« Je suis partout » , tribuna emblemática de la Colaboración en Francia drante la Segunda Guerra Mondial. Una de sus plumas más brillantes lo fue la de Rebatet, que va de anti semita in saecula saeculorum y que se ve hoy en cambio rehabilitado entre los suyos. ¿Para cuándo la rehabilitacion completa de la Falange literaria –sin descalificaciones personales (como hasta ahora habrá ocurrido) de unos autores (falangistas) separados como si fueran espectros o figuras irreales de su propia obra- en España y en el mundo de lenga y cultura hispanas?El diario francés « Le Figaro » en su edición de hoy jueves sorprende a propios y extraños con un amplio reportaje en su suplemento semanal literario anunnciado a toda página en la portada de su suplemento semanal literario -y continuado a doble página en su interior- dedicado a un « maldito » de la política y la literatura en Francia desde la terminación de la Segunda Guerra Mundial en el 45, y exponente el mayor tal vez –junto con Celine- de antisemitismo literario en las letras francesas contemporáneas, y me estoy refiriendo al escritor de notoria filiacion fascista, Lucien Rebatet, figura emblematica de la Colaboracion en Francia y de su principal órgano de difusión « Je suis partout », condenado a muerte tras « la Libération » e indultado un año después –tras su paso por el corredor de la muerte de las prisiones francesas- por el presidente Vincent Auriol que sucedió al general De Gaulle (antes del retorno triunfal de este último una década más tarde)
La prestigiosa e influyente editorial Robert Laffont acaba de publicar (por entero, sin recortes ni expurgaciones) la obra más polémica y violentamente anti-semita de aquél « Les Decombres » que el autor de estas líneas se leyó –sin escandalizarse -leyéndola con el prisma del espíritu de toda una época- en los primeros años de su estancia en Bélgica.
En textos posteriores de Rebatet escritos durante su estancia preso se contenían alusiones elocuentes y significativas al predominio del partido clerical (« le parti prêtre ») en la España de Franco, que testimoniaban –como lo hacían también escritos de Brasillach hacia el final de la Segunda Guerra Mundial- de un profundo resentimiento entre las filas de la Colaboración pro nazi y pro alemanahacia la actutud –de desenganche del régimen español durante la Segunda Guerra MUndial-, de sentirse en suma traicionados, dejados en la estacada.
Un estado de espíritu generalizado sin duda entre los vencidos del 45 por toda Europa –de lo que en España y entre españoles nadie pareció darse nunca por aludido (…)- que se vería enterrado en la memoria colectiva con la derrota pero que resurgiría al cabo de las metamorfosis inevitables en toda memoria de vencidos, en las variantes mas diversas, como sería el caso, por no citar más que un ejemplo, entre nacionalistas flamencos que reservaron siempre –ante el estupor y la irritación del autor de estas líneas (y una perplejidad e incompresión profundas de su parte al mismo tiempo) en sus ya largos años de estancia en Bélgica- muestras innegables de adhesión y simpatía irresitibles a la acción terrorista de la ETA.
Signo de los tiempos como sea, esta re edición insólita e imprevista y botón de muestra a la vez de algo que me hizo observar hace poco un universitario belga, autor de una tesis de doctorado sobre la prensa colaboracionista en Bélgica durante la ocupación alemana.
Y es de esa linea divisoria heredada de la historia europea entre países en la órbita (antigua) del Imperio -como España, Bélgica o Austria o Alemania-, de otros como Francia –o como la Suiza, cabe añadir- que no estuvieron en la orbita de aquél, lo que ofrece clave de explicacion bastante de la suerte diversa que se sigue reservando a la literatura de los autores « malditos » –léase de las principales figuras literarias de la Colaboración durante la Segunda Guerra Mundial-, y en definitiva a la memoria de los vencidos del 45 a uno y otro lado de esa línea divisoria caracterizadas por la censura y la exclusion rigurosa y el ostracimo y la vindicta irreconciliables entre los unos, y unas posturas o actitudes de (relativa) tolerancia y de rehabilitación incluso –por la via literaria y editorial aunque sólo sea- entre los otros, tal y como como lo viene a ilustrar esta reedición francesa.
Y los más significativo y sintomático a la vez en el comentario del universitario belga al que aquí aludo lo era sin duda su completo asentimiento a la observación que le hizo el autor de estas lineas -como un corolario de las propias palabras de aquél-, que eso se traducia forzosamente en la distinta suerte que esos mismos autores se veían reservada en los ámbitos académicos y universitarios de diferentes paises europeos, según de qué lado se encontraran de esa línea (historica) divisoria.
Y es lo que explica también sin duda –me decía yo para mis adentros- el que en países como Bélgica, la ley española de la Memoria Historica parezca gozar –como el autor de estas líneas pudo comprobarlo a sus propias expensas- de una fuerza vinculante en sus ámbitos universitarios y académicos sin parangón en otros países europeos, en Francia o en Suiza, o en Inglaterra –e incluso en Italia- por ejemplo. A buen entendedor pocas palabras sobran
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