(Sub) Teniente Hiroo ONODA. Al principio de su odisea, y al final. "Diez mil noches en la jungla", creyendo que todavia duraba la Segunda Guerra Mundial. Que me habrá llevado hasta grados nunca vistos en mi y en mi empatía por los vencidos de aquella guerra mundial. Porque me habrá hecho tomar conciencia de mi gesta -y no mi "gesto"- que fui hasta hoy tan timorato en proclamar. Gracias mi (sub) teniente. Y Gloria y honor al Ejercito imperial!
"Onoda", un filme de culto como el tiempo acabará por demostrar. Como lo sentía y presentía yo viendolo por segunda vez -lo que desde mis años niños nunca me ocurría- saltándoseme las lagrimas sin parar. Por qué -la pregunta del millón-, por qué me habra impresionado e impactado tanto este filme de guerra, en apariencia uno más. Y no es sólo por la revision -como una acusacion muda imparable- de ese cuento de buenos y malos que se nos inflige a todas horas por cuenta de la Segunda Guerra Mundial, ni siquiera por ese lazo indestructible -en el tiempo y en la memoria- que vengo abordando en este blog una vez y otra también entre la guerra civil (española interminable) y aquella guerra mundial. Basta de guerra civil! dirá aquí leyéndome alguno y no tengo nada que añadir sobre el particular. Que no es nada de eso, como digo: sino el haberme visto (fatalmente) retratado en la figura de aquel joven oficial idealista de las fuerzas especiales -del servicio de inteligencia- del ejército imperial en fase de derrumbe, "desprovisto del menor espiritu critico" como los medios en lengua francesa no lo dejan de apuntar a modo de contrataque o de puesta en guardia ante el éxito arrollador de taquilla de este filme transgresor y tan poco convencional. Encarnacion de ese espiritu militar -de la obediencia (ciega) debida al mando y de la disciplina corporal o física como mental- que echo aún en falta hoy, y más aún en la sociedad española de cuando entonces, en la que no estaban (bien) delimitados el ambito civil y el militar. Que le lleva a aquél a obedecer a la voz de mando sin rechistar y a cumplir hasta las últimas consecuencias la orden aquella -no de morir sino de sobrevivir- y de creer a pies juntillas en la promesa de que "le vendrian a buscar" (...)
Que por eso fracasé yo (confiteor) en aquel campamento del Robledo (principios de los setenta): no por defecto sino por exceso de espîritu militar, en el ambiente de desmoralización reinante en la España de entonces y en el ambiente rampante en la masa aquella de caballeros/cadetes (o aspirantes) universitarios convenientemente adoctrinados y de oficiales de academia (horresco referens!) en busca a toda costa -ante aquel cambio tan dramático de la correlacion de fuerzas en la sociedad entonces (tardofranquismo tardío, principios de los setenta) , parejo a aquella profunda mutacion cultural- en busca como digo de chivos expiatorios y que por lo que deduje tenian o creían tener mucho que hacerse perdonar. Y a años luz como estábamos de todos aquellos supuestos -en las clases de táctica o de estrategia-, de una guerra del Pacifico (en la óptica de los buenos, faltaría más y de aquel cuento de buenos y malos sobre la Segunda Guerra Mundial que el ejército espanol pareció hacer suyo desde entonces, sin más), tan estratosféricamente lejana (a mis ojos) del menor supuesto (real) imaginable de la vida civil o militar de entonces, en la guerra y en la paz. Una guerra no obstante que me habrá vuelto curiosamente aproximar ahora a la odisea humana (japonesa) que acierta a expresar este film de guerra tan catártico y tan genial. Y es haciéndome descubrir eslabones/perdidos en el relato -como en la cadena de evolución de la estirpe humana (de Teilhard de Chardin)- hundidos en lo hondo de la memoria y en la historiografía oficial (y correcta) sobre la Segunda Guerra Mundial (....)Y son los de la guerra aquella vista desde la óptica de los vencidos, o si se prefiere de una mirilla "desde dentro" en aquellas instancias tan decisivas -los altos mandos del Estado Mayor nipón (a través del personaje del Mayor Yoshimi Taniguchi)-, y en unos momentos tan trágicos y tan críticos -cuando el Japón está ya perdiendo la guerra-, de aquel conflicto intestino desgarrador de opciones (supremas) estratégicas (vivir o sobrevivir) -de pilotos kamikazes versus soldados "combustibles" en la "guerra secreta" y en la guerra de guerrillas de aquel inmenso mar- que sufrió entoces en sus más altas esferas y niveles el Ejército imperial. En el marco histórico tan trágico, de la guerra total.
Y el grado de empatia con "los malos de la pelicula" -en la Historia y en la realidad- alcanza en mí grados de paroxismo en la ultima fase del film, y es también al hilo de una serie de entradas en este blog sobre el Japón -sobre Yukio Mishima y el bombardeo de Hiroshima- y en el desenlace de aquella increible odisea, del soldado/olvidado, que quería (pero no pudo) ser piloto kamikaze, sólo uno más -hubo hasta 4600, muchos de ellos casi niños y otros, cabezas de familia (...)- y que tantos años después se creia todavia en guerra, al que al final vienen a bucar y le rinden honores militares, con la gracia incluso del perdón presidencial. (Sub) Teniente Onoda o el honor de los vencidos de la Segunda Guerra Mundial. Él, que me hizo descubrir y asumir y reconocer lo que tuvo de gesta (sic) olvidada mi trayectoria, como la suya. Gracias, mi (sub) teniente, porque me hiciste ver la fuente (última) de mis desdichas: lo timorato que fui hasta hoy en asumir, no mi "gesto" sino mi gesta (de Fátima) aquella (....) Y porque así ahora, sí podré (al fin) descansar
El fondo de verdad histórica de este film de guerra de éxito mundial. El 19 de marzo de 1974 rindió sus armas el teniente Onoda tras casi treinta años en la selva, desde su llegada (diciembre del 44, con 23 años de edad) en misión de sabotaje y de guerra secreta, a la isla filipina de Lubang. Y sólo después que su superior inmediato -el que le encomendó aquella misión- le transmitiese el memorable mensaje del Emperador Hiro-Hito (14 de agosto de 1945) proclamando al mundo e instando a la nación entera a la rendición. Y un relato con final feliz: Onoda alcanzó la gracia del perdón presidencial del presidente Fernando Marcos, por todos los actos de guerra en su haber -y en medio de una gran polvareda de protestas en la opinión filipina incapaz de olvidar ni perdonar (a los nipones como a los españoles)-, a quien hizo solemne y pública entrega del sable (de samurai) que le habia ofrecido (a este) su propia madre para poner fin a su vida en caso de necesidad
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