Curiosamente, la decisión del Consejo de Estado en Francia a favor del uso del burkini amenaza con volverse como un bumerán contra sus partidarios. Tanto Marine Le Pen como Nicolás Sarkozy (en la foto) que se perfilan rivales directos en las próximas elecciones francesas del próximo año coinciden en reclamar la aprobación de una nueva ley en Francia que extienda a las playas y al espacio publico la prohibición -por una ley del 2014 en Francia- del uso de distintivos religiosos (mayormente musulmanes en la practica) en el ámbito de la enseñanza Sarkozy habrá ido incluso más lejos, proponiendo -caso que el consejo constitucional francés se opusiera a una nueva ley (anti-burkini)- la celebración de un referéndum en la materia. Entretanto y tras anunciarse la decisión del Consejo de estado, varios alcaldes que habían prohibido el burkini en sus localidades (playeras) respectivas - de Córcega y de la Costa Azul (Niza y Fréjus entre ellas)- anuncian su intención de seguir manteniendo en vigor la medida. Todo lo cual ilustra de la cristalización y polarización creciente de la sociedad francesa, traumatizada pos lo sucesivos atentados islamistas que la habrán puesto a prueba desde hace año y medio. Como lo hicieron los atentados del 11 de marzo entre españoles, y como lo hicieron el pasado mes de marzo entre los belgasNo hay mal que por bien no venga, decía Franco o dicen que dijo cuando el asesinato de Carrero Blanco (a manos de la ETA) Y la suspensión acabada de anunciar por el consejo de estado francés de la prohibición por parte de un municipio de la Cota Azul del uso del burkini en sus playas, podría a la larga aclarar las cosas y revolverse como un bumerán contra los impulsores y patrocinadores de esta sentencia de ahora emanada de la jurisdicción suprema en derecho francés por la vía de lo contencioso administrativo. Porque está claro que el asunto divide en profundidad no sólo a la izquierda francesa -la derecha y la extrema derecha en cambio parecen unánimes al respecto- sino al conjunto de la sociedad y de la opinión publica del país galo al mismo tiempo, y que la decisión del consejo de estado no parece llamada a amainar la polémica o y el debate sino antes al contrario a empeorarlo, darle nuevo impulso y a enconarlo todavía mas si cabe. Y es que contra lo que puedan pretender algunos comentarios sobre el tema publicados las últimas horas tanto en los medios franceses como españoles, no se trata de algo anecdótico sino cargado al contrario de la mayor significación y simbolismo en un plano político e ideológico.
Y es en la medida que pone en discusión o en entredicho la noción misma de la laicidad -léase neutralidad del estado en asuntos religiosos (léase confesionales)- emblemática en extremo de la ideología (sic) de las Luces -en expresión de Dominique Venner- que es lo que tras mas de dos siglos de vigencia del sistema democrático en los países occidentales habrón acabado siendo -a saber un cuerpo ideológico, de doctrina, perfectamente delimitado (y acabado)- la filosofía de las Luces o de la Ilustración (y de la Enciclopedia) que preparó el terreno a la Revolución Francesa y a la Declaración de los Derechos del Hombre. Y así, en nombre precisamente de los derechos/del/hombre se erigen hoy los defensores de una reivindicación del islam político (o islamista) que deja por los suelos esa dignidad de la mujer que el decálogo revolucionario (u democrático) se suponía llamado a defender.
Con lo que se viene a destapar un poco más esa alianza objetiva entre democracia e islamismo o islam político (o radical) que asomó claramente el plumero con la presidencia Obama y en particular a raíz de la eclosión de las primaveras árabes, pero que ya algunos habíamos barruntado e intuido por nuestra cuenta y riesgo adentrándonos en el examen de un movimiento como el integrismo islámico que hizo irrupción a finales de la década de los setenta con la revolución islámica del Irán y que habrá constituido sin duda uno de los signos mayores -y no menos funestos- de los ultimo años del siglo XX y principios del XXI.
La lectura (febril) sobre todo -durante mi estancia en la cárcel portuguesa- de la obra de un universitario francés en extremo documentada sobre los movimientos islámicos en el Egipto contemporáneo me hizo ver algo de una claridad propiamente apodíctica y era el carácter pos marxista -o neo marxista si se prefiere- de la ideología islámica integrista por paradójico que parecer pueda y pese a las apariencias en contrario y al dato insoslayable del anticomunismo explicito de los principales movimientos que aquel habrán venido encarnando. Ocurre que el choque de culturas irreductible planeaba fatalmente por encima de un malentendido semántico que no dejaba de instalarse en mentalidades occidentales como la mía o sin duda también como en el autor del libro al que aquí hago referencia, tratando de traducir en lenguas europeas y de analizar en parámetros y coordenadas ideológicas occidentales a la vez los principales elementos constitutivos de la ideología del fundamentalismo islámico.
Eran anti-comunistas sin duda en la medida que su comunismo -o colectivismo- por irreductiblemente anti-occidental y anti-europeo era más comunista -e igualitario y colectivista- que un comunismo marxista a la occidental, y que atacaban al comunismo (versión occidental) por ser un ateísmo que les parecía inherente a la cultura occidental y a idiosincrasia europea. Pero tanto el comunismo ateo como la derecha mas rancia e intransigente y clerical y reaccionaria no encontraba la menor gracia a sus ojos, asimilados todos ellos al clisé beligerante de cruzados -léase perro infieles (occidentales)- que era lo que veía en todos ellos la ideología islamista tal y como lo dieron siempre invariablemente a entender, sin el menor tapujo, sus ideólogos y propagandistas.
Es lo que vi claro al final como la luz al cabo de un largo itinerario interior tratando de de comprender algo de la ideología integrista musulmana, durante un encuentro en una mezquita (sin minarete) de musulmanes radicales situada justo enfrente de la estación de Lausanne en la que me adentré una vez -¡de la que me libré!- durante los meses que allí pasé desde primeros de enero hasta finales de marzo del 86, con el imán que les dirigía un joven libanés, musulmán suní, de un medio social y familiar libanés distinguido por lo que deduje, que se mostró de entrada afable y abierto en extremo conmigo hasta que ante mis objeciones que le expuse con sinceridad -¡ingenuo de mí!- cambió bruscamente de tono en un momento dado y con el semblante casi demudado me dijo que veia en torno mío una aureola de auto complacencia o algo así, lo que me sonó a un juicio (teológico, coránico) de execración -como una fatua- y a fe mía que la mirada acusadora que me echó encima, mientras sus fieles -jóvenes inmigrantes musulmanes en su inmensa mayoría- no cesaban de afluir para la hora de la oración a punto de comenzar, me intranquilizó en extremo y sólo cuando me vi fuera de allí, a salvo pues, me sentí seguro recobrando el animo y la serenidad de una vez.
Un oscurantismo pos marxista el suyo, que no dejaba de ser una simple criatura de la ideología de las Luces o si se prefiere del sistema democrático occidental que los integristas tanto aborrecen pero al que les liga un lazo de filiación histórica e ideológica a la vez que son incapaces de reconocer porque si así lo hicieran seria como negarse a si mismos. Y un botón de muestra de esa indefinición islamista en relación con la democracia occidental y de la democracia moderna -nacida de la revolución- en relación con el integrismo islámico lo ofrece la división que suscita ahora en la clase política francesa “republicana” el tema del burkini.
E igualmente sintomático lo es la incapacidad de los movimientos feministas occidentales a combatir el oscurantismo anti-femenino -contrario a la dignidad de la mujer- que acarrea tan ruidosamente el islamismo fundamentalista, como se habrá puesto igualmente ahora tan clamorosamente de manifiesto, en la polémica sobre el burkini. Y que lleva a representantes emblemáticas de la corriente feminista (de izquierdas) a defender en nombre del derecho al propio cuerpo(sic) el uso del burkini en el espacio publico, y a asimilar el derecho de las mujeres musulmanas a que no las desnuden (sic) en las playas occidentales, con un derecho a desnudarse o desvestirse de las no/musulmanas en los paises occidentales (que no en los países musulmanes)
Un aire tonificante (¡oh sorpresa!) nos habrá vendido en esta polémica tan acerba del lado del antiguo presidente de la república Nicolas Sarkozy, y de las posturas tan categóricas que habrá adoptado ahora en el tema que arde. ¿Monstruo de oportunismo o genio de realpolitik, Nicolas Sarkozy? las apuestas se admiten. Y no soy sospechoso que conste que durante años me opuse resueltamente a él -desde este blog, y del anterior de Periodista Digital- por su papel determinante en la guerra en Libia y en la suerte trágica (cruel) que se vio reservado el coronel Gadafi (aunque no lo ejecutase él sino otros, eso es también rigurosamente cierto)
Aquello ya paso no obstante (ea, ea), y hoy los antiguos partidarios de Gadafi vienen a engrosar las huestes del Estado islámico (EI) en las regiones de Libia que más tiempo permanecieron fieles a aquel y que fueron sus últimos reductos -en torno a Sirte, localidad natal del Guía- en la fase final de la intervención aliada. Una fatalidad la guerra aquella que contra los que muchos se pensaban -ente ellos el autor de estas líneas- no trajo la muerte política de su principal protagonista (por activa), que anuncia ahora su candidatura a las próximas elecciones francesas a la vez que endurece sus posturas anti-islamistas.
¿Una buena nueva, ese regreso de Sarkozy a la arena política? No lo sé, no soy francés. Tampoco creo honestamente que sea la peor de todas, como dijo del evangelio paulino, Federico Nietzsche. Y sin duda que lo que redime (un poco) a mis ojos a Nicolás Sarkozy lo sea la postura diáfana que mantuvo siempre en contra del terrorismo de la ETA (nobleza obliga, como español, el reconocerlo)
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