domingo, noviembre 08, 2015

JOSÉ JULIO RODRÍGUEZ Y "SU" (SEÑORA) EX-MINISTRA

Eran otros tiempos. No pretendo en modo alguno (al contrario) incriminar a Felipe González colgando aquí esa foto (junto a él y el coronel libio, Bruno Kreisky, lider entonces de la Internacional Socialista, a la que el líder libio perteneció) Testimonio elocuente no obstante, se me antoja, de una realidad flagrante –la normalidad de relaciones entre España (en sucesivos gobiernos) y el antiguo régimen libio- y de un comportamiento escandaloso, el del gobierno Zapatero y de nuestra diplomacia apuntándose de subalternos y lacayos de la ínfima especie a la operación (de agresión) aliada en Libia. De la que la ministra PSOE Chacón fue garante suprema con la caución del informe favorable (contra otros muchos pareceres) del JEMAD y de su jefe (ahora cesado del ejército) que invocaron razones humanitarias (sic), que se verían puestas en práctica de la forma (salvaje) que aquí todos ya sabemos. ¿Qué piensan de eso Iglesias y los de Podemos?
José Julio Rodríguez ya no está, le « fueron » Y siendo yo hijo de la institución quiero decir del Ejército del Aire, nacido en su seno, en casas del patronato (del Loreto) –donde nací crecí y viví hasta la edad de veinteiséis años cuando me fui de España para prácticamente nunca más volver (de forma definitiva me refiero)- e hijo de oficial de aviación -que en paz descanse- mentiría si no dejase aquí constancia de mi satisfacción y contento. José Julio Rodríguez del que no sé gran cosa aparte de que fue piloto de cazas –¿un honor o un privilegio más bien del que se vieron privados sin duda otros?-, hace ahora mutis por el foro con tres notas de servicio (tres) no muy honrosas ni favorables por cierto.

Su entrada, primo, en política partidista de ahora y en un partido además notoriamente hostil al ejercito que hoy por hoy seguimos teniendo los españoles, aunque los de Podemos y el de la coletea sean todos lo devotos que quieran a la memoria al ejercito (popular) del bando rojo republicano de la guerra de 36, el caso Alakrana (secundo) en la que la capacidad de decisión del jefe de los junteros –y de saber no echar marcha atrás- brillo por su ausencia, y otra (tertio) mucho mas grave aun y de mucha mayor transcendencia y lo fue la participación española en la operación aliada en Libia contra el régimen del coronel Gadafi –con el que hasta poco antes, justo hasta el estallido de las primaveras árabes, España había mantenido relaciones normales- decidida por el gobierno de José Luis Zapatero y su ministra de Defensa Carme(n) Chacón y con el aval de la junta de jefes de estado mayor presidida por el militar ahora cesado que invocó (sic) razones humanitarias (…)

Es cierto que la gran afrenta a la imagen del ejército se la infligió ya de entrada el nombramiento de una mujer anti-militarista (y guerra civilista) nieta de un anarquista del bando rojo de la guerra civil, y como tal legataria de la memoria de los vencidos de una guerra que hizo -y en la que venció- ese mismo ejercito que ella vendría a presidir y a dirigir (aún estando encinta) Y los carteros con galones -que parecían eso más que otra cosa- que vinieron a secundarla y a decirle a todo que sí, no eran más que eso, no unos auténticos jefes y oficiales de un ejército que sigue representando todavía algo para sus miembros y todos lo que de una forma u otra formamos parte de su gran familia, sino a penas simples correveidiles de los que cabe sospechar que fueran intrusos –léase infiltrados- a la institución e irreductiblemente extraños al espíritu de la misma.

El País, bastante ajeno a la institución castrense (se me antoja), se lamenta en su editorial de hoy de la decisión del gobierno, y alerta contra posibles reacciones –de protesta- al interior del estamento castrense. No las habrá. Me precio de conocer percal, léase el ejército –y en particular el arma de aviación- por dentro, mejor que ellos, como también la imagen que arrastraba este individuo entre sus compañeros de armas: de lo que era en realidad, paniaguado y lacayo de un gobierno socialista hostil a la institución castrense y obligado sólo a acatarla y a soportarla en virtud de los pactos de la transición, y mucho antes, de por las condiciones que decidieron la rendición de Franco en el 45, las de un ejército sumiso pero intacto, por lo menos en apariencia (sin depuraciones me refiero)

Hay no obstante una consideración que me habrá venido a la mente casi a cada paso escribiendo este artículo y que no veo por qué tendría que cubrir aquí de un tupido velo de silencio, y es referente a la imagen colectiva e individual o personal del ejército español y de cada uno de sus miembros. La apariencia externa se cuidaba mucho –con el mayor rigor- en el ejército español de antes de la transición democrática y a fe mía que sé de lo que hablo que me gané más de un arresto en aquellos pases de revistas terribles –qué digo de pesadilla!- de fines de semana con la espada de Damocles del arresto –y de que el fin de semana se nos fuera al garete- en el campamento del Robledo de la Granja, los militares de la democracia y los de los gobiernos socialistas mucho más, parecen en cambio a veces –como era el caso de este ex general de cuatro estrellas- cualquier cosa, oficinistas, carteros, enfermeros, recaderos, todo lo que se quiera menos militares, sin esa bizarría desde luego y ese toque especial castrense (de los que imprimían carácter) que algunos –hijos de la institución, ya digo- llevamos todavía en la retina de los recuerdos

Y pondré un ejemplo sin dar nombres que ilustrará aquí a todos mejor que nada lo que decir pretendo, de un coronel jefe de un regimiento madrileño donde hice las prácticas de IPS al que vi un día entrar en la sala de jefes y oficiales del regimiento, como un virrey de Indias o de Cataluña y no exagero, ¡qué impresión me dio de prestigio castrense y de autoridad, la que le daba el cargo y la que emanaba a su vez de su persona, de sus ademanes, de su forma de andar, de irrumpir en aquella sala, de saludar, de dirigirse a todos los presentes! Volví a verle por la calle muchos años después ya en democracia por supuesto y parecía una sombra del que había sido, y no porque hubieran pasado más o menos años sino porque nadie hubiera dicho ni podido imaginar de quién se trataba o quién había sido aquel individuo insignificante que casi se hubiera dicho que pedía permiso al andar por la calle, o cruzando de acera. O témpora o mores!

Y me cuesta mucho trabajo creer, ya digo, que el individuo ahora cesado pudiera haber vivido y compartido (plenamente) el espíritu del ejército de antes de la transición política, como lo compartieron sin duda la mayor parte de sus subordinados de sus tiempos a la cabeza del JEMAD, besando por donde pisaba “su” (señora) ex -ministra. ¿Un infiltrado, como tantos los hubo en la Iglesia, en la Organización Sindical en todas las corporaciones del régimen anterior –en su colegio de abogados por ejemplo, en el de León sin ir más lejos- como una más de las secuelas fatales (¡ay dolor!) de la rendición del régimen de Franco en el 45? Vivir para ver fantasmas míos!

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