Puente sobre el Tajo, ese fue el nombre oficial de aquella obra monumental que los portugueses rebautizaron en honor de su artífice supremo, Antonio de Oliveira de Salazar, bajo la égida del cual fue mandado construir y finalizado ocho años después (1966) La Revolución de los claveles le cambió el nombre otra vez tratando de borrar -en el alma colectiva- el recuerdo de un gobernante y de un régimen que en la Memoria oficial portuguesa al día de hoy son sinónimo de despotismo y de corrupción. Lo que desmiente a diario un obra monumental erigida (se diría) en abierto desafío a las leyes que rigen la naturaleza mortal (y por ende corruptible) Regímenes (o gobiernos) autoritarios y obras grandiosas, un binomio indisociable que a la izquierda le cuesta trabajo digerir. Como ocurre ahora en Cádiz con el puente sobre la Bahía. que a no dudar inmortalizarán como se debe los gaditanos. El puente de TeófilaLa batalla de Cádiz, así llama algún medio a la que están riñendo las horas que corren las fuerzas políticas de la capital gaditana por la alcaldía de la ciudad tras las elecciones del pasado día 24. Y es curioso y significativo que las dos únicas localidades de provincia o capitales menores -aparte del triángulo primordial que forman Madrid, Zaragoza y Barcelona en la política española-, donde Podemos y sus imágenes de marca han conseguido una posición de árbitro (y parte a la vez) en las negociaciones en curso lo sean Santiago y Cádiz en las antípodas ideológicas y un poco geográficas (e históricas) también al interior de la Península.
Santiago –al Oeste de la España del Noroeste- por su clericalismo tradicional tan acendrado y Cádiz en cambio pro su arraigada tradición liberal de cuna de la constitución de 1812, la carta magna del liberalismo español decimonónico (como decía Franco) La Pepa –como se calificó a aquel texto constitucional- es el nombre que habrán dado precisamente al puente que une la bahía de Cádiz a punto de terminación, construido durante el mandato de la alcaldesa (PP) Teófila Martínez, gaditana de adopción y cántabra de nacimiento puesta en la picota por los de Podemos y por un sector de los medios.
Corrupción o simplemente vida –pública o en privado- de pobres mortales de carne y hueso y no de cuerpos gloriosos esa es la aporía (en el sentido filosófico del termino) o la disyuntiva fatal, la mera insinuación de lo cual pone de los nervios a toda la jauría indignada y a sus líderes, como lo ilustra la filípica que le mereció –un ataque en toda la regla contra la hipocresía(sic) de los que se niegan a ver ese mal (innombrable)- en su discurso electoral de unos días antes, a la candidata a la alcaldía de Madrid, Doña Rogelia.
Y el caso de Cádiz, de la obra emblemática llevada adelante contra viento y área por la alcaldesa acusada de corrupción en sectores de la izquierda indignada, es la ilustración más elocuente de lo que aquí decir pretendo. Estaba yo en la Penitenciaria de Lisboa en los primeros tiempos de mi detención en Portugal y me llamó la atención desde el primer omentos en aquellos paseos en solitario que se me permitían al interior de uno de aquellos patios que surcaban el complejo penitenciario aquel –construido en base al modelo de las cárceles de la Inglaterra victoriana- un edificio enorme que pendía literalmente sobre mi cabeza al pasear, justo del otro lado de los muros de la prisión y era (creo recordar) la sede del ministerio luso de Justicia.
Fermín Salvoechea, “santo del portal” (andaluz) de los indignados gaditanos, era sobrino –por la rama materna- de Álvarez Mendizábal (léase Méndez o Mendes), el ministro de Isabel II, artífice de las desamortizaciones, y de notoria ascendencia judía (judeo/conversa portuguesa) Salvochea como político fue catastrófico y su figura (levítica) legendaria no puede ser más estrafalaria. Los pueblos tienen -más que gobernantes- los santos que se merecen. ¿Hasta cuando tendrán que sufrirlo los gaditanos, los andaluces y el conjunto de los españoles?Un edificio de gran altura y extensión a la vez –y grandes ventanales- como un buque transatlántico varado en tierra que era aquello a lo que mi vida en aquellos momentos se asemejaba y que tal vez por eso me impresionase más todavía.
Y un día comentándolo con uno de los vigilantes –el de mayor graduación allí dentro- que se avenía curiosamente a hablar y charlar conmigo sin escrúpulos ni rodeos, me dijo textualmente que esos edificios eran cosa de otra época, del régimen anterior –O Estado Nuovo-, “ahora ya esa gente no serían capaces de eso”, me comentaba en tono acerbo y a la vez sincero, apuntando al nuevo régimen por supuesto. Como el Puente Salazar sobre el Tajo, bautizado Puente 25 de Abril tras la revolución, cuando ya hacía rato que se había visto terminado (…)
Otro símbolo mayor de las realizaciones negables de regímenes fuertes, autoritarios y puestos en la picota de ejemplos de corrupción, tras su caída como sucedió en Portugal o tras la transición a la que dieron paso como sucedió con el régimen de Franco. Cádiz, campo de batalla –hoy como ayer-, por su envidiable situación geográfica, en la encrucijada de grandes rutas marítimas y donde el tempo se para en verano sobre todo-, y donde la tierra acaba también, hasta confundirse con el mar (de su bahía) que esa fue la impresión imborrable ue me dio cuando la visité hace ya tantos años poco antes de irme al seminario de Ecône.
En Cádiz -como en Sevilla también, a Blas Infante- se rinde culto iconográfico a la figura llena de contradicciones de Salvochea, el ídolo (en aquella circunscripción) de los de Podemos, precursor del anarquismo español y fundador del cantón de Cádiz durante la primera república que acabo sus días componiendo versos (o ripios) y retirado de la política, tras haber mordido el polvo del fracaso y de la derrota.
De Salvochea leo ahora en un repaso apresurado de su biografía que era sobrino por la rama materna de Álvarez Mendizábal o Álvarez Méndez, el ministro de Isabel II artífice de las desamortizaciones, de notoria ascendencia judía (o judeo portuguesa)
No entro aquí en la polémica que absorbe tanto a algunos espíritus marcados (de por vida) por la impronta de una estricta educación clerical, que hacen a las desamortizaciones del Diez y Nueve responsables de todos los pecados de Israel, léase de todos los males en la historia de España contemporánea.
Una fatalidad histórica sin lugar a dudas, la liberación en aras del libre comercio de las llamadas manos muertas, no es óbice que la forma como las cosas se hicieron por debajo de Despeñaperros- es lo que hay sin duda que poner en el pasivo de aquel ministro tristemente célebre de su majestad (isabelina) De tal palo tal astilla, como sea.
Y Salvochea, hijo de desamortizadores fu envidado a estudiar por sus progenitores a la Inglaterra victoriana que era la Meca del liberalismo español por aquel entonces. Y en vez de los últimos secretos de la revolución industrial se trajo todos los sueños y quimeras –con sus fiebres y miasmas- de los fundadores de la primera internacional y del comunismo libertario.
Y esa figura de santoral laico no poco estrafalaria en la imagen que se nos habrá legado de él –y sin duda mucho más en su realidad biográfica (como yantas veces ocurre)- preside hoy el discurrir del movimiento indignado en aquella provincia andaluza, del que siempre desde su nacimiento se especuló con sus raíces anarquistas o anarco sindicalistas estrechamente asociadas al anarquismo de la FAI (y de la CNT) de la guerra civil.
Teófila Martínez, la rubia alcaldesa “jándala” –como le deben llamar sus paisanos santanderinos- de la capital gaditana, es ahora como Esperanza Aguirre en Madrid, como Alberto Fernández Díaz, de esas figuras un tanto atípicas del partido en el poder, llamados por el destino a servir de diques de contención a esa pulsión suicida que se habrá apoderado de algunos de querer echarnos a los españoles en manos de los bárbaros, léase de la anarquía y del caos que arrastran consigo marginales del cuerpo social en su desafío permanente al orden institucional y al estado (de derecho)
No pasarán. Ni en Cádiz, ni en Barcelona -ni en Santiago- ni en Madrid, esa es mi apuesta. Aquí todos ya lo saben
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