El
fundador de la Acción
Francesa, Charles Maurras, nos habrá legado a
todos –franceses y no franceses- una obra ingente de un profundo pensamiento político
e histórico, y una trayectoria de primerísimo plano surcadas de contradicciones como todos los grandes hombres de acción y todos los grandes pensadores. Por
cuenta por ejemplo de Napoleón, en el que ni Maurras ni sus discípulos y
seguidores parecieron nunca tenerlo del todo claro, lo que habrá servido ahora de coartada
o pretexto de los graves incidentes -y en particular una sucia y cobarde agresión de falsa bandera, en el desfile en homenaje a Juana de Arco en el centro de Paris. En lo que cada uno sabrá escoger su bando: el mío -como
español- es a favor del Maurras (gallardamente) partidario del honor del Ejército y de la
integridad de la Patria en el Affaire Dreyfus, frente al bando de los Sabios de
Sión. Y a favor a la vez del que tomó partido clara y lealmente -de cerca (en su visita a Franco en Burgos) y a la vez de lejos (sin
ingerencia)- por el bando nacional durante nuestra (interminable) guerra civil.
Al que recordaba el callejero madrileño –a nombre de “Carlos Maurras”- de
antes de la democracia. Sin trampa ni cartón, en política más que en cualquier
otra cosa. Y más aún en politica/religiosa.
Napoleón. En árabe, Napliyoún, del recuerdo –entre el rencor y la beata admiración- que a aquellos legó, que dejó registrada en mil cuentos (morunos) su (oriental) imaginación (tal y como lo cuenta en una de sus principales obras, en francés y entre el sarcasmo y la ironía, de su carrera de diplomático en Persia, Arthur De Gobineau). Que vuelve ahora de actualidad y en el fuego de la polémica tras la tribuna (no una sino dos) de militares franceses de las que me vengo ocupando en este blog. Y es sobre todo por el incidente en el desfile (anual) en honor de Juana de Arco por el centro de Paris que me contó entre sus participantes hace ya unos años, como aquí ya lo conté, y el cual se vio en la efemérides de ahora surcado de serios incidentes que tuvieron como coartada o pretexto desavenencias entre corrientes opuestas y rivales de la vieja “Acción Francesa” por cuenta (y no sólo) del Emperador de franceses que vuelven a mostrar así a las claras no tenerlo sobre aquel muy claro –la prueba, la biografía (entre la critica y la hagiografía) que Jacques Bainville, su referente supremo en materia histórica, le dedicó. Lo mismo que se puede decir de muchos franceses (y no de un solo ni de dos)
Y lo mismo que cabría decir entre españoles sin caer en la exageración. “Napoleón hizo entre nosotros mucho ruido”. declaró a modo de lamento Ernesto Giménez Caballero, reflejando así la opinión vacilante y el estado de ánimo indeciso de muchos falangistas (y franquistas), entre la repulsa ellos también, y la muda admiración. A imagen y semejanza de lo que sentían del otro lado de los Pirineos en movimientos análogos u “homologables” aquellos años, y en un eco más o menos lejano a la vez del sentir de sus pensadores más influyentes como lo fue Nietzsche. “Maestro de energías”, fue así como este le calificó. Y confieso no verlo muy claro aún tampoco yo.
Y me dejo aún más perplejo y confundido la lectura –de la que me hice eco también aquí- de una especie de vademecum (en francés) de espíritu de la Milicia, “Grandeza y servidumbre del espíritu militar”, de Alfred De Vigny -que cita elogiosamente y fuera de toda sospecha Dominique Venner-, quien confesaba haber crecido en la admiración ciega de Napoleón Bonaparte y de sus hazañas bélicas en la guerra (contra Prusia) de los Siete Años –“guerra total”, la primera de la historia (….)- justo antes de narrar, al hilo de aquella obra, cómo se alistó en un destacamento encargado -sin éxito- de reprimir los motines callejeros en aquellas “Jornadas Gloriosas” que dieron al traste con la Restauración, y desertando así el bando de los devotos y herederos del Emperador (“el salvador de la Revolución”).
“Escritos sediciosos”, dice De Vigny que calificaban sus escritos en los círculos más allegados al monarca (Carlos X, el último Borbón), y a fe mía que la imagen del arte de la guerra y del oficio (y vocación) militar quedan por los suelos de la lectura de tan emblemática (y decepcionante) obra, así fue al menos como a mi me sucedió, ¿la culpa al mito de Napoleón? Así es como siento deber concluir de la lectura de otra obra –“L’Anti-Napoleon”- que recoge la Leyenda Negra del Emperador de franceses, y que me tragué literalmente, de un tirón, en vísperas de la visita papal a Bélgica del papa Wojtyla (el 95) en el cual yo veía entonces algo así como un avatar (reciente, contemporáneo) del Emperador. “Napoleón de las conciencias”, así es como le vi y le califiqué, a aquél, y sigo pensando que sin el menor ápice de exageración.
¿Napoleón asignatura pendiente (de revisión y rehabilitación)
entre franceses y no franceses? ¿Y por qué no? “Robespierre a caballo”, fue así
como Roger Garaudy –marxista de moda en mi juventud y converso del Islam justo después- le calificó (pasando así por alto el 18 Brumario y el 9 Termidor) Y a mí, a riesgo de incurrir en
la comparación más odiosa de todas, se me antoja de pronto algo que en el plano
militar se impone de todas formas. Franco y Napoleón. Militares por encima de
todo los dos, aunque el segundo tuvo tal vez lo que al primero le faltó, el
genio de saber exportar la guerra fuera de sus fronteras en una especie de antídoto
o vacuna contra la (tramposa y apestosa) guerra civil (o "incivil", sí, porque aún no terminó)(...)
Por eso precisamente, Napoleón se ve plebiscitado hoy entre franceses, y Franco en cambio, tras despreciar y desperdiciar la Gran Baza –léase la entrada en guerra del lado de Alemania-, condenado al olvido o a la relegación tras el final de la burbuja (sic) –en un mundo hostil y extraño (como paisaje lunar)- que a los suyos legó (….) La Segunda Guerra Mundial, pese al intento fallido de la División Azul ¿ocasión igualmente fallida entre españoles de reconciliación?
Retirada
de los restos de Franco del Valle de los Caídos. En la solemnidad y en el respeto, frente a la
amenaza de profanación, pero en lo que no se asemeja menos a una pena (post
mortem) de (olvido y ) re-le-ga-ción. Tras el final de la burbuja (sic) que a España y a los españoles nos
legó, en un mundo extraño y hostil como un paisaje lunar que siguió al
desenlace de la Segunda Guerra
Mundial, en la que se negó a entrar. Sin dejarnos o legarnos ninguna (clara) explicación (...)
2 comentarios:
Una curiosidad... ¿es usted consciente de que está como una cafetera?
No sé por que dice Usted eso. ¿Me ha leído bien? Soy consciente no obstante que en mis artículos me exprimo bien el cerebro –y en este sobre una figura de tanta talla y tan compleja y de tanta cargazón histórica y política e ideológica como Napoleón, quizás más que en otros- por lo que no están al alcance de cualquiera. Sí, debe ser eso (----)
Por lo demás, llevan treinta años queriendo hacerme pasar por un desequilibrado a toda costa, en repetidas campañas (de linchamiento) de los medios –y con la amenaza de la camisa (o camisola) de fuerza, y más aún si cabe aquí en Bélgica (…), pendiente de mi cabeza a cada momento-, y entre medias llevo otro tantos treinta (y tantos) años viviendo aquí a mi aire y pensando libremente y escribiendo igual de libre e incorrecto, lo que se ve que a algunos les sigue escociendo (españoles o belgas entre ellos).
O loco o genio, ese es dilema que os planteo –como a Churchill el General De Gaulle- y me hago (humildemente) cargo que a algunos les sea duro el tener que reconocerlo. Saludos quien seas (y un poco de respeto)
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