José María Pemán fue exponente emblemático de monárquico partidario de la dinastía reinante que prestó (incondicionalmente) su pluma –brillante por demás- y su persona a la causa del Alzamiento nacional. Umbral le cataloga –sin andar falto de motivos- entre los miembros de la Falange literaria y le brindó elogios significativos y elocuentes por demás en alguien como él que tanto los escatimaba, y tanto prodigaba en cambio -con su inconfundible estilo (umbraliano)- los ataques y los vituperios más corrosivos y venenoso. “Lo escribió –dejo escrito de aquél refiriéndose al artículo en la Tercera de ABC que en una ocasión Pemán le dedicó- con esa generosidad que tienen sólo algunas personas con las que nadie ha sido generoso” ¿Qué diría Umbral de los insultos que le habrán prodigado ahora algunos? Un fruto envenenado más de la ley de la memoria. Como la agresión a Inma Sequí ¿La Zarzuela no tiene nada que decir ahora en defensa de alguien que tantos y tan señalados servicios prestó a la causa de su dinastía, y a la persona del abuelo del actual monarca?A la fuerza ahorcan dice el refrán y parece que haya habido que llegar hasta los extremos tan tristes y lamentables de la agresión a Inma Sequí, la joven (y bella) político de Vox de Cuenca para que se haga oír una voz (en latín “vox”) clara y fuerte sobre la causa última de nuestros males tal y como lo habrá hecho el secretario del partido al que la joven agredida pertenece, Santiago Abascal, denunciando un lazo o nexo causal (evidente) entre la salvaje agresión –a gritos de “fascista”- y la ley de memoria histórica, una ley (dice) promulgada por Zapatero y avalada por Mariano Rajoy, que divide a los españoles entre buenos y malos o mejor, entre nietos de los buenos y nietos de los malos. Punto pelota.
Una ley -hay que puntualizar de inmediato- avalada por Rajoy es cierto y en última instancia también por la Corona, pese a que así obrando (por omisión o dimisión) se estén deslegitimando ellos mismos, un poco más cada día que pasa. No es denuncia fácil o gratis o irresponsable –a fuer de profética- la que aquí me permito, todos los que me leen aquí saben de las distancias resueltas y terminantes que habré marcado siempre en estas entradas en relación con el movimiento indignado y la maniobra de desestabilización de altos vuelos que les impulsa –desde dentro y desde fuera de España- que tiene por objetivo último a todas luces el cambio de régimen del 78 como ellos dicen, léase la caída de la monarquía.
Alguien tiene no obstante que alzar la voz como lo hizo el Cid Campeador en Santa Gadea, aunque eso nos cueste el perpetuar el destierro -en sentido literal como figurado- que habrá sido nuestra suerte desde hace ya casi treinta años. No es una ley de rango constitucional –esa ley funesta guerra civilista- ni siquiera una ley “orgánica” y no cabe en cabeza alguna el que los unos puedan amenazar claramente (e impunemente) con la abolición de la ley de Seguridad Ciudadana si les sonríen en noviembre próximo las urnas –con la fuerza que les da el saberse creídos en una opinión pública española convencida que no dudarán ni tardaran ni un minuto en poner en práctica sus propósitos- y otros en cambio se vean impotentes a la hora de dar el menor paso tratando de abrogar una ley crispante y encismante y aprobada por simple mayoría, ahora que se les presenta todavía la posibilidad de hacerlo.
¿Qué es lo que les retiene? ¿Los complejos, la situación internacional la perspectiva de nuevas campañas de prensa anti-españolas en la prensa global so pretexto de anti-franquismo, todo eso junto y bien revuelto? Hay que saber no equivocarse de enemigo, estoy de acuerdo. No confundir los fautores de guerra civilismo que impulsaron la ley de la memoria con los que -cobardemente o inexplicablemente, es cierto- no se atreven a derogarla, como tampoco hay que confundir a los que mataron a José Antonio y se ensañaron con su cuerpo y profanaron su cadáver con los que no hicieron -o nos dicen que no hicieron- lo bastante para ahorrarle tan triste suerte.
El responsable y culpable último de la ley de la memoria es Zapatero y no Rajoy, como (mutatis mutandis) a José Antonio lo asesinaron anarquistas más o menos incontrolados -presumiblemente quinquis mercheros los que con él mas se ensañaron- y no Franco aunque esto último forme parte de una superstición tan indesarraigable como el rechazo a la transfusión de sangre en los testigos de Jehova y sé de lo que me hablo, por haber formado parte de muy joven (ay dolor!) de la secta -no se me ocurre otra expresión- falangista joseantoniana (léase de los falangistas puros o auténticos)
“Lausanne me legitima ante el mundo”, decía Franco (o dicen que decía) Y la historia le dio la razón en gran medida. Con lo que vengo a decir que la prioridad es echar abajo –¡ya!- esa ley guerra civilista que amenaza a cada momento de re encender –de forma cruenta- la guerra civil interminable entre españoles. La nacionalización de la banca, la reforma agraria, la autogestión de la empresa, pueden esperar en cambio ad calendas griegas (como lo llevan haciendo desde hace ochenta años) Piense lo que piense Ricardo Sáenz de Ynestrillas (y los que le impulsan y promocionan) sobre el tema.
Pero puestos a apurar la verdad histórica de la dinastía que preside nuestro destinos, o lo que es lo mismo la memoria histórica de los españoles en lo que tiene o contiene de una memoria dinástica que en cierto modo nos atañe a todos los españoles, urgente es el recordar y puntualizar que el manifiesto de Lausanne propugnaba una transición y no una ruptura de régimen como la que ahora esta propugnando y promoviendo la izquierda española y en particular su variante indignada con el aval tácito del presidente del gobierno –como lo recuerda Santiago Abascal- y el aparente visto bueno de la Corona léase del monarca reinante.
Y que puestos a buscar y rebuscar los motivos o las razones subyacentes tras el manifiesto aquel hay que destacar la figura y la personalidad del más que presumible autor o coautor del manifiesto –sin duda junto a José María Pemán (su gran amigo)- a saber, Eugenio Vegas Latapié que el autor de estas líneas conoció personalmente a principios de la década de los setenta (como aquí ya saben) y que en privado –como se lo hizo repetidamente saber al autor de estas líneas- discrepaba radicalmente de la orientación que parecía tomar en nuevo monarca Juan Carlos I, del que fue preceptor en sus años de exilio. E incluso si los monárquicos españoles se distanciaron del régimen a partir del cambio de rumbo de los acontecimientos durante la Segunda Guerra Mundial -a partir de un momento dado sólo, a principios del 42- hay que decir que nunca llegaron hasta el punto de poner en entredicho la Victoria del primero de abril del 39, fuente de legitimidad próxima y casi inmediata de la re-instauración monárquica, y del actual monarca. Como sin duda todos ellos en su fuero interno así lo sienten y lo piensan.
Como me consta –fehacientemente- que así era en el caso de Eugenio Vegas. Nadie les pide tanto además. La ley de la memoria histórica fue un trágala de la izquierda española al resto de las fuerzas políticas y a la misma Corona y al mismo monarca reinante, a favor de la situación de debilidad e indefensión manifiesta que los atentados del 11 de marzo pusieron al destape, del estado español y de sus máximos representantes. Y por discutible que fuera y lo siga siendo la figura de Fernando VII al que los liberales españoles querían hacer tragar (sic) su constitución, estaba en su derecho (histórico) de desconfiar de ellos, que querían minar su prestigio y acabar con su autoridad en resumidas cuentas.
¿Vuelta a atrás por el túnel del tiempo? Por mí que no quede, y si la izquierda amenaza con una vuelta ochenta (y tantos) ano atrás –al 14 de abril para ser exactos, del 31- otros no vemos inconveniente en llevar esa vuelta dos siglos y mas hasta la misma revolución francesa, causa de todos nuestros males. Plinio de Correa de Oliveira –el profesor Plinio- tenía razón en su intuición contra-revolucionaria aunque errase en los postulados clericales (judeo cristianos) que eran los suyos. Y desde ese punto de vista hay que rendirse a la evidencia y reconocer el poso de verdad de la postura absolutista de Fernando VII.
Los absolutistas de "la guerra realista" –partidarios del Deseado- que siguió a la guerra de Independencia y que desembocó en la intervención francesa de los Cien Mil Hijos de San Luis como lo expuso en un (precioso) librito que dedicó al tema que me leí de un tirón de joven el escritor tradicionalista (y carlista) Rafael Gambra, fueron los predecesores inmediatos (olvidados y sumidos en el ostracismo más absoluto) de los carlistas. Su suerte se vería ligada y sellada a la del legitimismo francés de la Restauración que se hundiría irreversiblemente en la revolución de las barricadas de 1830, tres años antes apenas nota bene del estallido de la primera guerra carlista. Se les llamó por irrisión, persas, en un anticipo de lo que vendría a ser la ironía corrosiva y transgresora de la izquierda española en los dos últimos siglos -"la constante berebere" de nuestra historia la llamó José Antonio- de efectos tan devastadores (por no decir apocalípticos y calamitosos)
No eran persas, pero no se sentían a su anchas -con franceses o sin franceses- en la España de entonces, eso es cierto, y por eso acusaban una tendencia marcada (e irresistible) a buscar modelos fuera (en el tiempo como en el espacio) Igual que algunos no nos sentimos a gusto en la España de la Transición y de lo que se seguiría, que fue la razón última de nuestra expatriación (en resumidas cuentas) “Un carlismo sin sotanas” vino a propugnar en el largo periodo de la Restauración, "el espadón de Loja", como llamaba Valle Inclán al general Narváez, hombre fuerte de reinado de Isabel II. Capaz solo a sus ojos de levantar la pesada hipoteca que el liberalismo español legó a España y a los españoles. Como hay que ser capaz de postularlo las horas que corren tan llenas de amenazas y de incertidumbres.
“Los espadones del siglo XIX –escribió Ramiro Ledesma en un texto clarividente como tantos de los suyos- fueron lo único de valor político que produjo aquella centuria española” Y los del siglo XX también un poco, habría que apostillar, con los que me estoy refiriendo (todos lo han adivinado) a Franco y a Miguel Primo de Rivera. Entretanto el PSOE como para neutralizar el impacto producido en la opinión publica por la agresión guerra civilista contra la joven político de Cuenca vuelve a la carga -en la prensa de hoy- reclamando de nuevo el traslado de Franco del Valle de los Caídos.
Un anticipo de la ruptura de hostilidades (guerra civilista) que nos espera en caso de que la suerte –dentro de poco ya- les sea proclive en las urnas
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