Alejandro Sawa, figura (esencial) de la literatura español contemporánea que viene viéndose rescatada de un tiempo a esta parte de todo un signo de ostracismo injusto -y con la que me veo enfrascado estos días (en Madrid), porque me gusta-, viene a simbolizar esa línea áurea de la poesía y de la literatura española contemporánea, reivindicada por Francisco Umbral y representada por autores como Ramón del Valle Inclán o Manuel Machado en la que latía (nota bene) un aliento regeneracionista indiscutible, y que desentona y se desmarca fatalmente de la corriente central e inalienable (sic) de la poesía española contemporánea (de marcado signo guerra civilista) tal y como ésta se ve descrita y catalogada por algunos. Buenos o malos -reza un adagio en francés- nuestros gustos son nuestros. Y la poesía, por lo intimo, lo personal y subjetivo y lo propiamente intransferible, es el dominio del gusto (artístico) por excelencia. ¿Más dignos de recordación el setenta aniversario de la muerte de Miguel Hernández que el ochenta aniversario de la muerte de Valle Inclán y del ciento cincuenta aniversario de su nacimiento que concluyen estos días sin pena ni gloria? ¡A otro perro con ese hueso!Año Nuevo Vida Nueva, dice el refrán y parece que venga a desmentirlo -como un mal presagio- la noticia que se acaba de anunciar de la decisión (por unanimidad) del Congreso de Diputados de declarar al 2017 Año Miguel Hernández.
Me fui de España -primero a modo de experiencia preliminar y luego, años mas tarde (tras mi salida de la cárcel portuguesa) definitivamente, hasta hoy quiero decir-, más que en ruptura con mi propio país, un poco como al hilo de un proceso de enroque interior -en los planos psicológico e ideológico y no sólo (como aquí ya lo tengo repetidamente explicad)- para con el ambiente que respiré en la universidad (española) de mi época y que produjo una reacción de rechazo visceral en mi, lo confieso o vuelvo a confesarlo que me diga (por la enésima vez)
Y se me antoja de pronto ese despertar de una sensibilidad poética -tardía y no menos congénita en mí- que me acabé descubriendo muchos años después y de la que vengo dando muestras desde hace ya varios años, in crescendo y a un ritmo diario desde el otoño del 2010, que fuera acaso el gran pagano de aquel ambiente enrarecido tan artificial y tan radiactivo por culpa de una cultura poética de signo guerra civilista y beligerante que se veía simbolizado aún más que por la figura iconográfica de García Lorca, por la obra de otro icono (menor) del guerra civilismo en poesía y me refiero a Miguel Hernández.
Figura central el autor de "Vientos del pueblo" de la corriente central e inalienable (sic) de la poesía contemporánea en lengua española, a saber la de los vencidos de la guerra civil y sus descendientes o herederos ideológicos, tal como se habrán visto calificados y catalogados en una obra sobre la corte literaria de José Antonio que parecía querer salvar solo del descrédito y en definitiva de la quema, a Dionisio Ridruejo entre todos los autores, poetas en prosa o en verso, ligados de una manera u otra con uno de los bandos -el de los otros, los malos- enfrentados en la guerra civil.
Y cito expresamente ese poema de Miguel Hernández porque nos lo servían (o vendían) a todas horas en mis tiempos de la Universitaria madrileña, y me rebotaba en los tímpanos la verdad sea dicha por su carácter beligerante y guerra civilista. Paradigma poético en verdad -ese celebre poema guerra civilista del poeta comunista (que lo fue)- de una noción de pueblo/español que me propuse revisar (o deconstruir en lenguaje académico universitario)- como aquí algunos ya saben.
Vientos de guerra civil -y de lucha de clases- en definitiva los que se aventaban y anunciaban como pájaros de mal agüero en el poema mas representativo y mas recordado en mis tiempos universitarios (hace ya la friolera de cuarenta años) del poeta que pretende ahora rescatar de décadas de olvido innegable el congreso de diputados.
El PSOE tras la defenestración (feliz) de Pedro Sánchez parecía resualmente comprometido -como queriendo hacer borrón y cuenta nueva con décadas de indecisión- en conjurar signos y síntomas cualesquiera de guerra civilismo en la sociedad española. ¿Nos estaremos equivocando? ¿O será cosa lo de ahora de los "otros" y de sus complejos?
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