miércoles, julio 30, 2014

JUAN MANUEL DE PRADA O LA DOCTRINA PONTIFICIA DEL CAPITALISMO INTRINSECAMENTE PERVERSO

La traducción francesa de "las Máscaras del héroe", tuvo un éxito innegable, de lo que fui testigo directo aquí en Bruselas. ¿José Antonio Primo de Rivera, el héroe o el anti-heroe de esa novela? No se saca muy en claro a fe mía de la lectura, como tampoco se saca mucho en claro de las otras obras que lei de él. Y se diria que en su columnas periodísticas sale a relucir un De Prada predicador y propagandista (fide) que es propiamente irreconocible en algunas de sus novelas mas difundidas (...) ¿El sello (o el estigma) acaso de una duplicidad moral que viene de los tiempos antiguos (del cristianismo primitivo)? Que vuestro sí, sea sí y vuestro no, sea no (¿pero qué dices Juan, qué rollos nos cuentas?) (...)
Moralizar la vida pública, el debate de actualidad, la vida política en su día a día es tarea ingrata sobre todo cuando se detesta tanto un falso moralismo –como lo detesta y siempre lo detestó el autor de estas líneas- que generaciones más jóvenes que la mía descalifican de nuestros días – a ellos al menos fue a los únicos que se lo oí hasta hoy- por su cuenta y riesgo con el término (peyorativo) de “moralina” del que no sé si sabrán que su inventor en las lenguas occidentales y en la época contemporánea lo fue Nietzsche en el Anti Cristo en las diatribas que en esa obra vierte contra el moralismo evangélico del medio (cerrado) protestante del que procedía.

Por supuesto que la moralina -léase el falso moralismo o una moralidad hipócrita o inauténtica- no es obligatoriamente algo de extracción protestante, no es una panacea exclusiva de esa confesión sino que es algo que se puede dar y de hecho se da en mayores o menores dosis en otras confesiones, entre católicos también por supuesto. Y me viene todo ello a la mente al calor de una polémica que acaba de estallar en los medios por cuenta de los artículos de un colaborador de ABC que hoy por hoy pasa por ser –por méritos propios sin duda alguna- por uno de los columnistas más moralizantes de la prensa española. Y me refiero –ya todos aquí lo han adivinado- a Juan Manuel de Prada.

Conozco personalmente –también a él, sí (lo que pensará aquí quizás alguno)- a Juan Manuel de Prada por habérmelo cruzado causalmente con él en alguna de mis visitas fugaces a Madrid, y por haber intercambiado con él (dándome a conocer por cierto) a cada vez algunas frases escuetas. La última vez no obstante que me lo crucé en la sala de lectura de la Biblioteca Nacional en Madrid (Paseo de Recoletos) –creo que ya lo conté aquí- pasó de largo al lado mío, del asiento que yo ocupaba y me pareció sorprender en él una sonrisa irónica, divertida a la vez, que no le tomé a mal y que me divertió a mí también más que otra cosa.
El primer éxito editorial de Juan Manuel de Prada (1994) que fue saludado con una especie de Magnificat literario por Francisco Umbral (con el que aquel acabaría roppiendo), se pretendía una homenaje a "Senos" de Gomez de la Serna, pero se me reconocerá que el nivel de transgresión era mucho mayor, por el título y no digamos por la ilustración de la portada. Desde entonces mucho llovió y De Prada acabaria cumpliendo él también -como un tránsito ritual obligado (rituel de passage lo llaman los franceses)- su conversion (o reconversión) léase su reonciliación canónica con la iglesia/madre, como el que fue director de le Figaro, Louis Pauwels, que antes de serlo había sido un neopagano tremendo, y otros conversos de la Nouvelle Droite, a los que ya evoqué aquí en mi comentario de anteayer sobre un reciente trabajo en el tema de José Javier Esparza. Y entre los protocolos de su conversion (religiosa y literaria) debia figurar sin lugar a dudas su acatamiento incondicional de la doctrina pontificia, léase la de los pontifices de la iglesia del concilio, en lo relativo por ejemplo al capitalismo (inhumano e inmoral) y sus secuelas, ese hedonismo por ejemplo de nuestras culpas y pecados que tanta preocupación y obsesión infundía (a tenor de su predicas insistentes sobre el tema) a San Wojtyla de Polonia
Juan Manuel De Prada fue un retoño de Umbral, en los inicios de su carrera literaria y periodística hasta el punto que uno de sus primeros éxitos editoriales se lo dedicó al autor de la Leyenda del César Visionario con una dedicatoria de lo más rotunda, “A Francisco Umbral, a quien todo le debo” (así) Después acabaron rompiendo tras la publicación del que fue uno de los grandes éxitos editoriales de De Prada en lengua española y en otras también (por ejemplo en francés, de lo que fui testigo aquí en Bélgica donde la traducción francesa de la novela tuvo una difusión innegable. Y me estoy refieriendo a “las Máscaras del héroe” –una obra del género novela histórica y la figura, de telón de fondo, de José Antonio Primo de Rivera que no se sabe muy bien a fin de cuentas si es el héroe o más bien el anti-héroe de una novela
 donde los villanos se ven ensalzados a la categoría de héroes, y viceversa también por el contacto tan estrecho de estos con aquellos aunque solo sea (…)

Umbral le acusó entonces –por lo que leí en su momento- más o menos veladamente de plagio, un terreno resbaladizo lo menos que se puede decir si se tienen sólo en cuanta las novelas guerracivilistas de Umbral de las que como aquí todos ya saben tengo dada cumplida cuenta. Y sirva lo que precede de preámbulo obligado que hará comprender a los que aquí me leen que tengo a Juan Manuel de Prada por un excelente escritor, por más que me permita poner en duda o entredicho sus (frecuentes) lecciones de moral como es el caso ahora.

En la polémica en la que acaba de verse enzarzado con su compañero en el diario ABC por cuenta del conflicto árabe-israelí (horresco referens!), partidarios de este habrán sacado a relucir por las redes sociales otro artículo reciente de De Prada, sobre temas aparentemente inconexos uno y otro artículo, pero que sin duda tiene ambos en común la moralina (clerical) tan abundante que ambos temas o temáticas abordados en ellos rezuman, y me refiero a la situación de los cristianos en los países de Oriente Próximo y por otro lado al capitalismo conjunto de todos los males sin mezcla de bien alguno, en esta era “pos/moderna” para algunos como lo era el infierno y el demonio en los catecismos que nos enseñaron de niños (…)

La temática de la maldad o perversidad/intrínseca del capitalismo habrá salido a relucir en mi blog con ocasión de los dos entradas que acabo de dedicar a un trabajo de José Javier Esparza sobre la Nueva Derecha. Y en particular por las andanadas que en él se permite el autor nombrado contra el hedonismo contemporáneo, uno de los temas favoritos de la propaganda fide del papa polaco Juan Pablo II partir –y no antes (nota bene)- de la caída del Muro y del derrumbe de los sistemas comunistas, que debía sonar un poco raro –un eufemismo a penas, porque a fe mía que a mí me sonaban a provocación más que otra cosa- a los habitantes de aquellos países del antiguo telón de acero recién salidos de un universo de pauperismo y de escases y penuria por no decir miseria en las condiciones materiales de vida algo de lo que a todas luces el papa Wojtyla parecía una guardar nostalgia tan inconfesable como irresistible (y un tanto escandalosa, me lo reconocerán todos) 

Como el marco ambiental a todas luces que le había permitido a la iglesia sobrevivir –al precio que fuera (que eso ya es otra historia)- y a sus príncipes (dicho sea de paso), trepar de forma fulgurante (como fue el caso de Karol Wojtyla) en una Polonia bajo un régimen comunista (y declaradamente ateo) y poder conservar al mismo tiempo el prestigio y la autoridad moral (y doctrinal e institucional) entre sus sufridos fieles, que a la salida de aquel largo túnel tenían sin duda derecho a algo más.

Me explico, a un mensaje más festivo y más optimista que a aquellas (feroces) diatribas pontificias (o polaco/pontificias) anti-hedonistas y anti-capitalistas que sonaban más a un De Profundis, de lo más lúgubre, –por el derrumbe del sistema comunista- que a un Magníficat sincero y exultante de alegría y de triunfalismo sano y legítimo, en la boca además del que muchos de sus adeptos y devotos siguen venerando como el atleta de la fe que acabo (el solo) con el comunismo.

Y como un eco de esa moralina marca Wojytla me suenan a fe mía esas filípicas anti-capitalista -que a fuer de anti-capitalista algunos juzgan (faltaría) propiamente joseantonianas- que Juan Manuel De Prada vierte ahora en un artículo surcado de lamentos bíblicos por las iglesias vacías o las residencias de ancianos llenas a abarrotar como no lo estaban en los tiempos/benditos cuando ardía en mentes y corazones la vieja fe (de la iglesia/madre) Culpable de todo ello, y no otro, el capitalismo intrínsecamente perverso: que doctores tuvo y sigue teniendo la santa madre iglesia y a falta de encíclicas condenatorias propias de un tiempo que ya se fue (y al que puso fina el concilio vaticano segundo)- basten y sobren los anatemas (periodísticos) de sus más brillantes (y polémicos y discutidos) polemistas.

¿Dona gratis acaso sus artículos en ABC Juan Manuel de Prada o da lo que ellos le rinden a los pobres de su parroquia o a los cristianos del Irak (o de donde sea)? No me lo creo, y con su pan se lo coma, pero a fe mía que algunos ya llevamos dosis por demás de esa nueva religión anticapitalista, versión la más actual y reciente de ese “bolchevismo de los tiempos antiguos” que fue el cristianismo primitivo –con sus cristos, sus apóstoles y sus evangelistas- digan lo que digan y piensen lo que piensen algunas firmas (y no precisamente unos cualquieras) de la prensa, y de la política española

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