Churchill al natural y en todo su esplendor. El de su mirada sin complejos ni inhibiciones frente a Stalin, feroz. Y fue en el banquete que dio éste (2 de agosto 1942) y a la que concurrió igualmente invitado el General De Gaulle.¿Verdugo, el premier británico, de Dresde –y de Coventry-, y del desembarco de Dieppe (el primero de los dos, que fracasó) y de la insurrección polaca, de la AK, de Varsovia (1 de agosto, 2 de octubre de 1944)-, entre los sacrificios (sic) –como los enumera Dominique Venner (con todo detalle) en su (documentada) “Historia (crítica) de la Resistencia”- que aquel (fríamente) consintió en su “guerra secreta” durante la Segunda Guerra Mundial? Sin duda: tan grande no obstante no fue su culpa, léase sus crímenes/de/guerra que no eran “crímenes contra la Humanidad”, y precisamente por eso, no tan inexpiables ni imprescriptibles (y no estoy de broma) como el anterior (…) Una pesada hipoteca no obstante la que arrastra –¿hasta cuando?- nuestra memoria de españoles por cuenta suya (y de su legado). No importa, fue él, grande entre los grandes, quien nos salvó en la conferencia de Yalta -como De Gaulle nos salvó del maquis justo a seguir- con su proverbial facundia yéndose de la lengua frente a Stalin, sin importarle las amenazas que éste prodigaba, de su voz dura y ronca, como el general francés lo experimentó (“sabe demasiado. Me dan ganas de mandarle a Siberia,”) este último en cambio sin rechistar, como así sucedió en el banquete aquél, y que con su homologo inglés por lo que fuera no se permitió. Y todo eso precisamente explica en última instancia tal vez mi actitud tan atípica –a fuer de insólita, léase minoritaria, y cargada (nota bene) de distingos y de matices- que fue –como en otras cuestiones (aquí y en otros sitios) la mía (y que tanta incomprensión y tantos sinsabores me granjeó): como en la guerra del Líbano -y, sobre todo, en la de Siria a contnuación, en la polémica (político/religiosa) del aborto, en la guerra de las Malvinas y paro de contar-, y fue en el conflicto de Irlanda del Norte (y del IRA y demás) Enigma (sic) el de su figura, y de su fisonomía -blanco y tan ario (sic) como ni el propio Führer lo podía soñar. Como lo fue y lo sigue siendo –de enigmática, y frente a los inquisidores del Pensamiento único-la Segunda Guerra Mundial. Y entre todas las anécdotas a cual más sabrosa que sobre Churchill circulan, se cuenta que a la pregunta de los secretos de su longevidad –muerto a los noventa y cinco años- respondió escuetamente, agarrando a la vez, entre gruesas volutas de humo, el grueso cigarro, de la V de sus dedos, tan proverbial, (…)“No sport!” (…)
En la "Historia (crítica) de la Resistencia" de Dominique Venner, en paralelo con su "Historia de la Colaboración", dedica su autor uno de sus capítulos mas densos y cruciales a la guerra secreta que bajo la impulsión de Inglaterra el bando aliado practicó en la Segunda Guerra Mundial. Y en donde no deja de enumerar en una larga letanía de siglas y en una cuidada y detallada descripción de sus métodos y procedimientos lo que fue tal vez el capítulo más crucial y decisivo de la historia de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Y entre todos ellos se destaca a no dudar el SOE –¿cualquier parecido con la realidad (española) pura coincidencia?- acrónimo de Special Operations Executive, especie de pantalla o de biombo destinado a cubrir o a ocultar todo aquello de la guerra secreta que Inglaterra y sus aliados no podían contar. Que “la guerra sucia” -o "guerra irregular" (Dominiqu Venner dixit) o "guerra indelicada" como la llaman los britanicos ellos mismos- no la inventaron los argentinos, como Guernica no fue tampoco –diga lo que diga la Vulgata histórica por su cuenta- el primer ejemplo o exponente en la Historia de guerra total, que la empezaron los británicos precisamente, en la guerra del 14 en el Waziristán (fronterizo entre el Pakistán y el Afganistán)
El avión
que llevó a Franco al Norte de África desde las Canarias el 18 de Julio. Fue
restaurado al cuidado y a las ordenes de mi difunto padre en su calidad de
oficial de Aviación, en la Maestranza
del Aeródromo de Cuatro Vientos estando él destinado allí (mediados de los
sesenta) Hugh Pollard, del SOE, servicios secretos (de Inteligencia) de su
Graciosa Majestad, y de Scotland Yard, mayor (comandante) retirado entonces del
ejército inglés, escritor y periodista, anticomunista ardiente y aventurero, y
amante y erudito en armas de fuego, podría figurar con todos los derechos en el
extenso capitulo del historiador francés mencionado en esta entrada sobre
Inglaterra y la guerra secreta en su libro “Historia (crítica) de la Resistencia”. Pollard,
su hija Diana, una amiga de ésta, Dorothy Watson (rubias platino las dos) y el
piloto Cecil Webb, amigo de Pollard, son los acompañantes de Franco en su vuelo
del Dragon Rapide desde las Canarias hasta Tetuán donde toma el mando de las
fuerzas sublevadas, el 18 de julio de 1936, en los inicios de la guerra civil
española. El aeroplano fue fletado en el aeropuerto londinense de Croydon por
el periodista monárquico Luis Bolín –corresponsal en Londres del ABC-, en
vuelo financiado por Juan March, y todo ello con la mediación del periodista y
editor católico franquista y fascista inglés, (sir) Douglas Francis Jerrold (que no figuró
en la expedición), y del Duque de Alba (Jimmy) y del inventor del autogiro,
Juan de la Cierva,
destacados monárquicos los dos. Pollard tuvo además el coraje y la gallardía de justificar en su momento, en la sección cartas al director de un organo de la prensa inglesa, el bombardeo de Guernica acabado de `producirse, aludiendo a la fábrica y al depósito de armas que tenian su sede en aquella localidad vasca. "Recogieron lo que sembraban", escribió
Y lo que más llama la atención en el relato del historiador francés lo sea tal vez la impasibilidad, y flema -y “fair play”- con la que los británicos hacían “su” guerra secreta, que la convertía tal vez por eso en menos terrible que uno de los eventos “horribiles” de la Historia contemporánea, entre lo que cuenta incluir la guerra civil española, faltaría más (….) Y es sin duda lo que fuerza la admiración que el historiador francés no consigue o no del todo disimular, hasta el punto que cabe concluir que sea ello lo que le haga oscilar –a imagen y semejanza de la postura de la derecha de la derecha (extrême-droite) francesa, sobre el particular-, entre Colaboración y Resistencia, en una postura dubitativa que no es otra que la que fue -hasta no hace mucho- la del “Frente Nacional” (una idea programática y un eslogan de indiscutible sello o marca de origen comunista -omo fue el caso en España con la incursión del maquis en el Valle d Arán-, tal y como Dominique Venner se place maliciosamente -frente a Jean Marie Le Pen (...)- y oportunamente de recordar (....) Y es lo que le lleva a concluir esa obra tan densa y tan poco trivial con un juicio de absolución de la Resistencia y de sus ejecutantes, como una muestra o demostración de energías (sic) del pueblo francés frente al Destino y a la fatalidad, el que arrastraban del histórico contencioso franco/alemán (Continúa)
Coventry,
importante ciudad inglesa, blanco del primer ataque aéreo de envergadura contra
objetivos civiles de la Segunda Guerra
Mundial (14 de noviembre de 1940), en el marco de la
Batalla de Inglaterra. En su obra “Historia de la Resistencia”, sostiene Dominique
Venner -basándose en fuentes britanicas de la mayor sovencia y difusion en la inmediata posguerra- que el bombardeo aquél -con un
saldo particularmente pesado y sangriento (554 muertos, 865 mutilados, Y 4000
heridos)- fue conocido del alto mando inglés sesenta horas antes del raid,
y tuvo no obstante lugar por culpa del cálculo (premeditado) y de la decisión de Sir Winston
Churchill (en el centro de la foto), de no tomar las medidas procedentes de evacuacion y de defensa pasiva, y de no alertar a las autoridades civiles, y los servicios de bomberos y hospitalarios, buscando así el no descubrir –y malograr- al operativo de
los servicios de inteligencia británicos ULTRA de detección de señales, en su
guerra contra el sistema alemán del servicio de espionaje de la Abwehr, ENIGMA, y en la que
los británicos tenían desde el comienzo de la guerra la partida prácticamente ganada.
Uno más –junto con el fracaso del primer desembarco de Dieppe (en Normandía) y del
aplastamiento por las tropas alemanas de la insurrección de Varsovia (del AK)- en
la lista de “sacrificios consentidos” por el Premier inglés en el transcurso de
la guerra, que cita Dominique Venner en su obra. Fiel sin duda aquél a la idea de que en tiempos de guerra, el mayor servicio a la Verdad es el arte -de mistificación, propio, en la mas pura tradicion "british" según lo hace (agudamente) observar Dominique Venner, de "gentlemen"-, de saber (bien) administrar las mentiras (sic) frente al adversario (mortal)
(Continúa)
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