Putín y el honor. Lo que los medios tanto y tantas veces habrán puesto en entredicho se habrá visto puesto a salvo y rescatado por recientes declaraciones del mandatario ruso sobre la muerte del líder y fundador del grupo Wagner, Yevgueni Prygozihne. En los cuerpos de los cuales -de él y de sus compañeros de vuelo-, así lo afirma Vladimir Putin, se habrán encontrado fragmentos de granadas, sin que se registrasen impactos de misil en el fuselaje del avión. Y a la vez declaró que en las oficinas del grupo de mercenarios en San Petersburgo se habrán encontrado -además de diez mil millones de rublos (unos 94 millones de euros),- cinco kilos de cocaína, lamentándose al tiempo que no se hubieran hecho en su momento controles de alcoholemia y de consumo de drogas entre las víctimas de la catástrofe.
Mercenarios ex-"asesinos" o ex-violadores" buscando (y logrando) la redención en el fuego y en el frente de batalla, los candidatos de predilección de su jefe en las operaciones de alistamiento y enganche -en cárceles y campos de detención- para la guerra patriotica, que se mantenía no obstante -a tenor de declaraciones de algunos de sus miembros y seguidores leídas en la prensa no hace mucho- (prudentemente) a distancia de ladrones y drogadictos, en una cuerda floja o línea de demarcación -entre redimidos e irredentos (sin posibilidad u oportunidad de redención) - que Yevgueni Prygozhne pareció sabiamente seguir hasta el accidente aéreo que le costó la vida, tras perder el equilibrio o el autocontrol?
Esa es la interpretación más sensata y entre líneas más plausible a la que se presta (y que se merece) el trágico fnal que se les vería reservado, y sus causas próximas y remotas, y a la que Vladimir Putín habrá acertado con sus (oportunas) declaraciones de ahora (mismo) y su silencio (tan enigmático) anterior, a darlas credibilidad y la mayor difusión. Lo que no desmerece en nada (o poco menos que nada) de la imagen que el grupo de mercenarios y su jefe y fundador habrán legado a la posteridad, de héroes muertos por la Patria, en el seno de la cual habrán (al fin) encontrado el olvido como el perdón. Como así los habrá glosado Vladimir Putin en una última declaración.
Y mientras tanto, su memoria se engrandece y se enaltece a medida que vuelve a la más rabiosa actualidad la más preciosa y preciada de sus conquistas, la de la ciudad de Bakhmut. De una importancia simbólica mayor -comprada a una nueva Stalingrado- que no escapa ni a unos ni a otros en la guerra de Ucrania, como lo puso de manifesto el largo y sangriento (y victorioso) asedio de la plaza a manos del grupo Wagner, y el empeño febril, obsesivo y tenaz que están poniendo ahora sus adversarios en reconquistarla, atrayéndose así las críticas de los asesores de entre sus aliados anglosajones que ven en esa diversión estrategica -por culpa precisamente del nuevo asedio de Bakhmut- un signo funesto y la causa principal del retraso en el avance de la contraofensiva, si no de su anunciado fracaso (como así todo lo parece indicar)
Y en el cielo de la memoria y de la ciudad tan ferozmente disputada se yergue imparable el recuerdo del grupo Wagner y de su jefe y fundador Yevgueni Prygozhine. Que no habrá llevado con su muerte -contra lo que mucho parecían apostar- a la caída de su protector -y rival- del Kremlin, de la que éste, al contrario, habrá logrado sobrevivr física y políticamente. Algo querrá decir?
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