Hans Frank, gobernador general de Polonia durante la Segunda Guerra Mundial, católico practicante, como lo siguen siendo los polacos (…) Y a riesgo de escandalizar a polacos o no polacos, hay que atreverse de una vez por todas a proclamar las evidencias. A saber, que la idea que tenían de Polonia in mente los artífices del Nuevo Orden, era mucho más conforma a la tradición polaca antigua de los señores, de la nobleza polaca católica, que liberaron a Viena –en la persona de Jan Sobieski- de la amenaza turca (1683), que el nacionalismo polaco contemporáneo que se inventó de cabo a rabo una tradición/polaca victimista y sin adecuación alguna con la verdad histórica. La derecha nacionalista polaca que acaba de ganar las elecciones se muestra furibundamente anti-rusa (tanto como anti-alemana) Olvidadizos de su pasado reciente (de compromiso histórico), en la Segunda Guerra Mundial y en los años (largos) de régimen comunista. Más les valdría -en vez de crearse enemigos o de verlos donde (ya) no los tienen- el reconciliarse con su vecinos, en particular con los alemanes, de los que se vengaron con creces –por agravios supuestos o reales- al final de la Segunda Guerra Mundial en el 45. Pensase lo que pensase o dijese lo que dijese en el tema san Karol WojtylaEl tema polaco me da casi tanta pereza como me lo daba el tema portugués (de actualidad) el otro día y hoy en cambio igual que entonces me siento en la obligación imperativa de hablar de él con ocasión de las recientes elecciones polacas, como me lo sentí a cuenta de la crisis aun no resuelta tras las elecciones portuguesas. Derecha católica y nacionalista polaca. ¡Aparte de mi ese cáliz!
Soy un converso en ese aspecto hace ya muchos años –demasiados es cierto-, vaya dicho de entrada. Yo no pensaba así, como de ello di constancia el diario francés Le Figaro cuando me detuvieron en Fátima que escribió de mi, como de alguien que esperaba que la salvación (sic) viniera de la Polonia católica. Pero eso era antes de que me detuvieran en Portugal y también del viaje que hice en Polonia en la llamada primavera de Solidarnosc –en julio en realidad del 81 que fue cuando yo estuve allí- diez meses antes de mi gesto de Fátima.
Me recorrí Polonia de cabo a rabo desde Varsovia –antes de tirar hacia el Norte, hasta Danzig (en polaco Gdansk), pasando por Bydgoszcz (en alemán Bromberg)- hasta el Sur del país, hasta Cracovia, y también hasta un pueblecito cercano a Sandomierz, una importante localidad al este de Cracovia camino de la frontera rusa. Allí fue donde me ofreció alojamiento el cura párroco de la localidad al que había conocido unos días antes en el santuario de Iasna Gora, especie de montaña sagrada del nacionalismo polaco, mitad santuario mitad fortaleza, que rememora un capitulo del final de las guerras de religión, de hecho una secuela de la guerra de los Treinta Años, que es lo que fue -unos años después apenas de la firma del tratado de Westfalia- la guerra entre suecos protestantes y católicos polacos.
Y es curioso que el párroco polaco aquél, que me trato con gran hospitalidad, y estuvo cordial y amable conmigo –y sin duda bastante intrigado también con lo que yo andaba haciendo visitando Polonia en aquellas circunstancias tan especiales- más que un polaco como digo me parecía un bravo y robusto cura alemán, no vi nadie desde luego en la emigración polaca presente en los países occidentales especialmente en Bélgica en donde la emigración polaca alcanza cifras cuantiosas –del orden de los cien mil- que me hiciera pensar ni remotamente en él.
Como si se tratase de dos pueblos distintos, tal vez porque aquel eclesiástico era del Sur católico del país y la emigración polaca en los países occidentales de lo que tengo entendido procede más bien del Este y del Noroeste del país (en particular de la villa de Bialistok junto a la frontera rusa) de la que se ven muchas matriculas de automóviles de antiguo aquí en Bélgica. Unas zonas disputadas de antiguo por las dos potencias colindantes, Rusia y Prusia mientras que el Sur figuró hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial dentro del imperio austro húngaro (al que sirvió de oficial del ejército nota bene el padre del papa Wojtyla)
Sintomático sin duda, se me antoja, de las brechas y profundas fracturas en un país de fronteras tan movedizas por decirlo con un eufemismo suave, y, que sufrió tantas particiones en los dos ultimo siglos, la última hasta el estallido de la primera guerra mundial entre Prusia, Rusia y el imperio austro/húngaro que ocupaba la parte meridional del país, donde se encontraba enclavado el pueblo al que aludo en el que me alojé varios días (continua)
He hablado muy a menudo en este blog y fuera de él de mi viaje aquel a Polonia, del que me traje una impresión –sin duda dominante aunque por lo subliminal tardé años en ben definirla y analizarla- de lejanía. Pelonía me pareció un país muy lejano, geográficamente alejado de los países occidentales –Alemania interpuesta, léase “la Europa del medio” (Mitteneuropa) como se la llamó en geopolítica y en lenguaje diplomático a la Prusia imperial. Y lejana en el plan o espiritual.
Polonia era y lo sigue siendo un país católico (romano), estamos de acuerdo, pero su catolicismo me pareció a años luz no sólo del catolicismo preconciliar sino también de la nueva versión de catolicismo que hizo eclosionen en España tras el concilio. Vaticano II, país católico a machamartillo como hubiera dicho Meléndez Pelayo, pero de un catolicismo que tenía poco o nada que ver con aquel en el que yo naci y fui bautizado ni siquiera con aquel que se vivía después del concilio en España y otros países católicos y occidentales.
Como si me hubiera equivocado de planeta, o de noche (como dicen los belgas) Por supuesto que el factor ”papal” –del papa polaco Juan Pablo II, Carol Wotyla- gravitaba de cerca en el problema irresoluble que me planteaba el catolicismo polaco, pero no se identificaban, absolutamente o no del todo. No comprendo el catolicismo polco contemporáneo, como tampoco comprendo nada o muy poco de su historia en la era contemporánea, y a fe mía que tardé muchos años en rendirme a la evidencia de encontrarme delante de un muro al respecto.
Jan Sobieski, me soplará aquí algun alma piadosa (y caritativa) Si por cierto, pero la Polonia aquella –de la nobleza y aristocracia polaca que tantos servicios presto a la cristiandad y a la civilización europea como el que prestó el príncipe polaco Jan Sobieski (III) salvando a Viena de la amenaza turca-, desapareció con la Revolución Francesa sin dejar rastro. Y a riesgo de escandalizar aquí a más de uno, diré que me parece más cerca de la tradición polaca auténtica la idea aquel país que llevaban in mente los artífices del Nuevo Orden –la Polonia de gobernador alemán (de Hans Frank, católico practicante) de la Segunda Guerra Mundial- que la de los polacos nacionalistas que se inventaron una tradición/polaca en el siglo XIX a penas.
Y la derecha católica triunfante en las elecciones recientes amenaza con resucitar ese pasado espectral de nuevo, tras la fachada desarmante de un ama de casa madre de familia numerosa, esposa fiel y devota ante el altísimo –cabe suponer- de “su” papa (como los polacos llamaban a Carol Wojtyla) Aparte de mi ese cáliz. ¡Por lo que más quieran!
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