jueves, septiembre 17, 2015
NUBARRONES OKUPAS EN MADRID Y EN BRUSELAS
¡Lagarto, lagarto! La acampada de Cibeles a las puertas del Ayuntamiento a la chita callando, sin meter ruido o no mucho, sigue su curso, como me he podido percatar in visu al pasar hoy en una de esas correrías por el centro de Madrid que me permito cada vez que vengo, y de las que no puedo prescindir, lo reconozco. ¿Un fenómeno europeo el de las ocupaciones y acampadas callejeras por mas que en España prendieran mas que en otros países? Según se mire.
En mi barrio de Bruselas soy testigo a diario dese hace algún tiempo de un espectáculo –desazonador- un tanto parecido al que me habrá sido dado hoy presenciar en la Cibeles –que ya me esperaba no obstante por haberme visto al corriente a través de los medios-, a la entrada del supermercado que más frecuento allí, de un grupo (de nacionalidad polaca, o de una procedencia muy cercana, de Europa del Este) de okupas –de trozos de acera- que tienen instalado allí un campamento si se le puede llamar así que lo tiene de campamento todo, es cierto, salvo las tiendas de campaña que brillan por su ausencia pero que se ven compensadas por el resguardo parcial -de verse a la intemperie- que les ofrecen los aleros del tejado del edificio y los alféizares de muy baja altura de los grandes ventanales que cubren la fachada a uno de los lados de la entrada, donde tienen amontonados en un revoltijo en desorden todos sus enseres.
Y donde permanecen tumbados o recostados o sentados –y con signos de ebriedad todos o casi todos ellos- a todas horas del día y donde sin duda también duermen de noche ofreciendo así en permanencia un espectáculo de desidia y de desorden y de parasitismo y falta de higiene (elemental) que por las razones que sea y tras verse prohibidos y expulsados al principio por la dirección del establecimiento han acabado alcanzado carta de ciudadanía por así decir y viéndose a todas luces tolerados y disfrutando del visto bueno de las instancias municipales competentes de esa "comuna" –de alcalde socialista-, Ixelles, de la aglomeración de Bruselas.
Comparaciones odiosas no obstante, porque en un caso se trata de la entrada a un supermercado de los muchos que cuenta la capital (administrativa) de la EU –y sin connotación subversiva o de abierto desafío al orden institucional- y del otro una ocupación no menos ilegal de espacio callejero – desafiante y subversiva- en el centro de la capital de España y a la entrada a su ayuntamiento (un respeto)
Un chancro purulento en el ámbito urbanístico madrileño o peor todavía, un abceso cancerígeno –que pide extirpación a gritos- y que puede súbitamente rebrotar y propagarse a la manera de un pólipo maligno en cuanto que la ocasión se les presente de nuevo, en caso por ejemplo de un súbito agravamiento de la inestabilidad política tras el desenlace de las elecciones generales que se avecinan o de una agravación o aceleración del proceso de desmembramiento en Cataluña que trajese consigo la vuelta a escenarios que creímos definitivamente superados de la movida de indignación y agitación callejera que estalló hace ya más de cuatro años.
Como un serio aviso en cualquier caso, o una espada de Damocles que los nuevos poderes instalados en la alcaldía madrileña y las de otras grandes ciudades españolas tienen suspendida sobre el conjunto de la sociedad y de la ciudadanía, de que pueden cambiar de de estrategia de un momento a otro, y dejarse de lado la táctica de mantenerse en un segundo plano que habrán observado hasta ahora como para querer hacerse perdonar las vías atípicas y excepcionales –de pactos entre listas minoritarias- que les habrán permitido el acceso a las poltronas que hoy por hoy ocupan, con esa consigna de sin novedad señor baronesa que tan buenos resultados parecen estar granjeándole a la nueva alcaldesa “rogelia”
Aparte de esa nota discordante y de desentono –como un pelo en la sopa que dirían los franceses- ¡qué bonito está Madrid, el centro de Madrid, y los barrios en los que me muevo siempre que vuelvo, tanto que me es difícil creer que esa belleza que descubre al visitante la capital de España y ese brillo otoñal –tan típicamente madrileño- que luce los días que aquí llevo, no sea más que una mera fachada falaz y engañosa que nos oculte la inminencia de nuevas tragedias y calamidades como en los momentos mas negros de nuestra historia contemporánea.
Amamos a España porque no nos gusta, léase cuando no nos gusta, y la amamos lógicamente más todavía, -como me ocurre a mí con Madrid-, cuando más nos gusta, como me habrá ocurrido ahora. ¿De Madrid al cielo? Digamos que en Madrid podemos soñar más tal vez que en otros sitios con un mundo nuevo, léase un orden nuevo en el mundo preñado de amenazas y surcado de incertidumbres que vivimos. Pese a los nubarrones que la surcan del fenómeno okupa. De “izquierdas” o de “derechas”
En mi barrio de Bruselas soy testigo a diario dese hace algún tiempo de un espectáculo –desazonador- un tanto parecido al que me habrá sido dado hoy presenciar en la Cibeles –que ya me esperaba no obstante por haberme visto al corriente a través de los medios-, a la entrada del supermercado que más frecuento allí, de un grupo (de nacionalidad polaca, o de una procedencia muy cercana, de Europa del Este) de okupas –de trozos de acera- que tienen instalado allí un campamento si se le puede llamar así que lo tiene de campamento todo, es cierto, salvo las tiendas de campaña que brillan por su ausencia pero que se ven compensadas por el resguardo parcial -de verse a la intemperie- que les ofrecen los aleros del tejado del edificio y los alféizares de muy baja altura de los grandes ventanales que cubren la fachada a uno de los lados de la entrada, donde tienen amontonados en un revoltijo en desorden todos sus enseres.
Y donde permanecen tumbados o recostados o sentados –y con signos de ebriedad todos o casi todos ellos- a todas horas del día y donde sin duda también duermen de noche ofreciendo así en permanencia un espectáculo de desidia y de desorden y de parasitismo y falta de higiene (elemental) que por las razones que sea y tras verse prohibidos y expulsados al principio por la dirección del establecimiento han acabado alcanzado carta de ciudadanía por así decir y viéndose a todas luces tolerados y disfrutando del visto bueno de las instancias municipales competentes de esa "comuna" –de alcalde socialista-, Ixelles, de la aglomeración de Bruselas.
Comparaciones odiosas no obstante, porque en un caso se trata de la entrada a un supermercado de los muchos que cuenta la capital (administrativa) de la EU –y sin connotación subversiva o de abierto desafío al orden institucional- y del otro una ocupación no menos ilegal de espacio callejero – desafiante y subversiva- en el centro de la capital de España y a la entrada a su ayuntamiento (un respeto)
Un chancro purulento en el ámbito urbanístico madrileño o peor todavía, un abceso cancerígeno –que pide extirpación a gritos- y que puede súbitamente rebrotar y propagarse a la manera de un pólipo maligno en cuanto que la ocasión se les presente de nuevo, en caso por ejemplo de un súbito agravamiento de la inestabilidad política tras el desenlace de las elecciones generales que se avecinan o de una agravación o aceleración del proceso de desmembramiento en Cataluña que trajese consigo la vuelta a escenarios que creímos definitivamente superados de la movida de indignación y agitación callejera que estalló hace ya más de cuatro años.
Como un serio aviso en cualquier caso, o una espada de Damocles que los nuevos poderes instalados en la alcaldía madrileña y las de otras grandes ciudades españolas tienen suspendida sobre el conjunto de la sociedad y de la ciudadanía, de que pueden cambiar de de estrategia de un momento a otro, y dejarse de lado la táctica de mantenerse en un segundo plano que habrán observado hasta ahora como para querer hacerse perdonar las vías atípicas y excepcionales –de pactos entre listas minoritarias- que les habrán permitido el acceso a las poltronas que hoy por hoy ocupan, con esa consigna de sin novedad señor baronesa que tan buenos resultados parecen estar granjeándole a la nueva alcaldesa “rogelia”
Aparte de esa nota discordante y de desentono –como un pelo en la sopa que dirían los franceses- ¡qué bonito está Madrid, el centro de Madrid, y los barrios en los que me muevo siempre que vuelvo, tanto que me es difícil creer que esa belleza que descubre al visitante la capital de España y ese brillo otoñal –tan típicamente madrileño- que luce los días que aquí llevo, no sea más que una mera fachada falaz y engañosa que nos oculte la inminencia de nuevas tragedias y calamidades como en los momentos mas negros de nuestra historia contemporánea.
Amamos a España porque no nos gusta, léase cuando no nos gusta, y la amamos lógicamente más todavía, -como me ocurre a mí con Madrid-, cuando más nos gusta, como me habrá ocurrido ahora. ¿De Madrid al cielo? Digamos que en Madrid podemos soñar más tal vez que en otros sitios con un mundo nuevo, léase un orden nuevo en el mundo preñado de amenazas y surcado de incertidumbres que vivimos. Pese a los nubarrones que la surcan del fenómeno okupa. De “izquierdas” o de “derechas”
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