Anselmo de la Iglesia Somavilla ¿se parece menos Umbral a él, que a Leopoldo De Luis? ¿Más parecido físico el del "rojo" de León que el del falangista de Valladolid? Es el debate imposible e inverosímil (y sospechoso sí o sí), sobre la identidad del padre biológico del escritor, en el que por razones que se nos escapan, los poderes culturales (fácticos) de la España actual –con el ministerio homónimo al frente- parecen querernos embarcar por cuenta del escritor tan inclasificable como genial ¿Campaña meramente publicitaria, o de guerra de propaganda, de rojos contra falangistas –y con un rollo detrás de complejo de culpa ("leonés") como no hay dos-, en el marco de la guerra civil interminable, y la Moncloa en todo ello detrás? Se admiten apuestas
Vuelta y dale. El padre de Francisco Umbral, la saga interminable. Optaba por pasar página, pero el artículo sobre el tema que se cruza ante mis ojos navegando en Internet, me hace pensármelo dos veces. El articulo en sí, por su contenido y por la firma de su autor (y demandante) Cui prodest? ¿A quien sirve el crimen o delito (de suplantación) o lo que sea? Es lo primero que salta a la vista y que me vine a la mente a mí ante la semblanza geográfica del autor de aquel, Ernesto Escapa, leonés de pura cepa por lo que él cuenta. Umbral y la provincia de León, lagarto, lagarto, la querella insondable, tan insondable como interminable del celebre escritor que salió huyendo de allí, sin dejar amigos –lo que cuentan de él los que allí lo recuerdan (como en uno de los artículos de este blog no deje de consignar)- y se ve ahora objeto de una furiosa batalla –de guerra literaria, mas que eso de propaganda- por parte de algunos leoneses –tal vez de los mismos que le rechazaron y echaron de allí- buscando a apropiárselo post mortem a toda costa. Pensaba, mi palabra, dejarlo estar, pero me retiene y me impulsa a darle de nuevo a la tecla sobre el tema un nombre –el de Victoriano Crémer- que surge (espectral) como en los alrededores este artículo de tanta sensación, y de los otros títulos de su autor.
En relación estrecha con uno de los episodio mas enigmáticos y poco esclarecidos en la biografía de Francisco Umbral, tal y como lo evoca en forma sucinta y un tano somera o lo que es lo mismo incompleta Ana Caballé en su biografía sobre el autor –“no autorizada”- que me habrá merecido, el episodio en cuestión como la obra entera, ya innumerables glosas. Y me refiero a las circunstancias (tan traumáticas) que acompañaron a la salida intempestiva (como lo fue en verdad) de Francisco Umbral de la capital leonesa, que le merecen a la autora citada varias paginas, sin desentrañar no obstante el enigma o el misterio en verdad de todas todas. En mi libro, resultante de una tesis (fallida) de doctorado, y en mi análisis sobre el asunto, abundo sobre ello pero de una forma que leído y releído una vez tras otra no me acaba de contentar (continúa) Le echaba yo, a las ancas de Umbral, las culpas de todo aquello –en la persona del gobernador civil (de camisa azul)- a los falangistas, uno de los vectores de poder en el León y en la España de entonces. Se me escapaba otro vector, igual o más entonces de poderoso e influyente, y la liebre al respecto la levantó lo que leí de la presentación del libro de Umbral “Capital del Dolor” -que da precisamente titulo al articulo que aquí nos propusimos abordar-, y lo fueron las declaraciones de Tchiqui Benegas del PSOE, vallisoletano además, y uno de los asistentes a aquel acto, en reacción a todas luces a los ataques que –acorde a lo que escribe en ese libro- fulminó entonces Umbral, centrados casi exclusivamente en los falangistas, sorprendido e intrigado aquél sin duda por tamaño ejemplo de sectarismo y de parcialidad (tan visceral) Y fue su alusión a la Iglesia y a su responsabilidad (abrumadora) en la represión por parte de los nacionales en aquella localidad: en mi articulo –ya en esta entrada mencionado- “Umbral, profeta en la vida y en la muerte", me hice eco a las declaraciones de aquel tabernero leones aquí ya evocado en el artículo que acabo de mencionar y que tanto parecía saber sobre el paso –tan fugaz como tormentoso- de Umbral por aquella capital que echaba la culpa de la marcha intempestiva de allí de Francisco Umbral, a su rivalidad con Victoriano Cremer, gloria de la poesía local, y era en la calidad (de éste) de exponente emblemático de la poesía social de la posguerra y (no se olvide) de victima (represaliado) habida cuenta de su militancia de izquierdas (anarquista) antes de la guerra civil. Y lo asociaba yo con lo que había leído en la biografía de Ana Caballé de los paseos dominicales (de costumbre) por la arteria central de la capital leonesa de Umbral en compañía precisamente de Crémer (lagarto, lagarto) y de (Don) Antonio González de Lama –escritor y poeta y sacerdote (nota bene)- en el núcleo o meollo central del grupo (o "escuela") de León, cicero de poetas y escritores de tanta importancia e influencia en la poesía contemporánea (de la España de la posguerra), como un fiel amigo y lector de este blog me lo hace oportunamente notar (…) Con la Iglesia hemos topado querido Sancho. O con Victoriano Crémer, que para el caso me es igual.
Pero ¿qué dices? ya estoy oyendo a alguno de los que aquí me siguen y me leen, Umbral era falangista valeroso en aquellos años además y el otro un pobre/rojo represaliado, ¿quien tenia pues las de ganar? Milongas, como decían y me enseñaron a decir (con acento argentino) por tierras –y aguas- del Paraná. Y es que así entro (a degüello) en el fondo del asunto que me obsesiona (confiteor) y que llevo tiempo en este blog tratando de plantear y de una forma u otra de abordar. Y es en ese enigma tan insondable –que me consta que algunos ya les ha hecho pensar- de la suerte y del destino de los vencedores de la guerra civil del 36, de una guerra que al fin al perdieron, y de unos vencedores que irían -con el rabo entre las piernas- de vencidos y perdedores (aunque no rendidos) por culpa del desenlace de la Segunda Guerra Mundial. Lo que se trasluce y refleja con claridad deslumbrante, como trato de demostrarlo en mi libro, en su obra, clave y crucial, “Madrid 1940” de su serie de novelas de la guerra civil. Y en donde camuflado en un juego de espejos de la llamada auto/ficción y en lo que los lingüistas llaman textos perdidos o abandonados, que nos quiere presentar como delirios del protagonista, falangista ardiente y valeroso y fiel trasunto, no se olvide, del autor-, se presenta a Umbral a todas luces como lo que en realidad entonces fue, un germanófilo ardiente y convencido (y comprometido), un cripto/nazi y más aún –tal y como lo sostengo en varios artículos de mi blog-, un propagandista -o evangelista(sic)- de Adolfo Hitler que fue su verdadero padre de remplazo entonces, en alguien –como bien demuestra Ana Caballé- marcado al rojo hasta el final de su trayectoria por una denegación -injusta y cruel- de paternidad. Y así todo se aclara, como ya dije y lo mantengo. Y es de la obra toda entera –tan surcada de renuncios y de contradicciones - como de los capítulos o episodio mas oscuros y enigmáticos de la biografía o trayectoria existencial de Francisco Umbral. Porque puestos a conjeturar, ¿qué otra pudo ser la razón de la huida (sic) de la capital leonesa, que aquello, aquel conflicto soterrado y solapado, disfrazado de rivalidad literaria, de un vencedor o hijo de vencedores –por “ilegitimo” y “natural” que fuera-, del 36, que acababan no obstante (en el 45) de perder la Guerra Mundial –escriban algunos lo que quieran- y estaban en un tris de perderlo todo ya, por un lado, y por el otro, de unos vencidos y represaliados –como Victoriano Crémer- que se despertaban de pronto llenos de sed de revancha y por una vez, con todas las de ganar. y emboscados o atrincherados además en las faldas o faldoneos de la santa/madre iglesia que marcaba como Dios manda las reglas del juego en lo sucesivo, en la política nacional como en la política extranjera y por supuesto a los niveles de la política local. Y es lo que la presencia, de árbitro -y juez o figura tutelar- en ese grupo de poetas, de González de Lama sacerdote y poeta, parece de sobra indicar (y simbolizar).
Y el enfrentamiento aludido cobra toda su significación y relevancia de pronto si se ven y examinan comparativamente las obras y trayectorias respectivas de Victoriano Crémer y de Francisco Umbral, poeta el uno, celebradísimo por los de su casta (`poética) en la misma medida que (olímpicamente) ignorado por el conjunto de la sociedad, él como cualquiera o cada uno de los exponentes de la llamada poesía/social (de entonces), cursis y relamidos y (en igual medida) sectarios y guerra civilistas que es lo que da la clave de su éxito literario (de prestado) y de su (vertiginoso) ascenso social. Que me muestren si no, los que se atrevan a negar lo que aquí afirmo, una estrofa -una sola- que de todos ellos tan celebrados y tan numerosos- el vulgo se sepa de memoria o sea capaz –como con el Romancero gitano o como con la poesía heroica de la inmediata posguerra - de cantar o recitar? (…) Y poeta reprimido Francisco Umbral en cambio –en su verdadera vocación según defiende su biógrafa Ana Caballé- que en el lirismo que su obra mayormente en prosa desborda, da sobrada muestra en cambio de un valiente erotismo –sin complejos ni interdictos ni tabúes- y una desenvoltura –en materia de moral y de buenas costumbres (y en claro adelanto a su tiempo)- no menos valiente (t transgresor) y de un irreverencia o escepticismo a la vez en materia de dogma y de creencias –en todo lo relacionado en suma con los novísimos, léase en todo lo tocante a la Muerte y que de cerca o de lejos con ella se relaciona, en su realidad existencial- en craso y flagrante contraste con la mojigatería y el puritanismo –marca izquierda o extrema izquierda (peninsular)- en todo lo relacionado con el sexo de la que daban muestra sobradamente aquellos y en primera línea de todos a los que aludo, Miguel Delibes que aparece mencionado en los artículos del autor leonés nombrado sobre Francisco Umbral. Icono –Miguel Delibes- no tanto de poesía social como del plantel poético y literario de la España de la posguerra y de toda una generación de universitarios la mia que lo encumbró con una aureola de católico/progre –como Dios manda (o mandaba entonces)- y de esposo y padre de familia ejemplar, una imagen que él se encargaba con todo cuidado de cultivar.
“No había censura ni leches, la censura de Pemán era su santa/esposa” dijo y escribió del escritor gaditano (segunda época, cristiano/progre y esposo/fiel) Francisco Umbral. Y lo decía alguien que había sufrido a todas luces de la censura –y de la exclusión y persecución (feroz)- de la santa madre iglesia como aquí y en otros textos sobre temas umbralianos vengo tratando de demostrar. Y es que en esa hipótesis mía de trabajo –de un Umbral vencido o perdedor (pero no rendido) de la guerra (léase de la Guerra Mundial)- encaja a las mil maravillas la figura y el protagonismo de Miguel Delibes que como sugiere Ana Caballé lo sabia todo, léase la verdad (sic), sobre el enigma de los orígenes de Umbral, y como tal, disponiendo de un poder de maniobra o de una capacidad de chantaje (letal) omnímodo y sin límites en el marco o en la esfera de una capital provincial (en aquellos tiempos además) Y de lo que –no es difícil suponer- que se valió él con creces, por cuenta o a costa de aquel presunto padre biológico o del propio interesado, con vistas por cierto a trepar (…) “Flechas” (de camisa azul) ajustando cuentas en aquel oscuro incidente del cine/club de León (…) ¿Pero de que cuentas habla, que es lo que dice este éxegeta (improvisado) de Umbral?. ¿Más ardientes y valerosos de lo que él lo era?
Y es que el célebre escritor, sí fue entonces, a todas luces, victima de un (despiadado) ajuste de cuentas. Pero lo fue principalmente, de la santa/Madre u orquestado principalmente por ella, y por cuenta en ultima instancia (no se olvide) del desenlace de la Segunda Guerra Mundial (y vuelta a empezar) Y “pari passu” del proceso de desnazificación –o desfalangistización me da lo mimo, lo mismo me da- que la Iglesia empezaba (sabiamente) a orquestar entonces, Y de lo que el sustituto a la secretaría de Estado –Gianbattista Montini, futuro papa de Roma- acabaría convertido en alto/comisario (y plenipotenciario), en espera de verse convertido en jefe de estado religioso/espiritual y a la vez político y temporal (casi absoluto) de España y de su régimen en el tardo/franquismo (expresión de cuño umbraliano, como por causalidad)
Delibes y su familia numerosa, y su santa/esposa. Icono –político y literario y espiritual a la vez- de la santa/progresía de toda una generación (la mía), que me amargó la existencia y contribuyó no poco a mi expatriación (¡ya que más me da!) Nunca conseguí -pese a mis esfuerzos- leer completo ninguno de sus textos. Misterio. ¿De guerra civil, de hispanofobia (“regional”)? No lo sé, la verdad. Testigo de cargo (post mortem) como sea, Miguel Delibes –y no convidado de piedra (como el infortunado Iglesias Laguna)- obligado, en primera fila , de este álgido (y áspero) debate sobre las raíces familiares y la identidad de su padre biológico- de Francisco Umbral. Él, que a creer a Ana Caballé, biógrafa de Umbral, sabia (sic) toda la verdad
Y esa maldición, de un signo innegablemente teológico –canónico (¿)-, o confesional- explica o da la clave sobradamente ya digo de aquel oscuro incidente de León, y de la que fue a partir de entonces y durante gran parte de su vida la trayectoria de Francisco Umbral, y fue en los capítulos o episodios mas increíbles e inverosímiles de la misma, a fuer de patéticos y dramáticos y surrealistas en verdad. Como lo fue su cohabitación forzosa (por segunda vez) con toda la marginalidad social y baja/delincuencia y alta/criminalidad (quinqui o quinquillera) –viniendo directamente de León, no se olvide- en el extrarradio madrileño (propiamente impensable e inimaginable para mentalidades de hoy, tal y como él mismo lo cuenta) del arroyo Abroñigal. Y que después de aquella experiencia tan traumática, de secuelas directas e inmediata como así lo fueron de aquello- de su huida (sic) de León, nos quieran vender –por cuenta de la guerra civil interminable, y con todos los plácemes y parabienes del poder cultural (y del actual inquilino de la Moncloa, faltaría más) - el cuento de un rojo Umbral perseguido por rojo y no por los rojos leoneses –o de donde fueran-, como aquello fue en realidad. Y de presentar como sus santos patronos literarios los que fueron causantes de su desgracia allí. Y peor o de mas inri aún, de atribuir como premo de lotería o regalo de la suerte la paternidad del hoy celeberrimo escritor a los que, como fuera, sólo se acordaron de de él una vez muerto, que me diga años después de su muerte (en gloria y majestad) ¡Venga ya! A otros perros con ese hueso. Y suscribo de pe a pá, estaría bueno, lo que ya escribí en mi libro “El padre falangista de Francisco Umbral"
Leopoldo De Urrutia, alias (literario) De Luis, o la saga del joven (leonés) que se parecía a Francisco Umbral. Un mismo aire (en la foto) , el de la época aquella, del mismo estamento social o sociológico de procedencia, o un rasgo étnico común –“marca gótica” (…)- o regional si se me apura. O una misma seriedad en el semblante -el de aquella época-, puestos a apurar. ¿Parecido físico en cambio? Ya digo, lo mismo que dije ya, como un huevo y una castaña. Y hoy como ayer, pedimos pruebas
Alejandro de Urrutia padre de Leopoldo “De Luis”, el hombre que se peinaba de la misma forma -o al que imitaba éste en su peinado- Francisco Umbral. No otra cosa se puede inferir de esa foto tan impactante y socorrida como tan lejana e imprecisa. Pruebas, lo que nos falta, la del ADN de preferencia. O que tercie en este asunto la viuda de Umbral
Antonio Iglesias Laguna, en su última época, poco antes de su trágico final. Escritor periodista y critico literario de renombre (entonces), el que fue critico benevolente y censor (de nómina) igualmente benevolente, algo así como su figura tutelar –digan o escriban algunos o algunas lo que quieran-, en su calidad de funcionario del ministerio de Información y Turismo (horresco referens!) de la época aquella, de Francisco Umbral -hasta el punto que hoy vemos en aquel con toda franqueza un protector del autor de “Mortal y Rosa”-, va hoy de convidado de piedra a no dudar en el debate en torno a las raíces familiares –y a la identidad de su padre biológico- del célebre autor. ¿Crisis existencial –de la cuarentena (o de los cincuenta) por detrás de su aireado fracaso sentimental y de la más que evidente ruptura generacional (la de su relación)-, ligado intimamente todo ello a no dudar (en su calidad nota bene de srvidor -leal- de un regimen en su fase/tarminal), a un fiasco más que fracaso, politico (o político/social)(...), y a la trágica indefensión que tuvieron entonces que arrostrar y soportar, en su gesto tan sobrecogedor (de arrojarse por el balcón)? Es posible. Más aún como digo, en la España aquella (finales de los sesenta) que se alejaba a ritmo de vértigo –y los jóvenes (y las jóvenes universitarias y de “buenas familias” en cabeza- de la España anterior que encarnaba en los planos sociológico y cultural e incluso físico y en la fisonomía de forma tan emblemática aquél (y a las pruebas me remito), y de la que acertó a sobrevivir en cambio Francisco Umbral, lo que sus biógrafos y exegetas con tanto ahínco y obstinación se empeñan en silenciar
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