miércoles, enero 13, 2021

JUAN PABLO II, Y EL GENERAL DE GAULLE

 


A la derecha de la foto –entre Mendes France (en el centro) y Simon Peres (izquierda de la foto)- durante una recepción en la embajada de Israel en Paris (1964), Christian Fouchet, titular de los ministerios de Información y del Interior en la V Republica (del general De Gaulle) y delegado de la Francia Libre en Polonia al final de la guerra –en Lublín (diciembre 1944). Peón de la primera magnitud de la política exterior del gaullismo, y del pacto franco/soviético con Stalin (10 de diciembre 1944), en detrimento del Gobierno polaco en el exilio de Londres, y a favor del Comité polaco de Liberación Nacional (“comité de Lublín”) –judíos comunistas todos o casi todos ellos- responsables de la eliminación (genocida) de curas polacos –del orden de setecientos (sic),- por delito de Colaboración, de lo que salio (milagrosamente) indemne Karol Wojtila, futuro Juan Pablo II, que se encontraba entonces  precisamente allí, y lo que el papa polaco nunca denunció (...) Un "comité" al que De Gaulle –pese a su desmentido posterior (*)- públicamente reconoció, por la presencia en su nombre entonces, al final de la guerra, en Lublin de Christian Fouchet, tal y como lo afirma y prueba en su obra Dominique Venner ("La belle et bonne alliance", en “De Gaulle. La grandeur et le néant”, p. 122) Eslabón perdido, ese oscuro episodio en la biografía (conocida) del futuro papa polaco, y claves de explicación a la vez –Christian Fouchet y la política polaca del general De Gaulle- del ascenso estelar, fulgurante en la carrera eclesiástica del futuro papa Wojtyla, Juan Pablo II –Cardenal Arzobispo de Cracovia a los 45 años (de un nombramiento pues bajo régimen comunista, que lo aprobó)- y de su estrellato “urbi et orbe" en los medios de la Prensa global (mainstream) –Big Media-, de justo antes de la globalización(*) Que como lo explica en la biografia mencionada Dominique Venner, De Gaulle se opuso no al reconocimiento del Comité (judeo/comunista) de Lublin -que tuvo efectivamente lugar el 10 de diciembre 1944- sino a su pública divulgación  que solo tuvo lugar, efectivamente, con ocasion de la presencia de Christian Fouchet en Lublin el 28 de diciembre: algunos dias despues del pacto -para que dicho reconocimiento no apareciese de forma demasiado visible asociada (a aquél) (óp. cit. p. 122) Reto insoslayable, y de talla, en la diplomacia gaullista (o "gaullienne"), el Comité (judeo/comunista) de Lublin y su reconocimiento internacional, con el telon de fondo de la mayor matanza (de curas católicos, polacos) de la guerra después de la de Katyn, que Juan Pablo II nunca denunció  

A vueltas con el general de Gaulle. Y es a cuento de una biografía (crítica) sobre él de la que ya me ocupé hace unos meses en mi blog en francés y de la que debo decir ahora,  cuando le echo un segundo vistazo, que me mereció –a fuer de benevolente- un primer balance o juicio crítico, netamente engañador. Y era sustancialmente porque a fuer de rápida y un poco fugaz mi primera lectura, se me escapó un dato o detalle todo menos trivial, por lo crucial y revelador. Y es por ese proyectarse tras de ello una de las sombras mas negras y oscuras –a fuer de no esclarecida todavía hoy- de la historia de la Segunda Guerra Mundial: la del llamado Comité (polaco) de Lublín (junto a la frontera ruso/polaca), surgido a favor del avance soviético hacia el final de la guerra, y responsable de una gran matanza (diciembre del 44) –comparable (mutatis mutandis) a la de Katyn- de curas católicos polacos, del orden de setecientos (sic), por delito de Colaboración. Que el papa Wojtyla nunca (y digo bien), nunca denunció. Lo que hasta cierto punto –me refiero el tabú enorme que rodea a aquello todavía hoy- tiene una fácil explicación y es en la medida que ese episodio histórico tan mal conocido –sobre todo de católicos hispánicos y españoles (...)- pone fatalmente al destape lo que la Segunda Guerra Mundial –en todos los países de Europa, Polonia inclusive- tuvo de guerra civil europea (sic) (Ernst Nolte dixit) , y del rotundo mentís que ello viene a ofrecer a la vez a ese cuento -o culebrón- de buenos y malos (sobre la II Guerra Mundial) en que los polacos -y "su Papa" (Papiesz!)- ofrecieron largo años hasta hoy la figura de victimas, de lado de los buenos (of course), del ganador, y de donde vendría a florecer el mito (mesiánico) del papa/polaco que Juan Pablo II con su larguísimo pontificado y su estrellato mediático sin precedentes en la Historia de la Iglesia- como ningún otro pontífice contemporáneo- encarnó (de un éxito, hay que decir, apoteósico, arrollador) 

De Gaulle fue –según Dominique Venner- una figura de un ego descomunal que identificó a Francia con su persona, hasta el punto de hacer de aquella una mera –y monstruosa- abstracción que le permitió y justificó todos los contrasentidos de su política y de su acción, entre ellos su apuesta por la guerra civil entre franceses –léase entre Resistencia y Colaboración- y por vía de consecuencia también, su alineamiento con la Unión Soviética de Stalin –frente a la Alemania de Hitler-, y junto al Partido Conmunista francés también, de un (negro) protagonismo, del primer orden, en la represión que se siguió a la derrota alemana (l’Epuration) Y la figura del papa Magno –como gustan llamarle sus turiferarios (¡ay dolor!) difícilmente escapa (es cierto) al juego de espejos que se instala fatalmente en la mente del lector: de un papa polaco (PAPIESZ!) que con su terrible ambigüedad –como la del general De Gaulle- consiguió esconder o disfrazar su papel y su actuación durante la guerra, y llevó –con éxito- adelante, tras la guerra –antes y después de su ascenso a la sede pontificia- una guerra secreta (por su cuenta) envuelta en una grandiosa operación de encubrimiento –espionaje y contraespionaje. Y de Mistificación. 

La conducta y actuación relativa a la Unión Soviética y a los comunistas –inmediatamente se me objetará- lo fueron en el cuadro o contexto de la Segunda Guerra Mundial y de la alianza geoestratégica contra la Alemania nazi, lo mismo que la actuación –la que se conoce y la que no- del papa Wojtila tal como la leyenda (iconográfica) lo recuerda y tal como se nos presentó. OK, pero ¿y después?, ¿en los largos años de dominación comunista en Polonia en la posguerra, o en su actuación decisiva, comprobada y documentada –tal y como Monseñor Lefebvre a mi me lo contó-, a favor de la mayoría progre –filo marxista y cripto/comunista-, en el Concilio, y concretamente en la aprobación de sus textos mas emblemáticos y más polémicos y controvertidos (y demagógicos y explosivos), en el plano de la política religiosa (anti-católica y anti-española) como la Declaración Dignitatis Humanae sobre la libertad religiosa, o en el plano del puro Magisterio doctrinal como la constitución -eminentemente ideológica- sobre la Iglesia y el Mundo Moderno (Gaudium et Spes)? Y sobre todo en la declaración sobre el judaísmo y los judíos (“Nostra Aetate”), que el papa polaco rubricó en su visita (papal) a Auschwitz, “el nuevo Gólgota del mundo contemporáneo”, tal y como el propio pontífice (tan demagógicamente) entonces declaró (….) En todo ello, el papel sinuoso y ambiguo de Juan Pablo II –como el del General De Gaulle-, está aún por revelar al gran público, lo que –frente al desconcierto y al escándalo de los bien/pensantes- estamos seguros que sucederá. “Palabra de Dios”.  

¿Por qué de todo eso no te diste cuenta antes, me replicará aquí algún aprendiz de brujo también, sólo (casi) cuarenta años “después”? Me lo impedía o me lo ocultaba – confiteor- la figura de Franco, el aliado (objetivo) de De Gaulle, y ante la Historia y la Memoria su gran caución, al que aquél poco antes de su muerte rindió visita (8 de junio 1970) -no en El Pardo, nota bene, sino en Jaén, Castillo parador de Santa Catalina- y al que (ante el escándalo de los medios) De Gaulle públicamente elogió. Por eso no es de extrañar que tras mi lectura de la obra reveladora de Dominique Venner, y por los caminos del olvido -y del Adiós-, se me vayan ahora –discretamente- los dos (¡ay dolor!)


 

Leído en la contraportada de la biografía (crítica) de Dominique Venner (en la foto) sobre el general De Gaulle, de un saldo o balance (en dicha obra) globalmente negativo (…) “A los veinte años abominé del General De Gaulle hasta el punto que le quise matar. A los cuarenta llegué (por él) al borde de mi admiración, y no dejo de hacerme preguntas hoy” ¿Más claro todavía?  Del por qué de mi fascinación hacia la figura del suicidado de Notre Dame, y del paralelismo que se me apareció de improviso a la lectura de su (apasionante) libro biográfico –por la terrible ambigüedad de ambas figuras, en relación con la Unión Soviética y con el comunismo en sus respectivos países- entre el papa Woytila (Juan Pablo II) y el general De Gaulle. “No se sale de la ambigüedad más que a nuestras propias expensas”, escribió no obstante en sus memorias fuera de toda sospecha, el Cardenal De Retz, líder de la Fronda, y gran figura del Gran Siglo francés. Entre la Grandeza y la Nada, la Nada y la Grandeza (“la Grandeur et le Néant”), el General De Gaulle  y el Papa Magno –como le llaman sus turiferarios-, el Gran Mistificador

 

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