sábado, julio 20, 2019

SERRANO SUÑER, Y EL HONOR EN TIEMPO DE GUERRA

En el centro de la foto de la reunión de Hendaya, al fondo, el General Eugenio Espinosa de los Monteros. Al mando de las tropas (nacionales) que entraron (los primeros) en Madrid al final de la guerra civil española. Embajador de España en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial. Directo rival de Serrano Suñer. Y sin embargo, no fue su anti-nazismo notorio, sino el postureo –jesuítico- de su rival, el obstáculo mayor e infranqueable a la entrada en guerra de España del lado de Alemania. Es él, el referido militar, antepasado en línea recta, nota bene, de uno de los que desempeñan –junto con Ortega Smith- la portavocía de VOX en la actual política española. Quién es quién, un asunto crucial en política. Y mas aún entre españoles en las horas que corren (…)
Después de haber mancillado los mas elementales valores humanos y pisoteado el honor (sic), quieren, a guerra perdida (sic) –tras la conquista de Barcelona (sic)- terminar la guerra (en paz) Ese fue el juicio crudo y cáustico y no menos certero que le mereció a Ramón Serrano Suñer, la rebelión en zona roja del coronel (republicano) Segismundo Casado -y de la llamada "Junta de Defensa"-, que tuvo como teatro principal la capital de España, Madrid, a pocos meses de terminar la guerra civil- en unas declaraciones publicas por las radios del bando nacional. Se merece una glosa aquí además –en este blog a modo de balance- a la hora del juicio final que nos merece o inspira la figura y la trayectoria del que habrá sido tal vez el personaje de influencia más crucial y decisiva del régimen de Franco- después o justo al lado de este último- y de la historia de España contemporánea, hasta el punto que es difícil no reconocerle a modo de convidado de piedra, en la situaciones más críticas y en los acontecimientos más decisivos que tenemos (o hemos tendido) que afrontar los españoles desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Como una forma –nuestra glosa- además de rematar otros juicios y otras glosas que nos mereció aquel en entradas mas o menos reciente de este blog. Honor, honor del soldado para comenzar.
Esa es la noción clave a la hora de descifrar de una vez el enigma Serrano Suñer, de su figura y de su actuación rodeada espesamente es verdad, de enigmas y de misterios- y por razón de urgencia además, porque nos va la vida –y el honor- en ello, de todos los españoles por supuesto, a comenzar por el autor de estas líneas. Porque la neutralidad –disfrazada en “no beligerancia”- del régimen de Franco, puede que no quepa o que no incurra en juicio de (alta) traición, por lo menos la inmensa mayoría de sus partidarios no lo vieron o juzgaron así, ni siquiera en términos de lealtad conforme al menos a los criterios y baremos que rigen ese punto en sociedades civilizadas y en la vida civil. Si es (seriamente) cuestionable en cambio en el plano del honor entre militares, tal y como lo estimó él en el caso que aquí evoco, un político entre militares como lo fue Serrano Suñer, y conforme a los mismos criterios o baremos o pautas de conducta que como ya hemos visto- no dudaba él en esgrimir  ¿Y como calificar de honrosa u honorable en verdad la retirada estratégica –“derobade” en francés- del régimen dando la espalda en los momentos críticos a sus fieles aliados –Almania e Italia- de la guerra civil?

¿Como no calificar de “puñalada por la espalda” el paso por el Marruecos español de las tropas aliadas tras las huellas y los pasos (victoriosos) del Afrika Korps, justo en el preciso momento del envio de la División Azul? Impecable desde el punto de vista político, cabe decir (curándome de inmediato en salud) Seriamente cuestionable si nos desplazamos en cambio a un terreno militar, en el que Serrano Suñer mostró el saberse tan a gusto tan a sus anchas, evolucionar y desenvolver. Lealtad en las alianzas de guerra hasta el final, ese fue uno de los principios tácticos y estratégicos que presidieron el nacimiento y la expansión del Imperio romano, como lo ilustra la alianza que selló el Imperio con los francos y los visigodos en la batalla de los Campos Cataláunicos contra los hunos de Atila poniendo así fin a la rivalidad entre los dos pueblos que dio al traste con el Imperio visigodo (e hispánico) de Toulouse. ¿Una aventura (sic) -Francisco Umbral le hace decir al mismo Franco, en la Leyenda del Cesar Visionario)- en la que los españoles no tenían ni arte ni parte, la Segunda Guerra mundial, que abrió las puertas a un nuevo Orden Mundial –u Orden de Yalta- y marcó a fondo –hasta hoy- el destino de Europa, y no solo eso sino lo hipotecó pesadamente y lo comprometió fatalmente como nos es dado hoy observar, y más aun a los que residimos fuera (por cima de los pirineos, en los “desiertos de Europa”)?

Lo fácil (y desleal y cobarde) era apostar por la primera opción, por la afirmativa, lo verdaderamente patriótico y clarividente (y heroico) en cambio era acabar rindiéndose a la evidencia y optar por la otra (beligerante) ¿Por que no fue o no pudo ser así, quien fue el culpable o responsable? Durante mucho tiempo creímos verlo claro, hoy no obstante todos –como diría Nietzsche- nos hicimos (mucho) mas serios “en las cosas del Espíritu" y decidimos –como los franceses dicen- el cambiar el fusil de hombro. Siempre pensamos es cierto, que fue el reflujo dentro del régimen –léase del bando nacional- de la corriente falangista –jose/antoniana o franco falangista lo mismo me da (para el caso) que me da lo mismo-, lo que posibilitó y decidió la hegemonía del bando aliadófilo -léase anti falangista- dentro del bando nacional y de su régimen, y la neutralidad (oficiosa) española que si empezó siendo (pactadamente) favorable a la causa del Eje, a medida que la suerte de la contienda se perfilaba en el horizonte próximo, acabó siendo -el ponerle un punto final- una cuestión de vida o muerte para las potencias del Eje (Italia y Alemania) Siempre pensamos que el postureo (las cosas por su nombre) de Serrano Suñer –emblemático en extremo y una forma de ser (y estar) en política, y paradigmático a la vez dentro del genero en la historia de la España contemporánea –sin más parangón que el de su alter ego, Dionisio Ridruejo- traducía una preferencia, la de una actitud decidida que “torcía” claramente a favor de los alemanes (y del bando nazi fascsta) Hoy en cambio navegando en Internet casi de pura causalidad –y de fuentes más o menos apócrifas y no menos creíbles a la vez- nos enteramos de algo cuidadosamente silenciado en los medios (españoles) en su momento y ausente de la más renombrada historiografía y fue que el propio Führer acusaba al brillante ministro de Exteriores del régimen franquista  –por detrás de lo que no le parecía mas que un juego (o postureo)- de ser el principal responsable o culpable de que España no acabara alineándose del lado de sus aliados fieles del tiempo de la guerra civil española. Algo que nos parece responder a la más simple de las evidencias.

El general Eugenio Espinosa de los Monteros, embajador de España en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial y notorio rival de Serrano Suñer en la cúspide del Régimen –y en sus asuntos exteriores- acusaba a Serrano de maquiavelismo (sic) hacia él. Con lo que se nos antoja que fallaba el tiro por mala puntería, por falta o escasez de la misma o por una razón de fuerza mayor: porque no podía ser (fatalmente) de otra forma. Y es porque con ello evacuaba –suave y silenciosamente- todo el aspecto (y el lastre) innegablemente clerical -más "güelfo" que "gibelino"- del personaje, que para las instancias rectoras del III Reich no era más que un títere de las intrigas vaticanas (o vaticano jesuíticas) Lo que responde al perfil conocido de Serrano y a los trazos más divulgados de su trayectoria, de antiguo alumno de los jesuitas –los Luises- y de diputado de la CEDA un partido del que el parecido con el Zentrum (católico) alemán no podía escapar a sus interlocutores que lo recibían tan bien en Alemania, hasta que se cansaron de su juego –y de su posturno- y empezaron a no recibirle tan bien, con lo que el ministro español de exteriores se distancio claramente, poniendo así fin a su juego vaticano o maquiavélico y pasando a postular claramente una surrealista -e impracticable hasta hoy- Unión Latina. Y todo se explica después, de lo que fue la historia de España –y de su régimen- en la posguerra. Buscando a todo precio sus máximos dirigentes el negar la derrota (sic), y poniéndose debajo de las faldas de la Iglesia.

Como lo ilustra el detalle anecdótico solo en apariencia de las prácticas devotas de otra de las figuras más emblemáticas del bando pro nazi del régimen español, Narciso Perales, que se ponía a rezar el rosario de manera inopinada en las reuniones –a una de las cuales fui por él mismo invitado- a las que asistía.
Narciso Perales, en una foto muy conforme al recuerdo y la imagen (muy gratos) que de él guardé la única vez que le vi (y hablé con él) Figura emblemática de joseantoniano puro –disidente, antifranquista- en la posguerra. Y de germanófilo y pro nazi destacado en las filas de los dignatarios del Régimen, durante la Segunda Guerra Mundial e incluso después también. Y de espía al servicio de la Abwehr (…) Su faceta de católico devoto y practicante –de la que doy fe- fue en él como en otros -como en Serrano Suñer- la coartada (oportunista) .como anillo al dedo- que les llevó a impedir la entrada de España en guerra del lado de Alemania. En menoscabo del honor de soldados. Y en nombre de su fe. Y ¿cómo no ver detrás de ello un hondo complejo de culpa que les llevaba a ver en Franco un traidor (sic). ¿Más de lo que lo fueron ellos –traidores o desleales o sin sentido del honor en tiempo de guerra- si te pones a ver?
Figura destacada de joeantoniano puro y espía relevante del Abwehr –servicio secreto alemán- , Narciso, como después de la guerra se pondría claramente de manifiesto. La guerra que perdió Alemania –escribí hace tiempo en este blog- la perdieron sobre todo sus servicios secretos. Bajo vientre (“ventre mou”) califiqué también la claudicante alanza con el Vaticano de las potencias del Eje, por culpa sobre todo del secreto de confesión. ¿Donde quedaba pues el honor militar, en todas esas intrigas –de sacristía o de confesionario-, en todo ese postureo? Por los suelos. ¿Y qué de extrañar con el basamento cultural e ideológico y religioso de los españoles? Peras al olmo, el pedir conductas honorables, de honor, a muchos a los que se está tentado a menudo de calificar –germanos o bereberes- de ratas de sacristía. “No tenemos más que un honor en este mundo, y es el de Nuestro Señor” –cantábamos (en francés) ufanos e inocentes en el Seminario de Ecône- lo cual admite una interpretación buenista y otra que no lo es tanto, a saber que nuestra fe o nuestro credo nos permite o tolera o justifica la mayor como la más leve infracción al código del honor –civil, y ni digamos si se trata del militar- con amigos y enemigos con propios y con extraños.
Serrano Suñer, el Posturas, o el postureo, a la hora de la Historia (parafraseando a Rafael Sánchez Mazas, que fue su camarada y amigo):  fue él y no Jordana, ni Espinosa de los Monteros, ni el general Varela ni ningún otro de los exponentes de la facción aliadófila, el que hizo abortar –con sus postureos, y sus intrigas jesuíticas beatas y devotas - la entrada de España en guerra del lado de Alemania. Como querían y anhelaban unánimes la masa de sus partidarios. En una de las mayores y más cruciales citas que nos tenia marcado el destino de toda nuestra Historia

¿Qué de extrañar pues el escándalo –viéndolo o juzgándolo (farisaicamente) como una actitud deshonorante o deshonrosa (quod non)-, que se reservó -hasta hoy- en sectores azules –joseantonianos puros o franco falangistas, bajo la orbita de Narciso o de Serrano Suñer- a mi gesto de Fátima, ni el que hasta el día de hoy no parezcan proclives a perdonar ni a olvidar, ni el gesto aquel –puramente idealista- ni a mi propia persona, ni a mi trayectoria? ¿Culpa de ellos? Asi lo pensé (y rumié) –en silencio- hasta hoy. Sin caer en la cuenta (confíteor) que sus mentores -o más que eso, padres adoptivos o tutores quizás-, por muy retirados de la política o de la vida activa que estuvieren, estaban aún en vida –uno de ellos me refiero- cuando sucedió aquello, de lo que es imposible que les escaparan los ecos. Y a buen entender pocas palabras bastan


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