lunes, agosto 10, 2020

DOÑA LETIZIA, REINA Y CENICIENTA (APOLOGÍA)

 

 

Felipe VI y su mujer, Doña Letizia, en la investidura del actual monarca. La reina Letizia se ha convertido en el eslabón débil o el fusible predilecto en la operación de acoso y derribo de la Monarquía a la que (atónitos) estamos asistiendo, y hacia la que convergen todos los tiros por elevación (desde fuera o desde dentro) La mujer del Cesar no sólo debe ser decente sino parecerlo, repiten machaconamente los nuevos fariseos. Y los que marcan las reglas en el tema lo son hoy como ayer los doctores de la santa/madre/Iglesia que tras el concilio y en las últimas décadas sobre todo destaparon un serio problema con el Sexo. Y ahora como remachando el tiro acusador, los santos obispos (de la  Conferencia Episcopal) la tratan de apóstata (sic) -además, faltaría, de las cuatro letras (...): en el nombre del texto más progre y más discutido _¡la Gaudium et Spes!- del Concilio Vaticano Segundo. ¡Vivir para ver fantasmas míos! Quieren a toda costa hacer de Letizia una nueva María Antonieta, o ni eso, una Corina cualquiera,  pero algunos –que captamos la jugada- no consentimos en modo alguno. ¡Estaría bueno! 

Quería, mi palabra, dejar el tema porque me duele, para qué negarlo, y `porque me duele más si cabe tras llegar a la conclusión que lo que más me duele es zanjar en lo vivo del debate o de la discusión como con un escalpelo. Y es a lo que me impulsa un articulo que acabo de leer que por lo lapidario no admite replica, o en otros términos porque se fulmina o pronuncia el anatema –contra el monarca emérito Don Juan Carlos I- en el nombre de la Santa Madre de la Iglesia a la que le parece llegada o sonada la hora –por ese artículo de una revista con níhil obstat- de desmarcarse suavemente, como acostumbra, como siempre o casi siempre, como si fuera su segunda natura. Una especie de “pliego de cargos” como los de los Estados Generales que desataron la Revolución Francesa (y todo lo que se seguiría) Y de esos, destaco o entresaco los más graves, el perjurio, y las leyes inicuas, de lo que se deriva la acusación de apostasía (…) Y es que parece que lo santos obispos eran como vestales intocables que no tuvieron nada que ver en aquello. 

El monarca juró –nos juran- los principios fundamentales del Movimiento en el nombre de la Biblia y de los Santos Evangelios. Y en el silencio más augusto y sepulcral de obispos cardenales y del (santo) papa de Roma, el entonces pontífice reinante (San) Pablo VI (….) Y el autor del articulo que aquí comentamos parece confuso y embarazado, –en los comentarios en las redes- de sentirse obligado de reconocerlo. Y antes de aquello el Cardenal Vicente Enrique

y Tarancón le había (solemnemente) coronado monarca en nombre de Dios y ante la Biblia y los Evangelios. Agua pasada dirán u objetarán aquí algunos. Pero que quede constancia escrita aquí del disentimiento, léase de la falta de consenso –regla sacrosanta de la democracia- en este cargo supremo. Y acto seguido vienen los otros cargos casi igual de graves, las leyes inicuas, la del divorcio, del aborto, y de la Memoria histórica, aunque esta brilla por su ausencia en el pliego anti-borbónico de cargos que nos ocupa. Pero vamos repasando esas leyes, una por una. El aborto, ¡aparte de mi ese cáliz! Y estaba también tentado de guardar otra vez silencio pero decido que no, que es la hora de volver a embestir sobre el tema más alto y fuerte que nunca, aunque el cielo se nos venga encima (….) Y de decir lo que nunca se oyó debatiendo de un tema tan candente y tan álgido. Y es que el aborto habrá sido valiosa coartada, antes y después de la II Guerra Mundial y antes y después del Concilio Vaticano II. Como lo fue en Alemania para permitir a la santa/madre desmarcarse llegado el momento oportuno (….) En un tema resbaladizo a fuer de disputado y discutido, dudoso o dubio (sic)-o dubioso- en lenguaje teológico (de antes y de después del concilio) In dubio libertas. Y eso explica –secreto a voces- que la mayoría de los católicos alemanes abrazaran sn reservas el nacional-socialismo, y que los discrepantes –como los que acabaron (y no digo nombres) buscando refugio en una España al borde de la guerra civil- no hicieron nunca campaña del tema guardando un silencio (prudente) sobre un tema o un punto que les había llevado tan lejos (por las rutas del exilio) La doctrina de los plazos, nota bene (no se olvide), fue la enseñanza común del magisterio eclesiástico –remontándose al Doctor Común, Santo Tomás de Aquino- en clara divergencia con la novedad (sic) –en el plano teológico- que aportaron en ese punto (“desde el instante mismo de la concepción”) los papas del Concilio (….) Como una valiosa coartada –en ese y todos los puntos conexos o más o menos estrechamente relacionados, en materia de bioética, de contracepción, píldora, etcétera, etcétera (….) 

 Como una forma de asegurarse el control –social e individual- sobre las conciencias que había sufrido un peligroso proceso de relajamiento de resultas del laxismo moral y del relativismo doctrinal que propagó y entronizo el concilio vaticano segundo. Tal y como lo denunció el Abate (Abbé) de Nantes a cuento de la Humanae Vitae de Pablo VI que condenaba tajantemente la píldora anticonceptiva en una gran maniobra (global) táctica y estratégica destinada a los fieles del mundo entero, puestos en la imposibilidad moral de cumplir una enseñanza tan rígida y rigorista –y tan fuera del tiempo- como aquella, y salvaguardando a su vez la autoridad moral y doctrinal de aquel pontífice severamente puesta sobre todo tras el Concilio Vaticano Segundo en entredicho. Y punto. Porque no cabe duda que las cuestiones de bioética habrán sido catalizador del rearme moral (y doctrinal) que la iglesia y sus jerarcas habrán echado tanto en falta en el pos-concilio. Si el marxismo era o no compatible con la verdad revelada, eso era algo que se podía (libremente) discutir –con todas las consecuencias y `patinazos que después se habrán visto- pero la píldora era un pecado grave. Castigado con las penas (eternas) del infierno. Y punto. Otro de los cargos, el divorcio, o puesto por activa, la indisolubilidad del matrimonio, "la única (verdadera) aportación del cristianismo al acervo de la moral (pagana)de la Sabiduría clásica (y antigua)", como decía -y cito de mi memoria-, desatando la hilaridad de sus (jóvenes) oyentes un profesor belga amigo mío. Ye me explayé sobre el tema en una anterior entrada de este blog. Y me ratifico en lo que escribí, visto que el debate que habrá desatado los líos sentimentales de Don Juan Carlos I habrá revelado a su vez la increíble pudibundez y mojigatería de muchos por cuenta de la castidad matrimonial, especie de buque insignia en la pastoral “globetrotter” que practicó el papa Juan Pablo II, desoyendo así  frontalmente sin tapujos las advertencias de Federico Nietzsche –que adquieren de nuevo una resonancia especial en el escándalo (de faldas) en el que se ve envuelto Don Juan Carlos Primero. “Predicar la castidad es una incitación a obrar contra natura. Manchar la sexualidad humana con la noción de lo impuro, ese es el verdadero pecado contra el Espíritu, contra la Vida" (….) Pero algunos patriotas o nacional/republicanos parecen ponerse ahora por montera la castidad matrimonial o extramatrimonial en su empeño (insensato) de traernos la República. 

Y por último, algo de lo que el pliego de cargos que nos ocupa parece guardar extraña sordina. La ley de la Memoria histórica. Que como dice (cargado de razones) Pío Moa deslegitima a la Monarquía. Sí, y también cubre de un manto (suplementario) de oprobio y de vergüenza a la iglesia española (lo que cubre en cambio de un manto de silencio prudente, el historiador revisionista) La guardiana suprema de la Memoria debía serlo la iglesia como así sucede en los países de la Ortodoxia (….) Y como lo recalcó y recordó (fuera de toda sospecha) Juan Pablo II en “Identidad y Memoria” una de las encíclicas más valiosas –y más inéditas- de aquel pontificado (en entredicho). Lo dicho hasta aquí. Tan grande no es la culpa de Don Juan Carlos I. Y ese empeño en condenarlo y en culpabilizarlo en los mas augustos tribunales nos plantea la cuestión si no será precisamente él, o la dinastía que él encarna y la monarquía que él representa, ese Katejon (bíblico, apocalíptico) al que aluden hipócrita y sibilinamente sus (eclesiásticos) cuestores en el escrito que nos ocupa, y que es lo que (realmente) impide la llegada de Mal (en política, léase de la III Republica) "El Rey ha muerto,  ¡viva el Rey!" gritaban los monárquicos de antes en la sucesión al trono. Fuera de circulación el rey Padre, ¡¡¡Viva y Viva siempre su hijo Felipe VI y su esposa Letizia!!!

 

Letizia Ortiz Rocasolano (en la foto de muy joven) Una joven de su tiempo, con las costumbres y la mentalidad de las jóvenes (españolas y europeas) de su tiempo. Lo que no le perdonan los que están tirándole piedras ahora. Que verdad que ruboriza en algunos –¡de vergüenza ajena!- el oírles hablar (escandalizados) del pasado (sic) de ella o de la palabras vulgares -más que soeces- que emplea. Como si los oídos virginales de esos censores no estuvieran acostumbrados al lenguaje más que soez –de marca o sello quinqui inconfundible-de la calle, que se propagó en la Transición al conjunto de la sociedad española. Un lenguaje que era grosso modo- como lo denuncié y probé en mi libro sobre Umbral-, el de las cárceles españolas. Una chica decente –eso por supuesto, lo es y lo parece la mujer de Felipe VI (digan algunos cortesanos o algunos republicanos lo que quieran) - que en la mente de los que patrocinaron ese casamiento egregio,  acercaría la Monarquía –y la dinastía- al pueblo. Y lo consiguió. Sin guerracivilismo. Y eso es tal vez lo que más escuece y lo que menos le perdonan

2 comentarios:

Unknown dijo...

Don Juan; vengo, desde hace ya mucho tiempo, siguiendo su blog... Preciosas reflexiones! De una verdadera clareza intelectual! Quiera perdonar mi audacia, pero me gustaría saber, se tiene ainda algun recuerdo material de su ministerio sacerdotal... Casullas, albas, sobrepeliz, sotana, Misal, Breviario... Es que soy un amigo de la Tradición y muy me interesan esos objectos... Aguardo su respuesta... Perdone cualcuier error en mi deficitário castellano. Un cordial saludo!

Juan Fernandez Krohn dijo...

¿Eres hombre o mujer, “Desconocida” –y amigo (sic) de la Tradición- o es, como tú insinúas que el castellano no lo dominas muy bien? Disculpa pero tenia que empezar por ahí. Por mor de clareza como tú dices, léase de claridad ¿Eres mejicano?, lo digo porque es allí donde más preocupa –hasta la obsesión- mi pasado/sacerdotal.

¿Recuerdos especiales de aquella época? Puestos a pensar, la misa solemne –mi primera/misa- en el salón de actos del Hotel Melia Castilla de Madrid (cinco estrellas) con mas de mil asistentes y de lo que muchos de ellos sin duda se acuerden, aunque no quedaron testimonio de aquello. Gracias sobre todo a las gestiones de mi difunto padre, y con nota de condena en la prensa del Cardenal Tarancon y asistencia, entre otras personas ilustres, de Carmen Franco, la hija del Caudillo (q.e.p.d) Yo lo viví como un solemne acto litúrgico –a la altura (sn desmerecer en lo mas mínimo) de las ceremonias del Seminario de Ecône-, y como un gran mitin político (en aquellos tiempos inciertos de la Transición)

Evolucioné un poco, no lo niego, ¿y quién no? Pero me sigo considerando (Semper idem) una persona de Fe y de Religión. Y ¡¡¡Viva el Imperio español!!! Le gustasen los españoles a la Virgen de Guadalupe o no (De un cachupín con honor)