jueves, agosto 27, 2015

¡FASCISTAS!

Mussolini y los quadriunviros de la Marcha sobre Roma. El fascismo fue hijo de la Gran Guerra. Los camisas negras en los orígenes del movimiento fascista eran antiguos combatientes en su inmensa mayoría que no encontraban su sitio en la Italia de la posguerra y que se veían retados y despreciados por unas clases obreras ganadas al socialismo marxista y pacifista, que habían escalado social y profesionalmente durante la guerra a costa de los combatientes. Ese fue el principal telón de fondo de enfrentamiento que llevó a la muerte –nunca esclarecida del todo- del socialista Mateotti (que había insultado públicamente a antiguos combatientes poco antes de su muerte) El fascismo encarnó cierta forma de modernidad –léase otra modernidad, anti-Ilustración y anti-Revolución Francesa- y llegó a identificarse en gran parte con el espíritu de su tiempo y de la juventud de su tiempo. Perdieron la guerra pero no del todo, porque siguen presentes en la memoria colectiva por detrás del dicterio descalificador y del sambenito infamante
¡Fascistas! Una pesada losa –de varios quintales- que habremos acabado quitándonos de encima a fuerza de introspección y de reflexión rumiante y de revisión histórica y con ayuda del seguimiento de la actualidad mas candente minuto a minuto a casi que habré venid plasmando desde hace años en estas entradas y en otros sitios digitales de la red. Algo de de lo que el incidente del que se vio victima Inma Sequí, que aquí ya comenté habrá servido ce catalizador último y definitivo a la hora de redactar esta entrada.

El fascismo fue hijo de la Gran Guerra que le mereció a José Antonio el calificativo de “suicidio de Europa”, y de la que al día de hoy ningún español (apuesto a que no) sabría formular un diagnostico definitivo ni cuanto a sus génesis ni cuanto a las consecuencias de su desenlace y a sus secuelas próximas y remotas. Es un hecho no obstante que con la Primera Guerra Mundial, léase con la derrota de los Imperios centrales, murió todo n mundo de ideas y de valores (de civilización) del que no nos queda hoy ni el más remoto de los vestigios.

El fascismo italiano naciente fue -por el pasado intervencionista de sus principales líderes y padres fundadores (Benito Mussolini, Dino Grandi, el general Emilio de Bono, Ítalo Balbo)- invitado agua fiestas de la Conferencia de Versalles, mientras que el nacionalsocialismo alemán llamado a ser su gran aliado, fue el principal de sus debeladores. Siempre se vio en el rojo y negro -la combinación de colores que el fascismo le ”robaría” al anarquismo y que se sirvió de motivo de inspiración de la célebre novela de Stendahl- una síntesis (dialéctica) entre la tradición y la revolución –como la que propuso José Antonio en el discurso del Cine Madrid (del 35)-, como una tentativa (un tanto desesperada) de superar la división radical operada en la conciencia europea y en las memorias individuales incluso por la eclosión de la revolución francesa.

Como lo ilustra el caso personal del Duce, hijo de un padre anarquista por el lado en rojo de su genealogía y de una madre católica (conservadora) por el lado en negro de la misma. Y de hecho Mussolini se expresó explícitamente en más de una ocasión en ese sentido, cuando a efectos propagandísticos presentaba su movimiento como un abrazo post mortem (reconciliador) de Garibaldi, el artífica (carbonario, léase masón, liberal y anti-clerical) de la unidad italiana y del Risorgimento, y de De Maistre, el vizconde reaccionario francófono y partidario de los Borbones, fiel hasta el final de sus días al reino de Saboya que sería una de las matrices principales de la unificación de la península.

Y el enfrentamiento fratricida, o en otros términos, la guerra civil que precedió el advenimiento del régimen fascista lo fue entre ex - combatientes ganados al fascismo y unas clases obreras ganados al socialismo pacifista que se habían aprovechado de todas las ventajas de la guerra y de la victoria sin haber compartido en lo más mínimo los sacrificios e inconvenientes que la hicieron posible, y que protagonizaron en los años de la inmediata posguerra un llamativo ascenso social comparable mutatis mutandis al que conocieron las clases obreras urbanas ganadas al marxismo en España en los años de la República y ya en tiempos de la Dictadura, a costa de las sufridas clases medias que mayormente ofrecerían su principal caldo de cultivo al nacimiento del movimiento falangista en sus inicios como lo había ofrecido en Italia al movimiento fascista. Y ese fue el telón de fondo omnipresente del clima de enfrentamiento que llevo a la muerte del diputado socialista Matteotti, que tanto explotaría el “agit prop” de la izquierda internacional a escala del planeta.

Y se puede trazar efectivamente un paralelismo sin pena entre esa desigualdad flagrante en beneficio y provecho de “un proletariado señorial y castizo de copa y puro, partida de dominó y folleto marxista en el bolsillo” que denunció el escritor Antonio de Obregón en un artículo publicado –bajo el titulo “Nuestros verdugos”- en la revista falangista Vértice (noviembre del 37)- y que abriría todavía un poco mas el foso (de odio) entre las clases en la sociedad española y ofrecería una innegable clave clasista de explicación al estallido y la génesis de la guerra civil española por un lado, y por otro, el sentimiento de postergación injusta que sentían en lo más intimo muchos camisas negras en la Italia de justo después de la primera guerra mundial, excombatientes llenos de medallas el pecho, mutilados de guerra tantos de ellos, y desempleados y sin horizontes de futuro a la vuelta del frente, a la vista de aquellas masa obreras socialistas que les despreciaban y que habían prosperado socialmente durante la guerra a costa de ellos, o en otros términos que habían acabado ocupando en la escala social y profesional –y en el mercado laboral- los puestos que la guerra había obligado a desertar a los camisas negras (…)

No eran las únicas analogías posibles entre la Italia de la posguerra en vísperas de la marcha sobre Roma y la España de los años de la II República y en vísperas de la guerra civil. Recuerdo en un clásico de la historia del fascismo -de Gioacchino Volpe- que me leí (de un tirón) en mis años universitarios –en una edición en lengua española de 1940 (…)- la evocación del clima de enfrentamiento y de luchas callejeras y la espiral de violencia sangrienta que conoció la capital madrileña en la primavera del 36, en vísperas del estallido de la guerra civil, y una frase que retuve hasta hoy y que no me dejaba (lo confieso) emocionalmente indiferente, por lo que fuera. “Madrid vivía horas análogas a las que precedieron en Italia el triunfo del fascismo”

Fui fascista, me sentí (a toro pasado, con más de dos décadas de retraso) fascista en la universidad madrileña, -¿para qué lo debería negar?- al calor del proceso de radicalización hacia la izquierda que experimentaron la mayoría de mis compañeros entonces o la mayoría digamos de los que osaban manifestar abiertamente sus posturas y sus convicciones. ¿Subestimé entonces el peso y la importancia numérica de la masa silenciosa que no se dejó ganar por la agitación subversiva ni contagiar por las fiebres aquellas?

Es muy posible, pero en ciertas facultades como la mía de Económicas de la Complutense, la impresión aplastante (y sofocante) lo era del eco unánime -de adhesión- que encontraba la indignación universitaria de entonces, in crescendo además a medida que avanzábamos en la carrera. Fui fascista en mi fuero íntimo ya digo -y no poco "fascistizado" también por fuera, en mi aspecto externo- hasta que conocí a la TFP y me metieron escrúpulos en el cuerpo y malos pensamientos en relación con el fascismo y con el nazismo y con la falange por añadidura, por cuenta de la doctrina católica y del magisterio de la iglesia.

El profesor Nolte –al que yo sólo leería muchos años después- dejó escrito aquello que el fascismo fue una respuesta a la provocación del bolchevismo. ¿Más o menos acertada? Las dudas y las diferencias de opinión se admiten. Por supuesto, pero sin culpabilizaciones obsoletas, que algunos hace ya mucho que nos sacudimos de encima (por las buenas) El régimen fascista tuvo sus grandes logros como lo reconocen hoy muchos italianos incluso de los que le combatieron, ellos o sus antepasados. El fascismo encarnó innegablemente una forma de modernidad –léase la otra modernidad, anti-Ilustración anti-Revolución Francesa, anti-democracia-, llegando a identificarse en gran medida con el espíritu de su tiempo. Perdieron la guerra y se vieron asi condenados a desaparecer por las alcantarillas de la historia. Punto.

Pero no desparecieron o no del todo, porque sobrevivieron en la memoria de muchos, dentro y fuera de Italia. Y es que si el fascismo como dijo Nolte no se explica sin la provocación del bolchevismo, la nostalgia fascista que experimentamos algunos –¿muchos, pocos?- en los años del tardo franquismo y más tarde en los años de la transición al calor de las violencias que la acompañarían, de un fenómeno que en definitiva no habíamos vivido directamente (en persona), no se explica sin los episodios de guerra asimétrica que vivimos los españoles aquellos años a modo de continnuación de una guerra civil del 36 que todavía dura y de la Segunda Guerra Mundial en resumidas cuentas.

Raimundo Fernández Cuesta, una de las figuras emblemáticas de aquellos años (transicionales) de tensión y de violencia –y de guerra civil larvada en resumidas cuentas- había vivido en Italia la últimas horas del fascismo, y se aprendió la lección sin duda de todos los horrores –de venganzas y de ajustes de cuentas a manos de la chusma desenfrenada- de los que debió ser testigo en primera fila, y que llevó siempre “in mente” a todas luces tras su vuelta a España.

 “Yo también soy fascista”, es un eslogan –etiqueta, “hashtag” en lenguaje informático- que habrá circulado a profusión a seguir a la cobarde agresión contra Inma Sequí por las redes sociales. Su autor lo es Antonio Burgos –mis respetos-, y a fe mía que de alguien como él –colaborador de ABC- no me lo esperaba.

Mis respetos ya digo, y más aun si cabe, si se tiene en cuenta el lugar de su residencia, a saber la localidad sevillana de Alcalá de Guadaira que no suena mucho a bastión derechista (o monárquico) o fascista- que digamos, para alguien que se conozca mínimamente el percal, de Sevilla y de Andalucía (…)

¿Un simple exabrupto dialectico al claro de las refriega de los medios y de las redes sociales? Se me antoja que es algo más que eso (en lo sucesivo) lo que se esconde tras ese eslogan, y tras el misterio de su supervivencia, señal que no murió con la guerra (y con la derrota) Lo dicho, “yo también soy fascista”¿Qué pasa?

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