lunes, julio 20, 2020

¿"MUERTE DE DIOS"? QUEMA DE IGLESIAS

Catedral De Nantes (1438) –y acabada de construir en 1891- de estilo gótico flamígero, pasto ayer de las llamas que habrán dado cuenta de su gran órgano erigido en una plataforma y provisto de una escalera de acceso de 66 peldaños, pasto igualmente de las llamas. ¿Accidente fortuito –como el de Notre Dame, como tantos y tantos otros casos análogos de los últimos meses y semanas-, blanco de la furia iconoclasta, o daño más o menos colateral de la invasión silenciosa –afro magrebí o afro/musulmana-?, las apuestas se admiten. El principal sospechoso, el portero de la catedral, –natural de Ruanda- ha sido puesto en libertad sin cargos, falta de pruebas (…) Como sea, Francia y su tesoro arquitectónico aparecen hoy a los ojos del mundo, como blanco predilectos de vindicta, contra una gran nación bajo amenaza. Signo (magno) de los tiempos. De la muerte de la Iglesia (católico/romana)
De muerte de la Iglesia (sic) traté en un artículo –que me ha valido muchas visitas- hace meses con el telón de fondo de la implosión de la TFP. Y de ella me siento impelido de hablar ahora de nuevo ante la ola –cargada de negros y siniestros presagios- de incendios de catedrales en varios países católicos –incluida España- pero sobre todo la que esta devastando la riqueza arquitectónica de Francia, “fille ainée de l’Église”, y el mayor de los países de religión católica en Europa. Indignación y luto -y dolor a rabiar ¡Dios!- , eso desde luego, y tambien la hora llegada (otra vez) de auscultar los signos de los tiempos, de los que esta quema de iglesias y catedrales –comparable (mutatis mutandis- a la quema de conventos en España durante la República- se erige como el mayor de todos ellos.
 Y es que la plaga incendiaria a la que consternados e impotentes asistimos no oculta menos una realidad (igualmente o más aflictiva) que aquella nos muestra de la forma mas descarnada y nuda, el de unas iglesias “vaciadas”, léase sobrecogedoramente vacías. Por la desacralización rampante se me dirá, por la pandemia en curso y sus secuelas, de confinamiento o de psicosis colectiva, por lo que sea. Todas ellas y otras muchas causas y motivos, no esconden menos otra realidad más desconsoladora aún, la perdida flagrante de credibilidad de la Iglesia entre sus fieles que viene lejos pero que no ha dejado de acelerarse de forma impetuosa, en las ultimas décadas. Como lo señalé analizando –con no pocas dosis de autocrítica- el fenómeno que encarnó Monseñor Lefebvre y su seminario de Ecône, con ayuda de los párrafos de más impacto y más celebres de Nietzsche en su obra “Así hablaba Zaratustra”. En dicha obra el filosofo alemán hablaba de la Muerte de Dios –una formula que le copió o plagió sin el menor escrúpulo (nota bene) el Concilio Vaticano Segundo-, y era en el párrafo cumbre a mi juicio de la dicha obra, cuando Zaratustra dice adiós al ermitaño que se habia encontrado en la montaña, con aquella frase célebre, "¿será posible que este santo anciano no se haya dado cuenta todavía que Dios ha muerto?" Dios por la Iglesia (de Dios) –sobreentendido- , y bastantes años después de la aparición de aquella obra resonante –en el periodo de entreguerras-, se diría que estamos en las misma (continúa)
La TFP en sus momentos de gloria, años antes de su implosión (en pedazos) tras la muerte del profesor Plinio, su fundador. Ellos me legaron el culto -y el gusto- de las viejas catedrales, que reforcé a mi paso por el seminario de Ecône. Y con ello, la devoción a la Roma eterna “dos mártires e dos santos” que cantaban enfervorizadamente –y yo con ellos, entre los viandantes absortos e incrédulos- en el viaducto de Chá en pleno centro de la gran urbe de Sao Paulo. Y la implosión del movimiento aquel no anunciaba menos –a los ojos al menos que saben ver - esa muerte de la Iglesia que ellos increíblemente no sabían ver, como el santo ermitaño que no se daba cuenta de la “muerte de Dios”- celebre personaje de “Así hablaba Zaratustra” (de Federico Nietzsche, con perdón)

(continuación) Fui no hace mucho acusado (en un mensaje digital semi anónimo) -por cuenta de los artículos que vengo colgando en este blog- de (querer) robar las esperanzas (sic) De quién no lo sé en concreto, sé en cambio el poderlo conjeturar de algunos –o alguno- de ellos, y en particular del autor (presunto) del comentario al que aludo (…) Esperanzas ¿en quién? Sobreentendido en la Madre de Esperanza, de todos los católicos y en particular de todos los católicos españoles. Madre de esperanzas y a la vez –que nadie se escandalice- asesina o sepulturera de esperanzas, en todo o en todos –o en todas- lo que no sea o no brote o emane exclusivamente de ella. “Ecce Dominus ascendit et commovebuntur simulacra a facie ejus”, recuerdo –y cito de memoria- este pasaje bíblico de una de mis lecturas favoritas del seminario de Econe. “He ahí que asciende el Señor y delante de él se estremecerán todos los ídolos” Un resumen o botón de muestra inigualable por lo elocuente y revelador del celo bíblico –y semita, judío- del Dios del pueblo elegido que no admitía rival –en plano de igualdad- al lado suyo. Fuera de él, todo ídolos, pasto de las llamas. Esas aguas estos lodos. Cegar, enterrar, aplastar sin piedad toda fuente de esperanza –de futuro- que no fuera en ella, léase esperanzas en la Política o en la Historia (…), tachándolas por sistema de vanas y ridículas, de ingenuas, de inmaduras o de ilusorias.

Y así, España, los españoles, aquellos de mis compatriotas que siguen contando para mí –en el plano de la memoria- por lo menos, somos un país sumido en la desesperanza o en el desespero. Lo que se ve a las claras ahora con la crisis de la pandemia del Covid. Un pueblo –¡qué bien se ve desde aquí y tras treinta y dos años que son los que aquí llevo residiendo en Bélgica! (por cima de los Pirineos)- de perdedores y de vencidos. Sin embargo, nada está perdido, conseguimos en circunstancias extremamente difíciles –de la (dura y larga) etapa de posguerra, de bloqueo y de ostracismo internacional (rampante hasta hoy) (...)- sobrevivir individualmente tantos y tantos de nosotros y colectivamente como pueblo. A la hora de la Derrota No es óbice –como lo di a entender en escritos recientes (en español y en francés) sobre el seminario de Ecône, que para recuperar la esperanza –de éxito, de triunfo y de victoria- tenemos que empezar por reconocer la(s) derrota (s). Y ahí (fatalmente) se interpuso el papel de la Santa Madre –y a sus ancas, de la Santa Obra-, el ocultarnos –disimulada y solapadamente- aquella derrota mundial (Salvador Borrego díxit) durante décadas de posguerra, tras el 45, cuando los españoles (léase una mayoría) vivimos felices –de padres a hijos y nietos- como en una especie de burbuja dentro de nuestras fronteras hasta que le dio a alguno –en concreto a mí- por poner los pies fuera y entonces es cuando acabamos viendo y sintiendo el peso de la hipoteca, individual –en todos y cada uno de nosotros- como colectiva que nos legó a los españoles el peso de nuestra derrota en el 45. Y ese fue el papel histórico del Opus Dei, y lo digo sin acidez alguna ni acrimonia por la simple razón aunque sea que embistiendo contra ellos tuve siempre la penosa impresión de estar tirando piedras contra el propio tejado (sin el menor lazo no obstante con la Obra). No importa.

Y ese fue su papel en España sobre todo donde consiguió mayor fuerza de agarre e implantación, y también fuera de ella. En Portugal por ejemplo. Hace cosa de tres años con ocasión de nuevos anuncios – sin confirmar de nuevo- de la visita papal a España (y a Portugal sobreentendido también), los medios portugueses se ocuparon bastante profusamente de nuevo de mi, en tono nada hostil por cierto, hasta el punto que aquello debió alarmar a instancias poderosas del catolicismo en el país vecino, el caso es que justo a continuación vinieron unas declaraciones con gran realce en los medios lusos de un miembro _con tonsura- del Opus Dei del mayor relieve en aquel país donde arremetía de forma solapada e inequívoca a la vez contra mí –por cuenta incluso de mis familiares más próximos- bajo el titulo de “Tenemos Madre” (“temos mai”) y probaba así, escribiendo aquello, el tomarme en serio, en calibrar acertadamente los riesgos y peligros que mi actitud de desafío acarreaban al vértice supremo de poder –temporal y a la vez espiritual- de la institución que aquel tonsurado, tan untuoso y tan melifluo en sus declaraciones, representaba (…) El Opus Dei fue el reaseguro (político/religioso o espiritual y temporal a la vez) que le permitió al régimen anterior la sobrevivencia tras la derrota de Alemania y el evitarnos el vernos en el banquillo de los acusados en Nuremberg. Al precio por cierto de un proceso implacable de “desnazificación” –léase de desfalangitización (en clave española)-, y los sectores azules del régimen entonces que tan encarnizadamente les hicieron frente no erraban aún sin darse plenamente cuenta, en su intuición hostil a la Obra, aunque fallasen en todos o casi todos sus postulados. Pero esos (santos) faldones –de la Santa Madre- fueron progresivamente desgastándose o despareciendo, y nuestra desnudez –la del régimen anterior y los que nacimos y crecimos a su vera a la vez- se fue progresivamente destapando a la faz de la tierra (…) La de un pueblo de vencidos y a la merced de todos los vaivenes y de todos los caprichos de los poderosos en el mundo de hoy.
Goncalo Portocarrero de Almada, conspicuo y prominente miembro, en Portugal, del Opus Dei. Me atacó sañuda y solapadamente hace ahora tres años, escudándose –hipócritamente- en el (buen) nombre de los míos. La prueba por el nueve que en la Obra tomaron en serio el desafío que mi actitud les plantea. La Obra (de Dios) fue el arca de salvación, y el refugio de esperanzas de los pueblos católicos luso hispanos tras la derrota mundial (del 45) En Europa y en América. Al precio por supuesto de quemar o de agostar sin piedad toda fuente o brizna de esperanza fuera de ella, en Política o en la Historia, tachadas de idólatras o paganas por sistema. En la foto, el eclesiástico mencionado aparece al lado de una figura de gran relieve de la extrema izquierda (comunista) portuguesa (al menos mientras yo estuve allí preso)
Una prole de parias (internacionales) contra los que todo se permite fuera de nuestras fronteras, a partir del momento que no aceptan su (triste) suerte de subalternos/modelo en el mundo surgido de la victoria de la democracia (anglo aliada anglosajona) Y Pedro Sánchez, actual inquilino de la Moncloa parece haberlo visto bien que decide –como queriendo apretar el dedo en la llaga- apuntar a donde más duele, con su nuevo proyecto de ley de la Memoria en relación estrecha con la II Guerra Mundial, de la que espera sacar jugosos réditos en el frente de la interminable guerra civil (del 36) que se propuso a reencender a toda costa. Con lo que en el fondo no busca mas que internacionalizarla (…) Lo que Negrín no pudo, él se cree capaz de hacerlo tantos años después, el ganar la guerra que entonces perdieron en el frente internacional de batalla. Y ante eso no tiene del otro lado (de las trincheras) más que unos adversarios potenciales rendidos o semi-rendidos –en el plano de la memoria (como nos lo demuestra ahora su mutismo -ensordecedor- con ocasión de la ultima efemérides del 18 de julio)-, desengañados o “desencantados” (como unos Ridruejo cualquiera), sin la menor moral de triunfo o de victoria y presas de la desorientación abrupta, del desespero o de la desesperanza (en Política y en la Historia) Ese es el papel, insisto, garante supremo de una situacion así, de la Madre de Esperanza. Y el ver arder ahora como castillos de naipes tantas majestuosas (y bellas) iglesias y catedrales en España o en Francia se nos antoja como un símbolo mayor o signo magno de los tiempos. Los fuegos artificiales en los que arden o se consumen las esperanzas de un pueblo de un país sometido bajo el peso de la derrota, después de haber sido uno de los grandes faros de la civilización y de la Historia. Como decía el padre de la Nueva Derecha, Louis Rougier, “Sic transit gloria”. A cuento del conflicto del cristianismo primitivo y de la Civilización clásica (y pagana), que es la nuestra.

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