Conflans-Sainte-Honorine, teatro del hecho terrible que en Francia se acaba de producir. Pegando a Paris y a la barriada (antes obrera) de Saint-Denis, donde aún se sentía –yo así lo sentí- la presencia en el recuerdo de Jacques Doriot, gran figura de la Colaboración, que vivió y se movió por allí. Y donde dejé buenos amigos de los años que allí viví, que seguro se acuerdan todavía de mí. Pese a las apariencias
Viví en Conflans-Sainte-Honorine (1980-1982), en el extrarradio Noroeste (banlieue) de la capital francesa, junto al Sena. Unos años de mi vida turbulentos -en la desobediencia (canónica)- y agitados e inolvidables que viví -y aún vivo en el recuerdo- sotana puesta y testa al viento y sin que me pesase (en demasía) ese sudario –de fracaso y de derrota- que llevaba puesto. Y por eso tal vez –y que nadie me malinterprete- me embarga fatalmente ese acceso de nostalgia ante la noticia. Por cuenta de mi juventud perdida (sin duda ninguna) Por eso seguro que he sentido tanto como si me hubieran atacado personalmente, a los míos o a mí, la noticia (terrible) del degollamiento en plena vía pública por unas caricaturas “del profeta”, de un profesor de historia que podía haber sido uno de los amigos que dejé allí, de los que me separó sin duda mi gesto de Fátima porque no volví a tener noticias de ellos nunca más. No importa. Sirvan estas líneas de mensaje de reconciliación, con ellos y con todos o casi todos los que traté aquellos años (ya idos) en Francia que veo hoy sin remedio en el ojo del volcán o en el blanco o en la mirilla o en la primera línea de esta nueva amenaza que se nos viene encima, la más grave tal vez -por lo global- en los últimos siglos de historia.
De la historia de España, de Francia y también de Europa (…), consciente no obstante que ello no venga a ser -para mí- tal vez más que el inicio o la puesta en marcha de un proceso (sic) como así veía el Mariscal Pétain “el proceso de reconciliación “(colectiva) franco/alemana”, que guió hasta el final las líneas directrices de su trayectoria y de su actuación política (…) Una declaración de guerra (sic). Las palabras vuelan una vez que se pronuncian y no hay ya quien las detenga. Son las que acaba de pronunciar un escritor (francés) del que sin duda me separan hoy como ayer tantas cosas, pero que leyéndole me pareció que se estaba dirigiendo (personalmente) a mí, que su grito de alarma me parecía como si resonase en mí, bien dentro, y eco de lo cual vienen a querer serlo estas líneas. Y la misma palabra –la de guerra, entre un torrente de ataques y de criticas de la señora ministra del ramo en Francia- es la que ha empleado Marine Le Pen de la que me hago igualmente eco fuera de toda sospecha habida cuenta de mis reproche y de mis criticas (por su política y por el cambio de orientación que habrá impreso al antiguo Frente Nacional bajo su férula) No importa. No me importan, no, ahora como tampoco en otras situaciones de índole diversa, las “malas compañías” si solo sirven para descubrir y descubrirnos a nosotros mismos que es más y más fuerte lo que nos une que lo que nos separa y nos enemista (…) Y lo que nos une es el apego a una tierra, y a sus gentes bajo amenaza y a punto de verse anegados por una invasión que –con la bendición papal (nota bene)- avanzó, con disimulo hasta ahora y a partir de ahora a lo que parece ya a cara descubierta (…) Apego –carnal- a una tierra europea y también –¿por qué no lo podré decir?- a una tierra francesa, tal vez (comparaciones odiosas) las mas bonita y encantadora de Europa. ¡Francia es un vergel!, le oía siempre (enfático) decir o exclamar más bien a mi difunto padre, militar sin tacha y de un patriotismo español –y sin el menor atisbo de afrancesamiento- fuera de toda sospecha (…) Una guerra de religión lo que estamos enfrentando (o presenciando) y alguien tenía que decirlo a riesgo de que algunos –muchos pocos- me malinterpreten o no me comprendan (…) Y no es un simple azar o pura coincidencia que ese hecho tan terrible y tan sintomático –y cargado de sinistros augurios- se haya producido en Francia como no me parece azar ninguno tampoco que se haya producido en una localidad –la de Conflans- que siento tan cercana por lo que acabo de decir, y por tantos puntos de vista. Y no es poco paradójico tampoco el que alguien de posiciones tan marcadas y tan notorias como lo son las mías, las que he venido manteniendo sin pausa ni descanso en estas entradas, año a año, mes a mes, y día a día (….) se vea erigido ahora en campeón o adalid –casi en solitario- de unas libertades publicas que se ven ahora bajo amenaza, como lo son la libertad de expresión o la de deambular –y de entrar y salir y circular- en la vía publica (…) Libertad de expresión en materia de historia, maestra de la vida, y que el refrán (esta vez) no se equivoca lo viene a confirmar esa sensación irremediable de que "se nos quiere robar", la historia, que sin ella como lo leí hace poco no hay quien respire o quien viva (…) Historia profana o historia sagrada y por ahí lo que me leen sabrán aceptar el sentido de estas líneas. Tenemos el derecho de decir en voz alta y fuerte cosas que pensamos, porque es nuestro derecho y porque estamos en casa en suelo europeo (chez nous), y la presencia de extraños (inhóspitos, extranjeros) a nada nos obliga. ¡ABAJO EL ISLAM, antes de que sea demasiado tarde! ¡Gritarlo ahora o nunca!Samuel Paty, el profesor de Historia –francés y no judío- víctima de degollamiento en la vía publica a manos de un fanático immigrante (checheno) islamista, y por intrigas de familiares de alumnos (musulmanes) de la víctima. Un hecho nuevo –que lleva a algunos a hablar de declaración de guerra- y no el consabido atentado terrorista
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