jueves, julio 23, 2020

¿JUVENTUD DEL BOTELLÓN Y LA DROGA?

“Nueve cartas a Berta", filme fetiche –y de culto- de toda una generación –la mía-, al borde (o en preanuncio) de la mutación cultural (de finales de los sesenta) de la que se sustraía o escamoteaba -y no sólo en aquel film- una clave (histórica) de explicación, y era de aquella crisis generacional, de aquel horizonte sin futuro ni esperanza –en la juventud y en la España de entonces- que en el film aquel se presentaba. Y era el peso de la Derrota Mundial y de la hipoteca pesada que a las nuevas generaciones de españoles, aquella les legaba. Y una o dos generaciones después, estamos en las mismas
En un artículo a modo de requisitoria o de lamento bíblico, una página digital de los medios patriotas ducha en ese género de periodismo agorero y sensacionalista y catastrófico que da ganas al lector más desprevenido –¿el objetivo que se persigue?- de tirarlo todo por la borda y (un decir) de pagarse un tiro en la sien, y acabar así la broma, se presenta como digo, un panorama con visos de generalización -desazonante y descorazonador a lo sumo – del estado actual de la juventud española. Que se ven así, sin mayores miramientos, emplazados o puestos en la picota con cargos de suma gravedad o transcendencia como son el de dar la victoria electoral al gobierno de izquierdas bajo el cual gemimos, y de ser reos o presa de la trilogía maléfica de la que, de uno de los vértices –el hedonismo (con el sexo)-, estamos tentados de exonerarles o de disculparles, tanto como vemos esa acusacion (estrechamente) asociada con la moralina clerical (y pontificia) sin remedio (asociada además, faltaría, con el aborto cero) Los otros dos vértices, el alcohol y la droga, se merecen a fe mía mucha mas circunspección, inquietud e incluso respeto.

Estaba yo recién salido de la cárcel portuguesa –año del 85- en una situación límite (y los tiempos no cambiaron mucho desde entonces) de caminos vetados y puertas cerradas por todas partes, cuando me dio por ir a pasar las fiestas a un pueblo veraniego, el de las vacaciones de los míos-, no precisamente limítrofe, pero no lejano tampoco de la capital madrileña- y ante el espectáculo penoso y al borde del bochorno aquel de una masa de jóvenes –veraneantes y habitantes del pueblo todos bien juntos y reventos- en escenas (soeces por lo menos) de borrachera con gran desgarro y desaforamiento (y vocerío) y yo tratando -¡ingenuo de mi!- de seguir la cuerda-, y de sentirme uno más como todos ellos, llegó un momento que me plante de golpe, sin fuerzas de seguir adelante, y di un parón en seco, preguntándome ¿estamos aquí o en Flandes? como decían los españoles antiguos, y si no me estaba equivocando de país, o “de noche” como dicen (agudamente) los belgas. Yo no soy así, me decía a mi mismo cabizbajo y cariacontecido. Y no lo era. Quiero con ello decir que esa cultura del botellón –tan “nuestra”- que tanto alarma y frustra y decepciona al autor del articulo que nos ocupa, es algo a mil luces de mi gusto y de mis sienes y de mis nervios (como poco)

Y el cargo o acusación (mayor) de favorecer con su voto al actual gobierno socialista y a su presidente e inquilino de la Moncloa, me deja un tanto esceptico, lo  confieso. Que no le veo yo mucho a Pedro Sánchez sintonizar o congeniar con la juventd española de hoy, pese a sus esfuerzos desperados por abrirse cancha (electoral) a base de una estrategia no propiamente social -lease de clase, o de lucha de clases (en sentido marxista)  sino, como dicen los politólogos, "societal", de apoyo a corrientes o reivindicaciones más o menos colaterales como el feminismo, el cambio climatico, la lucha contra el Covid -y la pulsion liberticida que ella impulsa o alienta- o su apoyo más o menos demagógico y oportunista a inmigrantes y refugiados (no europeos) 

¿Quiere eso decir que me resulta la juventud española actual tan extraña y tan inhóspita como lo fueron siempre aquí para mi tantos y tantos de emigrante/españoles como yo los llamo, a fe mía más extranjeros que los belgas si cabe, o de un género a parte, especial, de compatriotas? A tanto no llego, la juventud es el futuro de todos, y si no es un divino tesoro como decía el poeta, no se merece indiferencia y sí en cambio un mínimo de empatía y de tentativa de comprensión de nuestra parte hacia sus cuitas y sus fracasos y sus problemas. Y no es que me las de de profeta ni de salvador o de taumaturgo tampoco pero no me siento incapaz tampoco de sintonizar con esa nueva generación de rebeldes sin causa, que tal vez por eso la están tomando con los suyos propios –los mas queridos. Y lo es en el plano de la Memoria. Y hablo de los jóvenes españoles en general, de todas las clases estamentos y procedencias, y no solo de la juventud universitaria que fue la que más me preocupó y me obsesionó (y me decepcionó) a mi paso -¡lejano ya!- por la Universitaria madrileña.
¿Falta de ideales en la juventud del botellón (y de la droga)? Más fino y sutil el diagnostico que todo eso. Falta de optimismo y de esperanza. En un artículo reciente hablé de "la muerte de la iglesia", Mater Spei –madre de esperanza- y con ella, la desaparición de aquel velo piadoso –como escamas en los ojos- que nos ocultaba sobre todo a los mas jóvenes la falta de horizontes de futuro y de Esperanzas. De esperanzas palpables, tangibles. En la Política y en la Historia. Denominador común, se me argüirá, a toda una generación, la de nuestra época. Es posible. Pero más acentuada, con uno niveles inigualables –de fracaso y de patetismo- en la española, a la que sólo se puede comparar quizás –por sus (altas) cifras de suicidios- la de los belgas (…) ¿Por causas análogas o similares (pese a las apariencias)? No es óbice que debemos rendirnos a la evidencia, y es que el ideal /democratico en el que las nuevas generaciones de españoles de forma tan sectaria y absorbente y abusiva habrán sido educadas, se muestra flagrantemente incapaz de hacer de ellos personas responsables y solidarias (y bien/educadas). En proporción cabe decir a la capacidad de aquel (o de aquella) a fomentar en ellos propensión al encanallamiento y adocenamiento-y bastardización- harto demostrada. Sin clase ni distinción ninguna. Lo que -¡ay dolor!- más habré echado aquí en falta 
Y buscando y buscando sin parar algo que me diera explicación de aquel fenómeno tan intimidante y tan desconcertante a la vez, de transbordo masivo –armas y bagajes- de toda una generación que fue la mía hacia la izquierda (extrema), me llamo la atención una pieza entonces en boga por lo menos en los círculos no poco restringidos que era los que yo frecuentaba del Teatro del Absurdo, del rumano Ionesco y me dio por comparar aquella especie de epidemia (espiritual a la vez que política o ideológica) de la que yo era en primer a fila impotente (y abrumado) testigo con lo que sucedía en la pieza dramática aquella –Rhinoceros-, con aquellas ganas irreprimibles en la mayor parte de los colegas en torno mío de ponerse a andar a cuatro patas (furiosos, e inofensivos al mismo tiempo) y a echar relinchos y resoplidos, como aquellos cuadrúpedos que invadían de golpe la escena. Y hoy con la perspectiva del tiempo transcurrido veo que me subía (un poco) por las paredes en mi análisis de aquel fenómeno que tanto me desazonaba ( y me aislaba y me apartaba) No habia que buscar tan lejos, una explicación tan alambicada y tan filosófica del fenómeno aquel que tanto marcó mi primera juventud y puso un punto final a mi adolescencia. Ni siquiera en otra explicación no poco manida, la de ruptura generacional de la generación anterior a la suya, como lo denunció –al borde de la mutación cultural aquella (mediados de los sesenta y principios de los setenta) un film de éxito –de principios de la década fetiche aquella-, “Cartas a Berta” y era en el alférez provisional (con bigote), padre de aquel rebelde de protagonista.

Bien visible es cierto y a la mano. Ni en la educación orientada –como se apunta en al artículo- ni en los medios de la prensa global y manipuladora. No, de lo más visible, y a primera vista se encontraba la clave de aquel fenómeno, de aquel enigma, y era en las páginas más recientes de la Historia con mayúsculas. En el desenlace de la II Guerra Mundial en el 45, que nos colocó (por contumacia, o en rebeldía) en el bando de los vencidos o en el banquillo de los acusados e hizo de toda una generación, la que seguiría, unos parias de la tierra, a rastras con la pesada hipoteca de la derrota (“mundial”) aquella, de la que muchos (¡pobres!) buscaban (a ciegas) una vía de escape o escapatoria por la huida hacia delante o por la vía de la mas o menos insensata- en el plano personal como profesional- de las aventuras. De camareros de venta de hamburguesas por ahí fuera, habla el artículo que nos ocupa. No hay que olvidar ni dejar de lado no obstante los que buscan las profesiones y puestos de trabajo de mayor riesgo y peligro, como las de corresponsales de guerra, de un porcentaje (nota bene) en extremo elevado de compatriotas.

¡Peso de una hipoteca más bien, y no por sed de aventuras! Juventud sin horizontes, desorientada e indefensa. Así es como yo los veo (de puertas afuera). Y no sólo –me curo en salud de inmediato- a los hijos de papá, de los vencedores (de la guerra civil, se sobreentiende) no sólo a los hijos de unos padres del género José Luis Torrente (como si dijera), sino a los otros, a los hijos o nietos de yayos y yayas (demócratas o rojeras fuera de toda sospecha) Y de todo eso y con lo que todo eso se relaciona no dice ni pío el articulo –del diario patriota en cuestión. Porque no interesa

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