sábado, diciembre 04, 2021

TESTIMONIO INGLÉS DE NUESTRA GUERRA CIVIL

 


Publico en atención de mis lectores este artículo del blog de mi amigo Antonio Parra Galindo, que ofrece una vision inédita -en prisma británico o inglés- de la guerra civil española en algunas de sus efemérides e instancias protagonistas más criticas y decisivas. 


JOHN PRICE UN LEGIONARIO INGLÉS QUE MILITÓ EN LA BANDERA QUE COMANDABA EL CORONEL CASTEJÓN EL ABUELO

DE PEDRO SANCHEZ CASTEJÓN Y TOMÓ PARTE EN LA SANGRIENTA TOMA DE BADAJOZ YO LE ENTREFISTE EN LONDRES EN 1973 UN GRAN TIPO

 

En mayo de 1973 yo escribía para la prensa del movimiento. Me interesaba no sólo por la política en los tiempos de la era Wilson sino por el pensar y el sentir de la gente. Llegué a auscultar algo del pensamiento de los ingleses y un buen día me acerqué a la casa de un veterano de la guerra de España en el bando nacional quien me enseñó sus medallas al mérito militar y me desveló algunos de sus recuerdos. Un londinense típico el pelo pajizo que fue rubio, fuerte, jugó al rugby, le queda poco pelo. Al lado de la butaca donde me ofrece una taza de té está su perra Dolly. Carga su pipa de tabaco fuerte y habla con acento cockney que nada tiene que ver con el de Oswald Mosley el dirigente de los falangistas británicos que procedía de una familia enriquecida en Irlanda y emparentada con los Spencer (de esa estirpe procedía Lady Di). Mosley por los barruntos de su  apellido estaba trabado con los Rothschild origen semita.

John price vive en una modesta casa con terraza en un barrio obrero al sur de Londres, pasado el puente cerca de la plaza Elefant&Castle.

 John o Johny a secas, como le conocen sus amigos en el pub del “Groom” donde algún viernes va a jugar a los dardos y se toma media pinta de cerveza “More than that not, I cant afford it”) es un británico de una cortesía exquisita, me recibe con hospitalidad en su domicilio.

  Ha vivido una vida austera (la legión en él inculcó el espíritu de sacrificio y sufrimiento) y  a sus 63 años está esperando la jubilación. Me enseña sus medallas y condecoraciones legionarias mientras Dolly mueve el rabo al lado del fireplace. Afuera en el diminuto jardín llueve y hace frío pese a lo adelantado de la primavera. Estábamos en el el mes de abril de 1973:

—¿Cómo fue que se apuntara al Tercio?

—Vengo de clase obrera, admiraba a Mr. Mosley y me sentía anticomunista. la posguerra de la primera gran guerra fue sumarísima, los obreros pasaban hambre y de niño yo recuerdo la gran marcha sobre Harrow de los mineros del Norte. Temimos que Gran Bretaña se convirtiera en un país soviético. Por eso firmé por el partido de los Black Church (camisas negras) teníamos un gran líder: Mosley, pero no era racista a diferencia de los hitlerianos de William Joyce.

—Sí Lord How-How, aquel aristócrata ingles que por Radio Berlin realizaba locuciones en favor de la Alemania nazi en plena guerra mundial. Después de Victory Day Winston Churchill mandó que lo ahorcaran en la Torre, pero Mosley murió en la cama en 1980 retirado de la política. Era por paradoja de origen hebreo.

— Sí, un gran tipo

—¿Y cómo fue su alistamiento en el bando franquista?

—Yo leía las crónicas del Daily Express cuyo corresponsal se alineaba con los patriotas y pensé que había que hacer algo para parar a los rojos. Salí de Londres en julio de 1937 y tomé un barco en Southampton que me condujo a Portugal, crucé la Raya y me presenté en el banderín de enganche de la Primera Bandera. No había hueco y me destinaron a la Quinta.

—¿Sin más requisitos?

—Sin más requisitos. Yo había estado en la British Army tres años en la India. Tenía el grado de sargento y conocía el manejo de las armas, me encargaron de una sección de ametralladoras. Disparamos con la ametralladora Hochkins que era inglesa pero a veces se calentaba y echarle agua. Cuando no teníamos agua echábamos coñac.  

El coronel Castejón el primer jefe que tuve en la Quinta Bandera me recibió con los brazos abiertos, era un tipo muy campechano pero algo “cabrón” me dio una palmada en el hombro y me dijo muy bien, muchacho. Eso esto.

 Acto seguido el mismo día ya estaba alistado en la V Bandera, me dieron unas polainas el chapiri y una chapa de identificación que colgué al cuello, un morral con una escafandra anti gas, latas de sardinas, un chusco y un frasco de aguardiente de orujo.

—¿Cómo era Castejón?

Alto, fornido, chapurreaba el inglés.  Ya le digo, había nacido en Filipinas Un tío con dos cojones como dicen los españoles pero al que racaneaba o abandonaba la posición lo mandaba al paredón. Yo no me llevaba mal con él pues le traducía las informaciones de la BBC. A los pocos días se me asignó el mando de un pelotón. Hacía un calor espantoso lo recuerdo bien el día y la hora que entramos en combate. Lo de Badajoz fue terrible. A mí me hirieron leve, pude curarme en el botiquín de campaña pero casi la totalidad de la compañía pereció. Unos camilleros me transportaron al puesto de mando y eso me salvó. Fue un tiro de suerte porque por la tarde estaba en el “fregao” esquivando el fuego rasante de las ametralladoras y los rojos de Badajoz ya habían capitulado. Salieron con los brazos en alto por una calle llena de polvo detrás de una sábana blanca. El coronel Castejón pegaba muchas voces.

Que los fusilen a todos... Fue de esa manera como cerca de mil tíos fueron pasados por las armas. El Tercio había tomado la ciudad a bayoneta calada.

—¿Recuerda lo de la plaza de toros pacense?

No, los gubernamentales resistieron numantinamente y nos causaron muchas bajas. Los jefes estaban irritados por las bajas causadas. Oí comentar a algunos compañeros que Castejón enloquecido le dijo a Yagüe  “no hagamos prisioneros, mi general”. Es verdad, hubo muchos fusilamientos. Yo no los vi. Fueron cosa de la guerra. Teníamos que avanzar hacia Madrid evitando hostigamientos a retaguardia. El mando quiso cubrirse las espaldas. En Chapinería volví a caer herido, esta vez de más consideración. Desde entonces tengo metida metralla en una pierna. El plomo se mueve y cuando cambia el tiempo veo las estrellas—.

El viejo soldado me enseña una de sus piernas que muestran algunas marcas azules.

 — Peor— prosigue— que Badajoz fue Brunete. La tierra ardía, fue la batalla de la sed. Las lineas estaban muy próximas a menos de cien metros de distancia y a veces sosteníamos conversaciones de trinchera a trinchera. Yo entablé amistad, si es que así puede llamarse con otro londinense que había jugado conmigo al rugby y estaba con las Brigadas Internacionales. Justamente en Villafranca del Castillo junto al rio Guadarrama fui alcanzado de nuevo por un disparo, era el 20 de julio de 1937. La bala me pegó en un hombro. El capitán medico pidió que me hospitalizaran.

John me muestra orgulloso su condecoración que guarda en un estuche de terciopelo. Es la Medalla a los Sufrimientos por la patria.

Le dieron por mutilado de guerra y fue trasladado a Sevilla donde se enamoró de una enfermera. Se llamaba Conchita. Y dice: —“tengo cinco balas que me agujerearon el pellejo, ninguna me llegó al corazón... la de Conchita me alcanzó de lleno, con el tiro del amor “La que más me dolió fue la de mi novia Conchita que murió en el Ebro”.

Era una guapa sevillana falangista que atendía a la centuria de Sevilla la Nueva”.

John se arremanga y muestra las cicatrices del omóplato y brazos.

El viejo soldado se toma un respiro y veo como sus ojos se empañan de añoranza.

—¿Volverías al Tercio?

Mañana mismo si tuviera otra vez 25 años. Soy uno de los pocos ingleses que conocen bien a España. Para mí mi segunda patria. El año 36 nadie en mi país sabía de qué iba todo aquello. Yo sí. Y estoy orgulloso de haber pertenecido a la Quinta Bandera, de la XX Compañía en la Columna Castejón. Fui herido en Talavera, en Chapinería, en Villafranca del Castillo y tomé parte en la liberación del Alcazar de Toledo. Estuve en la Universitaria y fue mi sección junto con los Requetés la primera fuerza que entró en Madrid al mediodía del 30 de marzo de 1939. Regresé a Gran Bretaña con ocho balas en el cuerpo pero orgulloso de haber servido. Los años de aquella guerra fueron los mejores de mi vida.

John Price vuelve a quedarse silencioso, un sorbo de te, una caricia a la perrita Dolly y una mirada penetrante para el pequeño jardín donde han han crecido ya narcisos madrugadores que por aquí llaman daffodils. Prosigue:

El propio Churchill estaba equivocado, lo pasé mal durante la época del gobierno Attlee, nos llamaban fascistas, “camisas negras” y nos miraban como apestados. Me fue difícil encontrar trabajo, pero con McMillan todo empezó a cambiar.

Ha olvidado casi todo el español que sabía pero se explica con algunos vocablos de los Novios de la Muerte. Dice: guripa... a por ellos... me han dao... maricón el último... Puta Pasionaria... que se mueran los feos... Franco es un lor nuestro caudillo... viva España

.

Me pasé la guerra siempre en primera linea al pie de la Hochkins que a veces se calentaba y había que regarla con orujo.

—¿Conociste a compatriotas ingleses?

Sí pero en el bando republicano. Una vez se pasaron unos a nuestras trincheras, sabían nuestra consigna y deseaban pasarse a los nuestros, a mi me entraron sospechas de aquellos tíos y le dije al teniente Dimitri, un rumano: “Mi teniente, mucho cuidado con estos lebreles”.

No me equivoqué. Venían de descubierta a espiarnos. Luego los fusilaron. Fue la mañana en que a mi me hirieron en Chapinería. Lo más duro fue cuando entramos en un pueblo de Toledo y encontramos los cadáveres de veinte personas viejos mujeres y niños que había sido liquidados por las fuerzas del Campesino de retirada y una vez estando en el hospital de Sangre de Sevilla y nos regalaron a todos los enfermos n par de zapatos una organización humanitaria. Entonces un artillero al que le había dejado sin piernas un obús le dijo a la monja:

—Para qué quiero yo un par de zapatos, hermanita, si no tengo piernas ya.

Aquello fue desgarrador.

Por lo demás momentos alegres. Por ejemplo lo mal que lo pasaban los moritos cuando les ponían delante de un espejo. Acababan rompiéndolo siempre a puñetazos. El espejo para ellos trae mal fario. Yo me llevaba muy bien con ellos. Me daban cuando lo cocinaban te verde y siempre me llamaban “paisa”. creo que fueron los que ganaron la guerra a Franco. Peleaban sobre seguro y se metían debajo de las piedras ante el fuego enemigo. Los rostros de algunos camaradas se me han borrado pero no su voz. Ahora al cabo de tantos años parece que estoy oyendo cantar al cabo Pinto sus fados en portugués y de los andaluces el Paco y el Lolo que se arrancaban por fandanguillos. Tambien me acuerdo del teniente Dimitri que no sé si era ruso o rumano. En la legion aprendí a servir a ayudarse unos a otros y esa camaradería que llamaban espíritu de cuerpo. A veces en las farras que teníamos con soldados de otras armas y surgía algún quebranto por cualquier tontería bastaba con que gritáramos a mi la legion para que se presentase toda una escuadra a socorrernos. Este verano voy con mi mujer y mi hija a Toledo y a Extremadura para mostrarles todos aquellos lugares que recorrí macuto al hombro y chopo en bandolera. A mi la legión.

— Eso mismo digo yo.

Han pasado 54 años de este encuentro con el cabo John Price sección de ametralladoras Quinta Bandera no sé si vivirá o habrá obedecido la llamada de la tierra y descansa en algún cementerio de Londres. Canto el responso que echan a los caldos ingleses en la marina de guerra:

Old soldiers never die, they only fade away

 No sé si España le habrá agradecido su sacrificio. Yo sí pues vivo en una de las mochas arrebatadas a los rojos en la urbanización donde resido donde había un majuelo y todas son casas. A mí la legión

 

ANTONIO PARRA GALINDO

 

Saturday, December 4, 2021 DIA DE SANTA BÁRBARA

 

 ADDENDA extraigo de las declaraciones tan apasionantes del voluntario inglés -del lado del bando nacional- en nuestra guerra civil, su referencia a William Joyce (ver foto), más conocido como Lord Pëter Haw-Haw, locutor en lengua inglesa de Radio Berlín durante la guerra,  que evoqué hace ya más de siete anos en una entrada de mi blog -sobre tema inglés- y del que aprendemos ahora, del texto de más arriba, que fue Churchill quien lo mando a la Torre de Londres, condenado (y ejecutado) a la pena de horca. William Joyce, de estirpe aristócrata, no perdonaba a su Graciosa Majestad haber dejado a los suyos -unionistas irlandeses pro-británicos- al pie de los caballos al final de la Gran Guerra, lo que él veía  como un impoerdonable traición. Misterios de la Historia y secretos insondables de sus "grandes traidores" (...)

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