domingo, septiembre 11, 2016

FRANCO Y LA MARINA ESPAÑOLA

Instantánea fotográfica del hundimiento del crucero Baleares (6 de marzo de 1938) -obtenida desde uno de los navíos ingleses que asistieron a los náufragos-, que dejó un saldo de cerca de ochocientas bajas (entre muertos y desaparecidos), incluido el comandante del navío, contraalmirante Vierna. La Marina española pagó un pesado tributo de sacrificio en el bando nacional durante la guerra civil española. En particular al producirse el Alzamiento. Victimas favoritas de lo que tuvo de lucha de clases nuestra guerra civil. Una fatalidad histórica que arrastrábamos de antiguo los españoles, en mayor medida que otros pueblos europeos y que tenia poco que ver con el saber o no saber hacerse querer (por sus sèubordinados y subalternos) como reprochó Franco al estamento naval en el llamado (en la Marina) “cuerno de Vinaroz” (31 de mayo de 1938) –dos meses y medio después del hundimiento del Baleares- tras la toma de aquella localidad levantina. Unas palabras que no se explicaban entonces ni se explican  tampoco ahora
La historia -escribe en una de sus obras Dominique Venner que vengo citando repetidamente en mis últimas entradas- es memoria, y es poesía y es también un placer de los sentidos, en particular el de la lectura. Al que me entrego con gusto estos días que llevo en Madrid. Con algunas obras que caen de golpe ante mi vista. Una de ellas -que ojeo con fruición en la Casa de Libro-, sobre las principales batallas de la guerra civil, me habrá documentado y abierto no poco los ojos también sobre un capitulo mal conocido y no excesivamente divulgado de la historia de la guerra civil española, y es el de la guerra naval y algunos de sus principales episodios como el que se da en llamar en la historiografía en vigor de batalla (sic) de Cabo de Palos que en la historiografía mas antigua de los años del régimen anterior no llegaba a alcanzar rango de tal, traducida por el simple hundimiento (un decir) del crucero Baleares, florón de la flota que me diga del sector (casi residual) de la misma, puesta del lado del bando nacional al estallar la guerra. Y por ahí, por ese hilo conductor -a fe mía que sin sospechármelo- vengo a toparme de golpe ahora con lo que se pude en toda objetividad calificar de problema marino de Franco, a saber del problema personal que el anterior jefe de Estado arrastraba con la Marina (española) como institución y con los marinos de su tiempo, algo que dejan traslucir -ma non troppo- las novelas de Umbral sobre la guerra civil, y en particular su Leyenda del César Visionario.

La marina española -en su oficialidad me refiero- ofreció frente a los demás cuerpos del ejército español los mas alto porcentaje de victimas (asesinadas) en los primeros meses tras producirse el Alzamiento a manos de una marinería sublevada y obedeciente a consignas emanadas de la estación madrileña de comunicaciones de Chamartín de la Rosa, controlada por los reojos desde los primeros momentos, en la persona de un radio telegrafista de ideas izquierdistas que acertó a difundir por la vía telegráfica consignas insurreccionales que las tripulaciones de gran parte de los navíos integrantes de la fuerza naval en el momento de estallar la guerra acabaron cumpliendo a piel de la letra, de una forma expeditiva y en circunstancias tales que superarían en crueldad e inhumanidad muchos otros escenarios análogos de rebelión a bordo de barcos de guerra en ls tiempos modernos, en el transcurso del siglo XX, como la del acorazado Potemkín durante la revolución de Octubre o la sublevación durante la Primera Guerra Mundial de la flota francesa del Mar Negro.

Un setenta por ciento de la oficialidad de la Marina española al estallar la guerra civil se vio así sacrificada o inmolada por una marinería afecta a la la causa de los rojos y a la República, en circunstancias atroces y arrojados al mar incluso (vivos o muertos) muchos de ellos, como sucedió en el acorazado Jaime I. Y la polémica de tipo histórico no dejaría de perpetuarse hasta hoy de forma mas o menos explicita o al contrario solapada y subliminal en la memoria colectiva de los españoles de hasta qué punto los verdugos aquellos fueron culpables y hasta qué punto fueron inocentes sus victimas.

No pagó solamente no obstante tributo pesado la Marina al producirse el Alzamiento, también lo pagó durante la guerra por el elevado numero de bajas (proporcionalmente) que arrostraría la marina del bando nacional, como lo ilustran los casos emblemáticos en extremo del hundimiento del Baleares y el del Castillo de Olite, justo al terminar la guerra, frente al puerto de Cartagena. Y es un dato histórico innegable que la polémica se vería alimentada (hasta hoy) por lo que se dio en llamar -en terminología naval- “el cuerno de Vinaroz”, a saber el rapâpolvo o reprimenda pública en términos velados a penas que se permitió Franco con el conjunto de la Marina bajo su mando durante el discurso que pronunció en aquella localidad levantina al final de la batalla del Ebro en el que venia a insinuar que los jefes y oficiales de marina españoles al momento de producirse el Alzamiento habían sido víctimas de sus propios errores, y en particular de una especie de falta colectiva del tipo histórico, léase de no haber sabido hacerse querer o apreciar por sus subalternos.

Lo que levantaría ampollas, y a no dudar que a día de hoy las sigue levantado en el estamento afectado. La guerra civil española fue en gran medida una manifestación de lucha de clases, o si se prefiere una explosión de aquella que venia incubándose de antiguo en la marina española, desde los tiempos de la eclosión del liberalismo español con ocasión de la guerra de Independencia y de las Cortes de Cádiz.

La lucha de clases -y eso es algo que se pude sostener perfectamente desde postulados explicita y abiertamente anti-marxistas como los que en este blog se vienen manteniendo de siempre- es un fatalidad del tipo histórico que arrastramos los españoles -y con nosotros otros pueblos del área católico/mediterránea (italianos, y portugueses), y por extensión entre balcánicos y entre griegos)- en mucho mayor peso medida que los demás países europeos (y occidentales), que tenía (y tiene) poco que ver con el saber o el no saber hacerse querer o apreciar, y desde ese punto de vista aquellas palabras de Franco no se explicaban entonces ni se explican tampoco ahora.

Y no hay duda alguna que quepa ver en esa polémica sobre la actuación de la oficialidad de marina al omento de estallar la guerra civil española un problema histórico irresuelto, a saber el de nuestra propia decadencia, de una España que en sus momentos de auge militar y en el cénit de su gloria de primera potencia del planeta -en el llamado Siglo de Oro (un largo periodo histórico de casi dos siglos de duración)- fue una gran potencia naval, hasta el Desastre de la Invencible.

Y es difícil desde luego sustraerse a la impresión que Franco con aquellas palabras y la actitud de relativo distanciamiento hacia el estamento naval que algunos le habrán siempre reprochado desde los tiempos de la guerra civil, no dejase traslucir una frustración intima derivada del hecho de haberse visto rechazado en su tentativa de ingreso en la marina de muy joven.

¿Por qué, si no, no exigió o planteó Franco nunca -y mido mis palabras- responsabilidades históricas a otro estamento o cuerpo de su propio ejército, a saber la Aviación que se vio mucho más divida, en su oficialidad y en sus altos mandos me refiero- a la hora de producirse el Alzamiento que la Marina que se inclino abrumadoramente hacia el bando nacional, -del orden del cincuenta por ciento, de un bando como de otro, y no solo eso, sino que pasan objetivamente por los grandes responsables -a través del aeródromo de Cuatro Vientos controlado por aviadores izquierdistas- del fracaso del Alzamiento en Madrid, con los bombardeos -decisivos- de los cuarteles sublevados de Carabanchel (y de Campamento) y del cuartel de la Montaña.

Algo que se vio siempre rodeado -y doy fe de ello de lo que me atañe por la vía familiar- de un espeso tabú, y de lo que el propio Franco siempre guardó escrupuloso silencio al contrario de las puyas (o cuernos) que se permitió con la Marina

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