de póker (“menteur”) en la que nos vemos tentados (confíteor) –y esa sea sin duda el interés o el aliciente (máximo) del juego- los simples espectadores (o mirones) a tomar parte o a meter baza. El derecho nos cabe a nosotros en cambio de ver la política como lo que (en realidad) es. Como una cosa seria y no como un juego. Tan seria que Clausewitz –maestro y fuente de inspiración de Lenín (y como tal fuera de toda sospecha)- veía a las claras su relación intima y estrecha con la guerra (“continuación de la política por otros medios”)
Y así es como vemos nosotros la crisis italiana por detrás del juego del baile de disfraces (de Carnaval) que aparenta. Como una prolongación o secuela –trágica o tragicómica- de la guerra aquella, léase de la guerra civil europea. Y Salvini, en el que ahora todos se empeñan en dar coces –como reza el refrán español- y presentan a toda costa (sólo ahora) como un bufón típicamente italiano (o un histrión), se nos aparece a nosotros como lo que en realidad es -él lo mismo que su compañero de viaje y de fatigas, Di Maio, hasta hace poco. Un vencido o un hijo de la derrota. Lo que explica los ataques de los que es víctima así como los principales trazos de su trayectoria, como sus derrotas y sus triunfos (igualmente clamorosas y restallantes unas que otras) De los que ven en el un nuevo Mussolini o el último de la serie de sus epígonos o imitadores, si bien se mira. Un vencido y como tal les merece ser tratado, sin derecho a espacio alguno en la política italiana de hoy (me refiero dentro del sistema) Ley de bronce de la historia política de aquel país latino (y hermano), tal y como la historia de los misinos, del neofascismo italiano de la posguerra, lo ilustra y lo demuestra. Y tal y como lo viví yo –de precoz lector de periódicos- desde los años de mi adolescencia. Aún sin darme cuenta.
Porque si los misinos despuntaban tanto en las crónicas de actualidad (internacional) de aquellos años la razón era esa y no ninguna otra. Su voluntad en abrirse camino en encontrar –o labrarse- un puesto al sol (y no al que más calienta) Y eso es lo que nos enseñan los episodios a cual más turbulento y tumultuoso de las crisis en las que se vieron envueltos como tanbien las tensiones que desgarraban –entre adaptación y ruptura, léase entre revolucionarios y burgueses, constitucionalistas (moderados) y mini republicanos (republiccini) y escuadristas- el movimiento misino por dentro. Tal y como lo ilustra la crisis mayor aquella de la política italiana (en el sesenta), que tuvo al MIS de principal causante y detonante y a su anterior secretario y fundador –Arturo Michelini- de principal protagonista justo al final de su vida. No me acordaba del nombre de él, como rodado de un lapso –de los que tanto gustaba de especular (Sigmund) Freud- y lo habré tenido ahora en la punta de la lengua tanto y tantas veces como entonces en aquellos años mozos lo tenía en la boca, hasta que me ha vuelto (al fin!) otra vez a la memoria, como queriendo simbolizar que con la recuperación de su nombre salen a flote a la vez tantas otras cosas.
Junio Valerio Borghese, el Príncipe Negro, de una familia italiana del más rancio abolengo y de la más alta alcurnia aristocrática. En su activo durante la Segunda Guerra Mundial, un asalto al puerto de Alejandría (entonces bajo dominio británico) y cuatro ataques –al mando de un submarino- contra el peñón de Gibraltar en el que varios navíos ingleses fueron hundidos. Estuvo al mando de una unidad de élite submarina de la RSI –la Décima MAS (unos cuatro mil hombres)-, al final de la Segunda Guerra Mundial. y fue acusado –en los medios sobre todo- de una tentativa de putsch en el tardo franquismo (años setenta), que le hizo entrar en la leyenda (de la posguerra): una operación teledirigida (según ciertas versiones creíbles y autorizadas) por la CIA y por el (entonces) presidente) Richard Nixon en persona (que se echó atrás en el último segundo) Figura emblemática, Junio Valerio Borghese, del neofascismo radical (“republicano”), como Giorgio Almirante, como Pino Rauti, como Stefano Delle Chiaie. El 7 de junio del 68 hizo un llamamiento a la unidad de todos los italianos “frente a la ola de subversión en trance de invadir Europa" (¡ni el menor eco en la prensa española!) (…) Fallecido en Cádiz, el 27 de agosto de 1974, a los 68 años de edad. Donde, tras la tentativa de putsch, se había refugiado (…)
Michelini, fundador del MSI, representaba igualmente en el seno del movimiento neofascista su tendencia parlamentaria –burguesa al decir de sus rivales de la tendencia rupturista- y en la historia reciente de la Italia fascista) de Mussolini, Michelini (y la dirección del MSI bajo su égida) encarnaba el Ventenio –la era (en paz) del régimen fascista- frente a los nostálgicos del ultimo fascismo, de los últimos irreductibles de la Republica Social envuelta ya (trágicamente) en la guerra civil, en la represión sangrienta y en el desgarro fratricida. Y el fracaso de la vía –hoy la llamaríamos constitucionalista- que el primer secretario y fundador simbolizaba se vio sellado en los incidentes –callejeros- que los italianos llaman la crisis de 1960- en Génova, ciudad emblemática, es verdad de la Resistencia, de fuerte raigambre de izquierdas (comunista), que tuvieron como pretexto el anuncio de la celebración en la ciudad de un congreso del MSI, lo que provocó una protesta indignada (y beligerante) de toda la clase política, extendiéndose como un reguero de pólvora o una mancha de aceite -pese al anuncio de la cancelación del congreso- a pueblos y ciudades de la península italiana y llevó al país al borde de la guerra civil, y era solo por un congreso tan siquiera. A Michelini sucedió Almirante, el amigo de Blas Piñar –a mí que me registren- pero yo ya, a principios de los setenta estaba (metido) –todos aquí lo saben- en otra cosa, como dicen en Argentina. Almirante era la vía casi insurreccional, o filo revolucionaria, acorde con la temperatura y el ambiente que en Italia en aquellos años (“del plomo”) se empezaban a vivir. Con él se fue el sueño, pero no desapareció ni se extinguió del todo, y la prueba o argumento “a contrario” lo son los múltiples esfuerzos de adaptación y de ruptura con el propio pasado que hicieron acuñar el término pos/fascismo –en los tiempos de Gianfranco Fini y de Alleanza Nazionale”- y el balance –desalentador- que acabarían ofreciendo en una visión mínimamente retrospectiva. Salvini no es fascista ni neofascista –y si cupieran dudas el propio interesado se encarga de disiparlas en cuanto que la ocasión se presenta-, el fantasma soliviantador del fascismo y de la Italia de Mussolini no le quita menos no obstante, ni a sol ni a sombra.
Y gravita o preside los puntos mas importantes y emblemáticos de su programa y las líneas o directrices dominantes de su actuación publica. Como lo ilustra “su” guerra de los puertos en nombre de los italianos (o de “los italianos primero”) y “su” problema –o mas bien el de la Liga- con el Sur, el Mezzogiorno, que no era menos el del fascismo primero, y quien dice el Sur, dice la Maffia (como lo ilustra su enfrentamiento verbal con el alcalde de Palermo, amigo de mafiosos) Hasta el punto que cabe ver en la radicalización de la actuación del líder de la Liga desde las dependencias (palacio del Viminale) del Ministerio (italiano) del Interior, no otra cosa que un recoger el guante del desafío que “los tíos de Sicilia” –los del “pulpo”, en francés “pieuvre”- planteaban al líder de la Liga, como se lo plantearon al Duce que trató a la organización mafiosa con firmeza, el prefecto de Palermo (Cesare Mori) –que él nombró- siempre interpuesto (hasta que lo eliminaron)(forzando su destitución, me refiero)
Y no solo ese, sino el otro desafío que bajo el aflujo de inmigrantes –de "la emigración ilegal" (no europea) como él la llama, y de parte –UE interpuesta- de Francia y de Alemania –y los Estados Unidos (…)- se escurre y se agazapa. Desafío del mas alto nivel –y chantaje magno, a saber, o inmigración ilegal -y Gran Remplazo ("remplacement")- o crisis e inestabilidad política en el concierto internacional. Tal y como el que hicieron a De Gaulle en mayo del 68) (…) , y como los que llevaron a la guerra a la Alemania nazi y a la Italia fascista. Los pueblos (y naciones) que no aprenden de la Historia, están condenados a repetirla.
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