domingo, febrero 16, 2020

SABINA O LA ESPAÑA ANTIGUA (?)

Joaquín Sabina, icono de gran parte de la juventud española –como se ha demostrado estos días- y que vivió en España el éxito (arrollador) de su obra -increíblemente fecunda y prolija- en los años que fueron los de mi expatriación. Razón de más para acercarme -a través de él- a la España de hoy (y del día de ayer) de la que nos dimos (recíprocamente) la espalda (ella y yo) Uno de los más grandes poetas, en verso –con Francisco Umbral en prosa-, Joaquín Sabina, de la Literatura española contemporánea. Y puente –su obra como su trayectoria- (y más allá de la guerra civil interminable) de “las dos Españas” ¡Dar vida en la canción de hoy -y en sus reglas (rígidas y estrictas) de "show business"-, al endecasilabo (verso de Arte mayor), y al soneto renacentista! ¡Qué movida, como un pica en Flandes, no me digan! Lo que no consiguió -en sus "sonetos a la piedra" (Umbral díxit) ni Dionisio Ridruejo! (...) ¡Que no perezca Joaquín Sabina!
Escribir contra uno mismo, es lo que decía –y hacía- Francisco Umbral. Y es lo que me empeño yo hacer aquí a cuento del accidente y percance de salud de Joaquín Sabina. Un problema y no pequeño el que tengo yo con el célebre cantante, como el que tenia con Ortega –siempre al decir de Umbral- (Don) Miguel de Unamuno, se lo decía yo a alguien de mis allegados –allegadas que me diga- y se reía de mi diciendo que (él, Sabina) no era para tanto, que exageraba, y fe mía que no exagero si digo que Joaquín Sabina me plantea un (pequeño) problema, insoluble en la medida que no sé que pensar de él, del fenómeno tan insólito, tan complejo y tan de actualidad –y tan de juventud- que representa, o mejor dicho, que no sé si lo que pienso de él y de sus cosas es lo que debo o tengo que pensar, más claro aún, si me debe gustar su obra y sus canciones después de reconocer lo mucho que me gustan (y me inspiran) algunas de ellas, y se me antoja que lo tengo aquí que exponer y explicar aquí a riesgo como ya me ocurrió con alguno, de verme acusado –y emplazado- de alimentar mi ego a base de hablar o de escribir de otros más publicitados e (incomparablemente) plebiscitados que yo (lo que son o lo que aparentan)

Que piensen lo que quieran, hablo (aquí) de Sabina por eso, porque me plantea un problema, y lo es tal vez y más que nada como digo, porque me gusta su poesía, porque a pesar de él triunfar como músico o cantautor –una etiqueta que le disgusta- se me antoja de pronto descubrir en Joaquín Sabina–a mi gran sorpresa-  un gran poeta, en verso, igual mutatis mutandis que me pareció descubrir en Francisco Umbral una gran poeta en prosa. De los mayores poetas –y maestros de poetas (y de estilo) los dos y no exagero- de la Literatura contemporánea en lengua española. Y me reafirmo en mi idea leyendo algo de lo mucho que se ha escrito sobre él estos dos últimos dias, y fue donde aprendí que si era él mismo el autor de la letra de sus canciones, no era él siempre el que las musicalizaba, quiere decirse que la música de sus composiciones le venia más de él, quiero decir de su poesía, más aún de lo que le prestaban otros en el plano de la melodía, y desde fuera (…) (*)

“Linares-Baeza, Alcázar de San Juan, aves que vuelan, talgos que se van” y se lo recité de corrido a dos españoles –padre e hijo- que me crucé en un viaje en avión a Bruselas que iban laboriosamente evocando nombres de lugares de una geografía muy próxima de aquella, que se quedaron pasmados de asombro y era sin duda por la cargazón poética -y su visión sin igual (igualmente poética, instantánea y certera) (...), de aquellos pisajes en los versos aquellos, –de la canción “Medias Negras”- tan simples y tan breves ellos, de Joaquín Sabina. Y por la carga de memoria que a no dudar le inspiraba aquellos, de una memoria tan suya como mía. Y en uno de los primeros artículos casi hoy todos desaparecidos (del orden de unos mil) que dejé como legado tras mi marcha (forzosa) de la blogosfera de Periodista Digital, evoqué unos recuerdos de mis veraneos de infancia y de adolescencia en Mancha Real a cuento de un articulo –del que no recuerdo el contenido bien- de Antonio Muñoz Molina, paisano y a no dudar gran amigo (aunque no me consta) de Joaquín Sabina, los dos de Úbeda, y evoqué allí como digo una vistas nocturnas .casi de cuento de hadas- de todo el valle del Guadalquivir que se podía divisar desde lo alto de una cuesta a las afueras de Mancha Real, al final de nuestras correrías, alumbrado de una miríada de luces como en un juego de espejos que me hacían tanto soñar –y recordarlo aún- como a Muñoz Molina por más que sus sueños y los míos-¿y los de Joaquín Sabina?- fueran de signo contrario en el plano de la Memoria histórica y lo eran en la medida que el escritor ubetense –y apostaría igual casi con certeza del cantautor, y paisano suyo- veía por detrás o mas allá de Mancha Real el telón de fondo de la Sierra Mágina –con la que rebautizó a su ciudad/pueblo natal-, teatro privilegiado –de leyenda (y de guerra de propaganda)- del maquis (comunista) de aquella región de cuando la guerra, que me diga de la inmediata posguerra.

Y yo no veía en cambio en aquella visión nocturna –la misma pero en dirección opuesta- más que mi añorado Madrid –“Madriles” allí me llamaban- por detrás de aquellos cerros -o lomas, suaves- de Úbeda, de aquella zona un tanto indefinida de la Andalucía limítrofe y central ya casi tan castellana o castellano/manchega como andaluza -lejos ya de las cumbres escarpadas y (hondos) barrancos de Despeñaperros- que retrató con tanto acierto y tanto sabor en los versos que acabo de citar Joaquín Sabina. Y era en la medida sobre todo que con esos versos y otros de la misma ambientación y la misma temperatura, Joaquín Sabina conseguía despertar en mí, mi memoria personal e intransferible de aquellos veraneos inolvidables y con ellos, de la imagen indeleble fija para siempre, en mi memoria -y en mi retina-, de aquella España del Sur, de la paz social (sic) que reinaba entonces allí –años cincuenta y sesenta y principios de los setenta- que algunos fingen ahora como que ignoran (….)

Entre Jaén y Madrid, Joaquin Sabina, como se siente y se sintió siempre un poco el autor de estas líneas, y por lo que me impactó tanto otro de su éxitos arrolladores (“Pongamos que hablo de Madrid”) y como lo ilustra el percance del otro día (“Estas cosas no me ocurren más que en Madrid”) como si la capital de España fuera –aunque no la única- la gran fatalidad de su vida. Como uno de esos amores fatales que le inspiraron tanta música y tanta poesía (….) Y en uno de los muchos elogios que le habrán acompañado fielmente a lo largo de su carrera, leí una vez –y era un(a) joven quien  lo escribía- que Sabina era como un puente entre las dos Españas separadas por la (interminable) guerra civil. Y confieso que es eso lo que más me acerca de él y lo que más me ha movido a dedicarle esta semblanza entre lo biográfico y la hagiografía.

Y esa es a fe mía la imagen que consigue dar con su obra como con semblanza y su trayectoria, de hijo de un policía -¿de la Social?- del régimen –en Andalucía (¡?)-, -y de alumno (nota bene) de colegio de curas (y de monjas, de muy niño) y de miembro de la generación de los sesenta (que fue la mia), de uno de esos hijos de los vencedores que se rebelaron en masa –pero no del todo (...)- contra sus padres, como una prueba por el nueve -como lo fue (mutatis mutandis) el terrorismo de la banda ETA (...)- que estos no eran vencedores o no del todo en la medida que salieron vencedores en el 39 pero vencidos y perdedores en el 45 y si no, no les habrían salido así sus hijos, y no sigo que ya me he explayado, aquí y no sólo, sobre este tema en demasía (…) “Un barco desbocado que venia de la noche camino de ninguna parte" asi describe (poéticamente) –en lo que últimamente leí de él, la España aquella –la de la Paz social a la que ya me referí- y la generación aquella con la que el tanto se identifica y de la que yo me aparté, en guisa de supervivencia. Y de seguir siendo yo mismo, Samper idem, y de escoger mis propios caminos y mi propio modo –y estilo- de vida, como así lo conseguí, pese al precio que pagué, y cuán grande a fe mía (…)

 “Noche” fue la que yo viví en la Facultad entonces, y "buques (fantasmas) desbocados" -con rumbo "a ninguna parte"- los hubo a discrecion en mi trayectoria de paria/internacional y de expatriado, y no sigo aunque ya parece llegado el tiempo que algunos que me me conocieron (bien) entonces –y me dieron olímpicamente la espalda hasta hoy, hasta quedarme (al decir de uno de aquellos) “más solo que la una” (…)- empiecen a mostrar hacia mí no fuera más que un ápice de empatía (…) Como la que me inspiran a mí la trayectoria y la obra de Joaquín Sabina.

Y esta semblanza a fuer de sincera –de escrita con el corazón en la mano- quedaría incompleta si no dejase sentadas igualmente aquí las reticencias que él me inspira, entre la franca empatía y adhesión entusiasta, y la puesta en guardia y la (casi invencible) reserva como la que me inspiraban –comparaciones odiosas- la figura y la trayectoria de Paco de Lucia. ¿“Flamenco” también, como así se definía –él y los “suyos”- el tocaor gaditano, Joaquín Sabina? Sin duda que no, pero no menos aflamencado (a veces), y eso no por su música y sus canciones sino por el tufo (de tirar para atrás) que despide –para mí al menos, y por todo lo que ya pasé, mas fuerte que yo lo siento- y es a marginalidad social. A merchería, a quinquillería (…) (Y no sigo por esos caminos que me pierdo)  

¿Español castizo, arquetípico, el arte, como la música de Joaquín Sabina o puro producto de minorías, de esas minorías sociológicas –o étnico/sociológicas (…)- que denuncié en la entrada que aquí dedique a aquél (con mucho, de todas ellas la mas leída)? Pienso y apuesto que no: un español arquetípico, como una especie de reliquia del pasado, de la España antigua, así es como yo prefiero ver a Sabina y como se me antoja interpretar el fenómeno y el enigma tan insólitos que encarna y el éxito arrollador que le acompaña, en España y en la América ex hispana (que fue española) Entre la poesía y la memoria, y entre el ritmo y la rima. Y entre las dos Españas (de la guerra civil) Entre Madrid y Jaén, y entre Castilla (la Mancha) y Andalucía (---) Y entre el distrito Centro –y Lavapiés- y los “Madriles de derechas” (Umbral díxit), cual brote insólito y atípico de la España antigua, Joaquín Sabina

ADDENDA No me retracto ni una jota. Ni de lo que escribo más arriba, ni de lo que dejé escrito en la blogosfera de Periodista Digital a cuento del juicio contra Javier Krahe -gran amigo y compañero artístico de Sabina, y viejo conocido él y sus hermanos, de mis otros/veraneos (los de Sigüenza)- por delito de blasfemia (sic) (del que fue absuelto) Cuando le "negaron" nota bene -a Javier Krahe- hasta los más fieles (con la excepción de Sabina) de sus antiguos compañeros (...) No es óbice que no me siento obligado a asumir y hacer mía esa faceta -transgresora, de provocación- que caracterizó a la generacion aquella, que fue (¡ay dolor!) la mía propia. Yo que escogí la provocación por necesidad -y legítima defensa (....)-, ellos en cambio como un juego o una aventura.  No obstante me limito (sólo) a hacer mio lo que declaró sobre el tema el propio Sabina, que ahora cae ante mis ojos: Viva la Libertad de expresión y abajo lo políticamente correcto". Lo político como lo religioso o lo teológico, o lo históricamente correcto, se me antoja apostillar. Y asi me quedo tranquilo y asi suscribo (de pe a pa) este artículo necrologico (sincero) Buceando -y escarbando como Sabina-en la memoria (propia) Desde el extranjero (...) Y tragando (me) sapos (enormes) y culebras, como su entrevista con Fidel a solas y -como una confesión/general (....)- "de varias horas" (...) Lo dicho, nos gustan las canciones -música y letra- de Sabina, pero eso es todo. Por aquello de "Amamos a España porque no nos gusta" (y a buen entendedor pocas palabras sobran) 

(*): ADDENDA bis Un pequeño y en apariencia nimio detalle que solo aprendí hace pocos días me mueve  a borrar de un plumazo las anteriores líneas, de las que bien pensado, medido y sobrepesado no me retracto ni una jota, y es que el autor de la letra -tan inspirada y tan literaria- de Joaquín SABINA, no es él sino uno de los músicos que (a la guitarra) le acompañan, Francisco (PANCHO) VARONA, que por razones o motivos que nos escapan prefiere quedarse en la sombra y hacer figura de lo que llaman un « negro » (« noir ») en la literatura francesa, como los que escribían -no uno sino varios- para Alejandro DUMAS. Y es ese precisamente, ese secreto (a voces) sin duda más que legítimo, lo que nos mueve a circuspección e inspira respeto, sin desmerecimiento ninguno de la obra y del género (músical) -de canción de autor-, que son los de SABINA

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