Stephanie M., oficial de la policía francesa de cuarenta y nueve años, muerta acuchillada a manos de un fanático islamista en las dependencias de la comisaría de Rambouillet (extrarradio de París), que habrá suscitado una onda de manifestaciones de duelo y de pesar y de protesta en toda Francia. En ese contexto, se ha visto publicada, en un semanario de derechas (“Valeurs Actuelles”), una tribuna con unas mil doscientas firmas de militares en activo o en retiro, de entre ellos unos veinte generales, una centena de alta graduación y más de mil otros uniformados. En rebelión contra la disgregación -o el desmoronamiento- nacional (“délitement”) y la perdida (“détachement”) “de múltiples parcelas del territorio nacional y su transformación en territorios sometidos a dogmas contrarios a nuestra constitución”. Y de puesta en guardia contra el racismo (sic) -anti-europeo, anti-blanco y anti-francés se sobreentiende- y frente a la amenaza de “una guerra civil”. Ante la consternación todo ello, de la bien-pensancia, y la polvareda de escándalo y de protesta de altos cargos de la Defensa, de los medios y de la izquierda en Francia –y en Bélgica (...)- que hablan abiertamente de golpe de estado -a los 60 años “día por día” del putsch de Argel (21 de abril 1961) y –en la retórica conocida- de “un cuarterón de generales en pantuflas” (díxit General De Gaulle). Y que se habrá merecido en cambio el elogio y la adhesión de la candidata presidencial Marine Le Pen
Lo que tenia que
suceder. El despertar en Francia del Coloso Triste (Umbral) o la Callada (como muerta) –como ellos dicen, “La Grand
Muette” Y no me las doy de profeta, pero la noticia
electrochoque del otro día del acuchillamiento (mortal) en el extrarradio de Paris
de una joven oficial de policía, en las dependencias
de una comisaría francesa, se me antojó preocupante y sombría en extremo y cargada
de presagios. Por lo que tenia sin duda de un paso adelante –y sin retorno- del
terrorismo y de la subversión en el territorio del Hexágono. No entro al trapo –o
no demasiado- del debate suscitado en la opinión publica de allí por la tribuna
de militares –de la mas alta graduación-
y de las cuestiones (álgidas, como palabras mayores) que en ella plantean, ni
siquiera de ese otro menos crucial o trascendente de la oportunidad o del
acierto de Marine Le Pen de solidarizarse (completamente) con ellos como así lo
habrá hecho. De si eso le favorece o perjudica en su carrera hacia la
presidencia. Pero es seguro que su gesto me habrá convencido a mi y a mucho
otros como yo, como venciendo, en ellos y en mí, una montaña o nube (negra) de reticencias
en torno a su persona que hizo nacer la ruptura tan estruendosa con su progenitor
y padre fundador del partido que ella ahora representa. “Desdiabolización” -léase
desfascistización-, como ellos dicen, pero no a la francesa, a la italiana mas
bien. Ma no troppo. Que baste como señal de aviso o advertencia (....)
General Pierre de Villiers, por detrás -según los rumores- de la tribuna de protesta de su compañeros de armas. Fue jefe del (Alto) Estado Mayor hasta su destitución por desavenencia en materia de presupuesto para la Defensa con el presidente de la Republica, Emmanuel Macron. Goza de gran prestigio en el estamento castrense y de innegable popularidad en la opinión. Es hermano del político de derechas, Philippe de Villiers
Y que algunos no se engañan del alcance (imprevisible) y del significado (tan poco trivial) del gesto tan propagandístico y sensacionalista –y tan incorrecto- de Marine Le Pen lo muestra el revuelo y la polvareda armados en los medios sobre todo, poniendo el corazón en un grito, y despertando o soliviantando a la vez fantasmas históricos –como el del putsch de Argel, a los sesenta años (nota bene), día por día, de aquello (….)-que se revelan ahora no muertos del todo sino dormidos. Y confieso que me habrá costado lo mío, el cruzar barreras psicológicas –de inhibición y de respeto humano tan insalvables- en relación con lo castrense o militar y en relación también, y sobre todo, con Francia, especie de coto vedado para españoles desde siempre, pero más ahora si cabe. Que el vivir por cima de los Pirineos me habrá hecho percibir y calibrar mejor si necesidad había la magnitud del reto –psicológico como digo, y político e ideológico- y espiritual en suma que todo lo francés y la actualidad francesa la más candente fatalmente nos produce.
Y me viene ese presentimiento a la mente ante el silencio sepulcral –sólo roto por una que otra pincelada de humor cáustico, glacial (tan de ellos)- que el anuncio de esta entrada habrá producido entre amigos franceses, a los que por un prurito de mera cortesía se las hice llegar, por las buenas. ¿Vergüenza propia o ajena o malestar profundo (y sincero dolor) de hasta donde están llegando (en Francia) las cosas, o del ver a extraños (extranjeros) meter la nariz o la mirada en sus asuntos internos? Poco me importa lo que piensen. Y es que lo ocurrido –de página de sucesos- que al comienzo de esta entrada yo evoco, me habrá hecho palpable si necesidad de ello había, la fuerza de esos lazos de solidaridad cultural (sic) y lo hondo y telúrico y ancestral de esa voz de la sangre (sic) que nos liga a los destinos de Europa (José Antonio Primo de Rivera), y más si cabe al país europeo –con Portugal- que más de cerca nos toca (….) Francia corre grave peligro de desintegración y desmoronamiento como en la tribuna aludida se denuncia y a fe mía que no nos habrá dejado en modo alguna indiferentes ese potente grito de alarma como un toque a rebato o como una voz de alerta, más incluso en mis oídos -de español y no francés- que a muchos de sus compatriotas. Cuando las barbas del vecino, y que me perdone de nuevo la memoria de Francisco Umbral que detestaba en lo más hondo los refranes.
General Christian Piquemal, uno de los firmantes de la tribuna de protesta militar. Fue dado de baja de la institución castrense por tomar parte en un manifestación de protesta -de movimientos franceses y de otros paises europeos- contra el aflujo inmigrante en el puerto de Calais.
Pero es cierto que si la guerra civil española –como ya lo sostuve no hace mucho aquí- hizo a los franceses escarmentar (como quien dice) en cabeza ajena especialmente a su clase obrera, en la situación allí –de país “empezado”, léase presa de una invasión (silenciosa)- no se nos escapa a los españoles la ventolera que se nos puede venir encima más rápido y más imprevisto de lo que se piensa. Pero es lo otro, sobre todo y a riesgo que se tome por la declaración de amor de un afrancesado -lo que soy-, como digo no me importa. Me duele Francia –¡ay como se siente!- y por eso me duele en lo mas hondo la (extrema) situación por la que atraviesa, de la aparición o erupción (espectral) de espacios de “no man’s land” (de la Republique), de tierras desiertas para los autóctonos –y en manos de invasores extraños- dentro de sus propias fronteras. Como yo mismo lo sentí o lo presentí hace ya la friolera de cincuenta años la primera vez que puse el pie por estas tierras.
Extraños o (inasimilables) extranjeros (lo digo y lo mantengo y lo repito) por voluntad propia, los que afluyen en masa ahora. Y no por razón de barreras étnicas cualesquiera, sino de una fatalidad histórica y cultural -y confesional- que impide o frena la integración, a imagen y semejanza (mutatis mutandis) de lo que ocurrió en España donde la reconciliación de las clases no fue tampoco posible (y no quiero entrar aquí en polémicas) Como si hollaran o amenazaran con hacerlo (ante mis ojos, y en mi presencia, una tierra que siento como propia, en la que deambulo (libremente) –¿o eso no quiere nada decir?- ya más de la mitad de años de mi vida.
Que por las razones o motivos que fueran, aguanté todo ese tiempo aquí sin ganas irresistibles de volverme allí, como así les ocurrió a otros españoles ilustres (tal y como lo cuenta Umbral de europeos de pro, que así es como se veía Pío Baroja) ¿Para qué ocultar pues lo hondo del enigma, de la perplejidad que todo eso en mí suscita?
Por todo eso y mucho más, mi más sincero aplauso para los militares franceses con los que creo que sintonicé a distancia en mis años del seminario de Econe, en alguna de las instantáneas aquellas –¿por lo de mitad monje, mitad soldado?, no lo sé-, que se quedarían -como estampas immarcesibles- indeleblemente grabadas en mi memoria (española)
21 de abril de 1961. Putsch de Argel, de los generales Salan, Challe, Zeller et Jouhaud. Un espectro (aún vivaz) de la historia francesa y europea que reaparece con fuerza ahora, tras la tribuna de protesta en Francia del estamento militar
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