Rosario Pereda (en
el centro y en el fondo de la foto) de la Sección Femenina,
heroína de la Falange
santanderina y presente con José Antonio en el mitin de Santander (1934) Esposa legitima del (presunto) padre biologico de Francisco Umbral. Y madre
de desdichas en su "problema" político e histórico de Memoria y en su Odisea
personal
“No nos robarán la Historia”, fue el eslogan que esgrimió Ricardo de la Cierva en su denodada campaña pública para evitar la entrada de Francisco Umbral tanto en la Academia de la Lengua como en la de Historia, lo que da idea de la magnitud del reto –por la talla del historiador y su postura de rechazo, categórica, de principio, intransigente- que a Umbral le ofrecía lo que a muchos no les pareció mas que un puro capricho de éste -el ingreso en la Academia-, qué digo una perra, como aquella en plató de televisión de “Yo he venido a hablar de mi libro”. Y así lo creí yo hasta no hace mucho y lo argüí ardiente, no tanto por o contra los meritos literarios del autor, pero sí por cuenta de la Historia o si se prefiere de la Memoria histórica (en Umbral).
Y fue leyendo y releyendo como un libro de horas la biografía ("no autorizada") que le dedicó Ana Caballé y junto a él como acompañando a esa lectura, “La Leyenda del Cesar Visionario”, la que me parecía y sigue pareciendo su mejor obra y una de las mejores novelas (sic) de la literatura española (española y digo bien, de España) en tiempos de posguerra. Que su biógrafa glosa como un botón de muestra del gran logro de Francisco Umbral, léase de saber utilizar su obra escrita, su trabajo de escritura en el plano de la realización personal y del éxito profesional (*). Y es si se tiene en cuenta que la citada obra –como Ana Caballé oportunamente lo subraya- apareció en publico, sólo a raíz del rechazo –en provecho de José Luis Sampedro- de la candidatura de Umbral a un sillón vacante (F) de la “que brilla, fija y da esplendor”, bajo la presidencia o dirección de su nuevo titular Pedro Laín Entralgo, figura insoslayable de la cultura oficial del régimen anterior, y no menos insoslayable dentro de lo que sus rivales de la revista Punta Europa (de Lucas María Oriol y del Opus Dei) llamarían “la minoría (astillada) del 36” y denostarían ("un trust de cerebros"), y que Umbral con aviesa intención llamaría –o como el dice que Franco los llamaba- "los laínes", el grupo de intelectuales suyos, que intentaban darle “una justificación ética” a la guerra y a la violencia, que era el grupo de falangistas del Cuartel General que se reunían periódicamente en un café de moda –¿de Burgos de Salamanca?- durante la guerra, entre los cuales, junto a Laín, figuraban Ridruejo, Antonio Tovar y Serrano Suñer, plantel emblemático de la revista (pro nazi) “Escorial”, y con ellos, Gonzalo Torrente Ballester y Ernesto Giménez Caballero (y Agustín de Foxá y Álvaro Cunqueiro). “El senado falangista”, los llama Umbral.
A todos y cada uno de los cuales somete a unos crueles y (a fuer de certeros) escrutinios y retratos, morales y físicos que –por lo geniales e inmarcesibles- ahí quedan (….) ¿Una sórdida y vil venganza, -"en absoluta contradicción" con la verdad histórica- así les parece a algunos como le pareció a Ana Caballé, como a Rafael Conte que ella cita, como a Ricardo de la Cierva, como me lo pareció también a mí? Pero como diría Nietzsche, desde entonces todos nos hicimos mucho más serios en las cosa del Espíritu, del Espíritu o de la Historia lo mismo me da que me da lo mismo (….) Y el libro (guerra civilista) de Umbral nos parece hoy botón de muestra de una revisión histórica de la mayor envergadura, alcance y magnitud (y trascendencia e importancia) –sobre nuestra guerra civil- y es en la medida que es imposible examinarla (a ésta) haciendo abstracción del viraje radical –y no poco dramático- de la estrategia umbraliana en su trayectoria partir de entonces y en su carrera literaria y profesional.
Y es que en aras de la (desesperada) afirmación propia, de sí, se diría que a Umbral se le abrieron de golpe los ojos o se le despegaron los labios o se le soltaron los dedos de la pluma o de la tecla en un trance supremo de su vida y de su trayectoria –o ellos o él (...)- sacudiéndose de golpe el fardo pesado e insoportable (para él) de la Historia y de la memoria oficiales, y del poder cultural (Gramsci) que tan inexorablemente aquellos "laines" llegarían a encarnar en la España de la posguerra. Como si le fuera la vida en ello, en ese ansia de reconocimiento (sic) Como una fatalidad o necesidad existencial, homérica (sic) –así lo describe su biógrafa (2)- frente a la lacra como una pesada losa que desde siempre arrastraría. De denegación (injusta e infame) de paternidad
¿Un asunto de orden meramente privado (sic) como así lo creía yo y como así lo mantienen tanto los albaceas y legatarios y sucesores de su legado como los celadores de la memoria y la reputación (en entredicho) de aquellos que, de la biografía de Ana Caballé y de sus obras –y tras sus pasos- que al tema dediqué-, salen fatalmente emplazados sin reacción visible hasta hoy (el que calla otorga) de los interesados? Obvio es que no, que los asuntos de filiación y paternidad –por debatido que lo hayan sido en el terreno de la ciencia jurídica- tienen mucho de servicio publico (sic) –de estado civil (sic)-, y más en la España contemporánea y más en la situación en democracia como la que vivimos. Y más en una figura publica –blanco o víctima de la denegación- de la talla de Francisco Umbral, la suya y la de su (presunto) padre biológico, figura relevante como ya lo señalé de la política española del pasado siglo. Él, lo mismo que su mujer (….) De relevancia histórica los dos, y ahí es donde queremos venir a parar.
Por lo que no es exagerado ni demagógico el mantener que la Historia con mayúscula coincida con la pequeña/historia en cuerpo y alma, personal, en el caso de Francisco Umbral. Lo que le arrogaba u otorgaba títulos o credenciales bastantes para reescribir (sic) la historia como un legitimo testigo o protagonista de la misma y no como un vulgar impostor o como lo pretendía Ricardo de la Cierva como un ladrón (….) Queda clara mi postura ¿o no? Que quede claro sobre todo que llegue a ella al cabo de “una larga marcha” (o viaje) –¿hacia la izquierda? no lo creo, no-, parafraseando así al propio autor.
Porque el ladrón quinqui roba gallinas que Umbral en su sueño profético (y surrealista) acaba describiendo -en La aeyenda del Cesar Visionario- como un vulgar impostor se parecía que ni pintado -en su estilo y en sus palabras (y en sus gritos y consignas) más aún- a la imagen del Fundador a la que rendimos culto en mis años de militancia en el FES –en una versión ortodoxa o joseantoniana/pura para la época auella de Falange de las JONS. “Se parece a José Antonio”, así lo pone Umbral en la boca de uno de los contertulios del grupo de los laínes, Álvaro Cunqueiro, autor más tarde del “Hombre que se parecía a Orestes” (en no cabe más directa alusión, todo menos trivial o superficial ¿o no?). Y así es como acabo por reconocerlo yo (….)
Y en ese paulatino descorrer de estampas y de figuras (y pinturas) de nuestra historia le tocaba el turno también –¿y por que no?- al (presunto) padre biológico de Umbral y también a su legitima esposa –o “propietaria” como le dicen en Mejico (con sorna)-, heroína de la Falange primera (santanderina para más señas), y figura ilustre de la Sección Femenina en la posguerra. Madre de desdichas en la odisea personal y familiar de Francisco Umbral.
Ya está, ya solté lo que tenía –hace ya tanto tiempo- que
soltar. Y tras ello dejo la tecla y (como Umbral) yo también me pongo a descansar.
(*): "El extraordinario logro de Umbral ha sido en hacer un uso práctico y estrictamente personal de la literatura", a cuento del fracaso de su candidatura de ingreso a la Academia y de la aparición de "La Leyenda del César Visionario" ("Francisco Umbral, el frío de una vida", Ana Caballé, p.316
(2): óp.cit. p.304
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