viernes, mayo 28, 2021

¿LEFEBVRISTA MARTIN HEIDEGGER?


La Estrella y la Cruz. Arriba. Lápida sepulcral de Martin Heidegger. Abajo, la de su amigo y fiel discípulo –y divulgador- Ernst Nolte. El que éste inexplicablemente rompiera (aparentemente) conmigo poco antes de su muerte ¿no me da derecho a darme (en esas fotos) por aludido?

Martin Heidegger. “Franco a Heidegger no lo domina”, escribe Francisco Umbral en su estilo y desgarro inimitables, en uno de sus párrafos memorables de "la Leyenda del César Visionario". Con ello  venía no obstante a apuntar algo más que evidente y era tanto del prestigio intelectual del filósofo alemán -igual que en todos los países pero en España mas tal vez que en ninguna parte-, como de lo críptico y hermético si no de su pensamiento sí de su lenguaje –o su jerga (filosófica)- de Abrakadabra (sic), como a él se referían algunos de sus oyentes y discípulos en las universidades alemanas. Lo que habrá marcado el destino y la posteridad post mortem si no de su figura, sí de su obra. De las que da fe y testimonio uno de sus más relevantes discípulos y estudiosos, el historiador Ernst Nolte, del que me ocupé en las entradas de mi blog a un ritmo harto frecuentes. Fui amigo (“epistolar”) –largos años- de Nolte. Nunca lo oculte ni tampoco me jacté de ello. ¿Lo sigo siendo a titulo póstumo? La pregunta me parece pertinente, por no decir obsesionante (y lancinante), si se tiene en cuenta lo que aquí no tengo empacho (ahora) en confesar: y es que el célebre historiador alemán con el que mantuve durante largos años puntual correspondencia, la rompió o suspendió sin razón aparente poco antes de su muerte

Carl Braig. Profesor de Filosofía y Teología de Martin Heidegger en sus años de estudiante en la Universidad (alemana) de Friburgo, conforme a los moldes más estrictos de la Escolástica, en la crisis modernista

Desde entonces, ese percance o contratiempo con todos los aires de una ruptura me habrá pesado más de la cuenta hasta el punto que no me decidía a confesarlo como me habré propuesto a hacerlo ahora, y es tras la lectura o relectura de una de sus obras que figura a modo de testamento de su autor, la última de las suyas y dedicada a Heidegger –que fue su profesor y amigo- precisamente. Durante largo tiempo pensé que la callada por respuesta del que fue largo tiempo como digo tanto mi amigo como mi mentor intelectual sin reservas ni distingos, tuviese que ver con mi libro sobre Umbral (y “su padre falangista”) que le mandé la ultima vez que le escribí y del que como digo no recibí respuesta alguna. No que la obra o la figura del célebre escritor español en cuanto tales –¿le conocía él acaso?- pudiesen haberle movido a ese ruptura, pero sí la interpretación a la que yo mismo en mi libro le sometía, y en particular el perfil o el rostro o la imagen que de Umbral yo hacia resaltar o sacar a la superficie y que me llevaron a calificarle en entradas posteriores de este blog –sin ánimo  polémico o de denigración alguna- un cripto-nazi o un celador de la memoria de Adolfo Hitler (su “evangelista”

Y era en la medida que el distanciamiento –“prise de distance” en francés- para con esa imagen (ya fuese apenas presunta o completamente verídica), lo que tal vez Nolte hubiera podido o deseado esperar en mi, no se producía, hasta el punto que él se sintiera tal vez en el derecho (o el deber) de concluir -en un presentimiento como alemán perceptamente previsible e inevitable, surcado de presagios a cual más funesto y agorero y calamitoso- que de una manera u otra yo asumí o hacía mía la derrota alemana –en el 45-, algo a lo que mi amigo el historiador alemán se diría que lograría escapar –con su autoridad y su prestigio intactos- a lo largo y al hilo entre tormentas y bonanzas de su azarosa y no menos brillante trayectoria.

Como cuando estudiantes enrabiados (“enragés”) –tras el mayo francés- de extrema izquierda de la Universidad Libre de Berlín de la que era docente le echaron ácido vitriólico a la cara de lo que le salvaron casi milagrosamente –léase, de la ceguera- las gafas que llevaba puestas (….), En lo que se puede ver como el punto de inflexión en su trayectoria académica y en el conjunto de su obra. Como si aquello le hubiese quitado de un golpe las escamas de los  ojos y aclarado (para siempre) en él las ideas(...)

O en la celebre "querella de los historiadores" (Historiker streit) donde logró airosamente –y por los pelos, gracias a la caída del Muro precisamente por aquellos días- emerger triunfante de aquello, quitándose al mismo tiempo la etiqueta pesada como una losa de revisionista (o negacionista) -pro nazi o filo nazi/fascista- que sus contrincantes –y detrás de ellos la Escuela de Fráncfort en bloque (y sus principales pontífices)- insidiosamente le colgaban (como acostumbran). O como en la obra que acabo de citar donde se mete de lleno y a ojos cerrados en la polémica que desató el escritor chileno, Víctor Farias, (de notoria militancia comunista), sobre ciertos episodios y avatares de los inicios de la carrera de aquél y de su trayectoria de rector de la Universidad de Friburgo justo tras el advenimiento del nacionalsocialismo (“Heidegger y el nazismo”) 


Bernhard Welte. Profesor y rector de la Universidad de Friburgo (en Souabia), cuando por elle transitó Martin Heidegger. Del mismo lugar de nacimiento (en la Selva Negra) que el filósofo. En la muerte de aquél, fue el quien pronunció el discurso fúnebre. Nombrado en 1966 por el papa Pablo VI prelado domestico (de Su Santidad) Una faceta y unas compañías "eclesiástico/canónicas" –Nolte lleva (en parte) razón-, difíciles de abstraer de la figura y de la trayectoria del padre del existencialismo. En la Iglesia del concilio y del posconcilio   

Pues no, nada de eso, directamente por lo menos. Es lo que me veo forzado a concluir tras la lectura o relectura de esa obra (“Martin Heidegger: “Politik und Geschichte im Leben und Denken”): el impulso del prudencial distanciamiento –si se le puede llamar y calificar así- de Ernst Nolte a mi respecto no (me) parece (a mí) que respondiese a móviles o motivos  de índole ideológica –y mucho menos literaria o de crítica o teoría literaria-, ni histórica siquiera sino estrictamente religiosa o canonico/religiosa o al menos de política religiosa. Y me reforzó mi impresión o me afianzó en mi postura a modo de conclusión, la lectura unos días antes de aquella de otra de sus obras fundamentales, y no la última sino la primera de todas ellas, la que por así decir le consagraría y le ganaría más celebridad –y adhesión hasta la fecha. Sobre todo en el estamento de jóvenes universitarios de los países occidentales. 

Y era “El fascismo en su época”, y en particular su primera parte editada separadamente (en francés), sobre Maurras y la Acción Francesa, en la que dedica todo un capitulo o importante parágrafo a la  condena pontificia del movimiento monárquico y de su líder (excomulgado “ferendae sententiae”), y en la que ante mi gran sorpresa (e incluso estupor) y contra la idea que me había formado de Nolte y del conjunto de su obra, dejaba traslucir él también –a base de un razonamiento no poco falaz y de un análisis insidioso- una somera condena del movimiento francés y de su líder, que él centraba y justificaba no (tanto) en el antisemitismo (de Estado) de Maurras y en su movimiento monárquico, ni siquiera en el carácter que les atribuye a eso neomonárquicos franceses de movimiento proto/fascista o principal matriz de todos los movimientos que se seguirían fascistas o nazi/fascistas. Sino en su heterodoxia (sic) en el plano dogmático, léase su disidencia religiosa. 

Todo ello, de antes del punto de inflexión al que más arriba aludí, como cabe suponer, lo que por unas razones u otros escapó hasta hoy a mi conocimiento (por lo que fuera) ¿Me vio acaso Nolte a mí en el espejo (un tanto “valleinclanesco”) de Maurras y de la Acción Francesa, por su conflicto con la Iglesia? Varias pistas abundan y dirigen en esa misma dirección, dos sobre todo las principales de todas ellas, la una referida a los orígenes o a la primera fase de la trayectoria y de la carrera de Heidegger en las universidades alemanas, y la segunda a las circunstancias que rodearon –en un hilo de detalles todo menos anecdóticos- los últimos momentos de su vida. Como lo fue en lo que a la primera de las vías o hipótesis respecta la formación que el joven universitario Heidegger recibió conforme a los rígidos moldes del catolicismo más integrista, de los docentes de los que siguió las clases entonces y en particular del que más influencia o ascendiente acusó de todos ellos, que fue su profesor de Teología en la Universidad de Friburgo, destacado exponte y defensor de la ortodoxia romana (y vaticana) en la crisis modernista. ¿Un integrista, léase un “lefevrista” Heidegger (dicho y escrito “a la española”), con años de adelanto en francés “avant-la-lettre”)?

 Y en lo que respecta a la segunda de esas pistas, así parece indicarlo un detalle todo menos trivial referente a la lápida de su sepultura donde por voluntad expresa del finado figuraría no una cruz (ver fotos, la primera) sino una estrella (óp.cit. p.276). ¿Gratuito o fantasioso pues el conjeturar que con el aproximarse el final Ernest Nolte pensase, no en ponerse en paz con la Iglesia –con la que no había roto ni se había separado nunca - sino en acabar dentro de los moldes del hijo fiel –y obediente- sus últimos días (y dejarse de problemas) (...)? (ver fotos, la segunda) Con ello concuerda no sólo la voluntad aparente en Nolte –tal y como se deja traslucir en su referida obra- de “recuperar” o de conciliar o de reconciliar (canónicamente) con la Iglesia al padre del existencialismo, en una tesitura análoga (mutatis mutandis)  a aquella en la que se vio, en relación con Miguel de Unamuno, la iglesia española. Hasta el punto que Nolte cree ver en aquél en sus últimos días un sometimiento, ciego o como si lo fuera, al “juramento anti-modernista” (óp. cit. p.19) Eso y no sólo eso (que raya propiamente con la evidencia) 

Y es que no parece gratuito ni aventurado el detectar una gran maniobra del más amplio aliento y de los más altos vuelos –con todos los plácemes y parabienes eclesiásticos y “níhil óbstat”, por supuesto- los días que corren en el seno de la Universidad española –y no digo nombres ex profeso-, y es de la recuperación de Nietzsche y detrás, la de Heidegger (o en paralelo), despojándoles ipso facto de todo aquello que pueda resultar no conforme a lo que manda a santa/madre/iglesia

¿Aventurado, totalmente pretencioso, el sugerir o el aventurar que la maniobra (intelectual) a la que aludo coincidente con la emergencia de nombres emblemáticos por sus posturas inéditas hasta hoy (doy fe de ello) en la Universidad española -por lo histórica e ideológicamente y políticamente incorrectas sobre todo de las mismas-, coincidió igualmente con la aparición de mi libro “Krohn el cura papicida”, en  el que denuncié el tabú espeso que sobre la figura de Nietzsche y sobre su obra habrá pesado (quintales) hasta hoy en sus aulas y en sus claustros hasta ahora? Un libro que distribuí en uno de mis viajes a España, a Madrid, y en una de sus facultades, a cara descubierta. 

No creo en las meigas pero hay las (…) Y se me ocurre que quepa concluir este artículo con la glosa -en traducción del francés- de un nacional/bolchevique –y antiguo comunista-, y fue la que a éste le mereció el Concilio, y que me impactó tanto o casi como cuando (mucho antes) el Abbé de Nantes evocó igualmente en francés –con ocasión de las exequias del Cardenal Tarancón y lo que se siguió- a “los católicos españoles, hijos pródigos (tras el concilio)("enfants perdus") de la Cruzada antibolchevique". ”El Concilio Vaticano II -Alain Soral díxit- no fue más que la convalidación teológica de la nueva correlación de fuerzas resultante del desenlace de la Segunda Guerra Mundial” (en el 45) 

Y esa glosa (tan certera y tan reveladora, como vox Dei) se me antoja que quedaría incompleta sin la glosa de la glosa: al precio de España y de los españoles (y "pari passu" de los católicos hispanos), del ultimo de los países oficialmente católicos del planeta. Lo que los católicos franquistas que vociferaban contra el Cardenal Tarancón en las exequias del almirante Carrero –y yo con ellos- olímpicamente obviaban o no comprendían porque no querían ni podían comprender. Y tantos años como ya pasaron, me parece (¡ay dolor!) que siguen en las mismas (...)

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