martes, agosto 04, 2015

ESPAÑA EN AMÉRICA, O EL PAPA IMPERDONABLE

Hans Frank, gobernador general de Polonia durante la Segunda Guerra mundial, bajo la mirada atenta (y no muy graciable) de Himmler su gran rival (en la foto)  Frank, ahorcado en Núremberg –y al que difamaron y calumniaron no poco Malaparte en una de sus novelas (de la posguerra) y también uno de sus propios hijos-, es el diablo en persona en la historia oficial –y políticamente correcta- sobre la Segunda Guerra Mundial, que elevó al rango de los dogmas –uno más entre los nuevos dogmas que trajo el concilio vaticano segundo- el papa polaco Karol Wojtyla, un papa anti-alemán si los hubo en la historia de la iglesia. Frank era padre de familia numerosa y católico bautizado como lo eran tantos miembros, y altos dirigentes incluso, del partido nazi y como lo fueron tantos partidarios del Nuevo Orden en muchos países europeos. Y como tal se ganó la adhesión (sincera) de muchos polacos, y también de ucranianos uniatas -Stepan Bandera nota bene entre ellos. Y de ese punto de vista, la beligerancia histórica anti-nazi y anti-alemana del papa polaco –a imagen de su beligerancia (con las armas en la mano) a título individual durante la guerra- no dejaba de tener algo de intestino e irreconciliable y de guerra civilista. Ni el menor gesto no obstante, ni una palabra tan siquiera de reconciliación con los alemanes, del papa del perdón durante su larguísimo pontificado. Imperdonable
Pedro Fernández Barbadillo, como Pio Moa como Ernesto Milá, como Juan Manuel de Prada, figuran en mi repertorio de estatuas de piedra umbralianas con las que me ocurre el dialogar mentalmente o por escrito en estas entradas y no solo- porque lo que escriben, por lo que dicen o por como lo dicen o por los temas que tratan me interesa y por eso les leo con gusto a menudo (y fruición incluso,) aunque no siempre esté de acuerdo con ellos, o no del todo.

Y digo estatuas de piedra porque es como si lo fueran, como esas estatuas madrileñas del Retiro o qué sé yo con las que Umbral dialogaba a falta de entrevistados o interlocutores de carne y hueso en los inicios de su singladura –periodística- madrileña, consciente además como lo soy que por las razones que sean -que me escapan- no voy a obtener de ellos (en el actual estado de cosas) la menor de las repuestas. Misterios (insondables) de la comunicación y de la información y de otros fenómenos sociales de nuestros tiempos y sus secuelas.

Barbadillo, colaborador asiduo de Periodista Digital, con el que coincidí durante cinco años en la blogosfera aquella, acaba de publicar una respuesta mordaz e incisiva lo bastante a las acusaciones contra España del papa argentino en relación con la conquista de América. La guinda del pastel lo es no obstante un comentario (rápidamente borrado de la red) que se permite el autor, en repuestas a uno de los devotos entusiastas de la memoria del papa polaco –que siguen pululando (ay dolor!) en la red-, en la que acusa a Wojtyla de estar en el origen del mal por esa (funesta) manía que inauguró su pontificado de pedir perdón por todo y por todos salvo por cuenta propia, de su vida de su trayectoria o de los yerros de su pontificado, y de su persona.

La doctrina bíblica (judeocristiana) -no poca ponzoñosa y emponzoñada- de la misericordia y de la compasión se encuentra en la raíz ultima del mal se me objetará, y aquí ya saben todo los que pienso en el fondo y en lo más hondo en estas materias, por haberme explayado por extenso sobre ellas, aquí y en otros lugares textuales de mi obra escrita -hablo ya como para la posteridad, mis disculpas-, lo que me habrá acabado grajeando –soy también consciente de ellos- enemistades y execraciones de unos y adhesiones y consentimientos de otros.

Pero sin necesidad de meterse de nuevo en honduras doctrinales cabe apuntar a la persona y a la figura del papa (polaco) –el papa del perdón- como la del verdadero padre de la mentira, léase de las mentiras que habrá venido a propagar ahora su sucesor y devoto –que lo primero que hizo casi tras ascender al trono/pontificio fue acelerar y concluir la causa de su canonización- por cuenta de España y de su pasado en América.

El papa Wojtyla, hay que concluir, tenia desde el punto de vista sacerdotal, del sacerdocio levítico que lleva en sí el ser ministro de reconciliación por propia definición- tenía mucho que hacerse perdonar. Y fue en la medida que conforme a datos convergentes –filtrados aquí y allá a lo largo del tiempo- de su biografía tan herméticamente oculta o tan poco divulgada (y esclarecida) al menos, cabe concluir que tuvo un pasado de resistente, beligerante –léase de los de armas en la mano- en la segunda guerra mundial un conflicto que tuvo no poco -como así lo definió el profesor Nolte- de guerra civil europea y de guerra ideológica también en el que el ateísmo, si estuvo presente de forma beligerante en algún lado lo fue del lado en el que Wojtyla se vio situado de forma (ya digo) activa y beligerante.

Y por ahí se descubre sin duda un hilo conductor en la biografía y catequesis (doctrinal e ideológica) del papa polaco que por una curiosa paradoja hizo del agnosticismo y no del ateísmo la raíz de todos los males del mundo y del hombre contemporáneos, un dato todo menos trivial que pone en evidencia la falta (flagrante) de objetividad y ecuanimidad –en el plano doctrinal- del papa Wojtyla, si se tiene en cuenta que si el ateísmo (militante, agresivo y combatiente) estaba presente en una de las potencias beligerantes durante la Segunda Guerra Mundial -a saber la Unión Soviética- el agnosticismo era bien visible en cambio en el otro bando beligerante, el de los nazi fascismos.

¿Más objetable o condenable del punto de vista de un creyente el agnosticismo que el ateísmo como así lo estatuyó por su cuenta y riesgo el papa Wojtyla? ¿El ponerlas en duda (en el foro interno), peor, más grave –desde el punto de vista de un creyente- que el negar y el perseguir las creencias como ocurrió en la guerra civil rusa y en la guerra civil española? La duda se admite. Pero está claro que para un pontífice que fue una pura criatura si no del régimen comunista polaco per se, sí en cambio del compromiso histórico que la iglesia polaca acabó sellando con aquel, el ateísmo difícilmente podía ser objeto de condena sin ambages ni sinónimo del mal absoluto, sino al contrario, protagonista indispensable de un reto, de un desafío del que la iglesia tenía que acabar recogiendo fatamente el guante como así entendió hacerlo la iglesia polaca y como así acabaría haciéndolo el catolicismo a escala del planeta entero con ocasión del concilio vaticano segundo.

Los muertos que vos matáis gozan de buen salud, rezan nuestros clásicos, y el agnosticismo contemporáneos –de antes y de después de la segunda Guerra Mundial- en el que el papa polaco veía en cambio el súmmum de todos los males, no murió con los nazi fascismos tan aborrecidos, ni pudo acabar con él tampoco el más largo pontificado de la era contemporánea tampoco. La iglesia polaca de antes de la caída del Muro, muy al contrario, hizo del dialogo con el comunismo ateo el buque insignia de su labor de adoctrinamiento y apostolado (entre la masa de los fieles)

Y lo más patético es que hasta las nuevas generaciones que crecieron bajo el signo de aquel compromiso histórico seguían impregnadas de aquel credo o de aquella creencia cristiano/marxista como lo pudo comprobar de primera mano el autor de estas líneas, y fue en los contactos que tuve viviendo en Francia en el marco de la Fraternidad de Monseñor Lefebvre -principios de los ochenta- con un joven polaco disidente que había pagado caro –con el exilio forzado- su militancia, y con el que tuve discusiones en ese punto hasta que me di cuenta que me estaba dando con la cabeza contra un muro –como el de Berlín- de incomprensión o fuerza mayor insuperable.

El catecismo (ideológico) que pregonaba el joven polaco aquel partidario del sindicato Solidarnosc era no obstante de una claridad que me diga de una simpleza un tanto zsombrosa. El cristianismo lo mismo que el marxismo –así rezaba el rollo dialéctico aquel- predicaban formas diferentes de humanismo, dos versiones distintas en suma de un solo humanismo verdadero, el humanismo marxista basado en el trabajo de un lado, el de la iglesia no recuerdo exactamente en qué –señal que algo no estaba claro en la catequesis que me infligía el joven polaco aquél.

Pero lo que sí me quedó claro es que el dialogo cristiano marxista de nuevo cuño que predicaban aquel joven polaco y sus correligionarios –que de distanciaba explícitamente, con insistencia, de otras formas antigua de cristianismo marxista (polaco) como la que encarnó el movimiento Pax- era un cuestionamiento (relativo) del humanismo marxista en función de su aportación propia a la causa del Hombre (sic) Una construcción filosófica –de las Luces- esa del Hombre con mayúsculas en la que esa otra construcción de los Derechos del Hombre (y del Ciudadano) no andaba lejos.

Y lo más patético tal vez sea que aquellos polacos anti-régimen que no anti-comunistas –en la medida que encarnaban un pos marxismo mas marista en cierto modo que el de los marxistas- consideraban aquellos refritos doctrinales como el no va más en materia de novedades doctrinales o ideológicos o intelectuales a secas, como si fuera de su universo polaco –tan restringido tanto de un punto de vista cultural como lingüístico- no se hubiera pensado, o muy poco en esos terrenos en el espacio de doscientos años (…)

El papa polaco al que a menudo evoqué así en mi escritos ante la sorpresa o extrañeza de algunos, no era efectivamente un papa como otro cualquiera sino que en él lo de polaco no era un simple adjetivo gentilicio sino que evocaba fatalmente los mitos del nacionalismo polaco (decimonónico) entre los que surgía irresistiblemente la figura del papa eslavo que vendría a salvar a la Polonia sufriente –y siempre victima (sin culpa alguna)- y a inaugurar una nueva era de catolicismo (versión polaca) en el conjunto del planeta. Un universo cerrado –el de es misticismo polaco nacionalista- en el que por definición el papa eslavo no podía pedir perdón ni en su obre ni en el de sus compatriotas, caso contrario el mito se hubiera venido estruendosamente abajo.

Y era pedir perdón por el protagonismo polaco en el desencadenamiento de la segunda guerra mundial, perdón por todos los millones de alemanes del este –hasta siete millones- salvajemente exterminados al final de la Segunda Guerra mundial en los antiguos territorios alemanes del Este. Y perdón por supuesto por la labor tan deletérea del pontificado y de los efectos tan funestos de mito que Wojtyla encarnó jaleado por la prensa global –en unos espectáculos de unanimidad y de apoteosis mediática sin precedentes - a escala del planeta.

Pero antes de nada perdón por su propio pasado de resistente armado ya digo, que al decir de rumores persistentes le llevo a ajusticiar –a cuchillo- de sus propias manos a soldados alemanes durante la guerra. Y ahí estriba sin duda la raíz del complejo woytiliano del perdón que sigue envenenando la convivencia de los pueblos y las naciones y amargando la existencia a la humanidad (doliente) diez años ya transcurridos de su muerte.

Lo de la paja en el ojo ajeno, Barbadillo lleva razón, lástima que no abunde mas en el tema en sus escritos. Por la audiencia de la que disfruta sobre todo me refiero, mucho mayor que la del que esto escribe

No hay comentarios: