miércoles, abril 17, 2019

NOTRE DAME EN LLAMAS, ¿"FALSA BANDERA"?

Notre Dame de Paris en llamas. La flecha de su vértice supremo acabaría desplomándose. ¿Signo de los peores presagios? ¿Atentado de falsa bandera? ¿Al rescate –con padrinazgo USA- del prestigio y de la imagen de una institución y de un pontífice gravemente en entredicho por culpa de la cuestión migratoria que perturba gravemente y divide fatalmente -a riesgo de guerra civil- la sociedad francesa? Se admiten apuestas
El incendio (devastador) de la iglesia catedral de Notre Dame en París no nos deja en modo alguno indiferente. ¿Alguien podría ponerlo en duda? En absoluto. Es una gran desgracia para la Humanidad toda entera y en particular para los que nos sentimos (de pleno derecho) hijos de la Civilización Europea, que la catedral francesa construida por la Orden del Temple sobre las ruinas enhiestas en su subsuelo (nota bene) de un antigua ciudad galo-romana –tal y como lo acaba de recordar con gran sentido de la oportunidad y mayor clarividencia histórica (¿la voz de la sangre?) la prensa serbia que da gran cobertura al acontecimiento- encarna mejor que ninguna otra cosa. Y así lo sentimos en lo mas intimo viendo desplomarse –¿todo un símbolo cargado de los más negros augurios?- la flecha de su torre más alta en llamas, que ha coronado el sacro edificio durante siglos de Historia. Ocurre que como decía Nietzsche todos nos hicimos mucho más serios en las cosas del espíritu, o como decía aquel del que el filósofo germano se erigió en gran antagonista, Paulo (o Saulo) de Tarso, cuando era niño me alimentaba de cosas de niño, cuando me hice nombre dejé las cosas de niño y opté por las cosas de hombre. Razonando pues como hombre adulto, como alguien además que se siente (de antiguo) perro escaldado (que del agua fría huye) nos hacemos –en voz alta- muchas preguntas. Y de ellas se destacan las mas incomodas o incorrectas. ¿Pura provocación? ¿“False Flag”, falsa bandera?

Estaba yo en Francia en las semanas que precedieron a mi gesto de Fátima cuando corrió un extraño rumor en los medios de católicos tradicionalistas que era los que yo frecuentaba allí entonces, en exclusiva. Y era que un poco por todas partes a lo largo y a lo ancho de la geografía del Hexágono, en las autopistas que la surcaban surgía de improviso desde hacía algunos días alguien vestido o disfrazado de fraile franciscano que paraba a los automovilistas, dejándoles siempre el mismo (enigmático, y funesto) mensaje; “vamos tener un verano caliente y un otoño sangriento”. Lo cual no me dejaba tampoco indiferente como acentuando ese clima de superstición extensivo entonces, supongo, como ahora –por paradójico que parecer pueda en el país cuna de la Ilustración (o de las Luces)- a todos los sectores y estamentos de la sociedad francesa y no sólo a los católicos tradicionalistas. Hasta el punto que ese clima o ambiente catastrófico, milenarista, calamitoso en el que (sin sentirlo apenas) me veía entonces inmerso no fue nada ajeno –bien al contrario- a mi gesto de Fátima (…) Me curé un poco ya digo, de tanta carga supersticiosa, de querer ver en todo, a todo precio, un aviso o advertencia o premonición (por lo general funesta) del futuro que nos aguarda a la vuelta de la esquina. “Un aviso a tiempo evita un ciento” reza no obstante el refrán castellano (que cita Umbral, poco amigo de refranes, en una de sus obras mayores), y no hay que exagerar, ni correr así el riesgo de mutilar una parte importante –de símbolos, de señales y de “prodigios”- en la realidad del mundo que vivimos. Cuestión de interpretación, la de "los signo de los tiempos" tan caros al concilio vaticano segundo, y en ese punto tenían razón, pese a mis critica e imprecaciones -errare humanum est- los padres conciliares, en prestarles tanta atención y darles tanta importancia, aunque errasen luego tan trágicamente a la hora de interpretar toda la serie de signos y "prodigios" –de los que aquella epoca de principios de los sesenta fue tan prolífica- que les rodeaban, como si el avance –entonces con todos los visos de ineluctable e irresistible- de la ideología marxista fuese para ellos lo único, el único “signo” que contaba. Cuestión pues (urgente) de interpretación el incendio de Notre Dame.

Y yo me inclino por una hipótesis que ofrezco aquí a a la atención y al juicio (benévolo) de mis lectores, partiendo así una lanza por causas y valores que en este blog vengo indefectiblemente manteniendo, pese a las criticas de algunos (pocos) y el silencio o la indiferencia (en apariencia al menos) de una clara mayoría. Y es que en el supuesto de tratarse de un suceso intencionado (de lo que cada vez más visos apuntan)- estemos ante una maniobra de operación psicológica de desestabilización de altos vuelos, tratando de desviar la atención o de cambiar abruptamente los términos del debate en los que la sociedad francesa lleva ya rato inmersa y que el incendio de Notre Dame está llamado a seguir aventando a los cuatro vientos, que es el provocado por el aflujo migratorio en masa y la amenaza (seria, casi inminente) de desaparición de nuestra civilización –“le Grand Remplacement”- que aquella hace planear cada vez con más apremio y más imperiosamente sobre los hijos de aquella, de los nacidos –generación tras generación- en nuestro continente. Contribuyendo así a redorar y lustrar (de urgencia) la imagen .-no poco deslustrada- de una institución y de su figura suprema, de importancia vital y de tanta transcendencia, rebajadas hoy por hoy a niveles récord de descrédito y desprestigio, como los que el actual soberano pontífice viene cosechando (cuasi unánime) en los medios españoles por ejemplo, entre algunos antiguamente de los mas adictos (o adeptos) incluso, de la tendencia patriota (y a mi que me registren)- sin parangón alguno con pontífices anteriores, lo que no puede dejar indiferentes al lobby (un eufemismo apenas) de los garantes de lo políticamente correcto, léase del orden mundial heredado del desenlace de la Segunda Guerra Mundial y de la conferencia de Yalta- en la que el papado juega una función tan crucial y decisiva como lo demostró si necesidad cabía el pontificado (interminable) del papa Juan Pablo II, y su estrellato inédito en los medios de la Prensa global “mainstream” del mundo entero. Inédito, insólito y sin precedentes en la Historia sacra o profana. ¿Operación de rescate pues SOS de la mayor urgencia y del más alto nivel el incendio de Notre Dame de la imagen y de devolución del prestigio –seriamente en entredicho- y de las posturas demagógicas e irresponsables –en materia de inmigración sobre todo- del papa argentino?: como sea, no es posible obviar la cargazón simbólica de este trágico acontecimiento. Y es que viene a proyectar una luz nueva e insólita en uno de los capítulos más oscuros y desazonantes de nuestra historia –católica y europea (por partes iguales)- a saber el de la Orden del Temple, que pocos católicos o no católicos hasta hoy supieron asumir en nuestros países occidentales y europeos. Y franceses tal vez los que menos.

Y de `prueba o ilustración de lo que afirmo, sirva el recuerdo de una de las lecturas de mis años en el seminario de Ecône, las memorias (célebres) del Abate (Abbé) Barruel (un respeto), autoridad venerable e irrefutable en Ecône en todo lo relacionado con la Masonería, donde sostenía que en el momento de le ejecución del rey de Francia Luis XVI (Borbón, Capeto) una voz se hizo oír, “¡En venganza de Jacques de Molay!”, en alusión al último gran maestre de la Orden Templaría, ejecutado por orden del monarca galo, Philippe le Bel (tras verse sometido a la tortura) Como un castigo divino de la Francia “fille ainée de l’Église, por la destrucción de la Orden del Temple y en definitiva por el fracaso histórico de las Cruzadas. Y nadie está obligado en creer esas leyendas piadosas, pero es inevitable el asociar el destino tan trágico de la Orden del Temple a este alto lugar de la civilización europea.
Estandarte y Cruz de la Orden del Temple. Uno de los enigmas más espesos de la Historia universal, y uno de lo más hondos tabúes también en la historia de la Iglesia: la destrucción de la orden templaria y el exterminio –en autos da fe- de sus dirigentes. Notre Dame, la iglesia catedral de los Templarios, parece encerrar entre sus muros o enterrado en sus cimientos ese capítulo tan cargado de secretos y tan nimbado de misterios. Y eso es mayormente –Dominique Venner con su gesto sacrificial así lo vió- lo que Notre Dame simboliza, y es lo que el incendio reciente (tan oportunamente) trae a la luz y viene a exhumar de los arcanos profundos de la Memoria (francesa, española y europea) La Memoria de las Cruzadas y de la Reconquista. Los pueblos que no aprenden de la Historia están condenados a repetirla
¿Convidados de piedra pues –esos cruzados de la hora nona- en la amenaza de islamización rampante agazapada tras el fenómeno de la emigración en masa, léase de la invasión silenciosa que viene embistiendo a Europa toda entera, y nada ajenos pues al gesto (pagano) de Dominique Venner -suicidándose en el altar mayor de Notre Dame- que revela o destapa ahora un poco mas si cabe su carácter profético? Eso es lo que representa o simboliza a mi juicio el incendio de Notre Dame, aunque los medios lo obvien por sistema, con lo que no vienen así mas que alimentar las sospechas, de provocación, de un “atentado de la falsa bandera” ¿Cierto, no cierto? Se admiten apuestas. Y saldremos de dudas más pronto de lo que se piensa

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