martes, junio 01, 2021

KARL RAHNER Y EL NACIONALSOCIALISMO

 

Una de las muchas referencias que registran la influencia de Heidegger y de su pensamiento en Karl Rahner, jesuita alemán y gran estrella del Concilio Vaticano II

Karl Rahner. Me  contaba una persona muy allegada –entre el escándalo y el regocijo-, en los años del inmediato pos concilio, que el entonces rector de la Gregoriana, el jesuita francés René Latourelle en una de las sesiones conciliares que se celebraban en sus aulas anunció –como sin duda tenía costumbre de hacerlo- la intervención del célebre jesuita alemán con el mismo sensacionalismo y teatralidad, e igual de nutridos aplausos, que si se tratara de una vedette de la canción. Nunca le leí directamente en las fuentes (en traducciones, se entiende), ni a él ni a los otros exponentes de la Nueva Teología, al contrario de aquel canónigo magistral –de Ávila creo recordar- que me dejó subir a su automóvil en autostop en aquellos años setenta –del pos concilio inmediato- y me comentó que leía y comprendía o había acabado comprendiendo aquellos autores -de la Nueva Teología (como se decía entonces)-, con un deje de íntima satisfacción como si se tratase de uno de los grandes retos que había tenido que afrontar y superar en su vida, léase a lo largo de su (brillante) carrera eclesiástica, y de suexistencia misma (...) Nunca como digo, pero por la vía de acceso de la filosofía (Heidegger) y de la Historia de la filosofía e igualmente de la Historia de las ideologías –e historia del fascismo (y nacionalsocialismo) más concretamente- creo que sí habré llegado como vulgarmente se dice a hincarles el diente. Y así, una vía de acceso a Karl Rahner y a la Nueva Teología (progre) lo habrán sido a la vez para mí, por el conducto histórico, Ernst Nolte y por el otro conducto, filosófico, Martin Heidegger, si de ello se exceptúa por cierto la crítica (a la vez filosófica y teológica) –a base de postulados del integrismo mas rancio y estricto- que se nos dispensaba (bajo la égida de Monseñor Lefebvre) en el Seminario de Ecône. O lo que yo creí aprender y poder interpretar allí, que me diga, que me habrán echo falta años en visión retrospectiva para llegar a la conclusión que la critica al Concilio de Monseñor Lefebvre y del movimiento tradicionalista) francés en su conjunto  no apuntaba tanto al lado progre o filo marxista –en los textos conciliares mismos o en sus interpretaciones apenas-, como a su faceta modernista o más exactamente germano/modernista –en el marco todo ello de la confrontación (cruenta e incruenta) germano/alemana remontándose a la I Guerra Mundial, y prologándose en la Segunda, 39-45 (algo en lo que los católicos españoles nos mantuvimos estrictamente al margen en resumidas cuentas), como lo ilustra e intenta corrobarlo a base de un sinfín de datos y anécdotas, el autor de un best-seller de aquellos años (del pos concilio inmediato) que Monseñor Lefebvre celebraba sin parar y tenía en gran estima, y eso  ya desde su titulo mismo –extraído o inspirado de una cita de Juvenal, autor latino-, “El Rin se vuelca en el Tíber” (continúa..../....)   

(.../...continuación)

El modernismo, o si se prefiere –como se decía (canónicamente) en el seminario de Ecône- la herejía modernista, no es o no era primordialmente un problema interno del catolicismo francés, sino un poso primigenio y fundamental de la cultura alemana y de sus movimientos culturales e ideológicos contemporáneos y entre ellos del más emblemático y puntero de todos ellos, el nacionalsocialismo. Lo que se obvió olímpicamente o se ocultó piadosamente (o las dos cosas a la vez) en las esferas de la Colaboración franncesa durante la ocupación alemana.

Y me viene aquí a la mente un detalle todo menos trivial leído en el boletín del Abbe de Nantes, que distribuían sus amigos tradicionalista (esencialmente carlistas) en mis años jóvenes en España. Y era de uno de sus más tempranos encontronazos con su jerarquía –que le acabarían llevando a la ruptura de sus lazos canónicos con la iglesia (jerárquica)- cuando su interlocutor –y superior- le hizo observar el resabio modernista (sic) de todo lo que él de forma espontanea y sincera y perfectamente desprevenida y sin el menor rebozo le estaba contando en su entrevista. “Eso que usted dice –le espetó aquel jerarca de un tono lapidario y de expresión sombría en el semblante- es algo a lo que aquí le tenemos declarado la guerra” (o algo así), como despachando en cima de los hombros de su interlocutor una pesada losa. ¿Modernista el Abbé de Nantes, una de las figuras del mayor realce –a seguir a Monseñor Lefebvre- de la reacción tradicionalista (o integrista) en Francia?: lo que al propio interesado le hubiera costado reconocer, y que era lo que le venia (en línea recta, y sin él quizás sospecharlo) de la Colaboración en la que él al contrario del obispo mencionado (y fundador del Seminario de Ecône) –que se identificaba con gusto mas bien del lado de la Resistencia (de la “de derechas”), como  lo expliqué aquí-, estuvo metido de lleno durante la Segunda Guerra Mundial y a lo que se mantuvo fiel –dicho sea en su honor- hasta el final de sus días. 

A lo que habría que añadir otra anécdota de él que también entonces lei y fue que al final de la guerra tras “la Libération” –que selló la derrota de la Colaboración francesa, afin ideologicamente a él, hasta entonces, cabe suponer- se fue (ingenuamente) en toda confianza a buscar consolación cerca de uno de aquellos superiores eclesiásticos, y era de la tristeza que le embargaba por el rigor con el que se veía tratado el mariscal Pétain –juzgado y condenado por delito de Alta Traición- y se oyó espetar siempre tan lapidariamente (y con un tufo irrespirable a oportunismo clerical hipócrita que todo hay que decir), que el mariscal Pétain había mentido y engañado a su pueblo (sic) 

Lo que estuvo, hay que suponer, en el origen de la trayectoria disidente de aquel, de reacción y de resistencia eclesiástica (o de política religiosa) desde entonces. Algo en suma, que me escapó a mi y a todos mis compañeros de Ecône, y era sin duda en la medida que se escondía o camuflaba o dejaba escurrir por la falla o brecha de la diferencia o distinción (sutil) de la Política y de la Religión, que allí dentro y entonces estaba menos clara que nunca (no menos tampoco, justo el puntualizar, que lo estaba entonces en las andanzas y devaneos -y faldoneos- de los augustos pastores de la Conferencia Episcopal española, o de lo que siempre lo había estado, si se me apura, en el seno de la madre/Iglesia) Y es que lo que los unos veían como un conflicto o contencioso de natura eminentemente litúrgica, o si se me apura (estrictamente) teológica, otros –yo entre ellos- lo enfocaban como un síntoma o mero signo apenas de un conflicto irreductiblemente ideológico y político a la vez, para dejar claras las cosas. 

Y por eso, los primeros obviaban fatalmente el aspecto ideológico y político –de innegable signo pro-alemán o germanófilo o filo nazi para dejarnos de eufemismos- de la controversia modernista (desde principios del pasado siglo), que era el telón de fondo dominante y omnipresente (o uno de ellos) de la reacción integrista francesa y en particular de su obra más emblemática tal vez como lo seria el seminario de Ecône. Y por eso no podían ver (ni yo tampoco) el sello o el cuño (visible) de la experiencia nazi soterrada o disimulada en algunas de las figuras mas emblemáticas del Concilio -de su ala progre o “marchante” me refiero- como lo seria Karl Rahner, ilustre desconocido –doy fe de ello-, al lado de otros teólogos estrella –de nombre francés todos ellos- en mis años de Ecône. Y por eso se pudo vender esa mercancía tan alegremente entre los católicos españoles, en su mayoría filo nazis (dicho sea con perdón), sin la menor reacción u oposición.en un principio al menos. De lo que se hacía eco un chascarrillo que oí repetidas veces en el seminario de Ecône: “Los obispos de Centroeuropa fueron al Concilio a dar lecciones, los españoles, a recibirlas”

 


Karl Rahner (ver foto), o la convalidación teológica (sic) del Nuevo Orden democrático –y filo/marxista- de la posguerra, en el Concilio Vaticano II. A cargo de los mismos que habían entrado ya antes en diálogo con el basamento cultural y filosófico –existencialista- del nacionalsocialismo, antes de la derrota en el 45 (y que lo habían igualmente, desde dentro, vivido, sin exilio ni emigración/interior incluso). ¿Un modernismo (sic) a la vez teológico e ideológico- pos/fascista o pos/nazifascista (y germanófilo), y en la misma medida filo/marxista (…), lo que triunfó en el Concilio Vaticano II? Muy pocos lo entendieron así, pero es lo que parece insinuar el titulo de un best-seller –de un cura periodista anglosajón (norteamericano) presente en las aulas conciliares- que citaba y celebraba sin parar y nos recomendaba fervientemente  Monseñor Lefebvre a sus seminaristas, “El Rin se vuelca en el Tíber  


El Abbé de Nantes, en el centro de la foto, en Roma –Ciudad del Vaticano- durante una de sus marchas de protesta (y afirmación) en los años del  inmediato pos/concilio. Fue uno de mis principales mentores, ideológico como espiritual, en mis años jóvenes, nunca lo oculté. Antes y después, y durante mis años del Seminario de Ecône (incluso, estando yo en España en la Universitaria madrileña) (…) Estaba particularmente marcado por su pasado (filo nazi), léase de su paso por las filas de uno de los principales movimientos (de jóvenes) de la Colaboración y del régimen de Vichy –“Las Canteras (les Chantiers) de la Juventud”-, algo de lo que en aquellos años nunca alardeó, pero que tampoco nunca ocultó, y perfectamente asumió (y pagó, con persecución política y canónica)

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