Comandante Isaac Gabaldón, de la Guardia Civil, al lado de su hija, asesinados los dos –por militantes de las JSU- en un atentado cobarde cuando la guerra estaba ya finalizada (29 de julio de 1939) Las trece rosas (rojas), o la guerra interminable o la paz que empieza nunca. ¡Que Dios te bendiga , Ortega Smith, por tus valientes palabras sobre el tema! ¡Y que nos traiga de una vez la fiesta en paz!
Trece rosas rojas, de la sangre de la guerra civil. A todo arder –las dos -la sangre y la guerra civil (del 36) interminable- como lo prueban e ilustran con creces las ampollas y el revuelo, qué digo la tormenta, que han desatado las palabras –valientes- sobre el tema del secretario general de VOX, Javier Ortega Smith. Punta de la lanza en la guerra de propaganda de la guerra civil interminable el caso de las empleadas del Metro aquellas –trabajadoras o mas bien, vacas sagradas de una casta señorial (sic), la de la clase obrera de entonces (grosso modo como la de hoy)-, de economía mucho mas saneada (sic)-Antonio De Obregón díxit- que las (pobres y sufridas) clases medias (sus contemporáneas), y previsibles señores (y señoras) de un mañana que tocaban con los dedos, si hubieran ganado la guerra civil. Y además de eso, miembros –o miembras- de las juventudes socialista unificadas JSU, que era lo que acabó siendo el PSOE tras la lucha de tendencias en su seno que viene a personificar ochenta años más tarde su actual secretario y jefe del gobierno Pedro Sánchez, que quiere salvarse él y su poltrona por todos los medios aunque se hunda el mundo y España arda de nuevo. Lo que parece que están en un trance de conseguir. Y además de eso fueron chequistas inmisericordes, a pesar
de su tierna edad –no tan niñas aunque jóvenes- víctimas y verdugos por partida doble como pasó tan a menudo entonces, y como vuelve a pasar –como una ley de bronce de nuestra historia contemporánea- en España con ese fenómeno tan inquietante y aterrador de la manipulación partidista de la gente joven a la que asistimos impasible desde la eclosión del 15-M y lo que se seguiría. ¿Violadoras? ¡Si eran mujeres! se rasgan ahora algunos –dándoselas de inocentes- las vestiduras ante las declaraciones estruendosas a fuer de incisivas y de certeras del líder de la formación derechista (o de centro/derecha) ¡Fuera hipócritas y plañideras! Y si no, que miren (con detenimiento) los videos –que ahí están, ahí están- de lo que le pasó al pobre coronel Gadafi: con el palo de una escoba, no necesitaron más. Exageras, Juan. Yo no pensaba así, es verdad, pero como diría Nietzsche desde entonces me hice y nos hicimos mucho más serios en las cosas del Espíritu –léase de la Memoria. Y las que entonces me podían parecer –dando oídos a la guerra de propaganda- modistillas de zarzuela o sainete madrileño hoy veo como lo que a todas luces fueron. Pobres alimañas enloquecidas por el olor a sangre y por el fuego (fratricida) de la guerra civil. “Eres y serás siempre un pardillo, Julián”.
Le decía cáustico –con retranca italiana, de una cultura mil veces mas vieja que la española- el conde Rossi a su capellán que venía a interceder ante él por unas milicianas que habían cogido presas tras el fracaso del desembarco rojo republicano en la isla de Mallorca, en una de las barcas de los asaltantes, que el (inocente) capellán dando crédito a lo que ellas decían, pretendía que habían venido obligadas a la fuerza. “A ninguna mujer, llevan allí, ni aunque la aten, donde no quiere ir, si una de estas coge un cuchillo ya puede despedirse, Ud. del mundo de los vivos” Esa es la intrahistoria como diría Don Miguel de Unamuno, y luego está el contexto histórico de todos más que sabido: acababan de asesinar en un atentado cobarde y bien premeditado (29 de julio de 1936) -junto a su hija- al jefe del Servicio de Inteligencia Militar y comandante de la Guardia Civil, Isaac Gabaldón, y no un cualquiera pues, a manos de los mismos círculos y redes del PSU al que pertenecían las milicianas del Metro aquellas. La guerra estaba ya más que terminada (y ganada), oficialmente quiero decir. Pero que ello era algo (hoy como ayer) no tan fuera de discusión –como lo vengo manteniendo una entrada y otra también en este blog- es algo de lo que este (triste) episodio viene a ser el enésimo botón de muestra. No hubo ni armisticio ni tratado o firma de paz, ni siquiera acta de capitulación.
Hubo sí, una rendición de una de las tendencias en la que se dividió al final de la guerra civil la izquierda española y el PSOE en particular, la cual esta de capa caída ante la crecida incontenible –del guerra civilismo sectario y beligerante de la otra tendencia, que viene aupando como una marea de fondo incontenible al actual secretario general. Y las milicianas unificadas aquellas eran precisamente de ese bando, de las que querian continuar la lucha hasta el final: ¿Queríais arroz? ¡tres tazas!, reza el refrán, aunque pueda parecerle a algunos cínico por demás. El fenómeno de las checas –como el Gulag en la Unión Soviética- era como una metástasis del aparato institucional y del cuerpo social en zona roja. Y de cómo torturaban y como se las gastaban y de los métodos que usaban aquellos (y aquellas) chequistas del Madrid de Corte a Checa, da cuenta con genio literario indiscutible Tomás Borras –en “Checas de Madrid” (que tanto plagia Umbral) (…)- tal y como lo recoge la obra de una universitaria alemana, con todos las credenciales y los níhil óbstat políticamente correctos habidos y por haber, “Vanguardistas de camisa azul” Y nada nos lleva a pensar que las milicianas aquellas no superaran o sobrepasaran en su celo revolucionario- a aquellos camaradas suyos de los que se devanaban los sesos por emular (---) Eso es el meollo del asunto, el fondo de la cuestión. Lo demás poco cuenta. Cortinas de humo más bien en la polémica tan crucial levantada por las palabras, a fuer de verídicas proféticas, del secretario de Vox.
Las luchas por ejemplo entre bastidores de los diferentes servicios de información (y espionaje) del bando de los vencedores, y de sus tensiones o desgarros internos o intestinos entre la corriente monárquica derechista representada por el comandante Gabaldón y la otra, falangista –suspecta, filo masónica según algunos- que venían a encarnar entonces figuras tan discutidas (hoy) como Manuel Gutiérrez Mellado o Angel Centaño de la Paz, o Carlos Arias Navarro (fuera de discusión), que según esos revisionistas fueron los auténticos culpables de todas la muertes -todas- en el caso Gabaldón (un poco de cordura y de seriedad por favor!) Dura lex sed lex, y la guerra de propaganda no puede -a base de cortinas de humo como esa- negar la verdad de los hechos, la más estricta y rigurosa: que se aplicó una justicia legal y punto.
“Me pregunto a veces –escribe Umbral- si la forma en que estamos haciendo justicia no es demasiado burocrática y distante. Esos tribunales del derecho y de la moral, toda esa Administración que está llevando adelante la limpieza de España con eficacia, pero no con pasión…/….Se está haciendo justicia pero se nos está hurtando la venganza que es el gran éxtasis de los pueblos ultrajados…/…Habría que dejar a la gente, a los humillados y ofendidos por la guerra, a que entrasen en las cárceles y cumplieran por sí mismos la ceremonia grandiosa y purificadora de matar, de vengar, de redimir”…/…
.../...”Antes no pensaba así. En estas memorias ha quedado escrito como pensaba antes…/…y los españoles necesitamos la grandeza de una muerte colectiva para echar fuera todo lo que le guerra nos ha dejado en el corazón oxidado, en el corazón herrumbrado de sangre seca, cobardía, pereza y hasta perdón…Hay que perdonar. Hay que matar. Ellos, los otros, se hubieran vengado, y de qué manera. Aquí los obispos predican perdón. Los obispos son todos unos maricones reprimidos. Yo predicaría la venganza. Estamos en la hora de la venganza y la dejamos pasar. A este pueblo mansueto le falta la alegría vengativa del (…) Y no sigo (que me pierdo) He ahí el testimonio –de cargo- fuera de toda sospecha –Francisco Umbral “Madrid 1940. Memorias de un joven fascista”- que a muchos que aquí me lean lejos de escandalizar, les dará (apuesto) -¡y cómo!- que pensar.
Que si hubiese habido ajuste de cuentas como en Libia –es lo que (apuesto) estarán pensando muchos- se habría acabado la guerra de una vez, ¿no es verdad? Y no en ascuas desde entonces y que amenaza de reencenderse ahora en llamas tantos años como pasaron ya. Una victoria legal y como tal inacabada, como parecía darlo a entender el personaje -inolvidable pese a la caricatura- de "La Voz Dormida" de Dulce Chacon (¡augusta señora en las universidades belgas!) de una de las guardianas de la prisión de mujeres de Ventas que recitaba como un rosario, sin parar, cuando tenia que pasar junto a las presas, el último parte de guerra “En el Dia de Hoy”, que le costaba creerse como nos cuesta algunos hoy. Ortega Smith, ¡que Dios te bendiga Y que traiga (de una vez) la fiesta en paz a todos los españoles!
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