“El pueblo español ha perdido la costumbre de mirar a lo alto. De seguir así es posible que a estos hombres del pueblo les salga un nervio junto al cogote, y que, como a los cerdos, les sea imposible levantar la cabeza para nada, teniendo que tirarse panza arriba en el suelo para ver el sol” (Declaración de un vencido) Esa frase de una de las obras de Alejandro Sawa (de 1887) suena a premonición profética -con varias décadas de adelanto- de la explosión de lucha de clases que hizo estallar la guerra civil española. Y en ella se revela todo el fondo aristocrático -de nobleza interior- de la figura y de la obra de su autor y se esconde la clave de todo un siglo de olvido y de ostracismo del que se vería victima. Un buena cura (esa cita) -entre paréntesis- de esa religión del pueblo/español que siguen predicando tan patéticamente algunos. Declamãndola como posesosCaigo -estos días madrileños que se suceden en mi vida al llegar las navidades desde ya hace algunos años- en el pozo sin fondo, por lo apasionante, de unas lecturas (navideñas) en torno a la figura y a la obra de un autor maldito si los haya en la historia de la literatura española contemporánea -del pasado siglo XX (y finales del anterior) -, y me refiero al personaje de carne y hueso que sirvió de motivo de inspiración a ese otro personaje -de Max Estrella- de la célebre obra de Valle Inclán “Luces de Bohemia”
Y me sirvo para ello de una obra de investigación del mayor calado y del más alto nivel histórico y literario de una profesora universitaria, con ayuda también de algunas (pocas) de las obras de Alejandro Sawa (a quien me refiero), "rey de los bohemios" -en la obra de Valle Inclán y en la España y en el Madrid de entonces- como lo evocaría mas de un siglo después de su muerte una placa conmemorativa erigida en la fachada del edificio donde estuvo situada la casa en la que vivió y murió de la calle madrileña de Conde Duque.
Un Nietzsche en versión literaria, Alejandro Sawa, pero no menos heroico, no menos idealista y no menos profundo tampoco que el filosofo del Eterno Retorno y lo afirmo por mi cuenta y riesgo. Igual de trágicos los dos, el uno acabó loco y el otro ciego. ¿Por la misma causa (orgánica) los dos? ¿Victimas de un mismo mal de la época aquella que se cebaría en particular con escritos, poetas y literatos? Como sea, ni en el uno ni en el otro su triste final compromete o hipoteca la perennidad de sus legados respectivos y de su memoria ante la posterioridad de uno y otro, por mas que haya gravitado siempre no poco pesadamente sobre el destino respectivo de cada uno de los dos.
Espíritus libres uno y otro, e incorruptibles, y profetas de su tiempo, visionarios del mundo y de la sociedad en donde les tocó vivir, cronistas y heraldos del futuro (hoy como en en vida de ellos) , y exploradores del pasado en clave filosófica el uno y literaria el otro. Sus obras son muy dispares, es cierto, pero algo, un no sé qué de indefinido y a la vez de certero y de infalible me lleva a compararlos.
Nietzsche filosofó con un lirismo cercano a la poesia, Alejandro Sawa fue poeta consagrado, si no propiamente con su obra, sí en cambio, en su vida y en su muerte desbordantes de lirismo y de poesía que inspiró a escritores y poetas, como Valle Inclán o Manuel Machado, y que se mereció el reconocimiento -un ósculo poético en la frente según la leyenda que inseparablemente le acompaña-) del que pasa por rey de la poesía en lengua francesa, Victor Hugo (“né à Besançon, vieille ville espagnole”)
Una nobleza de espíritu, un desprecio intimo y recóndito de lo plebeyo, de lo bajo el común denominador de uno y otro es lo que les hermana para la posteridad y en la memoria colectiva, y que les predestina a verse erigidos de paradigmas de una nobleza interior y de una aristocracia espiritual y que son la única prenda de supervivencia de nuestra civilización amenazada. Y esa es a no dudar la razón última del resurgir al que asistimos desde hace algunos años de la memoria del gran bohemio afrancesado que fue fiel no obstante hasta el final a su lengua materna.
Una vuelta al firmamento literario de nuestro tiempo que anunció ya Francisco Umbral al que extrañamente no se nombra ni figura por ningún lado en el trabajo universitario tan exhaustivo y documentado al que hice alusión al comienzo de este articulo. ¿Síntoma de las preferencias de su autora? “Sawa tenia la música pero le faltaba voluntad” escribió de él el autor de Mortal y Rosa y de la Leyenda del César Visionario. “Tuvo que matarle Valle Inclán con su brazo único, lo que no deja de ser un privilegio”
Y en alguien tan parco en los elogios y tan pródigo en la critica -y en el látigo (y en el ácido)- ese epitafio tardío (con casi cien años de retraso) no tenía menos valor (de consagración) -a título póstumo- que el ósculo en la frente (leyenda o no) del gran Victor Hugo. Y no sonaba menos por cierto a acto reparador, si se piensa que el elogio umbraliano viene a bordar una de las columnas más célebres de Umbral, la dedicada al que fue rival en vida de Alejandro Sawa, Rubén Darío.
Y no acaba ahí la evocación umbraliana que le cita expresamente en ese artículo dedicado al nicaragüense. “Muerto ese negro, el cetro de la poesía española me corresponde a mí” Ocurre que en la vida real la muerte tiene la última palabra. Y el español murió antes que su rival (ex) hispano.
En literatura en cambio se dan los renacimientos. Y no cabe duda que el resurgir de la figura de Alejandro Sawa en el firmamento literario en lengua española al que asistimos es uno de los signos mayores de nuestro tiempo
2 comentarios:
Jorge Mota nació en 1947 en España y falleció el 18 de diciembre de 2016. Inició su vida política a los 15 años, en 1962. Fue presidente de la organización nacionalsocialista CEDADE y director de la revista del mismo nombre (Ver: Revista Cedade).
http://es.metapedia.org/wiki/Jorge_Mota
Triste noticia en verdad. Descanse en paz Jorge Mota. Le llegué a conocer personalmente a principios de la década de los noventa en la última sede que tuvo CEDADE en Madrid cerca de la Gran Vía, junto a la plaza de Vázquez de Mella (hoy rebautizada) en una visita que les hice residiendo yo ya en Bélgica. No sé si sabían quién era yo pero me acogieron cordialmente, él y los demás. In Memoriam.
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